David Anuar
…concediendo que sé poco
de mi verdadero yo, soy, a pesar de todo,
el mejor testigo de mí mismo.
Henry Morton Stanley
Autobiografía. Bula Matari. Historia de un explorador, es la recopilación y edición póstuma que Dorothy Stanley hizo de los diarios personales de su esposo, Henry Morton Stanley, alias Bula Matari o Rompedor de rocas, apodo que los nativos del Congo le dieron, probablemente por su terquedad y porque se contaba que el mismo Stanley trabajaba hombro a hombro con los nativos en la edificación de una vía de tren, que sería “el camino de la civilización” al corazón de África.
Bula Matari comienza narrando los duros años de su infancia en un orfanato de pobres y sus peripecias como grumete en el barco trasatlántico de Windermeer que viajaba de Liverpool a Nueva Orleans, al más puro estilo de Charles Dickens en la novela de tintes autobiográficos David Copperfield (1850). También cuenta sus andanzas periodísticas alrededor del mundo y sus expediciones al África, entre ellas, el rescate del misionero protestante escocés David Livingston (1869); la Expedición del Río Congo (1874-1877), que duró 999 días y donde sólo sobrevivieron 114 de las 356 personas que iniciaron el viaje, y cuyo objetivo era determinar el curso del río; a la par, durante esta expedición, fungió como agente imperial en la apropiación de terrenos —a punta de compras y asesinatos— para el rey Leopoldo II de Bélgica, quien soñaba con fundar un nuevo Estado belga en el Congo africano.
Y también la Expedición en Auxilio de Emin Pasha (1886-1889), cuyo objetivo era rescatar a Emin Pasha, el alemán Eduard Schnitzer, gobernador provincial del Sudán anglo-egipcio, quien se encontraba supuestamente bajo el asedio musulmán mahdista. Algunos críticos literarios como Andrew Griffiths (2015) consideran que el relato de esta última expedición fue la base en que se documentó e inspiró Joseph Conrad para escribir El Corazón de las tinieblas (1899). Por último, cabe recordar aquí que durante el siglo XIX el imperialismo vivió su apogeo, naciones como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Portugal y Holanda, se repartían a diestra y siniestra los territorios y recursos naturales de África y Asia (Briones Quiroz y Medel Toro, 2010).
De vuelta a la autobiografía, ésta cierra con los últimos años del explorador, ese punto donde escritura, relato y enfermedad se tocan y coinciden en el tiempo. Y es desde esa última parte de su vida, en el cansancio de los padecimientos y al borde de la muerte, que Bula Matari nos escribe, nos relata su pasado desde el espejo borroso de la memoria, un pasado sobre el cual ya no tiene nada que ocultar, y son, precisamente éstas, las palabras iniciales del autor: “Ya no hay motivo para que continúe ocultando la historia de los primeros años de mi vida, ni nada que me impida dar a conocer la verdad sobre mi persona. Mi vitalidad va decayendo. La rudeza de la vida en África, las fiebres, las múltiples privaciones, el exceso de sufrimiento físico y moral, han ido acercándome al periodo crítico de la existencia” (Stanley, 2002: 21).
Ahora bien, en este breve ensayo me ceñiré a la parte referente a las exploraciones de África y del río Congo, donde se manifiesta con mayor fuerza la mirada imperialista de Henry Morton Stanley y que se expresa en el texto a través de recursos retóricos específicos. En Imperial Eyes, Mary Louise Pratt propone tres estrategias retórico-discursivas del mirar imperial: la estilización del paisaje, la densidad de significado[1] y el establecimiento de relaciones de dominación (Pratt, 2000: 204). Por otra parte, Edward Said, en su ya clásico e indispensable libro El Orientalismo (1990), señala cómo los exploradores y estudiosos orientalistas —léase occidentales interesados en ese ambiguo y fluctuante lugar llamado Oriente— se construyen a sí mismos como héroes portadores de las semillas de la modernidad: “el orientalista moderno era, desde su punto de vista, un héroe que rescataba Oriente de la oscuridad, de la alienación y de la extrañeza” (1990: 171).
Respecto a la estilización y la densidad de significado en la representación del paisaje, la narración de Henry M. Stanley abunda en ejemplos, ya que esta forma de presentar el entorno era lo esperado dentro del horizonte de expectativas de aquella época. Además, hay que agregar que este tipo de textos tienden a exotizar e idealizar el paisaje, a la vez que lo rodean de un aura de peligro primigenio, como ha hecho notar David Arnold: “detrás del temor reverente y las sugerencias de un paraíso terrenal, se agazapaba una constante sensación de peligro, enajenación y repugnancia […] el interior de África central estaba pasando al dominio europeo, pero el cual, para las mentes europeas, era una presencia oscura y perturbadora (2000: 137). La estilización del paisaje se percibe en la siguiente descripción de Stanley, en la cual se pinta el medio natural como exuberante y, al mismo tiempo, repulsivo como estiércol:
Día tras día la selva nos presentaba, sin solución de continuidad, los mismos bosques patriarcales, los mismos crepúsculos grises a la mañana, la misma melancólica sombra al mediodía. Frondosidad, espesa de diez a treinta metros, arriba; un caos de impenetrable vegetación alrededor; un humus negro, impregnado de humedad, y una tierra oscura, pingüe como estiércol, debajo de los pies (Stanley 2002, 389).
La densidad semántica también se percibe en el pasaje anterior, pero en el siguiente fragmento se muestra con mayor contundencia pues hay, por lo menos, 12 adjetivos. Asimismo, en ambas citas se puede ver la construcción de la otredad espacial, donde la ambigüedad oscila entre exuberancia y repulsión, amenaza y fascinación:
La variada vida animal de las orillas, la cara efervescente de las aguas grises, el sigiloso emerger y sumergir de los voraces cocodrilos, el incesante zambullirse y el resoplido de corneta de los hipopótamos, el espeluznante grito de los implacables caníbales […]. Si miraba al frente, veía el áspero río fluir a la lejanía, en pos de un trémulo, brumoso océano (Stanley, 2002: 355, cursivas mías).
Junto a estos dos recursos retórico-discursivos, Pratt menciona uno más, la relación de dominación, que en la autobiografía de Stanley se nos presenta desde la mera presencia del convoy de cargadores negros, quienes son casi una prenda o pertenencia del explorador, nótese el adjetivo posesivo: “en cuanto a mis negros, no había en ellos cualidad más relevante y firme que la placidez” (Stanley, 2002: 284, cursivas mías).
Siguiendo la línea de dominación, resalta el pasaje sobre Mtesa, emperador de Uganda, con quien Stanley traba una relación amistosa a tal grado que el explorador ensaya introducir el cristianismo entre los nativos. Aquí da inicio un proceso de transculturación. Pratt señala que este término es usado por etnógrafos para describir cómo los grupos marginales o subordinados seleccionan e inventan a partir de los materiales culturales que un grupo dominante o hegemónico les transmite. Lo fundamental para la autora es que si bien los grupos marginales no pueden controlar el material que reciben, sí pueden determinar qué absorben y cómo lo integrar dentro de su cultura, incluso, en formas de resistencia (2000: 6).[2]
La evangelización que ensaya Henry Morton Stanley pone de relieve la colonización por medio del pensamiento religioso, que históricamente ha sido clave en los procesos de dominación. En este caso específico se busca imponer una visión religiosa hegemónica sobre la realidad, y que entraña en el fondo una valoración de una “mejor” fe sobre otra “primitiva”: “el entusiasmo que mostraba cuando se le mostraban las maravillas de la civilización, me incitaron a insinuarle el tema del cristianismo, demorando por tal causa mi partida de Uganda más tiempo del que la prudencia hubiera aconsejado, pero dándome tiempo a grabar en su mente los primeros rudimentos de nuestra religión” (Stanley, 2002: 342).
Por último, tenemos la figura central y “heroica” de esta narración, nuestro explorador imperialista Henry Morton Stanley. Y cabría cuestionarse si existe la posibilidad de encontrar en su personaje un incipiente proceso de transculturación, y de ser así, ¿en qué forma opera? Considero que un elemento clave para responder la pregunta yace en su apodo, Bula Matari, pues éste no procede del “inglés”, lengua imperial, sino de la lengua nativa. En algún punto del viaje que no se precisa en la narración, el explorador toma el apodo, que bien podría funcionar como evidencia lexical de una posible transculturación.
Sin embargo, ¿cambia algo en el personaje la adquisición del exótico apodo? Me parece que ocurre todo lo contrario, es decir, este nombre alterno no conlleva una reformulación identitaria respecto al grupo étnico con el que convive —no adopta sus costumbres ni sus prácticas—, antes bien, el significado del apodo refuerza el sentido estereotípico de héroe moderno u orientalista, que ha venido a salvar y a sacar de la oscuridad a las tierras de África: “Bula Matari, <<Quebrantador de rocas>> […]: energía concentrada, luchando vigorosamente con lo más duro que la tierra puede ofrecer, todo para tornarla atrayente y accesible al hombre. ¡Constructor de caminos, quebrantador de rocas, lo fue toda su vida! ¡Bula Matari!” (Dorothy en Stanley 2002, 383). Transculturación fallida, Bula Matari es un trofeo lingüístico que sólo favorece al lado imperialista, que lejos de redefinir sus fronteras, lejos de desarticular la identidad imperial, la refrenda y la multiplica en lenguas que se apropia para contar la misma triste historia de tierras lejanas, riquezas mal habidas, héroes con complejo de superioridad y nativos ensoñados con ser siempre otro.
Viaje y dominación:
una trilogía de ensayos
En la medida de lo posible, haré una síntesis de la trilogía de ensayos sobre distintas formas de viaje y dominación que aparecieron en los últimos números de TROPO (15, 16 y 18), y ofrecer una reflexión en torno a ellos.
En primer lugar, en “Lasana Sekou: turismo e inautenticidad del ser” ensayé mostrar a través de dos poemas del autor la paradoja que entraña el viaje del turista desde la perspectiva de los subalternos, es decir, las personas locales que dan servicio a los que llegan por un momento de descanso. El poema, como espacio de contacto textual, pone al descubierto una transculturación obligada o impuesta por el turismo y su componente económico altamente discriminatorio que otorga descanso a unos y sonrisas de servicio y cansancio a otros. El turismo, en los poemas de Sekou, reconfigura en un nivel externo las identidades de los pobladores, por ello, podría decirse que hay una transculturación “superficial”. Ésta niega en parte el ser-ahí-caribeño de los locales quienes viven exiliados en sí mismos, y produce una risueña inautenticidad, pues aquello que me alimenta, me niega.
En el segundo ensayo, “Lucy, de Jamaica Kincaid: identidad en movimiento”, sugería desde una perspectiva poscolonial, cómo a través del viaje migratorio se va creando una conciencia respecto a que el ser-caribeño es un ente que siempre está en movimiento, y que su identidad no es fija, sino fluctuante como un castillo de arena que es destruido una y otra vez por las olas, y reconstruido una y otra vez por una multiplicidad de experiencias dentro, fuera y más allá de casa. La transculturación en la novela Lucy ocurre de una forma “profunda”, en tanto que hay una efectiva presencia del otro —el contexto estadounidense— en la protagonista a tal grado que se vuelve parte de ella, creando así una identidad híbrida que se entreteje con su pasado insular caribeño.
En el tercer ensayo, “Bula Matari o Henry Morton Stanley, ¿un sujeto transculturado?”, intenté mostrar cómo los viajeros-exploradores del siglo XIX representaron desde su cultura imperialista y eurocéntrica a los otros. Sin embargo, existe en la narración de Stanley un atisbo de transculturación que yo denominaría “en pañales”, pues no es lo suficientemente fuerte como para impactar la identidad del sujeto imperial, al contrario, refuerza las identidades hegemónicas, pues el apodo de Bula Matari enfatiza y exalta las cualidades imperialistas del protagonista.
A modo de conclusión, creo que no debemos perder de vista la matriz económica que subyace en cada uno de los tipos de viaje analizados en los textos (poemas, novela, autobiografía): el viajero imperial que busca recursos naturales en otras tierras para enriquecer a la metrópoli, la migrante caribeña que sale de la isla para encontrar un mejor futuro en Estados Unidos, y la industria turística que genera cuantiosas divisas a los Estados nacionales modernos pero con un alto costo de precariedad social en las poblaciones receptoras donde se crean cinturones de pobreza y explotación desmedida de los recursos naturales.
Cada contexto histórico construye formas particulares de llevar a la práctica las relaciones de dominación, ya sea a través del turismo, de los migrantes del siglo XX y XXI, o del viaje de exploración decimonónico. Lo medular, pienso yo, es que la literatura además de ser un discurso estético también puede llevarnos a reflexionar sobre el mundo y los problemas que hoy en día vivimos, hacernos abrir los ojos a nuestro contexto, captar la omnisciencia del sistema mundo capitalista y sus formas político-económicas de dominación. Y cuestionarnos si existe una forma de deconstruir y reinventar el sistema, de reformular nuestra identidad social, de escapar del círculo, en definitiva, ¿podemos imaginar y construir hoy un mundo diferente?
[1] Según Mary Louise Pratt, la densidad de significado se refiere a la representación del paisaje como extremadamente rico en substancia material y semántica. Esta densidad se logra, según la autora, a través de un uso exagerado de adjetivos calificativos (2000: 204).
[2] Quizá el ejemplo más ilustrativo y literario de esto sea la figura shakesperiana de Calibán de La Tempestad, personaje colonizado en la pieza dramática y que ha sido reinterpretado por la crítica literaria como una figura de resistencia, un caníbal cultural (Rodríguez Monegal, 1978).
Bibliografía
Arnold, David (2000), La naturaleza como problema histórico. El medio, la cultura y la expansión de Europa, Ciudad de México: FCE.
Briones Quiroz, Félix y Juan Carlos Medel Toro (2010), “El imperialismo del siglo XIX”, Tiempo y espacio, núm. 25, pp. 1-9.
Griffiths, Andrew (2015), “A Scramble for Authority: Stanley, Conrad and the Congo”, en The New Journalism, the New Imperialism and the Fiction of Empire, 1870–1900, Londres: Palgrave Macmillan, 122-154.
Pratt, Mary Louise (2000), Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, Londres: Routledge.
Rodríguez Monegal, Emir (1978), “Las metamorfosis de Calibán”, Vuelta, vol. 3, núm. 25, pp. 23-26. Disponible en: http://www.robertexto.com/archivo11/metamorf_caliban.htm
Said, Edward (1990), El Orientalismo, Madrid: Libertarias.
Stanley, Henry Morton (2002), Autobiografía, Bula Matari. Historia de un explorador, Barcelona: Ediciones B, Grupo Z.
David Anuar (Cancún, 1989). Reside en Mérida desde hace una década. Es licenciado en Literatura Latinoamericana por la UADY (2008-2013) y estudiante de la Maestría en Historia por el CIESAS-Peninsular (2016-2018). Becario del PECDA Quintana Roo (2012) y de Yucatán (2015). Becario del Festival Cultural Interfaz (2017). Ganador del Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada (2011). Autor de las plaquettes de poesía Erogramas (2011, Catarsis Literaria El Drenaje) y Estrellas errantes (2016, UAEM). Autor de los libros Cuatro ensayos sobre poesía hispanoamericana (2014, Ayuntamiento de Mérida) y Bitácora del tiempo que transcurre (2015, Ayuntamiento de Mérida).
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Ensayo publicado en Tropo 18, Nueva Época, 2018.