Un hueco digital… y muy amargo

 

Eduardo Suárez

 

¿Qué nos dice el título del nuevo libro de Oscar Reyes? Instintos virtuales: Colectividades, pánico y oquedad (Universidad del Caribe. Dilema Films, Cancún, Q. Roo, 2017,113 pp.) Quizá, que no estamos solos, por eso tenemos miedo. Este temor de todos, cuando estamos juntos, se finca en una necesidad desconocida y urgente. ¿A qué le tememos? A lo que no vemos, a lo que no entendemos, a lo que imaginamos, a la desconfianza que nos dan las explicaciones, a lo que nos rodea para contenernos, al agujero que nos sigue a todos lados por tenerlo en el centro de nuestro pecho. A pesar de esto, no estamos dispuestos a renunciar a la angustia: glorificamos este pánico, uno de los pocos ingredientes de nuestras vidas que todavía le dan sabor al caldo.

Para Reyes, la comunidad es refugio y calabozo: la colectividad con frecuencia es atrozmente cruel en el ejercicio de su amor propio. El grupo impone su identidad mediante la violenta amenaza de la anomia. Perteneces a él cuando le sacas un ojo a tu conciencia con tus propios dedos, como un gesto trágico de solidaridad frente a los compañeros de viaje.

¿Qué es lo que queda entonces en nuestro disco duro compartido, en nuestra conciencia colectiva? Pues nada. Una entelequia que no nada más peca, además pica como un demonio. Una ilusión insoportable en su realidad. La ligereza del dato, el ser imaginario del cero. Un agujero que no es negro sino invisible. Un hueco digital… y muy amargo.

 

La red poética de Oscar Reyes

 

Los textos de Reyes comienzan con una advertencia paradójica, tomada de la cotidianidad del correo electrónico: sin mensajes. Para atenderla es necesario siempre reiniciar, programados como trapecistas ebrios confiados en la inexistente protección de las redes sociales. Nos entregamos entonces a nuestro dispositivo móvil, como un talismán que garantiza nuestro cómodo anquilosamiento. Nos deslumbramos ante la virtualidad, lo imaginario, lo inexistente, lo que confundimos torpemente con lo etéreo.

Para Reyes esta falsa riqueza se mide en tiempo aire, mensajes sin significado y navegantes náufragos. Atesoramos la violencia digital y sus drogas, las que deseamos poder descargar con facilidad de la nube, junto a la información que no necesitamos, todo como archivos comprimidos. Estas substancias inmateriales tienen el poder único de negar el acceso, engañar desde la raíz de nuestros metadatos.

Estos psicotrópicos digitales nos dan mucho más que una adicción: son un muro de fuego, firewall hecho de inteligencia artificial que convierte nuestra mente en agradable pantalla azul. Drogados así, nos desinteresamos de nuestro cuerpo y nos fascinamos de la complejidad de la arquitectura de máquina, la potencia de la memoria externa, el morbo del paisaje urbano y la artificialidad de un paraíso hecho de plástico, silicio y neuromoduladores.

Reyes nos advierte, sin ánimo didáctico, que estamos siendo formateados una vez más, en tiempo real. Para distraernos, como los niños que silban en la oscuridad para darse valor, fingimos la interconexión con lo invisible, a larga distancia y con la conciencia plena de una pantalla de cristal líquido animada por bits y bytes. Quedamos al final con la batería baja y una infección viral en todo nuestro sistema. Todos los datos nos parecen entonces duros. Recibimos así un ominoso recordatorio: crédito agotado, suspensión próxima. Para cuando acordamos, nuestro historial e instrumentos de búsqueda parecen jaqueados por piratas que no respetan portal alguno. Un mitote tolteca hecho de unos y ceros, del que ningún chamán virtual nos puede sacar, por más donjuanesco que sea.

En los escasos momentos de lucidez, nos hace ver Reyes, descreemos de la efectividad de los cableados internos y externos, abominamos la belleza de nuestros accesorios, que nunca son WYSIWYG (what you see is what you get), y le rezamos aterrorizados al Gran Ordenador nuestro que estás en la nube: por favor, no nos abandones en la ubicuidad de esta comunidad de aprendizaje, danos hoy nuestra memoria de respaldo de cada día; Procesador que estás en la Tarjeta Madre, impurísima y concebida con singular pecado, no nos desampares frente a las preguntas frecuentes. Fin del mensaje.

 

¿Cuáles son los faros poéticos de Oscar?

 

Desde los epígrafes escogidos por Reyes, la poesía debe ser seca, como dijo Paz, para que arda bien. Le atrae la economía de la bala, que mata no por su plomo sino por su velocidad. Le gusta que las palabras graviten, y las deja caer por su propio peso, cosa rara en lo virtual.

A Reyes le fascina la reflexión sobre la reflexión sobre el pensamiento humano, meta-cognición infinita de nuestra sombra proyectada sobre la máquina y de la respuesta skinneriana de la máquina sobre nuestra mente.

Como profesor humanista que escribe poesía como parte de su pedagogía, nunca olvida el papel de la educación, mecanizada y estandarizada hasta el hartazgo, en la ansiada y siempre frustrada liberación del espíritu a través del amor frommiano. Cuidado, nos avisa: no aceptes con naturalidad lo artificial, Philip K. Dick ya nos lo advirtió a gritos antes de tomarse una pastilla de metacualona. Se trata de la idiota magia de Disney, la Maya o gran ilusión virtual: ni la escuela ni la vida pueden ser un Tiki Room lleno de pájaros mecánicos, por más que trinen al unísono en cien idiomas diferentes.

Como observador del avance científico, nunca le quita la vista al conflicto ciberpunk por excelencia: la lucha a muerte entre la inteligencia artificial y el espíritu, la neuromancia electrónica de Gibson. A Reyes no lo engaña el juego tramposo entre progreso y dominio; sin embargo, duerme como todos la pesadilla posmoderna de nuestra vigilia cotidiana y alucinada. Es capaz de ver la humanidad de las máquinas, que como cualquier capataz que se respete pueden despedir a miles de empleados sin consideración alguna, y la repetición mecanicista de nuestras vidas. Igual que nosotros, se peina y afeita todos los días frente a un espejo negro. No busca la comodidad como soporte técnico, la que se cultiva como medicina contra la ansiedad y el agujero existencial de refill gratuito. Ese vaso se puede llenar tantas veces como se quiera: el recipiente es incontinente. Vacío automático. Error 404: página no encontrada.

 

¿Quién es Oscar Reyes?

 

Es pintor: le conozco una serie que representa peces y sus cardúmenes, lo que refleja el lado B del libro que nos ocupa: la vida también existe. Sus cuadros tienen el atractivo visual de los haikus: una simpleza engañadora.

Es fotógrafo: su objeto de estudio es el paisaje urbano de nuestra ciudad. Busca y encuentra metáforas en fronteras de malla ciclónica, geografías en terrenos baldíos y zoológicos en las playas atiborradas por el mono desnudo y asustado.

Es videasta: su amor por la luz lo ha llevado a esposarla al movimiento. Ha enfocado su cámara en lo inasible: nuestra identidad como cancunenses.

Es profesor: historiador del arte y doctor en educación. Se interesa por la identidad y la cultura. Desea contestar, desde otro lado, quiénes somos, por qué nos reunimos, por qué permanecemos juntos contra todo pronóstico.

Es investigador: Reyes indaga sobre la vulnerabilidad de algunos grupos humanos, como los ancianos. También, sobre todo lo que implique tecnología educativa. Su producción académica es variada y rica.

Por supuesto, es poeta: si lo hemos escuchado o leído, no se requiere más explicación.

Sobre todo, Óscar Reyes es artista multimedia. La trasgresión de fronteras es su patria expresiva: para él los medios son importantes mensajes, capaces no sólo de inteligencia artificial sino de vida propia. Ejerce la pintura como si fuera poesía, su docencia es una investigación cultural sobre la identidad y sus trampas, graba video como herramienta pedagógica… Y, por supuesto, entiende la poesía también como software, nube y red personal. Oscar escribe con imágenes, pinta con luz y lentes, crea metáforas de palabras y movimiento, enseña aprendiendo…

 

Conclusiones que abren, como hipertextos:

 

Quizá la preocupación más dolorosa de Reyes es la soledad compartida, el griterío entre sordos, el abandono en medio de una multitud, el cadáver encobijado y tirado en la calle que los transeúntes brincan sin mirar.

La oquedad de la existencia le fascina como si fuera un mandala, con lo que ha comenzado a llenarla. Es claro que sabe que la vida no tiene sentido, lo que hace obligatorio dárselo, como ya nos lo enseñó Viktor Frankl. Si alguien es un artista, la propia vida es la primera y última obra. Quizá no haya nada más.

Un tema que lo obsesiona es la identidad y su relación con la cultura, las preguntas y respuestas sobre quiénes somos o, mejor aún, quiénes creemos que somos. No se engaña, sabe que existe la trampa identitaria: el uniforme y el disfraz. Reyes afirma en su poesía que buscamos afanosamente un nosotros para escondernos del yo que nos cuestiona y reclama libertad. Nos incluimos en un grupo formado por nosotros mismos para excluir a otros y otras desde la voz autorizada por el poder fantasmal del número y la falsa pluralidad.

Como muchos, Reyes intuye, y quizá teme, el significado profundo de la era que estamos viviendo: la de la artificialidad como nueva naturaleza. De aquí quizá surge su obsesión por la realidad, que como nunca necesita de adjetivos que parecen desmentirla: virtual, económica, aumentada, onírica, inmediata, social, sentida, propia, percibida, personal, concreta, circundante, imaginada, falsa…

Algo esencial para efectos de esta presentación: Reyes cultiva el lingo tecnológico como materia prima de su poiesis. Crea, jugando con las palabras de la informática, como los niños juegan con los petardos: deslumbrado por el poder explosivo pero atento a la posibilidad de perder los dedos por la volatilidad de la pólvora utilizada.

Para este presentador, quien conoce la pintura de Reyes, hay una elipsis muy interesante en este libro, una que grita desde su silencio: la ausencia de lo orgánico, la obviedad olvidable de lo vivo. Es notoria la falta del color verde, que pulula en su pintura, en esta poesía. La máquina, el dato y el usuario, por un lado, y la clorofila, la madera y la flor, por el otro, parecen estar peleados, no en la poesía de Reyes sino en la realidad real. Lo que esto quiera significar. Y Reyes lo ha señalado sin decir nada. Un silencio de profecía.

 

Conclusión que busca con urgencia cerrar:

 

Si se parte de lo dicho por Harold Bloom en su conocido ensayo sobre cómo leer poesía, lo más importante a considerar en la lectura de este libro radica en dos elementos: el uso que hace del lenguaje figurativo —las palabras utilizadas de forma concentrada y expresiva, para alejarse de lo literal, creando así significados nuevos— y la potencia cognitiva del pensamiento evocado por las figuras empleadas. Estas dos premisas me permiten afirmar algo acerca de Oscar Reyes: admiro su convicción de que todo conocimiento implica un cierto tipo de belleza, frecuentemente aterradora y capaz de ser sugerida pero nunca definida; y que toda poesía provoca a la razón, la memoria y al reconocimiento del mundo.

Oscar Reyes es un amoroso ludita de la informática. Su arma es el discurso y su campo de batalla, la pantalla en blanco. No quiere exterminarlas, ni a la pantalla ni a la técnica. Quizá busque hacer la paz con ellas.

 

Nota: accede a la versión de POESÍA AUDIOVISUAL de Oscar Reyes.

https://www.youtube.com/watch?v=zCjjwvFtZOU&feature=youtu.be

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Mtro. Eduardo Suárez. Profesor del Departamento de Desarrollo Humano de la Universidad del Caribe. Es traductor y columnista de asuntos educativos. Le gusta el mezcal y el sashimi. Juntos, mejor.

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Reseña publicada en Tropo 20, Nueva Época, 2019.

 

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