¿Qué normas éticas deberían regir nuestra vida?

 

Héctor Hernández

 

La Educación no cambia al mundo: 

cambia a las personas que van a cambiar al mundo.

Paulo Freire

 

Hace unos 2500 años, uno de sus discípulos le preguntó al sabio chino Confucio «¿Hay alguna sola palabra que pueda guiarnos toda nuestra vida?» Y el Maestro respondió: «Reciprocidad». E inmediatamente explicó a lo que se refería: “Lo que no desees que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás.”

Esta regla de conducta ética se conoce comúnmente como la regla de plata. Si la gente en general guiara su conducta por esta regla se evitarían muchos problemas, pues cada individuo razonaría así: “Como no deseo que me roben, no voy a robar”, “Como no deseo que me mientan, no voy mentir”. La aplicación general de esta regla incluso podría ayudar a evitar conflictos entre individuos agresivos que desafortunadamente suelen ser más violentos que aquel par de sujetos donde uno insulta al otro, y el insultado dice:

—Repíteme eso y te rompo la cara.

—Considéralo repetido —responde el otro.

—Considera tu cara rota.

 

Un problema con la regla de plata es que parece limitarse a no causar daño a otros y en ese sentido puede ser cumplida incluso por un objeto inanimado, por ejemplo, una roca: no desea ser dañada (porque no tiene deseos) y no hace daño. Sin embargo, aunque “mucho ayuda el que no estorba”, no siempre es suficiente ayuda el solo hecho de no estorbar, cuando alguien está siendo asaltado con frecuencia desea que alguien le ayude y no solo que no interfiera.

Unos 500 años después de Confucio, Cristo compartió con sus discípulos la siguiente regla más exigente: “Como quieras que te traten a ti, debes tratar a los demás”. Esta regla es conocida como la regla de oro o regla áurea (Au es el símbolo del oro en la tabla periódica). Esta regla no se cumple con solo evitar hacer daño, requiere tomar acción positiva y ayudar a otros.[1] Obviamente el mundo sería mucho mejor si la gente siguiera esta regla en la vida, pero no muchos la siguen, no es fácil hacerlo.

El astrónomo Carl Sagan, en su libro póstumo Miles de millones hace la siguiente crítica a la regla de oro:

 

“¿Debe el masoquista infligir dolor a su vecino? La regla de oro no toma en consideración las diferencias humanas. ¿Somos realmente capaces, después de haber recibido una bofetada en la mejilla, de poner la otra para que también la abofeteen? ¿Acaso no es esto garantía de un mayor sufrimiento frente a un adversario desalmado?”

 

Lo primero que se puede decir en respuesta es que la regla está dirigida para personas sanas, o “normales”, mientras que el masoquismo y el sadismo estás clasificados en el DSM-V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) como trastornos mentales. Así que no se puede tomar uno de esos casos como contraejemplo de la regla.

Por otra parte, para casos menos extremos, se puede decir que si un “masoquista” inflige dolor a su vecino, es para que el vecino en respuesta le inflija dolor a él y, mediante ese dolor, experimente placer. Así que en última instancia lo que desea es el placer, no el dolor.  En ese sentido, lo que debe hacer, según la regla de oro, es tratar de hacer que alguien, normalmente la pareja o alguien con quien tiene un vínculo emocional, experimente placer a fin de que esa persona esté dispuesta a corresponder y satisfacer su deseo de placer, aun si eso implica que lo haga a costa de provocarle cierto tipo de dolor específico, comúnmente durante el acto sexual. En este caso la regla sigue funcionando bien, como una recomendación de complacer a la pareja si se quiere ser complacido.

Ahora bien, la afirmación de poner la otra mejilla para que la golpeen, no debe entenderse en forma literal porque el mismo sabio maestro que la recomendó fue abofeteado en cierta ocasión y no puso la otra mejilla, sino que se defendió diciendo: “Si dije algo malo, muéstrame donde está lo malo; y si lo que dije está bien, ¿por qué me pegas?” (Juan 18: 22-24).

Muchos estudiosos del texto concuerdan en que más bien se refería a no dejarse provocar en una agresión, ya sea física o verbal, porque una bofetada no se da para herir físicamente, sino solo para llevar a una confrontación. El ejemplo indica que seguir la regla de oro no significa complacer a los demás en todo lo que se les ocurra (sea bueno o malo), en el caso del insulto el otro normalmente quisiera que cayeran en su provocación, pero el consejo es no permitirlo. Como dijo el filósofo Séneca en su libro cuarto de Tratados Morales: “Seános, pues, de consuelo cuando nuestra mansedumbre dejare la venganza, que no faltará quien castigue al desvergonzado, soberbio e injurioso: vicios que no se ejercitan en solo uno ni en sola una afrenta.”

La regla de oro no se refiere a complacer deseos egoístas que dañen a otros.  Por ejemplo, a un asaltante le gustaría que cuando esté robando, todos cooperen sin oponer la más mínima resistencia, mejor aún si le traen más dinero de otros lugares, pero eso no significa que estemos obligados a hacer eso cuando nos asalten. En otras palabras, la regla de oro se puede resumir así: “El bien que quieras recibir, deberías demostrárselo a los demás”.

Una regla que parece más fácil de seguir que la de oro o plata es la regla de bronce es: “Haz a los demás lo que ellos te hagan”, la cual a su vez parece mejor que la regla de hierro: «Haz a los demás lo que te plazca, antes de que ellos te lo hagan a ti.» Carl Sagan llama regla de hojalata, por su flexibilidad, a una combinación de la regla de oro para los superiores y la de hierro para los inferiores: “trata de ganarte el favor de los que están por encima de ti y abusa de los que tienes debajo”. Otra regla común llamada nepotismo (del latín nepos= sobrino o nieto) es “privilegia en todo a tus parientes próximos y haz lo que te plazca con los demás”.

Actualmente, muchos se rigen por reglas centradas más en el beneficio propio como “haz lo que digo y no lo que hago”, que a veces se llama doble moral. Alguien dijo: “bueno es mejor tener doble moral a no tener ninguna”.

Los diez mandamientos, que antes eran respetados, ahora la gente los suele aplicar en forma condicionada, por ejemplo, así: “Honra a tus padres (mientras recibas vivienda, dinero o comida de ellos, de otra forma vas a tener que trabajar)”.

“No robes a menos que estés seguro que nadie te está viendo”. En julio de 2017, un hombre vio que estaban saqueando un comercio en Argentina, detuvo su motocarro y se unió al saqueo, el problema es que estaban filmando una película y era solo una escena de saqueo, así que el ladrón tuvo que devolver los objetos robados y fue llevado a la Comisaría.

“No mientas, excepto si te ahorra grandes esfuerzos”. Hay una historia que algunos atribuyen al filósofo Arthur Schopenhauer (yo no estoy seguro si realmente fue Schopenhauer el protagonista, pero no importa). Al inicio de un curso en la Universidad de Berlín, preguntó a los estudiantes:

 

—Antes de comenzar, quisiera saber si alguien ha leído mi ensayo sobre la influencia de la mentira en las relaciones humanas. Aunque no lo recuerden bien, levante la mano el que lo haya leído.

Muchas manos se levantaron, y Schopenhauer meditativo, dijo:

—Ahora ya sé que de esta influencia voy a poder hablar con conocimiento de causa, pues la verdad es que yo nunca he escrito este ensayo.

 

Eso no significa que no haya gente que se tome en serio la obligación de decir la verdad. Se dice que Bertrand Russell consideraba a G. E. Moore una de las personas más honestas que había conocido en su vida y una vez le preguntó si había dicho alguna vez una mentira, Moore respondió que sí y algún tiempo después, Russell escribió: “Creo que esta es la única mentira que Moore dijo en toda su vida”.

Actualmente, la regla implícita que rige la conducta de mucha gente es “haz lo que te plazca, pero asegúrate de que no te descubran cuando hagas algo mal visto”. Por lo general, la gente desea hacer lo que le place, pero prefiere que otros paguen las consecuencias. Por ejemplo, muchos tiran basura en la calle, en el transporte o desde su auto, esperando que otros sean los que la recojan, o los que limpien.

Existe una tendencia a observar el mundo solo desde la perspectiva egocéntrica de los beneficios tangibles que va a obtener el individuo de lo que haga o deje de hacer. Incluso en campos típicamente considerados de “servicios”, como la medicina, con frecuencia se puede detectar una actitud como la del siguiente diálogo entre médicos.

—¿Sabías que operé a Fulano?

—¿Con buenos resultados?

—Cien mil pesos.

Por otra parte, es alentador ver a un sector de la población que todavía se preocupa por otros, aunque cada quien tiene su “otro” favorito. Algunos se preocupan por el bienestar de los perros callejeros, otros de los gatos, otros por uno o más de los grupos más vulnerables (pobres, ancianos, enfermos,  afectados por un desastre natural, etc.), o por el medio ambiente. En mi opinión, es preciso explotar los valores que hay detrás de este interés genuino en otros para recuperar algunas cualidades que parecen haberse estado devaluando, como la honestidad, el altruismo, la cortesía, la empatía y el auto-control.

Sin embargo, solo una reflexión profunda sobre lo valioso de estas cualidades o los valores subyacentes podría hacer una diferencia en la conducta de la gente que actualmente no aprecia su valor en toda su extensión. Aquí es donde entra la importancia de la educación ética, padres y maestros pueden fomentar la reflexión sobre los valores indicados y otros mediante sus propias experiencias y meditaciones.

Las normas que deberían regir nuestras vidas son aquellas que promueven los valores (como la de oro, de plata y de bronce), y no su contrario (los antivalores), como las reglas de hierro, de hojalata y de nepotismo. Si desde la niñez se cultivan los valores, se tendrán personas con principios firmes a quienes difícilmente se les puede corromper. Estas personas no tendrán la actitud que dijo en broma Groucho Marx, pero que muchos viven seriamente: “Estos son mis principios, si no te gustan, tengo otros”.

[1] La regla de plata se puede forzar un poco para extenderla a otros casos utilizando verbos negativos como ignorar, hacer caso omiso, etc. Por ejemplo, “Si no deseo que me ignoren cuando necesito ayuda, no debo ignorar a los demás cuando la necesiten”.

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Imagen obtenida de Wikipedia. La justicia, por ´Bernard d’Agesci´.

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Héctor Hernández (México, D. F.). Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Actualmente es profesor del departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe.

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Ensayo publicado en Tropo 19, Nueva Época, 2019.

 

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