Kierkegaard y Borges: creer o no creer en Dios

 

Carlos Torres

 

Mis innumerables enemigos afirman, con sobrada razón, que sólo he leído —y mal— a Borges, de modo que, para no contradecirlos, voy a comentar un caso más de placer intelectual proporcionado por este singular escritor, cuya figura subyugante fue comentada con su acostumbrada brevedad hilarante y elocuente por Augusto Monterroso en su ensayo Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges.

Resulta ser que el cuarto tomo de las Obras Completas de Borges, compiladas por Emecé Editores, libro que releo y releo con enfermiza reiteración, me ofreció recientemente un “descubrimiento” que se me había escapado durante previas y añosas lecturas, el cual quiero compartir.

Durante mucho tiempo, creí que cierta oración contenida en el cuento “La biblioteca de Babel” era una efusión filosófico-sentimental de Borges semejante a la expresada en “La escritura del dios”, donde se lee: “¡Oh, dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”, atribuida a un sacerdote maya que, prisionero de los conquistadores hispanos, accede a la revelación del absoluto que le procura su afición a las cosas del espíritu.

En “La biblioteca de Babel” se lee lo que quizá sea la antítesis de la referida oración feliz de “La escritura del dios”: “No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre —¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!— lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que, en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.”

Antes de proseguir, debo confesar que siempre que leo estas dos sentencias, lágrimas incontenibles acuden a mis susceptibles ojos, como en esta ocasión —lo digo, para alimentar la burla de mis susodichos enemigos.

El caso es que, en el apuntado tomo de las Obras Completas, vi de pronto el origen de esta última exaltación, que proviene de Sören Kierkegaard, de quien Wikipedia dice que centró su filosofía “en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la responsabilidad, en la desesperación y la angustia”, frase que mucho tiene que ver con la que citaré a continuación, también suya, y que inspiró a Borges para escribir lo que se citó de “La biblioteca de Babel”.

Kierkegaard escribió: “Si después del Juicio Final hubiera un solo réprobo en el infierno y me tocara ser ese réprobo, yo celebraría desde el abismo la Justicia de Dios.”

Esta especie singular de plegaria se explica bien si se atiende el hecho de que su autor fue un filósofo y un teólogo, pero los rigores de la dialéctica lo condujeron a un cierto escepticismo religioso, aunque Borges afirme que fue más un teólogo que un filósofo, pero después de haber escrito esto, el mismo Borges apunta que Kierkegaard “negó los argumentos que prueban la existencia de Dios (…) por considerarlos absurdos”.

En suma, Kierkegaard se parece mucho a Borges en esta oscilación entre creer y no creer en la Divinidad, de modo que cuando uno lee que “yo celebraría desde el abismo la Justicia de Dios”, parece que se está oyendo la voz de Borges, y es evidente que las palabras citadas de Kierkegaard son equivalentes a “Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que, en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.”

Es decir, que ambos, Kierkegaard y Borges, desearon desde lo más profundo de su alma estar seguros de la existencia de Dios, pero como la duda al respecto es un pecado, se confesaron culpables de un modo elusivo, pero extremadamente conmovedor. De cualquier manera, compláceme citar estas líneas del epílogo de su libro El hacedor, que se aplican con asombrosa exactitud a su propio autor:

“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”

 

Nota del editor: se publica aquí con un título distinto del original. Creemos que este se apega más fielmente al tema del texto.

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Imagen tomada del sitio: La piedra de Sísifo (lapiedradesisifo.com); del artículo: La representación definitiva de La biblioteca de Babel en 3D. Título de la obra: La biblioteca de Babel (detalle). Autor: Jamie Zawinski.

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Ensayo publicado en Tropo 14, Nueva Época, 2017.

 

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