Arguedas y Revueltas. La intertextualidad latente *

 

Jesús Koyoc

 

Contrariamente a lo que se ha venido haciendo desde el surgimiento de la vida literaria de José Revueltas (1914-1976), es muy difícil hablar del Revueltas-hombre sin hablar del Revueltas-filósofo-político y del Revueltas-escritor: se le ha enterrado en el cementerio de los escritores periféricos, aun sin considerar la estética de sus textos, anteponiendo sus ideales y convicciones políticas que lo llevaron desde muy joven, y de manera recurrente, a las principales cárceles que el régimen priista había establecido en el país.

 

A pesar de esto, el hombre José Revueltas nunca renunció a sus ideas políticas y abrazó el encierro solo para remarcar que también los de afuera que se creían libres, vivían —y vivimos— en un encierro todavía. Prueba de esto es El apando (1969), escrita desde el Palacio Negro de Lecumberri, o Los muros de agua (1941), concebida con la experiencia del joven José Revueltas durante su encierro en las Islas Marías, sólo por mencionar un par de títulos dentro de la extensa obra del duranguense.

José Revueltas no se limitó tampoco a escribir literatura: en primer lugar, no podía ignorar los hechos que lo rodeaban, y dejó que su contexto complementara su obra, y viceversa, estableciendo siempre un diálogo crítico con lo que pasaba a su alrededor: por eso su expulsión del Partido Comunista y, posteriormente, de la célula que él mismo había fundado, conocida como Los Espartacos. Tampoco se limitó a escribir textos creativos en los que dejaba ver su crítica a la realidad que vivía, sino que escribió, inevitablemente, textos que en algún momento de su vida lo colocarían como el principal ideólogo del Movimiento Estudiantil de 1968, y que lo llevarían a la cárcel de Lecumberri. Esta parte de su obra, la política y filosófica, es de igual forma la que lo lleva a las grandes discusiones que lo expulsan de las organizaciones que ya he mencionado líneas arriba. Dentro de este apartado, podríamos destacar Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962), México, 1968: juventud y revolución (1971), entre otros.

El duranguense fue asimismo un hombre rebelde en su formación académica, literaria y política. Si bien por hechos desafortunados tuvo que dejar la escuela cuando cursaba la secundaria, eso no lo limitó para ser un autodidacta comprometido con la sociedad y con la literatura. Lo paradójico es que ahora la academia se detenga a estudiar la obra de una persona que no concluyó su educación básica.  Y aunque la parte más estudiada de su obra se encuentra dentro de su prolífica narrativa, Revueltas también incursionó en el género del teatro y la poesía. A este trabajo le concierne hablar sobre su narrativa breve, y más en especial, de un cuento titulado El dios vivo, que se incluye en el volumen de relatos Dios en la tierra (1944), de recién compilación en la Obra reunida de Revueltas. Y de todos los aspectos que se podrían escoger para estudiar dicho texto, iré por el camino del paratexto como detonante de la intertextualidad con la obra del peruano José María Arguedas (1911-1969).

Hay que resaltar la importancia de estos aspectos en la obra de Revueltas y cómo dejan en claro la ideología política del duranguense (comunista), y su manera tan directa de poner en duda las instituciones religiosas: Los motivos de Caín (1958), Los días terrenales (1949) y, para concluir con este apartado, Dios en la tierra, incluido en el volumen del mismo nombre, e incluso el título del cuento del cuál tomaremos la dedicatoria para estudiar: El dios vivo.

Sobre José María Arguedas se ha de resaltar lo curioso de su caso: el quechua encerrado en el cuerpo del blanco, a raíz de la infancia vivida con la servidumbre quechua. Es importante destacar la bandera indigenista que el peruano toma. A diferencia de Ciro Alegría, contemporáneo suyo e indigenista, Arguedas escribe desde dentro, desde la provincia —como podemos recordar, esto en algún momento de su lucha le trajo una fuerte discusión con el argentino Julio Cortázar[1], sobre quién y cómo debía pertenecer a Latinoamérica—. Tampoco debe olvidarse el latente bilingüismo en su obra.

 

Los paratextos

Según Genette, podemos entender por paratexto lo siguiente:

[Define] el paratexto como lo que hace que el texto se transforme en libro y se proponga como tal a sus lectores y al público en general (Genette, 1987). Además de los elementos verbales (prefacios, epígrafes, notas, etc.), Genette incluye manifestaciones icónicas (ilustraciones), materiales (tipografía, diseño) y puramente factuales (hechos que pesan sobre la recepción, información que circula por distintos medios acerca de un autor, por ejemplo (en Alvarado, 2014: 3).

 

Hay que saber también que estos paratextos pueden dividirse —lo cual no tiene que ser siempre así, ni siempre de esta forma— en paratextos autoriales y paratextos editoriales. Dentro de los editoriales podemos encontrar, en ocasiones, las portadas, los nombres de la editorial en las mismas, el uso de la tipografía, el material con el que se imprime y en el que se imprime, entre otros más. Entre los paratextos autoriales, claramente podemos ver los títulos de los libros[2], los epígrafes y las dedicatorias, etcétera. Estos últimos dos pueden funcionar perfectamente como detonantes de la intertextualidad. Es más sencillo verlo en los epígrafes que en las dedicatorias, pero ambos pueden funcionar como esto, como nos hacen ver dos contemporáneos de Revueltas: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, por tomar sólo dos ejemplos; podemos entender entonces, que un paratexto es además una forma de guiar una lectura[3]. En Aura se incluye, entre otros, un epígrafe de Michelet, de un texto titulado La bruja, lo cual, de acuerdo con el contenido del hipertexto, podría darnos una guía de lectura para comprender un poco más a los personajes de Aura y Consuelo. Por su parte, García Márquez, en Del amor y otros demonios, nos habla de la resurrección por medio de Tomás de Aquino, y cómo éste la aborda desde el cabello: de nuevo, tomando los textos —el hipertexto y la novela del colombiano— este epígrafe nos ofrece una guía de lectura para seguirle el paso a Sierva María. Pero no es siempre el epígrafe una guía con la que el escritor tiene que estar de acuerdo: en ocasiones, es necesario discutir con el mismo paratexto.

En el caso de la dedicatoria de El dios vivo, que simplemente dice “A José María Arguedas” (Revueltas, 2014), el hipertexto sería el escritor peruano, además de la irrefutable referencia a su obra. Esto se justifica por la temática indigenista que el peruano trata, al igual que Revueltas. No es éste el único texto del duranguense que hace referencia a esta cuestión social. Como nos dice José Fuentes en La impronta indígena de José Revueltas:

 

Revueltas dio lugar discreto, pero intenso y permanente a la problemática indígena. Por eso su escritura muestra la huella del indio, no sólo de los habitantes de México, también de los asesinatos en Guatemala y de los descendientes del Antiguo Imperio de los Incas. La presencia india es observable en sus novelas, narraciones breves, reportajes periodísticos, análisis históricos, políticos y culturales, sin olvidar el guion cinematográfico y en el texto autobiográfico (2014).

 

Es claro, entonces, que este asunto social no es ajeno a Revueltas, si bien no es tampoco el fundador de la corriente ni tampoco el más importante. Hay fragmentos en donde Revueltas parece imitar a José María Arguedas, que, como ya se dijo, dejó latente en su obra el andar que tenía entre una y otra lengua, el quechua y el castellano, aunque por supuesto, Arguedas no fue el único que brincó las barreras del lenguaje en un mismo texto. El escritor mexicano, por su parte, transgrede las fronteras lingüísticas, brincando del yaqui al español. Escuchemos a los dos escritores por medio de sus textos. En primer lugar, Arguedas nos canta lo siguiente, moviéndose entre los ritmos del quechua y el español:

 

Eran más grandes y más extrañas de cuanto había imaginado las piedras del muro incaico; bullían bajo el segundo piso encalado, que por el lado de la calle angosta, era ciego. Me acordé entonces de las canciones quechuas que repiten una frase patética constante: “yawar mayu”, río de sangre; “yawar unu”, agua sangrienta; “puk-tik’ yawar-k’ocha”, lago de sangre que hierve (Arguedas, 1988: 11).

 

Después Revueltas nos dice:

 

Miró, inclinado como estaba sobre la silla de su caballo, sin que, no obstante, pudiera vérsele, la noche apretándolo, él mismo nocturno, hecho de negros elementos.

—¡Yoris! (blancos) —gritó en su lenguaje yaqui—. ¡Yoris malditos! (2014: 194).

 

Es importante resaltar otro elemento de la obra de Revueltas, y que por momentos se puede ver en la de José María Arguedas: la violencia. Como bien se sabe, en toda la escritura creativa —cuando no también en la crítica y la crónica—  de José Revueltas está presente este tópico: basta presenciar la violencia con la que es tratado el cuerpo de los encerrados en esa magnífica prosa que es El apando, o cómo puede quedar encerrado el cuerpo entre dos bandos para luego terminar de manera brutalmente humillada como ocurre en Dios en la tierra, que de nuevo nos remite a esta discusión violenta entre la narrativa revueltiana y los discursos teológicos.

Siguiendo con esta idea de los textos bilingües, Revueltas nos vuelve a hablar en yaqui, en repetidas ocasiones. Escuchemos algunas más:

 

—Ahí está un yoreme (que quiere decir “hombre de la tribu yaqui”) —exclamaron, sin pavor, pues la ronda de los federales recorría Vicam-Pueblo para que los yoris, los blancos, no fuesen importunados por los indios (Revueltas, 2014: 195)

 

Llevó la botella de bacanora a los labios para que penetrase por su cuerpo esa tristeza, esa obstinación, esa lujuria triste. “Yoris —pensó otra vez tercamente—, fiesta de yoris.” No lo invitaban, era como un animal, como un perro, cuando esa debía ser su casa (Revueltas, 2014: 195).

 

De manera similar que con el peruano Arguedas, los sistemas de verdades y de poderes están en constante discusión. Como podemos leer en la cita de los yoreme en Revueltas, se busca que los hombres blancos no sean importunados por los indios, teniendo como medio a los soldados federales. En Arguedas no es tan violento el choque. Podemos pensar, en función de los sistemas de verdades, en el momento en que el niño Ernesto se topa con el muro de los Incas en el Cuzco, fragmento ya citado líneas arriba.

Pero ese no es el único momento en el que se pueden ver los sistemas de verdades en una lucha frontal. La escuela a la que llega Ernesto, como se ha mencionado en otros estudios, puede ser tratada como un microcosmos, como una representación de un país como lo es Perú, como lo es México. Ernesto continúa siendo el extranjero, como si trajera el exilio dentro de sí. Si pensamos entonces en la escuela como el reflejo del macrocosmos, estamos obligados a fijarnos en lo que rodea a este macro/microcosmos. Es ahí también donde las dos lenguas chocan; pero no sólo son las lenguas, sino los dos sistemas a los que responden. Para Ernesto, el personaje de Arguedas, esto es más latente.

En Revueltas, la acción ocurre en campo abierto, no se limita a un espacio cerrado, lo cual puede llevarnos a múltiples interpretaciones. Si recordamos lo que se trató al inicio del presente trabajo, de que el paratexto es una guía de lectura, no sería tan descabellada esta idea de que el choque de los dos sistemas es más tangible para Ernesto, más que para la voz narrativa del cuento de José Revueltas. O también puede ser que, debido a la extensión de los textos a los que me refiero (Los ríos profundos —1958— y el cuento de Revueltas), el duranguense se haya visto en la necesidad de condensar en mucho menos páginas el fenómeno que se repite una y otra vez en la novela de Arguedas, de la cual podemos extraer un fragmento.

 

Escuchemos:

¡Ay siwar k’enti!

Amaña wayta tok’okachaychu

siwat k’enti.

Ama jhina kaychu

Mayupataman urayamuspa,

k’ori raphra,

kay puka mayupi wak’askayta

k’awaykamuway.

¡Ay picaflor!,

ya no horades tanto la flor,

alas de esmeralda.

No seas cruel

baja la orilla del río,

alas de esmeralda.

No seas cruel

baja a la orilla del río,

alas de esmeralda,

y mírame llorando junto al agua roja,

mírame llorando

(Arguedas, 1986: 37).

Podemos ver, de nueva cuenta, esta transgresión de las fronteras del lenguaje en el peruano, la confrontación de sistemas de poder, ya que no hay que olvidar que este es un extracto, y no hay que olvidar lo que rodea a este fragmento del texto de Arguedas.

Tenemos, entonces, claramente, un diálogo entre la obra de los dos autores. Y no es solamente por la dedicatoria, ni por el bilingüismo que se presenta en ambos textos. Lo es también por el uso de la violencia (que en Arguedas es más velado y dirigido hacia otras cuestiones sociales) en ambos textos. Podemos ver, entonces, que no es necesario que siempre haya un epígrafe o una cita para dirigir una lectura. La dedicatoria puede funcionar también como este intertexto, y en un caso como este —y bajo la concepción de que todo es una escritura, o que todo puede ser escrito—, el mismo nombre de la persona a quien va dirigido puede funcionar como hipotexto, mientras que la obra de dicha persona —siguiendo con el mismo hilo— puede ser el hipertexto.

[1] Para más información al respecto, revisar la novela de José María Arguedas titulada El zorro de arriba y el zorro de abajo.

[2] Hay que tener cuidado con esto: el título no es siempre un paratexto autorial. Por ejemplo en el caso de César Vallejo, si bien se han editado una serie de poemas que reciben el título de Poemas humanos, es ésta una publicación póstuma, que no había sido titulada por Vallejo.

[3] El mismo Revueltas, por citar uno de sus poemas, Nocturno de la noche, escrito en 1937 y dedicado a Efraín Huerta. Si bien recordamos, 1937 está aún dentro de la primer etapa del poeta guanajuatense, quien escribe en este período buena parte de Los hombres del alba (ver Prólogo de Solana en la edición facsimilar de Los hombres del alba, publicado por CONACULTA en 2014), y aunque no es el único en usar el largo aliento, los poemas huertianos de esta etapa destacan, entre otras cosas, por este aspecto: versificación y poemas de largo aliento.

 

Bibliografía

Alvarado, M. (2014), Paratexto, Buenos Aires: Edición del Instituto de Lingüística de la Universidad de Buenos Aires. Rescatado: https://tallerproduccionoralyescrita.files.wordpress.com/2011/03/paratexto-maite-alvarado.pdf

Arguedas, J. (1986), Los ríos profundos y cuentos selectos, Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.

Fuentes, M. (2004) La impronta indígena en los escritos de José Revueltas, Pacarina del Sur. Edición digital. Rescatado: http://www.pacarinadelsur.com/home/huellas-y-voces/244-la-impronta-indigena-en-los-escritos-de-jose-revueltas

Gil, S. (2006), Introducción a la literatura comparada, Valladolid: Universidad de Valladolid.

Revueltas, J. (2014), Obra reunida tomo 3: Relatos completos, Ciudad de México: Ediciones Era / CONACULTA – Dirección General de Publicaciones /Gobierno del estado de Durango – Instituto de Cultura del estado de Durango / Secretaría del Estado de Guerrero / Universidad Autónoma de Coahuil.

Sabia, S. (2005), “Paratexto. Títulos, dedicatorias y epígrafes en algunas novelas mexicanas”, en Espéculo, Revista de estudios literarios, Madrid: Universidad Complutense de Madrid.

Zavalo, L. (2006), “Elementos de análisis intertextual”, en La precisión de la incertidumbre: posmodernidad, vida cotidiana y escritura, Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

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Nota del Editor:

El título original del ensayo de nuestro colaborador es El paratexto como detonante de la intertextualidad en un cuento de José Revueltas. Se ha modificado por razones estrictamente editoriales y con autorización del autor.

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Jesús M. Koyoc Kú (Cancún, Quintana Roo, 1992). Estudiante de la licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Ha impartido varios talleres en los estados de Yucatán, Quintana Roo, y Campeche. Ha publicado en la revista delatripa… narrativa y algo más, y Simulacro, de Tijuana.

 

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Ensayo publicado en Tropo 14, Nueva Época, 2017.

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