José Castillo Baeza
En memoria de Nilda Blanco Padilla
Es bien sabido que Cervantes, en el Quijote, descompone la luz en muchas historias que revolotean alrededor de Sancho y don Quijote de la Mancha. Parece ser que esta proliferación de relatos, más evidente en la primera parte, no fue del agrado de muchos lectores, pues el mismo Cervantes —en distintos momentos de la segunda parte— alude a tales críticas, con mucha ironía y no sin una sonrisa bien dibujada en la boca. Así lo observamos, por ejemplo, en palabras de Sansón Carrasco:
—Una de las tachas que ponen a tal historia —dijo el bachiller— es que su autor puso en ella una novela intitulada El curioso impertinente, no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia de su merced del señor don Quijote.
El propio don Quijote critica a su autor afirmando no saber por qué este introduce «cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir en los míos» , y aun enfatiza que con solo hablar de sus pensamientos, lágrimas y acontecimientos, hubiera podido Cervantes escribir un volumen todavía de mayor extensión. Más allá de la consciencia que el novelista tiene de su propio quehacer y de la mirada burlona hacia sí mismo, cabe mencionar que aun hoy el lector moderno que se acerca al Quijote suele considerar engorroso que el autor “se desvíe” de la historia personal o “caiga” en digresiones “aburridas”. Pero como el propio Cervantes dice: «podría ser que lo que a ellos les parece mal fuesen lunares, que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los tiene».
La historia de doña Rodríguez y su hija es un lunar entre las páginas más comentadas de la segunda parte de la novela, puesto que se encuentra dispersada entre el reality descomunal que los duques construyen alrededor de don Quijote con el fin de burlarse él. Y dado que el relato no está contado de un tirón, sino que se desgrana a lo largo de diversas páginas, es posible que el lector esté más pendiente de las impensadas y tragicómicas peripecias que vive Sancho como gobernador de la ínsula Barataria o de los consejos políticos y morales que don Quijote brinda a su escudero.
Tras la muerte de su esposo en Madrid «y con hija a cuestas, que iba creciendo en hermosura como la espuma del mar», doña Rodríguez llega al reino de Aragón para servir a la duquesa. Es ahí donde, entre lágrimas y lamentos, le cuenta a don Quijote que su hija ha sido deshonrada por el hijo de un labrador riquísimo. «[…] y, debajo de la palabra de ser su esposo, burló a mi hija, y no se la quiere cumplir; y, aunque el duque mi señor lo sabe, porque yo me he quejado a él, no una, sino muchas veces, y pedídole mande que el tal labrador se case con mi hija, hace orejas de mercader y apenas quiere oírme, y es la causa que, como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros, y le sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere descontentar ni dar pesadumbre en ningún modo».
A través de las palabras de doña Rodríguez se nos revela que el duque, encargado de vigilar que se haga justicia en sus tierras, se niega a ello porque existen intereses económicos de por medio. En concreto, se trata de la ya muy conocida relación entre empresarios y políticos, donde los segundos responden a los intereses de los primeros. Y ante el peso brutal de la realidad y ante la impotencia, doña Rodríguez recurre a don Quijote para vengar sus agravios, porque la misión del caballero andante es «enderezar tuertos y amparar a los miserables».
Es así que el duque decide organizar un duelo entre don Quijote (defensor de la víctima) y el hijo del labrador (el agraviante) para resolver el conflicto. Aunque podría parecer que el duque tiene la intención de hacer justicia, en realidad, solamente ve una oportunidad más para seguir riéndose a costa de don Quijote, pues, para aquel todo sigue siendo un juego. El duelo está próximo a celebrarse, ha llegado gente de todos lados a presenciar el espectáculo, los dos caballeros están próximos a luchar. Sin embargo, resulta que el burlador de la hija de doña Rodríguez ha huido a Flandes, por lo que quien se encuentra detrás de la celada del rival de don Quijote es el lacayo Tosilos, a quien le han dado instrucciones precisas de lo que debe hacer. Tosilos, al ver a la hermosa muchacha decide no pelear y casarse con ella. La hija de doña Rodríguez acepta: «más quiero ser mujer legítima de un lacayo que no amiga y burlada de un caballero, puesto que el que a mí me burló no lo es».
Parece que el relato terminará de manera feliz, pero el duque está furioso porque el espectáculo no ha salido como él quisiera. En esta parte, Cervantes abandona la historia y sigue contando las andanzas de don Quijote y Sancho, quienes parten a Barcelona pensando que se ha hecho justicia. Muchas páginas más tarde, cuando don Quijote ha sido derrotado por el Caballero de la Blanca Luna y ya regresa, enfermo de melancolía, a su aldea, Tosilos aparece por el camino y remata el relato: «el duque mi señor me hizo dar cien palos por haber contravenido a las ordenanzas que me tenía dadas antes de entrar en batalla, y todo se ha parado en que la muchacha es ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla». Golpe de realidad no menor a los que ha recibido don Quijote a lo largo de la segunda parte. A diferencia de otros relatos interpolados en la novela, el caso de doña Rodríguez y su hija es tristísimo. Las mujeres quedan desamparadas, el labrador rico y su hijo no responden ante la justicia porque cuentan con la complicidad del duque que no piensa comprometer sus relaciones con los que ejercen el poder económico.
Cervantes muestra, en este relato escrito al margen, un mundo nuevo que está comenzando a formarse en su tiempo y que ya es bastante conocido para nosotros. Un mundo donde los marginados no tienen una opción real de existir y donde la simulación del político se impone a la ficción redentora que representa don Quijote. Un mundo donde la frivolidad aplasta cualquier posibilidad de justicia y de dignidad. El reality show del duque, de haber sucedido hoy, seguramente hubiese sido transmitido vía Facebook Live y más de uno hubiese aplaudido como foca porque, en medio de nuestra podredumbre social, transformar la tragedia del otro en espectáculo es cosa de presionar un botón.
No es difícil imaginar lo que Cervantes dice sin necesidad de escribirlo: doña Rodríguez despedida y cansada camina por los campos de Aragón buscando acomodo en el mundo; su hija mastica la soledad eterna que vivirá encerrada en el convento hasta el final de sus días. La imagen cabe en el lunar de un rostro que es también nuestro retrato.
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José Castillo Baeza (Chetumal, 1987). Es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Modelo, y cuenta con una especialización en Docencia en la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha publicado dos novelas: Hojas recicladas (IQC y Escuela Modelo, 2005) y Garabato (Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2014), y el libro de cuentos A la espera (2008). Actualmente se desempeña como profesor de Literatura e Historia en la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes. Parte de su trabajo literario y periodístico puede leerse en el sitio: www.hojasrecicladas.blogspot.com
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Ensayo publicado en Tropo 14, Nueva Época, 2017.