Rosa López
Este ensayo narra el tortuoso camino que han de emprender quienes anhelan ser padres adoptivos. Representa el esfuerzo de diez años de un arduo trabajo interior por parte de la autora y pretende explicar de forma comprensible todos los aspectos involucrados en la maravillosa aventura que culmina con la formación de una familia creada mediante un parentesco legal.
Sarabia Franck señala que la esencia es la misma que la de una familia biológica creada mediante un parentesco consanguíneo. Lo único que cambia es la forma en que llegan los hijos. La historia confirma este señalamiento. Un aporte de los romanos, dice, fue considerar el derecho que puede ejercer la persona que no haya podido tener hijos, para establecer una relación civil paterno-filial imitando a la naturaleza. “Adoptio est legitimus actus, naturam imitans, quo liberos nobis quaerimus”.
Desde el título se adivina la vocación provocadora de la autora. Es complicado entender qué pueden tener de malo sus genes como para merecer esta exclamación de agradecimiento. Ella explica que no alude a las unidades de almacenamiento de información genética que se heredan a la descendencia, sino a lo que denomina genomas emocionales, es decir cargas y lealtades legadas por los ancestros. Me pregunto si dichos legados por ser de índole cultural, no serán inevitablemente aprendidos. Esta cuestión merece un debate. Yo creo que aunque los niños no se menearan con nuestros gestos, cargarían con nuestros dioses y nuestro idioma, y les transmitiríamos nuestras frustraciones con la leche templada (para seguir parafraseando la canción). Pero también se verían arropados con el cariño, respeto, cuidado y responsabilidad que nacen del acto de amar.
El valor principal del texto es la trasmisión genuina y generosa de la experiencia vital de una mujer que no tiene temor de mostrar los rincones más íntimos de su corazón. Comparte sus dudas, frustraciones y enojos, pero también sus ganas de luchar, su rebeldía y su tenacidad. En realidad, son innumerables los requisitos para adoptar a un menor, muchos y difíciles de cumplir, además de que el procedimiento es complicado y costoso. Pero es lógico que el Estado tome medidas que garanticen que las adopciones se lleven a cabo en consideración al interés superior del niño y al respeto de sus derechos fundamentales, así como para prevenir la sustracción, la venta o el tráfico de niños. Evidentemente el espíritu de la ley es proteger al adoptado, ya que así como hay heroicos Valjeans, también hay monstruosos Thénardiers.
Siempre es mejor hacer las cosas bien, pero como parte de la cultura de la ilegalidad existe una cifra negra de personas que venden, compran o regalan niños. Por eso es preciso satisfacer todos los requisitos para saber si los padres son idóneos, de manera que se pueda evitar que quienes ya han sufrido un maltrato o un abandono, lo vuelvan a sufrir. Hay que pasar una serie de exámenes psicológicos muy intensos, fuertes y minuciosos. Hay que presentar un reporte financiero-económico detallado y actualizado. Hay que estar a disponibilidad de las autoridades. Hay que tomar un curso de educación paternal. Existe una gran cantidad de niños recluidos en orfanatos y en instituciones benéficas, así como incontables personas deseosas de adoptarlos y habría que agilizar este proceso.
Este libro es breve, sencillo y didáctico. Señala las dudas, pensamientos negativos, y condicionamientos erróneos que invaden la mente de la pareja y aumentan las contradicciones de un proceso ya de suyo complejo. Enfatiza la necesidad del desarrollo personal de los padres e invita al conocimiento de uno mismo para deshacerse de inseguridades, prejuicios y tabúes antes de pensar en tener hijos, ya sean biológicos o adoptivos. Siguiendo esta línea de pensamiento, la Convención de la Haya reconoce que para el desarrollo armónico de su personalidad, el menor debe crecer en un medio familiar, en un clima de felicidad, amor y comprensión. La adopción puede presentar la ventaja de dar una familia permanente a un niño o una niña que no puede encontrar las condiciones necesarias en su familia de origen, pero es preciso establecer garantías para que las adopciones tengan lugar en las mejores condiciones e instaurar un sistema de cooperación entre los Estados que asegure el respeto a dichas garantías y, en consecuencia, prevenga conductas en agravio de niños vulnerables.
En un lenguaje llano y coloquial esgrime buenos argumentos contra los desafortunados comentarios de buena fe, pero cargados de ignorancia que suelen hacer las personas pretendiendo aconsejar a los adoptantes. Comentarios como: “se van a ganar el cielo por la labor social que están haciendo”, o “sepa la bola cómo va a salir ese chamaco”, son comentarios plagados de prejuicios éticos y morales, que lo único que consiguen es aumentar la confusión. Las motivaciones para adoptar un niño o una niña, aunque altruistas, están basadas en una necesidad de trascendencia, en la búsqueda de un sentido de vida; y los beneficiados son todos los miembros de la familia por igual.
En lo que se refiere al riesgo inherente, tener hijos es siempre una apuesta. La realidad es que debemos concebir a la persona como valiosa, no por sus rasgos físicos y psicológicos, sino porque su existencia es un milagro en sí misma. El temor no superado a contradecir absurdos estándares de belleza podría impedir a una pareja entregar a una criatura todo el amor que lleva adentro, educándola, formándola e instruyéndola. Negar la oportunidad de que este halo de esperanza entre a la familia es un verdadero desperdicio.
Oscilando entre la desesperanza y la fe, la autora se dio cuenta de que cuando comenzó a creer que no existían las casualidades ni los accidentes, pudo enfrentar los incontables tropiezos y disipar las ominosas nubes. Comprendió que puede quererse entrañablemente a alguien que no sea de la propia sangre, que el amor es una decisión que se toma todos los días y que nace de la convivencia diaria. Aprendió que los hijos que llegan por adopción y crecen en un ambiente adecuado, a quienes se les habla con honestidad, son personas con un potencial inimaginable, porque han tenido que enfrentarse tempranamente a ciertos retos y preguntas fundamentales de la vida: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿a dónde voy? Entendió que aceptar, reconocer y aplaudir el origen de sus hijos les daría una alta posibilidad de tener un destino exitoso. Por fin salió el sol. Aferrada a los hilos rojos irrompibles que la unían a las lindas manitas que le estaban destinadas, encontró dos hermosos regalos de la vida. A sus grandes maestros en el arte de amar. A sus hijos. (Gracias a Dios no tienen mis genes. Página seis editorial, 2019, 108 pp.)
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Reseña publicada en Tropo 23, Nueva Época, 2020.