Escritas con la pasión del compromiso social y la empatía humana, las crónicas que conforman el libro Hasta encontrarte estremecen la médula de cualquier lector. Construidas con solvencia estilística para que la función comunicativa de algo tan perturbador no se entorpezca, estas crónicas son un testimonio dramático de la tragedia que vive nuestro país en materia de desaparición forzada.
A partir de la visualización de un video en redes a finales de 2018, donde Mirna Medina Quiñonez registra el hallazgo de su hijo, levantado y desaparecido el 14 de julio del 2014, Denisse Pohls decide —desde Cozumel donde radica— vender sus pertenencias, invertir el monto de un premio de poesía recién obtenido en 2019 y trasladarse al municipio de El Fuerte, Sinaloa, para servir, para ayudar como voluntaria, y luego para documentar la desventura, el heroísmo y la verdad humana de Las Rastreadoras del Fuerte, el colectivo de búsqueda de personas fundado por Mirna, el más importante de Sinaloa, tal vez de todo México.
El resultado es estremecedor: el volumen de más de cincuenta crónicas narra “las historias de mujeres: madres, esposas, hijas, hermanas, abuelas, tías y sobrinas de personas desaparecidas que cada domingo van a los desiertos y basureros de Sinaloa a rastrear, a buscar a sus seres queridos en fosas clandestinas.” Transitando entre el reportaje novelado, la narrativa periodística y el relato de terror, estas crónicas muestran uno de los más crueles submundos que habitan nuestro país.
Detrás de cada desaparecido hay una familia, una historia, un drama. Y Denisse, oscilando entre la entereza ante lo atroz y la angustia ante la realidad que a veces la rebasa, testimonia el día a día de esta época que cambió su vida: esos cuatro meses en que convivió en un microuniverso de congoja y desconsuelo, pero también de solidaridad, coraje y esperanza.
Para contribuir a la difusión de este magnífico reportaje, se reproducen a continuación —con permiso de la autora— las tres primeras crónicas de Hasta encontrarte, y se invita a los lectores a adquirir la versión digital de esta publicación independiente que circula en formato eBook y que está a la espera de contar con los recursos para su impresión en papel. El libro electrónico está disponible en: https://www.amazon.com.mx/dp/B097WSB5KZ
Crónicas de búsqueda de Las Rastreadoras del Fuerte
(fragmento) Por Denisse Pohls
Encontré los huesos de mi hijo
Mirna escarba arrodillada, frenéticamente. A gritos desentierra pedacitos de huesos, con las manos, en una fosa clandestina. Esas vértebras, esos fragmentos de rodilla, de cráneo y un par de falanges son lo único que queda de su hijo Roberto. Grita. Mi hijo. Mi hijo. Se aferra a los fragmentos óseos, los examina, los extiende en sus palmas, incrédula. Los abraza como el más precioso de los “tesoros”. Grita. Sus gritos desgarradores traspasan. Atraviesan el tiempo y el espacio.
Así conocí a Mirna Nereida Medina Quiñonez, por este video1 que registra el hallazgo de su hijo Roberto Corrales Medina, quien había sido levantado y desaparecido el 14 de julio del 2014 en el municipio de El Fuerte, Sinaloa y cuyos huesos Mirna encontró con sus propias manos exactamente tres años después. Cuando Roberto desapareció, Mirna denunció el hecho a la policía, pero la llamaron loca, exagerada: “seguro tu hijo se fue de parranda, al rato regresa”, “en Sinaloa no hay desaparecidos”, le dijeron. Tampoco le ayudaron a buscarlo, ni vivo ni muerto: “nosotros no buscamos, sólo hacemos el expediente”. Entonces Mirna tomó un machete y un palo de escoba y salió a buscar a su hijo en los hospitales, en las morgues, en las comisarías, en otras ciudades y también…en los descampados, los basureros y desiertos de Sinaloa. Pasaron tres años para que Mirna pudiera recuperar una parte de los restos mortales de su hijo: algunas vértebras, algunas falanges, una rótula, un fragmento de cráneo…Para entonces, Mirna había encontrado ya noventa y dos “tesoros” (cuerpos humanos en fosas clandestinas) y había creado el colectivo de búsqueda de personas desaparecidas más importante de Sinaloa —y quizás de México: Las Rastreadoras del Fuerte.
El video me congeló la sangre. Lo vi a finales de 2018. Fue un llamado. Supe que tenía que contar la historia de Las Rastreadoras. Estas son las crónicas de sus búsquedas. Las historias de mujeres: madres, esposas, hijas, hermanas, abuelas, tías y sobrinas de personas desaparecidas que cada domingo van a los desiertos y basureros de Sinaloa a rastrear, a buscar a sus seres queridos en fosas clandestinas. Es en particular la historia de una mujer, Mirna Nereida Medina Quiñonez, quien con sus propias manos desenterró los huesos de su hijo desaparecido. Mirna, quien se convirtió en líder, en detective forense, en defensora de los derechos humanos, quien gritó y gritó que el país entero está sembrado de fosas clandestinas y quien logró con su lucha ser escuchada.
Confieso que me había vuelto indiferente a la violencia en nuestro país. Los gritos de Mirna me despertaron. No es normal que una madre escarbe frenética en medio de la nada en busca de los huesos de su hijo. No es normal que las abuelitas se rompan la espalda al cavar en el desierto en busca de un rastro del cuerpo de su ser querido desaparecido. No es normal que los ciudadanos deban convertirse en peritos forenses, en detectives, porque la policía no mueve ni un dedo y/o está involucrada en el crimen. No es normal que una persona pueda desaparecer sin rastro. No es normal un país sembrado de muerte y fosas clandestinas, ni la indiferencia de sus ciudadanos. Los gritos de Mirna y los rostros de Las Rastreadoras del Fuerte entraron en mí y no me soltaron. “Te buscaré hasta encontrarte”, prometen Las Rastreadoras. “No buscamos huesos, buscamos tesoros”, explica Mirna en la fanpage del colectivo2, para recordarnos que cada persona desaparecida es un ser humano y tiene una familia que la espera. Es necesario recordar. Así que en 2019 vendí mis pertenencias y fui a Los Mochis, Sinaloa, para servir a Las Rastreadoras. Mirna me aceptó como voluntaria. Necesitaban ayuda con labores de oficina y redes sociales. Necesitaban y necesitan siempre manos para cavar, brazos para abrazar el desconsuelo, escucha para acompañar la pena de las familias. Los hechos narrados a continuación sucedieron entre el 31 de julio y el 30 de noviembre de 2019.
La oficina de Las Rastreadoras del Fuerte
Los Mochis, Sinaloa, 31 de julio de 2019
La entrada a Los Mochis está marcada por las vías del tren. Es una mezcla de ciudad y campo, atravesada de canales de riego y sembradíos, carreteras amplias y rebaños de ganado. La luz es intensa, el calor y la humedad tremendos. El mar está a media hora y se siente su halo. Es el mes de la canícula.
Pero en la zona urbana, el polvo, la basura y los locales abandonados son personajes principales, así como la desigualdad social: decenas de colonias paupérrimas, cuadrículas infinitas de casas hacinadas, diminutas y derruidas versus mansiones, camionetas de lujo y casinos que parecen ciudades. La desigualdad también se nota en el transporte colectivo: hay una central camionera reluciente para los ricos y la otra, para los demás, tan vieja y descuidada que se cae a pedazos; sus muros y columnas oscurecidos por una gruesa capa de grasa y mugre.
La oficina de Las Rastreadoras del Fuerte se ubica a tres cuadras de esta central camionera decaída, justo al lado de un monumental Ingenio Azucarero abandonado, un monstruo de metal oxidado que llena el paisaje, en pleno centro de Los Mochis. La oficina está flanqueada por locales abandonados y una casa en ruinas, que, a juzgar por el olor, es habitación de personas indigentes y baño público.
Sus puertas son de cristal y están tapizadas de fotos de personas bajo la leyenda “Has visto a…”. Son personas desaparecidas. Sus rostros miran hacia la calle. Cada hoja tamaño carta o “ficha” contiene además los siguientes datos: Nombre. Estatura. Fecha de nacimiento. Fecha y lugar de desaparición. Señas particulares: vestía…tatuajes…cicatrices… Son 88. La repetición de rostros me produce un vértigo de tristeza. La mayoría son hombres jóvenes. Hay un par de mujeres solamente.
Era el umbral a otro mundo. Observé esas fotos, de pie, superada por una realidad diferente a la que imaginaba: no se trata de números, de “desaparición” como un concepto abstracto, sino de personas concretas con rostros, nombres, fecha de nacimiento, señas particulares; personas que faltan, rostros que cubren este umbral de piso a techo.
En eso, una mujer mayor, muy dulce y cariñosa abrió la puerta. Llevaba melena corta, teñida de rubio cenizo y grabada en el rostro una expresión compungida.
—Pásale Mija,3 ¿tienes un desaparecido?
—No, soy la voluntaria –me presenté.
—Ah, sí me dijo Mirna que venías… ella viene en camino. Yo soy Carmen, la secretaria.
Esperé en el gran sofá de la oficina: es beige, enorme, mullido por el uso y muy cómodo. También el interior de la oficina está tapizado de rostros: lonas enormes sobre las paredes con fotos y más fotos cada una con su nombre al pie: Jared, Zumiko, José, Kristian, Sergio, Rosario, Carlos, Francisco y las leyendas: “Buscando Tesoros” o “Tesoros Encontrados”. Sentí un aire gélido, como si esta fuera una sala habitada por fantasmas y los deudos que los esperan.
—Estos son los “Tesoros Encontrados” y estos los que faltan por hallar —señaló Carmen.
—¿Encontrados quiere decir con vida?
—No —a Carmen se le descompuso el rostro—. Ojalá así fuera, pero no. Pronto vamos a mandar a hacer una nueva lona de Tesoros Encontrados, para agregar la foto de mi hijo Eddy…
Tardé en entender. El cuerpo de Carmen se dobló y en su espalda arqueada el tiempo retrocedió:
—Cuando desapareció mi Eddy el año pasado, yo no podía moverme, no salía de mi casa, me la pasaba llorando en mi cuarto, esperando que mi hijo volviera. Apenas lo encontraron Las Rastreadoras este marzo… apenas lo sepultamos en mayo… Todavía no puedo creerlo.
Hay un llanto tan profundo que cimbra las entrañas, las propias y las ajenas. Así lloró Carmen. No pude formular las preguntas que me intrigaban. Sabría algunos meses después por boca de Carmen que Eddy fue localizado sin vida en una fosa clandestina después de haber estar desaparecido durante varios meses.
—Estar aquí, ayudar en la oficina, es mi forma de agradecer al grupo por haberme ayudado a encontrarlo —agregó Carmen.
Hace sólo dos meses sepultó a su hijo. ¿Cómo sigue en pie? Carmen abre la oficina de lunes a viernes de 8 a 6. Limpia, recibe a las personas, pasa recados y también es la tesorera del grupo, sin cobrar sueldo. Quizás tener un trabajo, ayudar a otras mujeres que tienen un hijo desaparecido es lo que la mantiene viva.
Mirna llegó a la oficina. Nunca olvidaré ese momento. Su presencia es de esas que pueden llenar un escenario y captar la atención de miles de espectadores. Entró hablando por celular, magnética, poderosa, un torbellino, casi avasalladora. Vestía tacones gigantes y jeans ajustados. La reconocí por su cabello corto y lentes tipo Ray Ban. Su playera verde tenía la foto de su hijo Roberto en el frente y la leyenda “Promesa Cumplida” detrás. Mientras hablaba por teléfono, revisó los recados que Carmen había anotado a mano en la libreta del escritorio. Colgó y respondió una ola imparable de mensajes por WhatsApp (el chat grupal de Las Rastreadoras). Otra llamada. Discutió con cierto mecánico porque la camioneta no estaba lista. Aprendí en instantes por sus vociferaciones que el colectivo realiza búsquedas de desaparecidos dos veces por semana y que la camioneta (una camioneta de carga doble cabina) es la que lleva a Las Rastreadoras a búsqueda, es prácticamente una protagonista de este grupo… y que está descompuesta. Casi ninguno de los miembros del colectivo tiene transporte propio y menos uno que aguante los accidentes del desierto y demás parajes recónditos donde Las Rastreadoras buscan fosas clandestinas.
Así recordaré siempre a Mirna: imparable, enérgica, desprendida de sí misma, generosa hasta el extremo y realizando tareas múltiples al mismo tiempo. Todo sucedió demasiado rápido y los siguientes meses así serían: un huracán sin pausa. A los pocos minutos de su llegada, una joven madre con su bebé en brazos revisó las fichas pegadas en la puerta y entró a la oficina.
—Buenos días, me dijeron que aquí me pueden ayudar. ¿Ustedes son Las Rastreadoras del Fuerte? Tengo un desaparecido, pero desapareció en Baja California.
—Sí, mija, nosotras somos, bienvenida —dijo Mirna—. Pásale. Siéntate.
Mirna sacó un formato de desaparición en blanco del montón de papeles apilados en el escritorio.
—Lo primero es hacerte una ficha. No importa que haya desaparecido en otro estado. ¿Cómo se llama? –preguntó Mirna.
—Se llama “_”, es mi papá —respondió la joven.
—Te voy a pedir algunos datos Mija, esta información no la compartimos con nadie, es sólo para ayudarte a buscar a tu papá. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste? –preguntó Mirna mientras iba llenando el formato a mano.
—Fue en enero. Mi papá hace ya mucho se volvió a casar y se fue a vivir a Rosarito. No teníamos mucho contacto con él, pero nunca pasó tanto tiempo sin comunicarse.
—¿Sabes si lo levantaron? ¿A qué se dedicaba?
—Mi papá tenía unos baños públicos en la playa de Popotla y un puesto de pescado. Entonces mi hermano fue a buscarlo ahí. Los baños los encontró abandonados, destruidos. Nadie le quiso decir nada. También desapareció la esposa de mi papá.
—¿Tienes contacto con la familia de tu madrastra?
—La verdad no. Allá nadie quiso decirle nada a mi hermano, la gente tiene miedo de hablar. “Acá es normal que desaparezcan a la gente”, fue lo único que le dijeron. Sólo sabemos que trabajaban su esposa y él en los baños. Era su negocio. Mi abuelita, la mamá de él, falleció aquí en Los Mochis hace tres meses y él no vino al funeral, por eso creemos que le pasó algo.
—¿Tienes una foto de él? También nos van a hacer falta sus señas particulares: lunares, tatuajes, perforaciones, arreglos que le hayan hecho en los dientes, fracturas, cicatrices, placas
—No. Ahorita no me acuerdo y ya tengo que pasar a recoger a mi otro niño. ¿Me puedo llevar la ficha y la lleno en casa?
—Está bien. Vente mañana. ¿Ya pusieron una denuncia Mija?
—Todavía no.
—Mira, lo primero que debes hacer es sacarte la prueba de ADN. Nosotras te podemos hacer la cita en la Fiscalía para que te atiendan rápido, tienen que ir tu hermano y tú. Puedes hacerte la prueba aún si no has puesto la denuncia, pero te voy a recomendar que la hagas. Ya con la denuncia, pediremos una colaboración con el Estado de Baja California, para que puedan dar seguimiento al caso desde aquí, sin dar vueltas y vueltas hasta allá. Mientras, te hacemos la ficha de tu papá de todas formas y la difundimos en redes, por si alguien lo ha visto y nos puede dar informes.
—Ya me tengo que ir a recoger a mi hijo, regreso mañana. Gracias –dijo la joven cargando al bebé, con una mezcla de prisa, saturación de ideas o quizás, temor.
La joven no volvió al siguiente día ni los siguientes. Pensé en el video de Mirna cuando encontró a su hijo Roberto: estaba rodeada de mujeres. ¿Por qué la labor de buscar a los desaparecidos recae en las mujeres?, me pregunté. ¿Dónde están los hombres? ¿Por qué no las ayudó la policía? ¿Por qué esta joven no acudió primero a la policía? ¿Sería por miedo o desconfianza? Si tuvo el tiempo de venir aquí, también habría podido ir a la Fiscalía. “Aquí es normal que desaparezcan a la gente” …atroz. Quizás simplemente no volvió porque tendría que elegir entre cuidar a sus bebés y buscar a su padre desaparecido.
Mirna me asignó mis primeras tareas antes de partir al taller mecánico a reclamar la compostura de la camioneta: digitalizar la pila de fichas que hay en el archivo o traspapeladas por todos lados (Carmen no sabe usar la computadora) y reemplazar las fichas ya viejas de los ventanales por casos más recientes.
Todo el día transcribí fichas. A muchas les faltaba la foto o tenían datos incompletos. En la semana llamaré a los teléfonos registrados para completar la información. Supongo habrá muchos casos como el de la joven, en que los familiares no tendrás los datos a la mano, o tiempo para buscar o tendrán miedo de hablar… No lo sé.
Por la tarde, Mirna me llevó a la casa donde vivió con Roberto y su otro hijo Diego. Actualmente la casa está desocupada. Viviré donde vivió Roberto. Su foto cuelga, enorme, en la pared de la sala (es la misma foto que lleva Mirna en su playera verde).
—Te vas a quedar solita Mija, yo vivo en la casa de mi esposo. Pero usa todo lo que quieras, hay comida en el refri, internet y lavadora, usa lo que necesites. En la noche te encierras y no salgas –dijo con prisa.
La generosidad es un rasgo fundamental de Mirna: no la conocía y me dio las llaves de su casa. Es así con todas las personas: da a manos llenas.
No podía dejar de pensar en los rostros, nombres, fechas de nacimiento y desaparición de tantas personas, pensar que las desapariciones no paran. Fue la primera de muchas noches de insomnio.
Le pagaban con coca
Jueves 1° de agosto
La oficina tiene lo indispensable, pero la falta de recursos es evidente: falta papel de baño, el lavamanos gotea, las palas y picos que se usan para localizar fosas clandestinas están oxidados y sin filo. No hay plumas para escribir. Eso sí, la bodega está llena de ropa, despensas y hasta juguetes que Las Rastreadoras recolectan para regalar a personas necesitadas.
Una hora después de imprimir fichas, la tinta se acabó. No había dinero para comprar otra. Me sentí frustrada, pero me dediqué a pegar en la puerta las que hice ayer. Después de poner tantos carteles en los vidrios y ventanas, me invadió la tristeza y un vértigo hizo borrosos los nombres y los rostros de los desaparecidos, eran demasiados. Faltaba espacio para pegarlos todos (la mayoría hombres, entre 17-25 años) y eso que no había terminado de digitalizar todas las fichas.
Entonces llegó a la oficina una mujer con sus dos nietas juguetonas y su marido. Las niñas cambiaron mi aire mareado por alegría.
—¡Buenos días, Plebes!4
—¡Buenos días, Fina! —dijo Carmen y nos presentó.
—Cambiaron de lugar a mi hermano —dijo Fina, señalando una de las fichas en la pared.
Se trataba de Luis Reynaldo, desaparecido el 17 de enero de 2018. Fina acarició amorosamente la foto de su hermano, como si pudiera tocarlo a él. Entonces entendí que cada ficha cuenta, detrás de cada persona desaparecida hay una familia.
Fina tiene el cabello largo, teñido de rubio, uñas pintadas, gruesa capa de maquillaje, labios color rojo. Es rápida para la sonrisa, transparente y directa.
—Ay, mi hermanito. Aquí sale con su guitarra… Éramos, somos inseparables —esta lucha verbal entre el tiempo pasado o presente, la muerte o la vida, se le atoró en la garganta, la hizo dudar, porque un desaparecido no está vivo ni muerto—. Somos —corrigió— inseparables…
—¿Su hermano es músico? —preguntó Carmen.
—Sí, toca la guitarra, pero también el bajo y el acordeón. Trabajaba en la Central de Abastos, tocando. De ahí lo sacaron los jefes.
El marido de Fina se llevó discretamente a las niñas a la cocina, para que no oyeran la conversación.
—¿Los sicarios? —pregunté.
—No, los comandantes, los jefes de policía. Se lo llevaban a tocar a sus casas de seguridad, ya ve que en esas casas de seguridad se encierran por días enteros.
—¿Casas de seguridad? ¿Y para qué querían a su hermano? —dijo Carmen.
—Es donde se encierran los jefes cuando andan escondiendo algo o a alguien o cuando tienen alguna misión especial… Se encierran por días y pues necesitan entretenimiento: músicos, prostitutas, droga, todo lo que quieran… Se lo llevaron para que tocara tres días ahí con ellos, como no pueden salir… Lo malo es que no le pagaban en efectivo sino con droga y ellos tenían lo mejor de lo mejor. Yo no me hago pendeja, sé que los músicos andan en eso, que consumen, pues, para aguantar. Pero que le pagaran con droga fue su perdición. Mi hermano sí consumía, de menos yo sabía que consumía cristal y coca.
—¿Cómo puede saber? ¿Lo vio? —preguntó Carmen—. Yo a mi Eddy nunca lo vi ni fumar.
—Por el olor. El Cristal huele como a raticida y se ve en los dientes. Se les pudren los dientes. Se puso flaco. O llegaba apestando a coca, es otro olor, no sé cómo decir, se notaba, no dejaba de sonarse la nariz, como si algo le picara. Se la pasaba rechinando los dientes. Le decía: andas todo empericado. Él lo negaba. Le decía: a mí no me haces pendeja, apestas, le decía yo. Fue mi culpa, fue mi culpa, si le hubiera puesto más atención a su problema de drogas…
—A veces, como madre, una no sabe lo que hacen los hijos, muchas veces los Plebes delante de uno son de una forma y detrás de otra. En mi casa mi hijo Eddy nunca fumó ni un cigarro de los normales —insistió Carmen.
—Yo sí me daba cuenta –dijo Fina. El problema es que como le pagaban con droga, pues la empezó a vender. Pero era de la buena, de la prohibida, de la que sólo traen los altos mandos. Ya ve que no se puede vender droga de un bando en el territorio de otro. Hasta le ponen colores diferentes o sabores: de uva, de durazno, la mezclan con polvitos de esos para hacer aguas de sabor. Lo hacen así para disfrazar el aroma, pero también para distinguir cuál droga es de cuál bando. Además, la vendía a granel.
—¿A granel? —Sí, le pedían: “véndeme 20 pesos, 50 pesos, una grapita de a cien”. Así no funcionan las cosas. Creo que lo levantaron por eso, por andar de tirador a granel.
—Ya tiene más de un año que lo desaparecieron. La que está muy mal es mi mamá. El otro día llegué y había cocinado albóndigas, un montón de albóndigas, dijo: “si Luis Reynaldo llega, va a tener mucha hambre…” Yo no puedo con eso, me duele demasiado. La familia se desmoronó: se acabaron las reuniones, se acabó la música —dijo Fina, pero el llanto le ahogó las palabras.
Las nietas y el marido de Fina, quienes habían estado jugando en el cuarto de al lado, reaparecieron —táctica para que Fina dejara de llorar.
—Bueno, ya nos vamos. Nada más pasé a saludar a Mirna y ver si hay noticias. ¿Va a haber búsqueda el domingo? ¿No? Ah, todavía no está lista la camioneta. Ojalá pronto se renueven las búsquedas. Doña Carmen, me avisa si hay que cooperar para la reparación de la camioneta. Niñas, despídanse de sus tías —dijo Fina.
Las niñas nos dieron un beso y se fueron. Me llamaron tía y me sentí abrazada por una ola de calor. Dos días aquí y ya me hicieron sentir parte de la familia. Eso me ayudó un poco a digerir el peso de lo recién aprendido. Aprendí que alguien no desaparece, sino que “es” desaparecido.5 Con razón Fina contó su historia en susurros. Las personas tienen miedo y no confían en la policía. En este caso, Fina señaló a la policía como presunto autor de la desaparición de su hermano.
¿Qué diablos haría yo si mi hermano “fuera” desaparecido? ¿Me importaría lo que hubiera hecho o dejado de hacer? No. Lo buscaría sin descanso hasta encontrarlo o hasta mi muerte, lo que llegara primero. ¿Le ocultaría los hechos a mi madre? Mi madre no tendría paz nunca hasta que lo halláramos. Mi madre seguiría cocinándole albóndigas en espera de su regreso. Y no hablaríamos de él en pasado, porque estar desaparecido significaría no saber si está vivo o muerto.
Cada ficha en la puerta es una persona que fue víctima de desaparición forzada y cada persona cuenta. Cada una de las personas cuya ficha está pegada en estas paredes tiene una familia que la está buscando. Detrás de cada una, hay una historia. Poco a poco iría conociendo cada caso. Los rostros que primero sentí como fantasmales son en realidad un símbolo dual: la esperanza, una lucha contra el olvido, la evidencia de que el ser querido aún es buscado y esperado por su familia. Por otro lado, representan la tragedia de la desaparición. Entendí que esta oficina es el centro de un microuniverso. Es un faro en la desesperanza, pero la oscuridad que intenta romper es densísima.
Antes de irse, Carmen observó las puertas de cristal.
—Mija, no está la ficha de mi sobrino.
—¿Tiene un sobrino desaparecido?
—Sí, se llama Jesús Enrique, es el hijo de mi hermana. Desapareció en el 2015, casi en Navidad y mi hermana se unió a Las Rastreadoras desde hace mucho, aunque casi no va a búsqueda ni viene a la oficina.
La esperanza se sostiene de hojitas de papel bond y palas…
Busqué la ficha de Jesús Enrique en la computadora, pero no estaba, así que, con ayuda de Carmen, la volví a hacer y la pegué en la puerta. Ojalá no haya más fichas antiguas traspapeladas
______________________
Notas:
1 “Después de tres años, Mirna encontró a su hijo”. Canal NoroesteTV. En internet: consultado el 27 de enero de 2021.
2 Las Rastreadoras del Fuerte tiene una página de Facebook: https://www.facebook.com/Las-Rastreadoras-del-Fuerte267629457048946
3 Mija es una contracción de “mi hija” y es un apelativo cariñoso, ya sea al hijo propio o a una persona más joven. Es un término informal común en México.
4 Plebe es un regionalismo norteño y un apelativo cariñoso. Aunque el origen de la palabra es peyorativo, en el norte de México tiene una connotación cariñosa: se utiliza para dirigirse o nombrar a niños chiquitos o a un grupo de amigos.
5 Aquí empieza otra interesante y triste variación verbal. Desaparecer se convierte en un verbo copulativo: ser desaparecido, estar desaparecido.
______________________
Denisse Pohls (León, Gto.1986) es poeta, periodista, fotógrafa y buzo. Ha publicado los poemarios Navíos, Hora Pico, Eres Delicioso, el poemario para niños La Isla Azul Poemarinos y el álbum ilustrado para niños Guacamayo y sus pelos parados. Creadora del proyecto Poesía Itinerante que promueve poetas mexicanos desde 2014. Becaria del PECDA Guanajuato 2021. Actualmente trabaja en el libro para niños Macabras leyendas en verso de la Niña Momia descalza. Licenciada en Periodismo por la Escuela Carlos Septién.
_______________________
Foto: Denisse Pohls. Diseño de portada: Lalo Jiménez.
______________________
Fragmento del libro Hasta encontrarte publicado en Tropo 28 , Nueva Época, 2022, con autorización de la autora.