Lorena Careaga Viliesid
El periodista y empresario editorial Fernando Martí presentó en fecha reciente el segundo volumen de su libro Cancún: fantasía de banqueros, la obra referencial por excelencia sobre el origen de este destino turístico (publicada en 1985) y que le valiera el ser nombrado Cronista de la Ciudad en 1992. Compuesto por 31 crónicas, este segundo volumen trata de explicar mediante la voz de sus protagonistas en qué se ha convertido la ciudad fundada en los 70. El texto que ahora publicamos fue leído por la autora durante dicha presentación y sitúa de manera lúcida y honesta los activos del libro actual, pero señala con puntualidad las deudas pendientes del cronista con la otra historia de la ciudad.
¿Quién es y qué hace el cronista de una ciudad?
El cronista relata qué ocurrió, cuándo ocurrió, dónde ocurrió, cómo ocurrió y, si es posible, por qué ocurrió, siempre y cuando no se trate de su interpretación personal. Es decir, se ciñe a los hechos. Por ello, la crónica es la materia prima por excelencia de la nota periodística. Por ello también, al cronista se le pide “integridad sin identificación política”; a nivel personal por supuesto tiene, como todos, el derecho a su opinión, valores y convicciones, pero éstos no deben permearse a su tarea narrativa.
Pensamos que el cronista documenta historias y costumbres, y en efecto, así es, y lo hace con concisión y precisión, siempre en aras de la verdad. En palabras de un lúcido cronista español: “El trabajo del cronista es altamente valorado por la capacidad de captación de lo más importante o novedoso en un suceso y de los detalles que resulten significativos o emocionalmente impactantes” y, podríamos añadir, incluso anecdóticos.
Y cito nuevamente: “El cronista debe estar alejado de todo vínculo que pueda desvirtuar su crónica. Aunque los contactos con toda clase de personas y entidades son necesarios y, en ocasiones imprescindibles, esto no debe significar excluir de su crónica a ningún habitante ni suceso histórico de la población que representa, por lo que siempre deberá atender con la mayor objetividad posible cualquier dato histórico o acontecimiento local, independientemente de su condición y su opinión personal.”
Un cronista echa mano de las herramientas de la historia, pero de una forma muy particular. Por supuesto hace uso de documentos, pero también y forzosamente de la metodología de la historia oral, es decir, aquella que consiste en entrevistar al informante clave, esa fuente viva de la historia, haciéndole preguntas pertinentes y dejándole hablar, dejando que fluyan libres los temas y quizá en momentos acotándolos o precisándolos con nuevas preguntas. Un cronista debe saber escuchar e identificar en el relato que escucha, los puntos destacados. Su tarea, sin embargo, no es reproducir tal cual la entrevista, ya que eso no es hacer crónica. Y dado que cada quien habla de la feria según le fue en ella, debe de confrontar y verificar numerosas veces lo que le cuentan, decantando la veracidad del relato y distinguiendo los puntos de vista, a la vez que respeta el de cada uno de sus informantes.
Y ya que hablamos de historia oral, justo es decir que es muy difícil historiar lo contemporáneo. ¿Por qué? Porque sencillamente falta la perspectiva del tiempo, la distancia necesaria que permite ver los acontecimientos con más objetividad, desde varios puntos de vista, con mayor cantidad de datos, con desapego. Cuando queremos historiar el presente nos encontramos con cientos de temas, en una maraña de relaciones vivas y cambiantes. Sobre todo, somos parte de esa misma realidad que queremos narrar. De ahí que la crónica sea tan importante y el papel del cronista también. Pero de ahí, también, el reto de contar aquello que sucedió hace tan corto tiempo.
Fantasía de banqueros II
Fernando Martí, cronista de Cancún, ha logrado hacer una excelente crónica de los últimos 32 años, con base en 31 entrevistas, en las que a veces están acotadas las palabras textuales de la persona entrevistada, pero que mayormente es una narración muy bien escrita y caracterizada por una fina ironía.
Encontró una resolución genial a una historia tan nueva como compleja y cambiante: un entramado de historias capaces de revelar distintos caminos, derroteros, direcciones, hacia donde se dirigen las múltiples facetas de una ciudad que apenas tiene 47 años.
La variedad de temas que aborda incluso da para más: subtemas relacionados que se van entretejiendo con el relato y enriqueciéndolo. Así, a propósito del nombre de Cancún, con sus distintas ortografías y todos sus posibles significados, se abunda sobre el famoso cartógrafo francés D’Anville, primero en colocarlo en el mapa del mundo dieciochesco, y así vamos aprendiendo algo de cartografía, de heráldica, de toponimias, de fonética, de lingüística maya, y hasta de meteorología, mientras vamos saboreando —y a veces padeciendo— la historia de nuestra querida ciudad.
Cancún está lleno de historias increíbles (¡qué placer y qué reto para el cronista!). A cada paso hay anécdotas que nos hacen exclamar “¡No puede ser!”, con auténticos signos de admiración. Una de ellas es la del aeropuerto en sus orígenes, escenas inolvidables que perdurarán alimentando el mito y la leyenda urbana: un jet 707 que aterriza por error en una pista clausurada, donde aún no había ni siquiera una torre de control de palitos, y por donde 47 años después todos transitamos en nuestros vehículos sin siquiera sentir un pequeño escalofrío de asombro.
No nos falta historia. Nos falta la preservación de esa historia, el registro de la memoria, la visión de futuro que requiere el resguardo del pasado, aunque suene paradójico. Ese aeropuerto que hoy en día está en manos extranjeras, que es el negocio más productivo de Cancún, que destaca entre los aeropuertos de México y América Latina, aunque no haya una sala de espera internacional ni pantallas que avisen la llegada de los vuelos, ese aeropuerto es el lugar donde debiera abrirse una sala de exhibiciones con un concepto museográfico moderno, a través del cual se le cuente a propios y extraños la extraordinaria historia —completamente excepcional— de este destino turístico.
En vez de eso, hasta con relación a la torre de control de palitos, que es sin duda uno de los principales símbolos de Cancún, hay experiencias tristes e indignantes, de descuido e indiferencia, de —y cito al cronista— “desamor absoluto por la suerte de la ciudad”. La primera casa de la zona hotelera, la Casa Maya, de José de Jesús Lima, es otro ejemplo, incluyendo la colección documental y fotográfica que albergaba cuando se la trasladó al Parque Kabah, antes de colapsarse por completo.
Podría decirse que Fantasía de Banqueros II es también un atisbo a la historia económica y política del México contemporáneo, en el sentido de que, en el devenir de Cancún, están insertas las decisiones presidenciales, incluyendo las prácticas imprudentes de Echeverría y las suicidas de López Portillo, las manos invisibles de los gobiernos estatales, y los caprichos de los gobiernos municipales, quizá los más corruptos y costosos, así como también las decisiones y el control que ejercen numerosos inversionistas nacionales y extranjeros, muchos de los cuales son responsables del rosario de ilegalidades, incumplimientos, recriminaciones, acusaciones, fraudes y litigios que han asolado tanto a la zona hotelera como a la ciudad.
Los fantasmas que nos acechan
Debo advertir que un fantasma recorre estas páginas. Se esconde en una frase aquí, reaparece en un párrafo allá. Cuando inicié la lectura de esta crónica, tomé la decisión de abrirla al azar, y el azar me llevó a toparme directamente con el fantasma en la página 249. Empecé a leer y ¡oh sorpresa! Ese capítulo, a la mitad exacta del libro, no es sobre Cancún, pero tiene todo que ver con Cancún. Se trata de la increíble y triste historia del más grande y famoso destino turístico de México: Acapulco. El fantasma de Acapulco y sus ominosas lecciones: no le vaya a pasar a la Perla del Caribe lo mismo que le ocurrió a la Perla del Pacífico. El costo de desatender los problemas urbanos, ecológicos y sociales de Acapulco, sin duda ha resultado demasiado alto, y no parece haber vueltas atrás.
El capítulo “De pueblo a ciudad”, uno de los más reveladores, es una excelente crónica de la planeación urbana de Cancún, a quien el cronista define como “la ciudad mejor planeada de la historia de México”, agregando un cauteloso “quizá” y un “en el papel” como advertencia. Sin entrar en detalles, lo que se puede decir a este respecto es que Cancún seguramente ha sido el mayor desafío a la planeación que ha existido en México. Todos, absolutamente todos los planificadores que alguna vez han tenido algo que aportar a la planeación urbana de Cancún —y por supuesto de la Riviera Maya— se han quedado cortos y por mucho. ¡Nadie les atina a los pronósticos!, con las consecuencias graves que ya padecemos todos los días. Hay quienes dicen que sí hay planeación, pero que siempre faltan recursos. Sin duda, pero también ha faltado la voluntad de apegarse a lo planeado.
Se analizan en este apartado cuáles fueron los problemas de Cancún desde el principio: la ubicación, el tamaño físico, la expectativa demográfica, la traza urbana, la indiferencia de gobiernos estatales y de FONATUR ante las invasiones y el crecimiento desordenado, la falta de recursos y, aun cuando se tomasen medidas adecuadas, la rápida obsolescencia de los mejores planes. Frases lapidarias de la crónica describen mejor que yo el contenido de este capítulo: una ciudad colapsada, una ciudad divorciada de la realidad, una colección de parches urbanos desarticulados, un contraste escandaloso con la zona hotelera, un centro histórico que se muere de inanición, un ambiente de saqueo, una zona hotelera saturada y reventada donde seguir construyendo es un suicidio.
Para mi fortuna, la lectura al azar me trasladó a otro capítulo, y en este caso el texto me arrancó sendas carcajadas. La afinada pluma del cronista se da vuelo para describir el extraordinario y caótico recuento del “peculiar rompecabezas” y “sabroso tuti fruti” que constituyen los nombres y numeración de las calles, avenidas, supermanzanas, regiones, manzanas y lotes de Cancún, o lo que es lo mismo, “¿Me puedes decir dónde diablos queda…?”, que así se llama este capítulo. Y por favor, que no se nos olvide la ironía: todo esto ocurre ¡en la ciudad mejor planeada de la historia de México! Me dio mucho gusto la mención que se hace del querido Max Vega Tato y sus intentos individuales por nombrar algunas calles, y ahora siento más respeto por los taxistas y admiro aún más la capacidad mnemotécnica de los carteros.
No podían faltar en esta crónica Gilberto y Wilma, junto con una decena de huracanes y tormentas tropicales, que no por menores dejaron de ser temibles. En Fantasía de Banqueros II, la destructividad de los huracanes humanos va de la mano de los huracanes naturales, y hasta en ese rubro Cancún es el protagonista de lo más grande, lo más diferente, lo más insólito, lo más sorprendente, lo más inesperado.
Me pareció un acierto incluir en esta obra el texto de Fantasía de Banqueros I, la original, uno de los libros más consultados sobre Cancún; “a must”, como dirían los anglos, si es que uno quiere saber algo de Cancún; probablemente durante mucho tiempo el único libro que existía sobre Cancún y que sigue siendo primordial dentro de una bibliografía que aún podría considerarse escasa, dada la importancia y el significado de esta ciudad.
Asimismo, la obra enfoca su mirada hacia afuera, para incluir un análisis de la Riviera Maya, Cozumel e Isla Mujeres, para quienes Cancún resulta “un vecino incómodo”, por decirlo mesuradamente. Y aún más allá, nos acerca a las hermanas gemelas, pero deslucidas, de Cancún, donde la fantasía de los banqueros no tuvo el mismo éxito: Ixtapa, Huatulco, Los Cabos…
Resulta interesante el apéndice, que revela dónde anda cada uno de los actores principales o al menos destacados de esa historia de historias. De igual manera, es muy útil el índice onomástico al final, que facilita la búsqueda de personajes y lugares.
Excelente es también la edición, el diseño, el cuidado editorial, las imágenes que cuentan de manera paralela esta historia de historias. Si Fantasía I tenía, entre sus cualidades y aportes, un sinfín de imágenes invaluables, Fantasía II no se queda atrás.
Leer Fantasía de Banqueros II brinda la oportunidad de reflexionar acerca de lo que significa vivir en una de las ciudades más jóvenes de México, en la mejor planeada, en quizá la más conocida junto con la CDMX, la ciudad líder del turismo mexicano. Y reflexionar también acerca de su desarrollo asombroso en tan solo 47 años, para preguntarnos qué le espera y cómo será cuando cumpla otros tantos.
Lo que falta por contar
Fantasía de Banqueros I termina con un capítulo subtitulado “Tratando de adivinar el futuro”. A 32 años, todos los pronósticos, salvo uno, la salida al mar, se hicieron realidad y con creces, más allá de cualquier expectativa, superando todo lo imaginado.
Fantasía de Banqueros II cuenta también con un capítulo al final titulado “2050”, el Cancún de aquí a tres décadas. No dudo que será igual de sorprendente e inimaginable el derrotero de esta fantasía paradisíaca en la que vivimos, y me pregunto si para entonces habrá dejado de serlo, si todavía será una fantasía, una realidad o una pesadilla. Un paraíso o un infierno.
A todo esto, ¿qué quedó fuera de la crónica? ¿Qué faltó contar? ¿Quiénes no fueron incluidos? Los protagonistas de esta historia ya no son banqueros, pero siguen siendo únicamente políticos y empresarios, como un eco del mito fundacional y de la primera crónica. La sociedad civil, los habitantes de Cancún, las y los cancunenses están sin duda ahí, pero no se oye su voz.
El tema de la educación no se aborda para nada. ¿Es verdad que Cancún es una de las ciudades mexicanas con más universidades? ¿Qué impacto pudiera eso tener en nuestra sociedad?
Tampoco está incluido el fenómeno religioso, si bien las maniobras de los Legionarios de Cristo dan para mucha tinta y papel, y no digamos la proliferación de toda clase de iglesias de corte cristiano. ¿Qué papel están jugando estas empresas de la espiritualidad en el devenir de Cancún?
La violencia, la inseguridad y el crimen organizado con todas sus variantes y lacras son, por desgracia, otros aspectos que la siguiente crónica no podrá soslayar.
Finalmente, el hecho que esta crónica carezca de bibliografía, subraya aún más la necesidad de abordar el tema de las publicaciones de y sobre Cancún, en especial aquellas que aportan a su historia: La revista Pioneros, Latitud 21, Cancunissimo, Tropo a la Uña, Esta boca es mía, Gaceta del Pensamiento, así como en general la prensa cancunense y por supuesto su bibliografía, hasta el día de hoy tan parca. Por fortuna, ahora se integra Fantasía de Banqueros II a esa lista, donde seguramente ocupará el lugar distintivo y destacado que le corresponde.
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Lorena Careaga Viliesid es antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente se desempeña como directora general de Cooperación Académica de la Universidad de Quintana Roo. Ha escrito numerosos libros, ensayos y artículos en revistas especializadas, tanto de México como del extranjero. Su más reciente obra es Invasores, exploradores y viajeros: la vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906 (Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, Col. Libro Abierto, 2016).
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Reseña publicada en Tropo 14, Nueva Época, 2017.