Angélica Mercado
“Si quieres conocer una ciudad, camínala”, dicen por ahí con toda razón. Caminando, la calle se palpa, se escucha, se contacta sin tocar. El fotógrafo de calle camina la ciudad para conocerla frente a frente. Es el campo de juego ideal para los fotógrafos, donde te pierdes a propósito y encuentras sin buscar, donde la ansiedad y la paciencia hacen tregua para atrapar momentos significativos e irrepetibles sobre la condición humana y su entorno.
Cuando fotografías la calle te llenas el ojo. Es como un festín semiótico: todo escondido a la vista. La calle está llena de escenas, de actos que elegimos para ordenar en una secuencia única, una sola toma que codifique todo a la vez y debemos hacerlo con luz en una fracción de segundo. “El momento decisivo”, como lo llamaba Cartier Bresson, está ahí, en cualquier instante puede ocurrir y habrá que estar alerta para hacer click justo cuando la imagen mental embone con el espacio y tiempo real. Como decía Lewis Hine: “siempre estoy fotografiando todo mentalmente para practicar”; una imagen creada se proyecta desde antes de tener la cámara en mano, solo queda intentar reproducirla. Caminas, esperas, vigilas, esperas, invocas, esperas, y de repente sucede. Pleno vuelo y has disparado justo en el ojo.
En la calle, más que en cualquier otro espacio, se toman tantas decisiones en tan poco tiempo que se convierte en el desafío que marcará la diferencia en el impacto visual de una fotografía. Cinco grados de inclinación más, centímetros menos a la izquierda o una milésima de segundo después definen el significado de la imagen o lo pierden para siempre. El fotógrafo interpreta el caos que ve y lo compone para comunicar su mensaje; define un plano y un ángulo de toma, mide la luz, la manipula para crear, programa cada toma eligiendo la velocidad, el diafragma y el ISO, todo esto en una diminuta fracción de segundo. En la calle no hay margen para el error ni tiempo para la duda.
El fotógrafo de calle llega con la mente en blanco para darle cabida a la sorpresa; se camufla, se mueve sigiloso con la mirada alerta y el instinto como guía para acechar y actuar. Actuar con respeto y empatía; no se trata de arrebatar imágenes con alevosía, más bien se trata de un intercambio. Tanto fotógrafo como transeúnte son extraños relacionándose íntimamente por un instante que se pretende perpetuar. Es como retratar secretos que solo el fotógrafo atestigua para revelarlo a la memoria colectiva.
Fotografías como La Venus se va de juerga, de Nacho López, han construido el relato visual de la historia social de México. Esta fotografía pertenece a una serie fotográfica que narra el trayecto de una peculiar pareja en los barrios bajos del D. F, “la Venus” y su creador deciden irse de juerga antes de llegar a su destino final, un aparador en Casa Aurora. A través de la serie caminamos con ellos, los vemos en el taller donde el maniquí fue pulido, viajando en camión, bebiendo en una cantina y hasta jugando carambola en la calle; el enfoque narrativo de López y la crítica social que ejercía con humor trazaron el cambio de la fotografía registral a la autoral. A mediados del siglo pasado, se privilegiaba lo mexicano con temas que adornaban la vida rural y el folclor. Lo bonito y el aparente progreso si bien generaron fotografías memorables, tener un ojo en lo documental y el otro en la intención personal otorgaba voz al discurso visual.
¿Y quién mejor que un pata de perro para hablar de la calle? Héctor García creció en el barrio de La Candelaria de los Patos en el D. F., el rincón excluido por la Sra. Sociedad debido a sus peligrosas calles, escenario que García convirtió en hogar desde niño. Deambulaba por los tianguis, la plaza, el día y la noche rodeado de personajes que Javier López bien describe en una de las estrofas de la rola La Chilanga Banda: “pachucos, cholos y chundos, chichinflas y malafachas…”, cómo no hablar sobre la calle si hasta sabía hacerlo en caló.
“El fotógrafo de la ciudad” —como lo llamó Monsiváis— encontró en la fotografía el medio ideal para expresar su cariño y respeto por el barrio y, por qué no, seguir de pata de perro. Su audacia lo llevó a estudiar con maestros como Manuel Álvarez Bravo y Gabriel Figueroa, influencia que marcadamente vemos en su trabajo.
Poco a poco, la fotografía de calle pasaba de ser una práctica informal a una de las disciplinas más completas y exigentes. Ya no solo se trataba de capturar momentos sino de contar la historia inmediata con objetividad, profesionalismo, dominio de la técnica y del lenguaje visual. Alinear el ojo con el corazón y la mente es un tipo de virtuosismo que culmina en estilo y originalidad.
Otro trabajo auténtico es sin duda el de Lázaro Blanco. El gran maestro de la luz parecía tener el ojo calibrado. En sus composiciones hace implícito el papel de la luz como creadora de formas; sabía ver cómo se escabulle y sabía cómo atraparla. Nada se mueve más rápido que la luz y todo cambia a su paso. Para retenerla, habrá que dejarla pasar y hacer lo suyo, así podríamos aspirar a capturar una millonésima de ella, suficiente para el ojo de Blanco, que convertía la sencillez de una banqueta en una especie de haikú fotográfico.
Veía la calle por dentro, donde es sencilla, aparentemente ordinaria como una pared o un niño corriendo y desde esa generalidad abstraía un discurso visual completo. En su trabajo no existen justificaciones artificiales a la casualidad, al desorden, al azar, al comportamiento incierto de los peatones; sus fotografías son resultado de un arduo entrenamiento visual y trabajo intelectual.
La fotografía de calle resulta más compleja de lo que parece. No basta con tener una historia que contar, ser audaz o dominar la técnica. Se trata de aplicar todo a la vez, de disparar en pleno vuelo. A través de la fotografía de calle, más que conocer una ciudad la vemos directo a los ojos.
Angélica Mercado. Fotógrafa independiente, egresada de la Escuela Activa de Fotografía y docente de historia del arte, fotografía y técnicas de laboratorio blanco y negro. Como teórica de esta disciplina, se ha especializado en la difusión cultural de la fotografía.
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Ensayo publicado en Tropo 14, Nueva Época, 2017.