¿Cuál es la finalidad de la educación?

 

Héctor Hernández

 

Educa a los niños y no será

necesario castigar a los hombres.

 

Pitágoras

 

Se dice que en cierta ocasión el famoso escultor griego Praxísteles le dio a elegir a su bella modelo y amante, Friné, la escultura que más le gustara. Friné no sabía cuál era la más valiosa y por tanto no sabía cuál elegir. Así que se puso de acuerdo con un sirviente para que diera un aviso de que había fuego y se estaba quemado el taller del escultor. Praxíteles de inmediato dijo “Salven mi cupido aunque todo lo demás se pierda”. La joven Friné entonces le confesó que en realidad no había fuego, solo quería saber cuál era la escultura más valiosa y ahora sabía que es el cupido, así que eligió el cupido. Esta joven astuta sabía que en la toma de decisiones importantes es cuando se revelan las prioridades que hay en el interior.

Normalmente en la misión y visión de las Instituciones de Educación Superior (IES) se puede responder la pregunta de qué es lo que se considera más valioso en la educación pretendida atendiendo al contenido de los conocimientos y habilidades que se espera de los egresados, pero cuando se proponen carreras o construyen y actualizan los planes y programas se suelen tomar decisiones que revelan las prioridades que existen en la región.

De manera similar, actualmente en términos generales, en la educación superior se suele dar prioridad a la capacitación para el trabajo y la consecución de bienes materiales en forma eficaz. El tipo de programas educativos y las asignaturas contenidas en ellos están mayormente orientadas a desarrollar habilidades laborales específicas o transversales. Los valores que suelen enfatizarse son el liderazgo, la innovación, el emprendimiento, la proactividad y la asertividad. El éxito se mide casi exclusivamente en términos económicos. Groucho Marx dijo: “Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!”. No hay duda de que el dinero es necesario incluso para cultivar ciertas cualidades como la generosidad. Como dijo Margaret Thatcher: “Nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero”.

Sin embargo, muchos han llegado a ver el dinero como un fin en sí mismo y no como un medio. “Hemos construido un sistema que nos persuade para gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan”,  expresó el escritor Emile H. Gauvreay.

Al mismo tiempo que la gente está dando gran importancia al dinero al grado de mentir, robar, defraudar y matar para conseguirlo, hay valores que parecen estar devaluándose en la educación. Si nos preguntamos qué conocimientos son valiosos para saber vivir, además de leer, escribir y contar, ¿sería útil para la vida en general saber cómo afrontar los problemas de salud, la maternidad, la muerte de un ser querido y los sentimientos de soledad? ¿Es valioso conocer las mejores formas de convivencia familiar y social, la resolución pacífica de conflictos, la superación de ideas suicidas y cómo lidiar con la frustración, el rencor y la envidia? ¿Sería importante cultivar el valor del respeto a la naturaleza, la amabilidad, la honestidad, la disciplina, la perseverancia, la tolerancia, la amistad, la integridad, la empatía, el autocontrol, la autoestima equilibrada, el altruismo y la diversidad cultural?

Si se cultivan las cualidades o valores de la empatía, el altruismo, la amistad, la amabilidad y la disciplina, no sería necesario dar tanto énfasis al trabajo en equipo en las escuelas, como si el trabajar en equipo facilitara esas virtudes, cuando más bien el desarrollo de estas cualidades facilita trabajar en equipo. De hecho, muchos ven el trabajo en equipo como la oportunidad de echarle la culpa a alguien más si las cosas salen mal, o dejar en otros la responsabilidad y diluirse en la holgazanería grupal. Dicen que “errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía”. También el cultivo de la honestidad e integridad nos evitaría tener que afrontar la abundancia de problemas de corrupción, robo o fraude que abundan en nuestro entorno. El escritor británico Peter Alexander Ustinov dijo: “El dinero corrompe, sobre todo a los que no lo tienen”.

Pero a fin de recibir los beneficios de una educación en valores se requiere fomentar una capacidad de reflexión interna que suele basarse en una habilidad de razonamiento analítico y crítico, el cual debe fomentarse con actividades y experiencias significativas y relevantes para los estudiantes. Por ejemplo, compartir alguno de los engaños de los que hemos sido objeto en nuestra vida puede ayudar a otros compañeros a estar alerta y tomar decisiones sensatas en momentos cruciales. Como aquel comerciante que iba en el mercado gritando “¡Polvos para adivinar, polvos para adivinar!” y cuando una persona le dice: “Eso es carbón que…”, el vendedor contesta: “Lo ve, ya está empezando a adivinar”.

Un fenómeno actual que está generando perturbación es la cantidad de jóvenes que están muriendo por tomarse selfies en situaciones muy riesgosas. Se dice que entre octubre de 2011 y noviembre de 2017 se produjeron 259 muertes por accidentes al tomarse una autofoto, el 86% de las víctimas son jóvenes entre los 10 y 29 años. El narcisismo y egocentrismo orienta a los jóvenes en la dirección de estimar demasiado su imagen en las selfies compartidas en sus redes sociales. Pero como dijo Séneca: “Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti.” Una discusión y reflexión crítica sobre el tema y el cultivo de una sana autoestima pueden ser útiles para evitar caer en esta conducta riesgosa a la que son propensos mayormente los jóvenes varones.

Hay gente de mentalidad muy pragmática, algo típico de los ingenieros, que suelen justificar una inversión de tiempo, esfuerzo o dinero en algo que les sirva en forma casi inmediata y posiblemente no vean muy útil alguna actividad de tipo psicológico, aunque es proverbial de los ingenieros su poca habilidad social para atender ciertas situaciones prácticas (yo me incluyo). Un viejo cuento lo enfatiza. Llega un ingeniero al trabajo y se encuentra a un colega y le dice:

–No sabes lo que me pasó.

–¿Qué?

–Iba caminando por la calle y una chica en bicicleta se paró justo delante de mí, se quitó el suéter y la blusa y me dice: “Toma lo que quieras”.

–¿Y qué hiciste?

–Me llevé la bicicleta.

–Bien hecho, probablemente la ropa te habría quedado pequeña.

La educación tendría que ayudar al profesionista a conseguir una mejor calidad de vida, no solo a ser un trabajador competente, sino a ser un ciudadano feliz, con un buen desarrollo personal y equilibrio emocional. Ya existen atisbos de esta idea en las llamadas universidades positivas. Pero todavía es común que cuando un ingeniero tiene un curso de desarrollo humano se pregunte “¿y esto para qué me va a servir?”. Hay una historia judía de un hijo que le expresa a su padre su deseo de casarse con la señorita Katz. El padre se opone porque piensa que la señorita no aporta nada. El hijo insiste diciendo que solo será feliz si se casa con la señorita Katz. El padre le dice: “Ser feliz, ¿y de qué te servirá eso?”.

Más bien valdría la pena pensar de qué sirve producir profesionistas altamente capacitados si van a usar sus habilidades para robar al pueblo cuando estén en puestos públicos clave. Actualmente no se suele confiar mucho en quienes ocupan los puestos políticos debido a que su comportamiento deja mucho que desear. Como dijo Doug Larson: “En vez de darle las llaves de la ciudad a un político, deberíamos cambiar las cerraduras”. Vivimos en un ambiente de desconfianza. Pocas personas son honradas, y desafortunadamente el haber estudiado una licenciatura a veces no hace diferencia en términos de la honestidad y la integridad. Hace poco salió una noticia sobre un juez que ejerció durante años con documentos falsos. Su argumento fue que, como en el estado donde ejerció no hay una ley que indique qué profesiones requieren título, ninguna profesión requiere título para su ejercicio, ya que “lo no está prohibido, está permitido”. Pero como dijo el filósofo Séneca: “Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”.

¿Se puede fomentar la honestidad en la universidad? Copiar en los exámenes o pasarse la tarea sigue siendo una práctica común, por no mencionar el copiar y pegar de internet cuando se les pide un ensayo de su opinión personal. El énfasis en el manejo de la tecnología ahora les permite consultar en el celular las respuestas de los exámenes y compartirlas, bajo la premisa de que “los maestros no se dan cuenta”. Parece que algunos universitarios se percatan de la importancia que tiene parecer honestos, pero no de la importancia de ser honestos. Como dijo Groucho Marx: “El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio.  Si puedes simular eso, lo has conseguido.”

Un cuento de la antigua China puede servir como inicio de una actividad de discusión sobre el valor de la honestidad. Hace muchos años, en China, vivía un príncipe que pronto sería coronado emperador, pero para ello debía estar casado. Se organizó un concurso entre las jóvenes de la corte, el cual consistía en un reto que le presentaría el príncipe y quien diera la mejor solución sería su esposa. Entonces, el príncipe anunció el desafío: “Daré una semilla a cada una de ustedes. Aquella que, en seis meses, me traiga la flor más bella, será mi esposa”. Una de las jóvenes que participó en el concurso era la hija de una las criadas del palacio, ella cuidó su semilla día y noche, con amor y paciencia. Pero pasaron seis meses y nunca nació una flor. Cuando la muchacha se presentó en el palacio, muy afligida, vio que ya estaban todas las damas, cada una con su flor. El príncipe las observó atentamente y dijo: “Me casaré con la joven sin flor”.  Aunque la muchacha estaba muy feliz, un murmullo de desaprobación inundó la sala hasta que el príncipe explicó: “Es la única que merece ser emperatriz de China, pues fue la única honesta: todas las semillas eran estériles.”

En resumen, la educación debería servir para saber vivir, saber ser y saber convivir en armonía, no solo para saber trabajar, saber servir, saber resolver y saber producir bienes materiales.  Es valioso que los profesionistas contribuyan al entorno social local y general, pero el daño que puede causar alguien indiferente al dolor del pueblo en un puesto público puede ser mayor que todos los bienes que produjo su formación. Quizás en el futuro el fin último de la educación no sea el trabajo, sino  la felicidad, pero como dijo Aristóteles: “la felicidad, además, parece consistir en el reposo, pues trabajamos para reposar y guerreamos para vivir en paz”.

 

Héctor Hernández (México, D. F.). Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Actualmente es profesor del departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe.

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Ensayo publicado en Tropo 21, Nueva Época, 2019.

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