#MeTooMx. Las voces de las mujeres

 

Vanesa González-Rizzo Krasniansky

 

“No quiero solamente consolar a una víctima

que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad

para entender el problema de la violencia sexual

como un problema político y no moral.”

Rita Segato

 

El patriarcado es ese orden hegemónico establecido en el que hay una autoridad mayor de los hombres sobre el resto. Es el gobierno de los padres en su etimología. Es decir la autoridad la ejercen los hombres adultos y desde ese lugar hemos establecido las relaciones humanas. Ellos son los que nos cuentan la historia, los mejor alimentados, los que ganan más, los que se educan; son los dueños del dinero, y de un largo etcétera. Así ha sido históricamente. Ustedes dirán: “Pero, Vanesa, las cosas han cambiado.”.

Sí es verdad que las cosas han cambiado, es verdad que desde hace 66 años las mujeres podemos votar en México[1] y tenemos derechos políticos; se nos incluye en la seguridad social, y las mujeres tienen derecho a estudiar, a trabajar, etcétera. Sin embargo, si afinamos un poco más nuestro análisis, nos daremos cuenta de que tener el derecho no implica ejercerlo en condiciones de igualdad. ¿Qué quiere decir esto? Que las mujeres sufren de una brecha salarial, tienen dobles y hasta triples jornadas y, todavía hoy, son otros quienes deciden por su futuro, cuándo y con quién casarse, cómo vestirse, qué hacer con su cuerpo y con su sexualidad…

Comparto un par de cifras para ejemplificarlo: de acuerdo con Naciones Unidas, por término medio, las mujeres siguen ganando en todo el mundo 23% menos que los hombres en el mercado de trabajo por el mismo empleo, o, dicho de otro modo, las mujeres cobran 77 centavos por cada dólar que ganan los hombres. De acuerdo con “Girls not Brides”, 26% de las niñas en México están casadas antes de los 18 años y 4% está casada antes de cumplir 15 años.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) coloca a México como el primer lugar a nivel mundial en abuso sexual infantil. Cada año, más de 4 millones y medio de niñas y niños son víctimas. De acuerdo con las estadísticas de casos denunciados ante el Ministerio Público hay de tres a cuatro violaciones por hora en nuestro país. El sub registro en las denuncias se calcula de 95%, lo que nos indica que la problemática es espeluznante.

Para terminar nuestro panorama es importante hablar de los feminicidios, la cumbre de nuestro sistema terrorífico. A las mujeres se les mata por el hecho de ser mujeres. Los feminicidios (en México se calcula que ocurren nueve feminicidios cada día) son la expresión más violenta del sistema machista y patriarcal. Son la manifestación del odio más cruel, y la demostración de la podredumbre en la que estamos metidas y metidos. Es la culminación de una violencia sistémica impuesta a las mujeres. La violencia feminicida comienza con un “piropo” en la calle, con un toqueteo en el transporte público, con abusos sexuales, violaciones, dentro y fuera de los hogares, con el control sobre la vida, y culmina en un asesinato.

A lo largo de la historia las mujeres se han alzado para denunciar las injusticias. Gracias a ello hemos logrado que algunos aspectos se transformen, pero el camino es largo y siempre hay escollos. Frente a un sistema de poder específico y cuando se promueven cambios siempre surgen resistencias de quienes ostentan el poder. Después de este breve y escaso recorrido, ¿podemos decir que se escucha la voz de las mujeres? NO, aunque griten.

Es en este contexto cuando una nueva manifestación surge: el movimiento yo también, #MeToo. Y surge después de muchos años de luchas feministas y de que el movimiento de mujeres se ha alzado en diversas ocasiones y con diferentes medios a enarbolar batallas que han costado siglos para lograr movilizar pequeñas realidades en nuestra sociedad.

En el año 2017 aparece en las redes el hashtag para que las mujeres agredidas o acosadas sexualmente muestren la magnitud del problema. En diversas partes del mundo hay manifestaciones que se suman a la propuesta. En México los hashtags #MiPrimerAcoso y #RopaSucia comienzan las denuncias. Recientemente se suma el #MeToo. Esta denuncia en redes sociales genera diversas reacciones, análisis varios y se acompaña de un acto solidario, sororo entre mujeres #YoTeCreo. Darle un lugar a la palabra de las mujeres es lo que el #YoTambién, #MeToo propone. Luego de haber sido violentadas con experiencias variadas, las mujeres de cualquier edad tienen la posibilidad de compartir sus testimonios, sin importar cuándo sucedió el hecho. Ellas pueden hacerlo de forma pública o por la vía anónima.

Rescato el valor que el ejercicio tiene, en un mundo en el que constantemente se busca el silencio; rescato la valentía de las mujeres que han podido compartir sus historias lo que implica abrir heridas, recuperar dolores y mostrar las desigualdades en la que estamos inmersas. Alzar la voz, gritar, llorar… expresar lo que implica que un jefe se propase físicamente, que un tío abuse sexualmente de una niña, que se nombre lo que sucede todos los días y no nos detenemos a escuchar, no queremos verlo y, sobre todo, quienes son responsables y violentos no logran hacer una pausa y pensar en su lugar en esta historia. El #MeToo supura las heridas, las muestra.

Argumentar que las denuncias deberían hacerse ante las instancias correspondientes es otra vez caer en una trampa. #MeToo es un acto político. Podemos mejorar muchos aspectos, pero no nos olvidemos que su función es justo lo que sucedió: poner en la escena pública una discusión que estaba negada y permitir a las mujeres romper con el silencio impuesto.

Por supuesto, sería hermoso contar con instituciones en los diversos niveles (desde las empresas, universidades, ministerios públicos, etc.) que permitieran que las denuncias se realicen y que la impunidad y la re-victimización no fueran el resultado de esos esfuerzos. Por supuesto, sería magnífico que todas las denuncias pudieran hacerse con nombres y apellidos, pero las mujeres tenemos miedo; y algunas, para preservar la vida, deciden compartir su dolor desde el anonimato.

Es verdad que hay que cuidar el debido proceso, es verdad que existe la presunción de inocencia. En un mundo en el que el Estado de Derecho funcione, ese es el cauce para los acontecimientos. Lo que resulta rotundo y escandaloso para la sociedad es la cantidad de mujeres que son víctimas de abusos, acosos y violencia sexual.

Cuando un grupo de mujeres nos comparte sus testimonios, comenzamos a defendernos, y aparece el mismo camino que se aplica desde siempre: “Y tú, qué hiciste para que te pasara, cómo ibas vestida, un gritito en la calle siempre sube el ánimo, ¡ay, estás en tus días, exageras, sólo te rozó una chichi!”. Cuando las mujeres alzamos la voz, cuando las mujeres hacemos que la palabra sea dicha[2], allí hay resistencias, allí cuesta pensar, allí cuesta decir: ¿Qué lugar ocupo yo?, ¿me gusta ese sitio?, ¿desde dónde me relaciono?, ¿por qué no les creo?, ¿por qué no me gusta que las redes se inunden con testimonios duros de leer, con historias difíciles de comprender?, ¿sólo porque yo no lo he pasado, porque yo no lo he hecho?, ¿será que también tengo que responsabilizarme?

Hay muchas lecturas que pueden hacerse para el Yo También. Algunas dicen que las mujeres se colocan en el lugar de víctimas. Desde mi perspectiva, haría una corrección: las mujeres SON las víctimas y justo lo que permite el #YoTambién #MeToo es  descolocarse de un lugar que resulta opresor, el que carga con el terror de los sucesos en soledad, con la vergüenza y el dolor en el cuerpo, con las torturas cada noche que no se puede dormir. #MeToo nombra, y lo hace para recolocarnos a nosotras que lo llevamos en cada poro y a ellos que tienen que responsabilizarse. También aligera, cura, desprende, narra… deja las grietas, nos rompe y evidencia lo rotas y destrozadas que estamos en esta lógica de dominación.

No nos confundamos. Este acto no niega el deseo de las mujeres, no busca plantear la idea de que a nosotras la sexualidad no nos interesa. Lo que hace, y con mucha fuerza, es aclarar que no somos objetos sexuales a disposición del machín, sino seres deseantes que buscamos consentir las relaciones y decidir cuándo, cómo y con quién vamos a tenerlas.

Este movimiento no les dirá a los agresores qué hacer, pero sí les invita a ponerse un espejo en frente y a que solos, en pares, grupos, o como puedan, hagan su trabajo de reflexión y acción.

Hay muchas observaciones relacionadas con la forma en la que se están llevando a cabo las denuncias y qué bueno, porque ello también nos permitirá deshilvanar el problema. Es verdad que no es lo mismo un grito en la calle que una violación. Vamos a ponerle palabras a cada una de las agresiones que suceden. Hagamos protocolos de actuación que transversalicen la igualdad de género, pongamos en práctica lo que ya sabemos, capacitemos a funcionarios, eduquemos diferente a nuestros niños y niñas. Tenemos que movernos de lugar.

Pensar que no todas las denuncias son ciertas, es otra vez querernos defender. Claro que también es verdad[3], claro que las mujeres no somos buenas personas por el simple hecho de ser mujeres, pero supongo que coincidirán conmigo; este argumento es otro más dentro de las formas en las que la resistencia a hacerse cargo de lo propio se manifiesta. Se busca diluir lo central que es la fuerza de las historias de las mujeres y la magnitud del problema.

Hay muchas realidades, hay muchos contextos; usar las redes sociales es un privilegio. Estas denuncias, desde ese lugar de privilegio, también nos permiten preguntarnos: ¿qué sucede en los contextos rurales por ejemplo? ¿Qué hay de las mujeres campesinas, indígenas, negras…? Pero sin irnos tan lejos, en nuestra Riviera Maya: ¿cómo viven el fenómeno las miles de mujeres que trabajan en la hotelería? ¿Qué historias nos pueden contar las mujeres que limpian las habitaciones en los hoteles? Probablemente serán historias similares, porque en el #MeToo lo que podemos sentir es que una somos todas y todas somos una. Con ello no propongo borrar las diferencias y la marginación que grupos específicos sufren; simplemente busco resaltar cómo hay un tejido que nos conecta, que nos hace identificarnos frente a la violencia ejercida.

A diferencia de otras compañeras, no creo que esta sea una lucha de hombres contra mujeres. No es el pensamiento binario lo que nos rescatará. Habremos de buscar potenciar lo que esta manifestación abre, porque es desde ese lugar de diálogo, de discusión, desde dónde podremos replantear las relaciones. Cada quién tendrá que trabajar lo propio, pero también hay que hacer un ejercicio colectivo que llegue a transformar los lugares de trabajo, de estudio, de convivencia entre las personas.

Me gustaría pensar en cómo podemos acompañarnos entre las valientes mujeres que han puesto su testimonio, cómo podemos recuperar ese dolor y abrazarlo para una transformación colectiva. No sentirnos solas y hacer contención. En este sentido han surgido también algunas iniciativas, hay un grupo de abogadas que está donando su trabajo y acompaña a las mujeres que deciden hacer la denuncia en las instancias correspondientes, además de en las redes sociales. Lo festejo. También me pregunto: ¿y las emociones? No he sabido de un grupo de psicólogas que diga #YoTeCreo y te acompaño con apoyo psicológico, reuniones entre las mujeres que trasciendan las redes sociales y permitan desde las miradas, los abrazos, los llantos compartidos, resarcir los dolores y caminar con nuevas fuerzas.

Que vengan muchos #MeToo. Es hora de que la incomodidad nos permita reflexionar, es hora de que la palabra dicha de las mujeres cobre una nueva representación social, es hora de que los hombres reflexionen sobre su ejercicio masculino. Vamos juntas y juntos a transformar el sistema opresor que nos daña, trabajemos por la igualdad en la que todas y todos podamos vivir en dignidad y que nuestras voces sean escuchadas. #YoTeCreo.

 

[1] Nótese la ironía del comentario: 66 años, que para la historia no es mucho tiempo. No demerito el logro del derecho al voto. Planteo el asombro de que sea hasta hace tan poco tiempo y no antes. El derecho al voto es una lucha que las mujeres comenzaron más de 100 años antes de lograrlo.

[2] Cuando la palabra de las mujeres es dicha, y se dice con libertad, placer y disfrute, al mundo establecido le cuesta aún más.

[3] Aunque hay estimaciones que indican que 98% de las denuncias relacionadas con abuso sexual son verdaderas y sólo 2% son falsas.

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Ensayo publicado en Tropo 20, Nueva Época, 2019.

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