La rapsodia del fúnebre narciso

 

José Antonio Íñiguez

 

Hay que decirlo con toda franqueza: un poeta adquiere su credencial de narciso cuando puede y tiene la voluntad de declararse como tal. Y, sobre todo: un poeta adquiere su certificado de inútil honorabilidad cuando sabe que el acto poético es, como dijo Cioran, un fúnebre narcisismo y, sin embargo, se burla de ello y, sin embargo, parece querer dinamitar la poesía desde su falsa pureza.

Los lectores o los moralistas dirán aquí que esta tentativa es hipócrita. Pero entenderlo no es tan complicado. Algunos poetas saben que no hay otra opción. No se creen magos ni dioses. Buscan la verdad a toda costa. Buscan también la gracia (más terrenal que divina) que hay detrás de la escritura. Son, por esa razón, unos verdaderos cínicos, y su cinismo los hace narcisistas.

Aldo Revfaulknest pertenece, sin duda, a esa clase de poetas.  Desde sus primeros poemas publicados en revistas locales y nacionales, irradiaba un yo poético narcotizado de irreverente pesimismo, pero eso sí: siempre consciente de que todo poeta, narciso de nacimiento, se contempla en sus propias palabras.

En Rapsodia poliédrica de fúnebre narcisismo (Ediciones La Rana Guanajuato, 2017), su ópera prima, parece enunciarse esa desangelada premisa fincada desde el siglo XIX: la poesía debe ser escrita, cantada y vivida con cinismo. Y el verso, al unísono, debe tener los pies bien plantados en la tierra, los ojos bien fijos en la cotidianidad, porque el vínculo con la utopía y lo divino se ha diluido en la zozobra y la pérdida de fe.

Casi como si fuera una inevitable consecuencia, el hablante lírico de los poemas de Revfaulknest es un hedonista redimido, y vive —como escribió el poeta infrarrealista, Mario Santiago Papasquiaro— sin timón y en el delirio. Es, por lo tanto, “un dejado de Dios”, y sus actitudes hacen pensar que incluso el poema como artefacto no le interesa demasiado, sino la búsqueda incesante del instante poético y el impacto que pueda provocar: “tengo poemas que mueren día a día/ se oxidan como péndulo en el océano/ agonizantes / tal pétalos de tulipán ciego/ irreversibles / a kilómetros de la tumba de tus labios/ & confieso a los apátridas del moho/ que el sonido de dolor explota en el sueño”.

En las seis secciones que contiene este libro, poemas como “partida de póker“, “cuando Caín fornica con el Diablo se apagan las estrellas “, “un loco tolerado no difama “, y el que para mí es su poema más logrado, “giroscopio ambulante”, se entrevé el periplo (sin virgilios) de un poeta al cual sólo le queda su arte poética frente al caos en el que se ha convertido la realidad.

Escéptica por determinación, la voz cantante de Rapsodia poliédrica se podría catalogar a sí misma como el prototipo del poeta moderno, representado en Baudelaire, es decir, como una voz que se sabe dentro de un mundo anárquico, que no obedece la moral establecida y ocupa el verso para testimoniar una realidad que ofrece sus callejones como hoyos fonkis y sus bares como madrigueras en donde los desposeídos, los mitos resignificados en seres comunes y corrientes, se completan y se amparan entre sí:  “no hay ley en este paraíso de humareda/ moral /ciencia se diluyen en el mingitorio/ códigos / reglas se dispersan como pirotecnia/ la política baila en el claroscuro de la esquina/ pero eso sí / a la periferia del túnel Juan Valle/ : nadie está desamparado en la miseria”.

Revfaulknest, gracias a esto ha construido una rapsodia como la vida misma. Una rapsodia que pese a sus fallas —el ritmo a veces intrincado, abuso de la adjetivación, textos que a veces sólo alcanzan a ser estampas etílicas— lleva marcada a fuego la máxima de Parra por excelencia: a la poesía hay que ofenderla.

Al leer este libro se puede descubrir no sólo un poeta que asume riesgos y rompe diplomacias con el lenguaje, sino también a un lector que tiene bien definida la puntería de su estilo en la poesía rupturista mexicana, encarnada primero en Maples Arce, y después en tipos como Jaime Reyes, Abigael Bohórquez y los poetas infrarrealistas. Su plasticidad poética así lo delata. Su contemplación de la urbanidad, por ejemplo, no está nada alejada del canto asfáltico de Efraín Huerta; ni está lejos tampoco del Max Rojas de El turno del aullante con su uso de neologismos y reformulaciones verbales (“chingadería”, “melancohólico”, etc).

Aldo Revfaulknest, algo desconocido si quiere, ya había mostrado sus capitales poéticos en antologías como Los caminos de la lluvia: muestra poética de Cancún (Ediciones Del Lirio, 2013). De él sorprendía la madurez y lo que parecía ser el esbozo de una poética peculiar; algo extraño para un poeta relativamente joven radicado en Cancún, aunque haya vivido, por causas de estudio, unos cuantos años en Guanajuato (en donde se publicó este libro).

Habría que leer por eso este libro con la plena consciencia de sus errores y sus grandes hallazgos, pero del mismo modo con el entusiasmo y la seguridad de quien, sentado en una platea, se dispone a disfrutar la rapsodia de un fúnebre narciso, la Rapsodia poliédrica de fúnebre narcisismo que nos regala Revfaulknest.

 

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José Antonio Íñiguez (Cancún, 1991). Ha publicado en diversas revistas y suplementos culturales. En 2014, fue becario en el género de poesía en el Encuentro de Literatura Los Signos en Rotación del Festival Interfaz-ISSSTE. Ha sido incluido en las antologías Los caminos de la lluvia: muestra poética de Cancún (Ediciones Del Lirio, 2013), Por la señal del alba (Poemínima Editorial, 2015) y Parkour Pop.ético. Mapa poético (SEP, 2017). Es autor de Nueva tierra (Ediciones O, 2018).

 

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Reseña publicada en Tropo 16, Nueva Época, 2017.

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