Alan Ojeda. La bruja habla de mi dualidad, de mi lado femenino

 

Fernanda Montiel 

 

Cuando uno lee La caída de las brujas (Ed. Textofilia, Colección Lumía, 2019) de Alan Ojeda (1979), da inicio a una profunda reflexión sobre la historia de la humanidad en un punto sensible de la imaginería histórica: la bruja desde sus ángulos más horrorosos hasta sus posibles momentos de iluminación y fantástico colorido, y con todas aquellas características que han sido motivo de leyendas, mitos y verdades, entre la ficción y el testimonio.

En este breve ensayo antropológico, Alan Ojeda —estudioso del tarot, y de la herbolaria (en Tepoztlán), e impulsor de la medicina ancestral mexicana y el conocimiento de las tradiciones chamánicas— nos presenta un compendio histórico de los personajes brujeriles más representativos y sus orígenes, desde las cuevas en el Paleolítico Superior hasta nuestros días.

Este libro hace un veloz recorrido desde la hechicería más primitiva hasta la magia del Neolítico y su presencia en las grandes civilizaciones —Mesopotamia, Egipto, Creta, Grecia—. Aquí está Isis, Osiris, Hécate y Circe; la Era del Oráculo, Delfos, Apolo, la Santa Inquisición, el caldero y la hoguera (cuando la bruja fue exterminada); pero también su herencia en América, sin faltar María Sabina (Huatla de Jiménez, Oaxaca), una mujer de poder e influencia en el chamanismo mexicano, guía ceremonial, guardiana del fuego sagrado y conocedora de la medicina tradicional zapoteca y mazateca, cuya sabiduría sigue reconocida desde su ausencia.

“El arquetipo típico de la bruja proviene de Medea, ya que comparte la condición de mujer autónoma, solitaria e inusual. Su figura sería fuente de inspiración para autores de la talla de Eurípides y Séneca” (p. 21). A partir de ahí el investigador trata de entender el tejido de señalamientos y juicios en torno de este sujeto que puede cambiar el estado físico y sicológico de las personas a través de prácticas existentes desde la formación de la humanidad misma, como por ejemplo, la preparación de sanadores brebajes.

Mediante una documentación que llevó al autor al conocimiento de los principales nombres que dan sostén a la historia de las brujas, Ojeda testimonia los mitos, la imaginería ritual, lo ceremonial, y el exterminio de estos personajes que inquietan debido a sus conocimientos profundos de medicina, anatomía, botánica, alquimia y por la transformación de la energía en procesos y estados de conciencia avanzada.

Con un lenguaje directo, una visión objetiva y cierto rigor metodológico que apela a la realidad histórica, el escritor indaga en espacios espeluznantes donde muestra la fantasía pura, las historias plenas de horror sin miedo, las acciones de terror casi intrínsecas a la humanidad. Y en este retrato, la bruja típica también representa una especie de espejo de nosotros mismos que nos lleva a preguntar ¿quién es más brujo: el que practica hechizos o el que incinera vivo a ese practicante?

 

De Transilvania a Playa del Carmen

 

“Hice un viaje a Transilvania movido por este personaje y por el encuentro con los lobos de ese lugar —revela el también publicista y especialista en comunicación y estrategias digitales que radica en Playa del Carmen—. Fui a buscarlos, y encontré a una persona en Zărnești (un pueblo de Rumania), quien me dijo: mi esposa puede ayudarlo. Así, fui a la casa de una mujer sabia, quien sin saber de mí, me comentó asuntos de mi pasado y de mi presente, y afirmó: vas a escribir un libro sobre esta experiencia y tienes que regresar aquí. Por ello empecé a indagar, muy curioso, en estos personajes”. Desde Transilvania, Alan registra, documenta y nos lleva de la mano por una investigación cuyo resultado es la redacción de este estudio.

Formado en una familia de lectores, con diferentes influencias literarias — desde Herman Hesse (leído por él a los once años) a Levi–Strauss, entre otros, pasando por José Vasconcelos y La  raza cósmica (uno de sus libros favoritos)—, el autor recuerda con emoción la Biblioteca del Terror, una colección de 180 libros que vendían en los puestos de periódicos de la ciudad de México, que aún conserva desde hace más de 30 años, así como la curiosidad y cierta atracción por las historias de los monstruos, los hombres lobo, el Gólem, Drácula, Frankenstein, las momias, los fantasmas.

Pero sobre todo, la luna, hacia la cual confiesa una incontenible atracción. “La bruja habla de mi dualidad, de mi lado femenino como persona; en algunos rituales chamánicos en los que he participado, en mi ensueño aparece un lobo siempre, y en algunas ceremonias lo veo. Una vez, en un ritual, un marakame wirrarika (sacerdote o chamal huichol) me dijo: a ti se te apareció el lobo, porque tú le aúllas a la luna, le aúllas a la mujer. Entonces, me inspira la bruja y no los brujos, lo cual tiene que ver con una conexión de mi dualidad y de mi conexión con las plantas. El brujo como personaje siempre me maravilló desde pequeño. Mi padrino era un brujo y siempre he creído, también, en el esoterismo y la clarividencia. El lobo es mi animal de poder”.

La bruja es “un ser de muchas caras, con connotaciones oscuras; pero yo nunca quise retratar a la bruja como ese ser malo que hace pacto con el diablo, aunque esa parte es inherente a esos personajes; a fin de cuentas, no es esa bruja satánica la que se conoce hoy en día (que no siempre fue mala) sino de la que habla de la dualidad, de la luz y la oscuridad, y de cómo lidiar con ese lado. Me gusta la celebración de la muerte”.

Aún estudiante y bajo la tutoría de Manuel Pereira, Ojeda encontró un camino para editar este libro en formato impreso, como una resistencia ante la cultura visual cuya influencia es totalizadora: “un libro es atemporal, no caduca, es diferente de la música o de otras manifestaciones artísticas; yo crecí entre libros”. Además, La caída de las brujas “es como una misión encargada de mi padrino desde el más allá, canalizada a través de esta mujer en Transilvania, pues en ese momento ella interpretó el mensaje de él para decirme que debía hacerlo. Este ensayo es parte de esta misión. Ella fue la que me dijo: tienes que venir cuando lo termines, tienes que regresar porque vamos a volver a contactar de nuevo con tu padrino para cerrar un ciclo. Ella habló como médium y me dijo todo; fue muy fuerte.”

“No creo en las coincidencias —asegura—. Si yo toqué su puerta, ha sido por algo, y regresaré el próximo año a Transilvania con este ensayo, a un pequeño pueblo llamado Zărnești, bajo Los Cárpatos, como a seis horas de Bucarest. Es un viaje increíble en tren desde la capital a la falda de la montaña, donde durante la segunda guerra mundial se fabricaban armas. El sitio tiene una energía especial, es rico en historia y sus pobladores siguen fieles a sus creencias pasadas. Recuerdo que cuando llegué había un cortejo fúnebre. El padre bendecía cada crucero de calles. En la zona hay pueblos con muchas cruces, que avientan a lagunas y ríos para limpiar a los malos espíritus. Cuando fui, había sido eliminado el comunismo y los jóvenes querían salir del país y los adultos querían al comunismo; mientras tanto seguían conservando sus tradiciones, sus creencias. Fue como viajar al pasado, como otro tiempo, una nostalgia rara, energéticamente es fuerte el lugar”.

La bruja en Occidente es un icono definido, pero en nuestro país, Alan Ojeda reconoce un concepto muy distinto: la chamana, la curandera, la sanadora, la partera, la sobadora. “Quizá —comenta—, el punto donde confluyen las brujas de Europa con las de América es con la Santa Inquisición, es el único cruce. Cuando fueron juzgadas las mujeres de conocimiento, también aparecen figuras como El Nahual y estas prácticas de metamorfosis y transformaciones. Yo iba mucho al El Chico, en Pachuca, donde nos contaban historias de mujeres que se transformaban en animales, guajolotes que en la noche se paraban en las copas de los árboles y se robaban a los niños, y hay personas que aseguran tener la capacidad de convertirse en animales”.

¿Y el miedo? “No tengo miedo a lo desconocido, es más curiosidad que miedo. No le tengo miedo a la bruja ni a lo desconocido, es curiosidad de conocer más, por ejemplo, sobre plantas, de herbolaria. Nunca he pensado en el miedo si veo un lobo. Solo quiero descubrir, y esa curiosidad me mueve a seguir investigando y seguir aprendiendo. Todos vamos a morir: hay que fluir”.

 

Fernanda Montiel. Periodista y coreógrafa, temascalera tradicional, promotora cultural. Preserva y difunde tradiciones ancestrales. De linaje indígena, comparte enseñanzas de sus abuelos mesoamericanos. Cuenta con publicaciones en diferentes periódicos y revistas, es creadora de metodologías de auto conocimiento y auto sanación. Dirige su propia empresa: Grupo Temascalli. Radica en Playa del Carmen.

 

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Entrevista publicada en Tropo 22, Nueva Época, 2020.

 

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