Arazú Cortés
Con un estilo entusiasta y motivador, que apela en lo posible a la cercanía empática del lector (a), nuestra nueva colaboradora, Arazú Cortés, nos enfatiza en el siguiente texto la importancia de utilizar al máximo la fuerza de la energía sexual para liberar al individuo de las cadenas de prejuicios de la mente y potenciar así las inmensas posibilidades creativas del individuo y su conciencia.
Comenzar esta aventura de escribir sobre la energía sexual en relación con la energía creativa —y yo con el Eros presente—, me llena de entusiasmo. Intentaré contagiarte de él para que te animes a ser un lector activo en este viaje. Quiero invitarte a participar en el siguiente experimento que estoy segura te brindará una experiencia nueva y que puede ser entretenida.
De las limitaciones de la mente a la imaginación creativa
Vamos a jugar con la mente. Como ella no puede distinguir lo que es real de lo que no lo es, generalmente estamos reviviendo historias o imágenes del pasado, una y otra vez, en el presente, y la mente las vive como si estuvieran sucediendo ahora, esto para asegurarnos un futuro predecible que nos mantenga en nuestro espacio conocido, comprobando creencias, pensamientos e hipótesis viejas, para que, podamos seguir siendo adictos al estrés que nos produce el miedo, la desconfianza, el creer que no somos suficientes, la certeza de que la vida es peligrosa y de que el hacer es lo que nos hace ser y nos da valía, aunque, para colmo nunca es suficiente. Es triste, doloroso e impotente el futuro construido a partir de esos patrones del pasado. ¡Esa no es la realidad que merecemos!
Vamos a jugar entonces con la mente; hagámosla vivir una historia entretenida y con posibilidades creativas hacia una aventura diferente. Intenta llevar tu atención a tu respiración y sólo quédate en ella, inhala, exhala y déjate estar. Tómate tu tiempo.
Ahora observa dónde está ubicada tu energía creativa, esa que no viene de la cabeza, que no es una idea o un pensamiento; esa que viene de las entrañas, el impulso que nos trae a la vida y nos mantiene en ella. ¿En dónde sientes la pasión en tu cuerpo?
Baja tu atención a la zona de la pelvis, respira desde ahí y date cuenta si te es fácil o no sentirla y sentirla viva, respirando. Sólo date permiso de sentir, sin juicios, sin expectativas; sólo atrévete a sentir, sin más. Permíteme invitarte a cerrar los ojos. Vayamos a África e imagina que somos parte de una aldea escondida en la naturaleza, viviendo en casas de tierra y techos de paja, descalzos y sintiendo nuestros pies en contacto directo con el suelo.
Llueve y huele a tierra mojada, y su color rojo se pone más intenso, el verde de los árboles es brillante. Estamos en un lugar donde por las noches el cielo es negro y las estrellas nos cubren, dándonos la sensación de que están al alcance de nuestras manos. Y permítete sentir que eres parte de ese lugar, que perteneces a esa tribu.
Abre tus sentidos y escucha los grillos, el sonido de la naturaleza, el crujir de las ramas. Sólo ábrete a estar presente y escucha, siente, huele.
Si sólo nos dejamos sentir y permitimos que nuestra mente crea que eso es real, ¿cuáles son las sensaciones que percibes en ti? Tómate tu tiempo y sólo déjate estar, y cuando creas que es suficiente, regresa a ti, regresa al lugar donde comenzaste el viaje y sigue sintiendo tu respiración, escucha los sonidos de tu presente y poco a poco abre los ojos, busca papel y escríbelo o píntalo y crea tu propia historia a partir de tus sensaciones.
Lo que te propongo es sólo un juego, una invitación a participar en esta aventura como cuando siendo niños nos atrevíamos a ser bomberos, astronautas, cazadores, maestras, médicos o tal vez escritores.
Jugar a estar conectados con el instinto, a ser parte del reino animal.
Conectándose con la energía sexual
En distintas tribus cuando los hombres salían de cacería, todos se juntaban al rededor del fuego para cantar y danzar.
El ritual duraba toda la noche, conectándose con la tierra, olvidándose de la mente analítica, de los pensamientos del pasado y del futuro.
Sólo sentían el fuego, la tierra, la vibración de su voz y la fuerza de ellos y de su tribu.
Se conectaban con sus instintos, con sus sentidos, con su poder, estando presentes en el aquí y en el ahora. Sólo así podían estar atentos a los sonidos de la naturaleza, ver las huellas, oler a su presa, cazarla y regresar a salvo.
Danzaban y entraban en un estado de trance para callar la mente, para conectarse con el instinto básico de la sobre vivencia.
El instinto animal empodera, los hace cazadores, les salva la vida y les ayuda a salvar a su especie.
El instinto no vive en la cabeza, no es la intuición, no son las creencias, no viene del raciocinio.
El instinto viene del cerebro reptiliano, el primer cerebro, el que los animales de sangre fría tienen y que desde su aparición conservan los mamíferos, el que no tiene que ver con los vínculos (ese es el segundo cerebro, el límbico) ni con la razón (el tercer cerebro neocórtex); es el cerebro reptiliano que tienen todos los animales para sobrevivir, el que los mantiene con vida.
Este impulso básico del que hablo, el más primitivo, el de la sobre vivencia, conecta con la tripa y los genitales.
La energía sexual es entonces la energía más animal, más básica, y tiene que ver con la permanencia en la vida.
La energía sexual está relacionada directamente con el instinto.
Mientras más libre es la energía sexual, más fuerza y poderío tenemos para sobrevivir.
Los animales tienen una sabiduría nata, que no cuestiona. Tienen una época de apareamiento, y ahí está su energía sexual; una época de cacería, y ahí está su impulso; una época de descanso, y ahí está su atención y, por consecuencia, su energía. Al usar su instinto, los animales no abusan, no violan, no tienen dolores de cabeza ni viven con estrés, ni reprimidos, ni furiosos, ni con sed de venganza; y mucho menos viven en libertad muertos de miedo. Entonces, me pregunto: ¿por qué el ser humano tiene tanto miedo a su instinto animal, a su libertad, a su sabiduría básica?
Hemos creído que si nos dejamos llevar por el instinto nos volvemos salvajes, irreverentes, irresponsables e incapaces de vivir en sociedad.
Yo lo cuestiono: ¿y no será que reprimirlo de ninguna manera hace que desaparezca, sino más bien se distorsiona y se expresa de maneras arrebatadas, violentas, incoherentes, sin responsabilidad, con estrés y somatizaciones? Nos convertimos en animales de circo necesitando un domador, con tal de que nos cuiden, nos den un espacio, una pertenencia, nos alimenten y nos hagan acompañados y protegidos pagando el precio de nuestra libertad.
Cuando tratamos de domesticar este impulso, entonces atrapamos nuestra fuerza, nuestra conexión con la tierra, nuestro instinto para estar en la vida.
Atrapamos la creatividad, la libertad, la abundancia.
Nos llenamos de fantasías y prejuicios hacia la sexualidad y hacia las emociones que se alojan en las vísceras, las que son calientes, las que se alimentan del fuego, como la pasión que incluye el enojo. Las tratamos de domesticar con un miedo que enfría, con una tristeza que nos inunda y apaga el fuego, y nos convertimos en nuestro propio entrenador.
Fuimos adiestrados en la infancia con los miedos y los juicios de nuestros ancestros, y en la edad adulta nos convertimos en nuestro propio verdugo con las creencias y voces internas del “deber ser”, el tener qué, o simplemente asumiendo que así nos tocó, reaccionando con patrones que se vuelven neuróticos, usando la inconsciencia para no hacernos responsables de nuestro destino.
Nos robamos el poder, nos mantenemos tibios y a veces hasta fríos en la vida.
En busca del cuerpo total y el despertar de la consciencia
Perdemos la oportunidad de conectarnos completos, no por partes, pues sin fuego el corazón vive asustado y trata de agarrarse de algo, generalmente del pensamiento o la fantasía; idealizamos, intelectualizamos, repetimos experiencias pasadas como posibilidades únicas y las traemos al presente como realidades actuales, o usamos como alternativa la espiritualidad, la pertenencia a una religión, las prácticas meditativas, rezos, rituales, lecturas del futuro, etc., o la sexualidad, creyendo que ser libres es copular cuando y como queramos, sin conexión, sin entrega y sin corazón ni responsabilidad, como si sólo fuéramos un armario con cajones y sólo usáramos el cajón que abrimos.
Es como si tuviéramos que elegir entre vivir con un cerebro o con dos, o sólo estar con uno y una parte de nosotros fuera del cuerpo para alcanzar la espiritualidad, pero no con los tres que nos llevan a la real conexión de la totalidad. Nos disociamos para controlar, y controlamos por falta de aceptación, de confianza en los seres maravillosos que somos cuando nos asumimos completos, con nuestra luz y nuestra sombra, tomando responsabilidad y recuperando nuestro liderazgo; controlamos para evitar la entrega total a la vida, para evitar confiar en ella y en su flujo, que es sabio y fluye solo.
No somos sólo corazón, mente o espíritu. Tenemos un cuerpo. Somos todo.
Y si tenemos un cuerpo, si pertenecemos al género animal, somos también eso. Entonces, necesitamos recuperar ese potencial para ser seres completos, plenos, creativos, generosos, abundantes, compasivos, agradecidos y libres, conectados con la tierra, pertenecientes a ella de una manera coherente, responsable y consciente.
Tomemos nuestro lugar en ella desde nuestra totalidad, y desde la tierra, usando la simbología de la tierra como la madre, lo femenino; ahí es donde habita el fuego, la fuerza, el caldero, la matriz, la energía pesada que transforma e impulsa hacia arriba, siempre y cuando le permitamos que suba y conecte con el cielo, que representa el padre, lo masculino, lo sutil, la espiritualidad, pasando antes por el corazón y siguiendo su camino ascendente hasta la razón. Es entonces cuando sucede el milagro del despertar de la consciencia y la autorresponsabilidad, y entonces sí hay una conexión espiritual.
Eso nos lleva a vivir plenos, con todo el potencial creativo que da la libertad del ser total, la belleza del absoluto.
Por eso digo que la energía sexual es el fuego que alimenta el impulso creativo que se necesita para trasmutar y trascender, para crear y manifestarnos, el que genera abundancia y todas las cosas materiales porque es la frecuencia energética más densa, de onda larga y lenta, que hace que viaje a menor velocidad que la luz y se materialice.
Arazú Cortés Padilla. Psicoterapeuta Corporal Core Energetics.
______________________
Ensayo publicado en Tropo 22, Nueva Época, 2020.