Jordi Soler. La estatura de tu vida

 

Miguel Miranda

 

Vi a Jordi Soler caminar como si fuera un rockstar rodeado de groupies rumbo al auditorio de la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas, en Xochimilco, para dar una conferencia. Era 1989, creo recordar. Por aquel entonces él llevaba una doble vida: públicamente era uno de los locutores estrella de una afamada estación que ya no existe, Rock 101, y sin que nadie supiera, escribía a hurtadillas su primera novela: Bocafloja (Grijalbo, 1994). Recordado por el público defeño de aquel entonces como el locutor de Argonáutica o Naufragio, Jordi Soler ha publicado más de doce novelas, dos libros de poesía e infinidad de artículos, cuentos y ensayos en diferentes medios editoriales. El tiempo le ha sentado bien; dejó la radio, siguió escribiendo, pasó un tiempo en Dublín como agregado cultural de la Embajada de México y ha producido literatura de buena calidad y extraordinario octanaje creativo.

Con la experiencia de más de veinte años a cuestas como escritor traducido a varios idiomas, Soler publica en 2017 El cuerpo eléctrico, su más reciente novela que sitúa a dos personajes centrales, la liliputiense Lucía Zárate, quien solamente medía 51 centímetros, era frágil y diminuta pero proporcionada, y además existió realmente; nació en lo que ahora es Cempoala, Veracruz, en 1864. Por su parte, Cristino Lobatón, un personaje de ficción, será quien lleve el destino de la enana protagonista hasta el final, desde Veracruz hasta la exposición Universal en Filadelfia, y de ahí por todo Estados Unidos viajando a bordo de un tren que es mitad transporte de un Freak Show, mitad planta procesadora y fumadero de opio.

Con una narrativa que parte de un ambiente de campus universitario, muy al estilo de Ciudades desiertas de José Agustín o de Donde van a morir los elefantes de José Donoso, Soler narra los hechos como un autodenominado exégeta, quien se introduce en los personajes y las situaciones para refulgirlas de narrativa y ambientes extraordinarios. La lectura nos lleva así de circunstancias que van de lo real y verosímil a lo fantástico y extraordinario: de repente el lector se encuentra a bordo de un tren que atraviesa de Este a Oeste las praderas norteamericanas con un socio de Barnum, una mujer hirsuta, siameses que se contradicen entre sí, un enano lúbrico y alcohólico, además de un chino singular, mejor amigo desde la infancia de Lobatón, quien regentea muy a la mexicana un incipiente negocio que podría ser un ejemplo de proto-narco.

Los recursos narrativos de Soler están derivados de esa exégesis inicial, donde parte como narrador en primera persona dando vida y espacio a los demás personajes que conviven a finales del siglo XIX. Un recurso muy favorable para mantener expectante al lector y utilizado por el escritor nacido en La Portuguesa, Veracruz, en casi todas sus novelas.  Al final, el lector de El cuerpo eléctrico (Alfaguara, 2017, 280 pp.) se lleva una superproducción de imágenes mentales debido a la narración que comienza con una enanita insignificante en un pueblo perdido de Veracruz, convertida en instrumento para que un muchacho con aspiraciones políticas pueblerinas se transforme en un magnate mexicano en Estados Unidos. La riqueza narrativa que propone Soler derrama en el lector ese imaginario particular, aderezándolo también con reflexiones sociológicas acerca de cómo cohabitamos mexicanos, chinos, indios, negros o anglosajones, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. ¿Serán acaso los mismos vicios o solo ha cambiado la forma?

 

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Reseña publicada en Tropo 15, Nueva Época, 2018.

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