Ángel Vargas: Lo que yo he aprendido es a mentir

 

David Anuar

 

Ángel Vargas (Acapulco, 1989) ha sido becario del PECDA, del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2017-2019). Es autor de cuatro libros de poesía y una plaquette: Díptico (De otro tipo, 2015), Límulo (FETA, 2016), A pesar de la voz (Mantis Editores, 2016), El viaje y lo doméstico (Praxis, 2017) y Antibiótica (FETA, 2019), poemario con el que recientemente obtuvo el premio de poesía joven más prestigioso del país, el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino.

 

Estamos en el segundo piso de la Fundación para las Letras Mexicanas, en el salón de ventanales grandes y mesa ovalada donde nos reunimos cada miércoles a las 10 de la mañana para tener la tutoría de poesía con María Baranda. Ahora estamos solos y ha comenzado a llover. Son más de las 6 de la tarde y veo el agua caer a la espalda de Ángel, quien me mira atento, con esa elegancia que distingue cada uno de sus gestos, y el olor a fragancia que impregna su camisa. Es un hombre bello. Quien lo conoce, sabe lo que digo. Tomo el celular y comienzo a grabar.

 

David Anuar: En Límulo, uno de tus primeros libros, escribiste lo siguiente: “La verdad es que a los siete yo sabía que los niños eran guapos”, y más adelante añades: “Yo prefiero observar a los muchachos / […] prefiero a mi vecino que me mira con culpa / […] Prefiero la intimidad del agua, / los paseos en barco / y la playa obstruida en un mundo adolescente.” Cuéntame sobre tu infancia y adolescencia en Acapulco, ¿cómo fue crecer en esa ciudad?

Ángel Vargas: En realidad yo no crecí en la ciudad de Acapulco, no crecí en el epicentro turístico de Guerrero. Mi infancia se desarrolló como a unos 20 minutos del puerto, y fue más bien rural. Recuerdo el contacto con la naturaleza en un lugar bastante sencillo y humilde, pero siempre en un ir y venir con el puerto de Acapulco, del epicentro a la periferia.

DA: ¿Cómo se llama el lugar?

ÁV: Barra de Coyuca, un pueblito en la costa. Y sabes, justo ahora que me recuerdas esos versos, digo que fue a los 7, pero puedo haber sido antes, a los 5 o a los 6, en realidad desde que tengo uso de razón recuerdo haber tenido una especial afinidad y gusto por los chicos.

DA: Lo que has dicho me parece que está relacionado con mi siguiente pregunta. En el poema que abre tu tercer libro, El viaje y lo doméstico, dices: “Cómo ubico en un mapa / el día en que nací, / el hospital en que mi madre dijo / esto es el mundo. Pienso que la geografía y la memoria son temas importantes en tu poesía. Qué me puedes contar al respecto, ¿de dónde viene ese interés o esas obsesiones?

ÁV: Hay temas a los que siempre regreso, inevitablemente. Después de la escritura de mi primer libro, me di cuenta de que había al menos tres temas que me obsesionaban: la familia; el deseo, la sexualidad, incluso el amor; y probablemente la infancia. Cuando cerré ese libro ya había escrito de mi familia, de mi infancia y también sobre Dios, que es otro de los temas que me obsesiona.

DA: Que está muy presente en Límulo, ¿no?, ese origen metafísico.

ÁV: Bueno, pues repensándolo, ahí están esos tres temas: la sexualidad, la familia y lo divino. Entonces yo quería pasar a otra cosa, y me di cuenta de que estaba revolcando una y otra vez los mismos temas. No podía salir de ellos, pero la escritura era distinta. Al final quien estaba cambiando era yo, mi perspectiva, mi forma de acercarme al pasado y al presente.

DA: Hablemos de nalgas y “Diferencias estéticas”, uno de mis poemas predilectos de Antibiótica que inicia así: “Discrepo totalmente con el señor Castillo. / Quizá nunca tocó las nalgas a otro hombre, / ni las miró / ni hizo indagación de campo / y qué vergüenza / esa falta al método científico”. En el poema le dices una que otra cosa a Ricardo Castillo, autor de El pobrecito señor x, ¿qué me puedes decir al respecto?

ÁV: La maravilla de poder leer a otros autores de tu misma tradición pero de otros momentos históricos, de otras generaciones, es que puedes dialogar y no estar de acuerdo con ellos. Yo admiro muchísimo a El pobrecito señor x y a Ricardo Castillo, su libro me sigue pareciendo novedoso y contemporáneo. Considero que es un autor muy importante de la literatura mexicana.

DA: Un renovador. Uno de esos poetas que, como nos dice María Baranda, abre puertas.

ÁV: Mostró en su tiempo que se podía escribir poesía de otro tipo, de otro tono. Sin embargo, recuerdo el momento en que yo leí ese poema donde básicamente dice: “…que las nalgas de una mujer / son incomparablemente mejores que las de un hombre”, y como lector eso te permite reaccionar. Lo que yo hice fue una especie de respuesta más o menos en un tono similar. He tenido la oportunidad de leer este poema al menos dos veces en público, entre quienes había gente muy joven y personas de la generación de Castillo. Curiosamente, sé que a esos poetas de la edad de Castillo no les ha gustado, y a los más jóvenes les ha entusiasmado. No sé a qué se deba, pero me hizo dudar mucho sobre su pertinencia y pensé incluso en sacarlo del libro. Al final decidí dejarlo y lo cierto es que me divierte mucho.

DA: Ojalá que te puedas seguir divirtiendo y nos des más poemas como ése. Desde hace rato que estamos hablando de tu último libro, y yo quisiera preguntarte en términos poéticos y personales ¿qué significa Antibiótica para ti: poesía de la diferencia, poesía homoerótica, poesía de la ironía, metapoesía, o simple y llanamente, poesía de amor?

ÁV: Todo eso junto.

DA: Es un coctel.

ÁV: Sí, de hecho lo es. Antibiótica es una herencia que me dejó un poeta a quien yo admiro mucho, Jaime Gil de Biedma. Él escribió un poema que para mí ha sido fundamental. Se llama “Pandémica y celeste”. Es un poema de largo aliento que habla de dos formas de acercarse al amor, lo idílico en una mano y ese otro amor que es lo pandémico, el de la carne. Hay otro poema de él, “Epigrama votivo”, en el que habla de otra advocación de Afrodita que no es la pandémica ni la urania o celeste sino la antibiótica, y tiene que ver con cómo se vive el amor después de la llegada de los antibióticos. Entonces es una especie de homenaje. Una de las características que recorre el poemario es una vocación hacia lo narrativo, de situaciones y descubrimientos cotidianos que llegan a ser poéticos sin que el lenguaje figurado esté tan presente. Intenté despojar a los poemas de ese lenguaje que pensamos como poético.

DA: Quisiera que me contaras un poco de tu experiencia como becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, donde tuviste la oportunidad de formarte por dos años en el área de poesía, y con la fortuna de tener a tutores como Antonio del Toro, Eduardo Langagne y María Baranda.

ÁV: Es un lujo que poetas a los que yo admiraba y había leído, fueran ahora mis maestros, vieran mis textos y se tomaran el tiempo de sugerir cosas para mejorarlos. Ha sido una experiencia muy linda, gratificante, y yo he aprendido muchísimo.

DA: ¿Cuáles serían las dos, tres enseñanzas más importantes que te llevarías de tu tiempo en la Fundación?

ÁV: El texto es lo más importante. Más allá de dónde haya nacido el poema, lo que uno muestra no es la anécdota o la experiencia sino un trabajo lingüístico. Y que es válido no ser fiel a la experiencia cuando la escritura tiende a lo biográfico. En mi caso, la escritura tiene mucho que ver con procesos personales de vida. Lo que yo he aprendido es a mentir.

DA: No ser fiel a la realidad. La realidad muchas veces estorba al poema.

ÁV: Esa es una de las grandes enseñanzas de María: si la realidad no está funcionando para el texto, miente, modifícala.

DA: Al final, la poesía también es ficción.

ÁV: Yo miento todo el tiempo en la poesía. Hay gente que me ha dicho a raíz de la lectura de un poema anecdótico, “oye, qué pena lo que pasó en tu niñez”. Me gusta que el texto logre ese impacto, eso quiere decir que algo está funcionando aunque las cosas que diga hayan sido muy distintas a las que en realidad pasaron. Hay una fidelidad que tiene que ver con la emoción.

DA: Claro, ahí está la verdad en la poesía, está en la emoción y no en la anécdota. Es curioso que se tienda a identificar al autor con el yo lírico del poema.

ÁV: En este momento ya me siento capaz de distanciarme y escribir desde otras voces. El reto, desde luego, es que esas voces estén bien construidas y que un posible lector…

DA: Se las trague. Que sean verosímiles.

ÁV: Exacto, al final la poesía también es artificio.

 

Afuera ha dejado de llover. Frente a mí Ángel me dice que tiene que irse. Son casi las 7 y debe ir a la presentación de Enola Gay, el último libro de su editor, Luis Armenta Malpica, en la Casa del Poeta. El silencio reina en la casona de inicios de siglo XX que acoge a la Fundación para las Letras Mexicanas. Ángel se levanta, me da un abrazo y desciende por las escaleras de madera y yo imagino que se interna en la frescura de la noche y camina por la calle de Liverpool hacia su destino o su próxima mentira.

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Entrevista publicada en Tropo 21, Nueva Época, 2019.

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