La humildad, ¿virtud o debilidad?

 

Héctor Hernández

 

“El amor propio, al igual que el mecanismo

 de reproducción del género humano,

es necesario, nos causa placer

y debemos ocultarlo.”

Voltaire

 

En un versículo del antiguo testamento aparece una clara descripción de una cualidad del profeta Moisés: “Moisés era un hombre muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra.” (Números 12:3, La Biblia de las Américas). No parece haber nada raro en esta afirmación hasta que pensamos en quién la escribió: ¡el propio profeta Moisés! ¿Pero cómo puede alguien ser humilde y al mismo tiempo presumir de ser el hombre más humilde de todo el planeta? ¿No dejaría de ser humilde una persona al afirmar que lo es?

Esta situación parece originar un tipo de paradoja pragmática en la que alguien contradice lo que dice mediante lo que hace. Es como si alguien dijera en voz alta: “Soy incapaz de articular una frase en voz alta”, al hacerlo estaría articulando una frase en voz alta y de esa forma estaría contradiciendo lo que afirma.

Sin abordar ese tipo de cuestiones, se puede pensar que la humildad es una virtud simplemente pensando en su opuesto, la soberbia: un sentimiento de superioridad frente a los demás que suele llevar a tratarlos despectivamente.

A primera vista podríamos pensar que, como la soberbia es un defecto, su opuesto debe ser una virtud. Pero no todos han visto la soberbia como un defecto. Por ejemplo, el filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche consideraba que la soberbia es una virtud de hombres superiores que lleva a una honestidad absoluta consigo mismo y a una superación constante porque el soberbio siempre está buscando estar por encima de los demás y no lo oculta ante nadie.

Y sin duda Nietzsche actuaba en consecuencia, pues consideraba su propia obra “el regalo más grande que hasta ahora la humanidad ha recibido”. Y comentó: “Tomar en las manos un libro mío me parece una de las más raras distinciones que alguien puede concederse —yo supongo incluso que para hacerlo se quitará los guantes, por no hablar de las botas…” De hecho, en su autobiografía los primeros tres capítulos son titulados así:

 

Por qué soy yo tan sabio

Por qué soy yo tan inteligente

Por qué escribo yo libros tan buenos

 

Sin embargo, el problema del soberbio no es cómo se siente consigo mismo, sino cómo ve a los demás. En una carta, Nietzsche comentó: “hoy no vive nadie por quien yo tenga interés; las personas que me agradan han muerto hace mucho, mucho tiempo”.

Se podría pensar que esta actitud suele ser propia de los intelectuales ateos como Nietzsche, pero incluso entre ciertos líderes religiosos se ha encontrado una similar. Por ejemplo, entre los judíos surgió la leyenda de que en cada generación existen al menos 36 hombres justos que son quienes impiden la destrucción del mundo así como la existencia de diez justos en Sodoma hubieran evitado su destrucción. En el Midrash Rabbah hay un texto de un rabino que dice así:

 

“En el mundo hay no menos de treinta hombres tan justos como Abrahán. Si hay treinta, mi hijo y yo somos dos de ellos; Si hay diez, mi hijo y yo somos dos de ellos; Si hay cinco, mi hijo y yo somos dos de ellos; si hay dos, esos somos mi hijo y yo; pero si solo hay uno, ese soy yo”.

 

Se considera que un sinónimo de “soberbia” es arrogancia. La palabra “arrogancia” proviene del latín arrogare que significa apropiarse o tomar honores que no se merecen. Pero también exagerar las capacidades mentales que se tienen. El naturalista sueco Carlos Linneo consideró que nunca había existido un botánico ni un zoólogo más grande que él mismo y calificó su sistema de clasificación de especies de vegetales y animales como el “mayor logro en el reino de la ciencia”.  Congruente con esta creencia propuso que su lápida llevara la inscripción Princeps Botanicorum (El príncipe de los botánicos).

Sin embargo, Linneo como la mayoría de la gente de talento no requería alabarse a sí mismo. El filósofo Jean-Jacques Rousseau dijo que “no conocía a un hombre más grande en la tierra”, y el escritor alemán Goethe escribió refiriéndose a él: «Con la excepción de Shakespeare y Spinoza, no conozco a nadie, entre los que ya no viven, que me haya influido más intensamente». Pero no es lo mismo alabarse a sí mismo que ser admirado por otros. Como dice un proverbio: “Que te alabe otro y no tu propia boca” (Proverbios 27:2).

Cuando alguien realmente es digno de honra es muy probable que la consiga aun sin buscarla o procurarla llamando la atención. Un ejemplo nítido es el caso de Isaac Newton. El astrónomo inglés Edmond Halley escribió sobre él lo siguiente: «Ningún mortal puede aproximarse más a los dioses». Por supuesto, se puede objetar que Halley era amigo de Newton. Pero incluso el gran matemático alemán Gottfried von Leibniz, adversario de Newton en una prolongada, larga y áspera disputa sobre quién inventó el cálculo, consideraba sus aportaciones a las matemáticas “equivalentes a todo el trabajo acumulado que le había precedido”.

Debido a que Newton nunca tuvo novia, alguien lo describió como “aquel que dominó el movimiento de todo cuerpo celeste, con excepción de las mujeres”. Newton fue enterrado en Londres, en la abadía de Westminster entre grandes personalidades y monarcas del Reino Unido. En su tumba hay un mensaje en latín que traducido dice: “Aquí yace lo que era mortal de Isaac Newton”.

En el pedestal del monumento a Newton de 1732 hay un mensaje largo dedicado a él. La última parte dice así: “defendió en su Filosofía la Majestad del Todopoderoso y manifestó en su conducta la sencillez del Evangelio.
Dad las gracias, mortales, al que ha existido así, y tan grandemente como adorno de la raza humana.” El poeta inglés Alexander Pope también escribió un epitafio para Isaac Newton que decía: “La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche; Dijo Dios “que sea Newton” y todo se hizo luz.” Pero en la abadía de Westminster no le permitieron ponerlo en el monumento.

Es curioso que a ciertas personas imponentes se le compare con los dioses, la cuestión es si los dioses pueden ser arrogantes o no. Por ejemplo, hay quien ha pensado que el Dios del antiguo testamento es arrogante por la forma de abordar ciertos casos. Pero si suponemos que el Dios del antiguo testamento es omnipotente, omnisapiente y veraz, como se suele creer, entonces por definición sería imposible que sea arrogante, ya que no puede atribuirse algo que no pueda hacer, ni creer falsamente que tiene ciertos méritos que no tenga y mucho menos decir algo que sea falso. El problema es que con esas cualidades tampoco podría ser modesto porque la modestia implica reconocer los errores y defectos propios, o al menos las limitaciones, y una deidad así no tiene defectos ni errores ni limitaciones. Lo que sí podría manifestar es la condescendencia (positiva), en el sentido de no tratar a los demás despectivamente aunque todos sean inferiores a él, sino adaptarse a los demás y acomodarse a sus gustos por bondad. Si no se hace por bondad, se puede hacer lo que dijo Woody Allen: “Debemos ser modestos recordando que los demás son inferiores a nosotros”.

En la arrogancia la gente se aparta de la realidad al creer estar en un nivel superior al que realmente se encuentra y auto-concebirse siempre como superior a los demás. Como dijo Napoleón: “Haríamos un gran negocio comprando al hombre por lo que vale y vendiéndolo por lo que él cree que vale”. Esta es una tendencia muy común en la humanidad. Los antiguos griegos llamaron despectivamente “bárbaros” (literalmente “los que balbucean”) a los extranjeros porque su lengua les sonaba como un balbuceo incomprensible (bar-bar.) Pero se cree que nuestros antepasados mexicas hicieron lo mismo al llamar “popolucas” (pol-pol) a ciertos pueblos vecinos. Esa actitud es la que en el fondo dificulta la equidad, la no discriminación y la solidaridad, y su libre desarrollo es el espíritu de la xenofobia, el racismo, la intolerancia y con frecuencia también de la violencia.

Sin embargo, la humildad es compatible con un sano reconocimiento de las propias fortalezas y debilidades que puede llevar a alguien a sentirse cómodo consigo mismo y actuar con confianza sin ofender a los demás. En esos casos la gente no es arrogante, sino segura, y no teme expresar ciertas afirmaciones de auto-reconocimiento. Como el famoso ajedrecista armenio Levon Aronian, quien es conocido por su carácter afable, que recientemente dijo: “Me respeto mucho: ¡Soy mi jugador favorito de ajedrez!”. En síntesis, por sus efectos positivos en la paz con uno mismo y los demás, creo que la humildad es una virtud y su contraria, la soberbia o arrogancia, es un defecto, pero no solo por ser su contraria, ya que puede haber dos extremos opuestos que ambos sean defectos; más bien por las consecuencias negativas a las que lleva: engaño, hostilidad, envidia, odio, discriminación, intolerancia, etc.

 

Héctor Hernández (México, D. F.). Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Actualmente es profesor del departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe.

 

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Ensayo publicado en Tropo 14, Nueva Época, 2014.

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