Miguel Miranda
Aunque la risa no está restringida a los humanos, solo los hombres y mujeres nos reímos intelectualmente, es decir, tenemos la facultad (y hasta la obligación) de provocar la risa entre nuestra especie. Está demostradísimo que reír es sano y provoca salud, algo que algunos evitan u olvidan, sobre todo cuando entramos al terreno de lo literario. En esta novela ganadora del Premio Herralde Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) hace un homenaje a la facultad de la risa intelectual y utilizan la literatura como vínculo-vehículo y a la biografía como recurso rocambolesco de una ficción delirante que no se encuentra muy alejada de la realidad.
Con un inicio potente en su planteamiento, Juan Pablo (el personaje) nos habla de su primo, afecto desde adolescente a los negocios de “alto nivel”, en un relato que va desembocando en la evolución de los —pésimos— negocios del primo, relatados con un humor negro que va in crescendo. La narración de sucesos es tan inaudita, pero al mismo tiempo tan verosímil que provoca la risa inmediata: el lector cae en cuenta de que el relato es ficticio; sin embargo, la maestría de Juan Pablo (el escritor) lo lleva a sumergirse en la historia y vivirla y creerla hasta el final.
Pero no solo el primo y las peripecias de Juan Pablo (el personaje) nos imbuyen en la trama, también el diario de Valentina, su novia que lo acompaña en su periplo y después se convertirá en su exnovia casi indigente. Y la madre. Las cartas de la madre de Juan Pablo (el escritor) son un auténtico homenaje a la ya de por sí homenajeada madre mexicana cada 10 de mayo, esa madre clase media, más sobreprotectora que una madre judía y tapatía por añadidura. La madre escribe en tercera persona y con una soltura que envidiaría una Sor Juana ex hippie divorciada.
Juan Pablo (el escritor) se recrea en Juan Pablo (el personaje) en una novela que se antoja biográfica sin serlo y viaja a Barcelona a estudiar un doctorado “sobre los límites del humor en la literatura latinoamericana del siglo XX”. En este punto y en tono balbuceante, ya ha narrado las andanzas con su primo, quien ha sido cooptado y asesinado por la mafia, la cual, a su vez, lo asedia para construir en la Ciudad Condal un “negocio” de lavado de dinero.
Mediante situaciones cáusticas y dislocadas intervienen los relatos de Valentina, quien también es escritora y va siendo testigo de la transformación de Juan Pablo debido a los pedimentos cada vez más agobiantes de El Licenciado, líder visible de los mafiosos, junto con sus achichincles: un chino-catalán, un pakistaní sentimental y el “Chucky”, un matón diabólico-académico.
También se apersona el primo de manera epistolar, de quien sabemos ya no transita por el reino de los vivos, dando indicaciones del “negocio” a Juan Pablo (el personaje). Juan Pablo (el escritor) entrelaza toda la historia y la lleva por todas las Ramblas, los parques, las plazas y las calles, por la Barceloneta en invierno; la adereza con personajes que sazonan con boludeces argentinas y poemas de Oliverio Girondo y Alejandra Pizarnik y hasta aparece un perro que se llama Viridiana, en un posible homenaje secreto a Buñuel y a Silvia Pinal.
Escritor cáustico e iconoclasta, este mexicano que reside desde hace tiempo en Barcelona nos deja un final sin concluir, donde el lector tiene que sacar sus propias conclusiones, pero es la inteligencia del texto la que amarra la historia y seguramente le dejará un esbozo de sonrisa negra en la boca.
No voy a pedirle a nadie que me crea. Juan Pablo Villalobos. Anagrama 2016, 280 pp.
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Reseña publicada en Tropo 14, Nueva Época. 2017.