De lo virtual en la fotografía

 

Angélica Mercado

 

Imaginar lo inimaginable es posible.

Fotografiarlo… también.

 

Al ver los retratos de la serie History re-purposed de Keith Cottingham es inevitable reflexionar sobre lo virtual en la fotografía y el rumbo que ha tomado. Sé que una fotografía se puede hacer sin cámara (aunque se llamen fotogramas) y que lo irreal se ha evocado en imágenes desde siempre; pero si lo fotografiado no existe, ¿podemos considerarla fotografía? Partiendo del hecho de que la fotografía tiene la cualidad de otorgar existencia a lo fotografiado, sí; asimismo si consideramos el medio que la produce.

Según Flusser, en su libro Hacia una filosofía de la fotografía, la cámara es un aparato que ha sido programado para producir fotografías y cada fotografía es la realización de una de las virtualidades contenidas en un programa. Por ejemplo, el cuarto oscuro sería un proceso de programa (tipo software) ya que ofrece mecanismos de intermediación que alteran adicionalmente una imagen obtenida de una cámara (o en el caso de los fotogramas, de una ampliadora). Siendo así, la fotografía puede obtenerse también de una computadora (que es una máquina per se) y un software que es el conjunto de restricciones programadas que guarda e interpreta la información obtenida del hardware, ambos operados por el fotógrafo para producir imágenes que pueden ser impresas. El fotógrafo es quien manipula ese programa, quien produce, procesa y abastece símbolos; opera una máquina creando un tipo nuevo de relación, en la que el hombre y el aparato forman una unidad de función singular.

La intervención de una herramienta o aparato en la naturaleza de un objeto (en este caso lo fotografiado) implica producir otra cosa distinta al original, se impone una forma nueva con el fin de crear un trabajo; y es quien opera el responsable de dar el nuevo significado. El resultado es una imagen técnica que significa conceptos.

Una fotografía es un concepto consumado; es la proyección del deseo, memoria o fantasía de su autor, quien crea a partir de la razón y la emoción aunque dependa de elementos externos a él para otorgar existencia a sus conceptos. La diferencia entre usar una cámara y una computadora sería que el hacedor de imágenes es dependiente de la naturaleza, la tecnología y la ciencia y el constructor de imágenes solo de la tecnología.

Habrá entonces que reflexionar sobre lo fotografiado, sobre la actualización del objeto perceptible sin su presencia física. Como el retrato de Cottingham, en apariencia real, en realidad virtual. Observa el retrato del encabezado: es un retrato “antiguo”, ¿no? Lo sería hasta que la contextualizas; fue hecha en 1999. La técnica descrita en la obra es: fotografía digital construida / impresa en papel carbón (la impresión materializa; por lo tanto, debe ser fotografía); la intención del artista es cuestionar la autenticidad de la historia creando la ilusión de un mundo material, un “realismo construido” que desafíe la percepción. Pretende demostrar, mediante la simulación de una colección de estudios etnográficos del siglo XIX, que la memoria engaña; y lo logra. Automatiza nuestra respuesta ante el retrato (de entrada, es un retrato de época, no hay duda) sin embargo, ¡oh sorpresa! son documentos de ningún lugar, de ningún tiempo, y de ninguna persona.

¿Tiene sentido decir entonces que son fotografías? Sí. Incluso lo sería en la acepción más etimológica del término; photo es luz y graphy dibujar, entonces las imágenes construidas digitalmente pueden ser dibujos hechos con luz; aunque en lugar de graphy sería más adecuado el verbo phaino (raíz de la palabra fantasíaaparecer, mostrarse-) considerando que sus retratos son pura y total apariencia. Aparentemente una fotografía hecha a partir de algo real se torna menos atractiva que una hecha de algo virtual. Definitivamente las máquinas sugieren nuevas formas de emoción complejas…

Los nuevos rompecabezas fotográficos son proyecciones que existen en potencia no en acto. Lo fotografiado es apariencia; por tanto, no se representa, solo hace referencia a aquello que tiene virtud para producir un efecto, pese a que no lo produce en presencia. El efecto que produce una imagen digital construida es una emoción extraña. Probablemente depende de cómo nos introduce el autor a la obra.

El fotógrafo sueco Erik Johansson deliberadamente nos muestra un mundo ilusorio, sin trucos ni secretos, solo ideas capturadas; en su fotografía “el arquitecto” recrea una escena aparentemente ordinaria: un arquitecto trabajando en casa acompañado de su perro; pero a la vez presenta un escenario ilusorio, donde magistralmente juega con la perspectiva creando una figura imposible (objetos imaginarios cuya construcción en el espacio real es imposible), el resultado es asombroso, no cuestionamos solo admiramos.

Manuel Pita y su avatar Sejkko (usa este seudónimo para la red) en su famosa serie Lonely houses es más sutil; modifica con gracia el paisaje al colocar casas que evocan el mundo fantástico de Lilliput. El trabajo de Sejkko se centra en las diferentes formas de polaridad: lo lógico y lo intuitivo, la naturaleza y la evolución de la tecnología así como las formas complejas de polaridad que existen cada vez con más frecuencia en las personas. La obra refleja su interés en el realismo mágico y la búsqueda del entendimiento sobre lo que se considera mágico o irreal; sin embargo, no ves un mundo virtual, en sus fotografías existe la cualidad humana de compartir emociones haciendo muy fácil la interpretación.

Existe variedad de estilos y técnicas de manipulación digital y cada autor en su contexto e intención es un innovador que ha aportado aciertos y ha modificado la forma de interpretar imágenes; pero, por otro lado, que la fotografía reorganice o bien, desorganice la realidad no es novedad, como tampoco lo es el concepto de virtual. Crear imágenes que distorsionen la percepción es parte de la naturaleza humana, una práctica ancestral que refleja la fehaciente necesidad de otorgar existencia a nuestras fantasías. Lo novedoso es que el valor de lo virtual sobre lo físico ya es apariencia en sí; el automatismo con que se realiza una fotografía digital sugiere que todo sea versátil, flexible e instantáneo, todo es posible y a la vez nada lo es. Este camino corto resulta conveniente y corresponde a una sociedad que vive de prisa y es poco tolerante a la espera, pero es precisamente eso lo que provoca que la fotografía esté pasando una etapa de devaluación del trabajo (sin subestimar el proceso creativo de sus autores que es tan real como el trabajo en sí) gracias a que se consumen imágenes a una velocidad endiabladamente rápida. La fotografía digital contemporánea, como unidad definida, se funde con la textura del diario vivir.

Lo virtual en la fotografía, presente desde su inicio, exige renovación; afortunadamente para mí, que me inclino por el trabajo en cuarto oscuro, ahora se tiende a tomar el camino largo, a revalorizar lo físico. Cada vez más fotógrafos retoman el proceso químico y con el relanzamiento de la película Ektachrome este 2017 se puede constatar que la renovación ya es una realidad.

Exista o no lo fotografiado, sea digital o químico el proceso, lo virtual es una constante inherente a la fotografía; después de todo, es la imagen de las cosas lo que se captura, no la cosa en sí misma.

 

Angélica Mercado. Fotógrafa independiente, egresada de la Escuela Activa de Fotografía y docente de historia del arte, fotografía y técnicas de laboratorio blanco y negro. Colabora para Luces (del Siglo) de grupo Reforma.

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Ensayo publicado en Tropo 12, Nueva Época, 2017.

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