Antonio J. Íñiguez. Senda hacia la nueva tierra

David Anuar

 

Jack Kerouac, cultor del haiku en Occidente y miembro de la Generación Beat, decía en Los vagabundos del Dharma que “un auténtico haiku tiene que ser tan simple como el pan y, sin embargo, hacerte ver las cosas reales” (1996: 48). Todo aquel que ha cultivado este género poético sabe que detrás de esa aparente sencillez de 17 sílabas dispuestas en tres versos (5-7-5), se esconden honduras contemplativas que rozan lo filosófico. Y es que el haiku y la filosofía abrevan de una misma fuente: el asombro ante el mundo, en particular, el natural.

Ese asombro me ha asaltado al leer Nueva tierra, de José Antonio Íñiguez, pues éste florece detrás de muchos de los haikus que el autor nos regala en esta breve pero intensa y afortunada obra poética. Mi asombro ha sido diverso, no sólo por el virtuosismo técnico que Íñiguez despliega en la factura métrica de los poemas, sino también por la limpieza, variedad y originalidad de las imágenes, así como por la riqueza estilística y léxica que ostenta. Pero quizá lo que más ha asombrado es el profundo conocimiento que muestra de la tradición poética del haiku,[1] no sólo por respetar la forma métrica sino por el diálogo que logra entablar con el desarrollo histórico del haiku y por estructurar el poemario a partir de kigos, es decir, palabras que hacen referencia a una estación del año y que son una característica propia del haiku nipón. Y en esto de los kigos encuentro o interpreto una importante sutileza, pues las dos primeras secciones están cifradas en kigos estacionales, pero la última carece en apariencia de esta característica. No obstante, si aguzamos la mirada podremos penetrar en una especie de kigo epocal. Así, propongo que José Antonio Íñiguez realiza un salto mortal de la sutileza, pues si el kigo tradicional marcaba el tiempo en su dimensión cíclica (las estaciones del año), el kigo epocal pone el dedo sobre la cualidad sincrónica del tiempo, al enfatizar lo que hace especial a un momento histórico, a una época.

Así, la primera sección titulada “Tiempo de lluvia” está compuesta por 15 haikus donde prevalece la presencia del elemento acuático con vocablos como beber, copos de nieve, estanque, lluvia, empañado, rana, puerto, arroyo, nube… En este primer apartado hay un predominio del mundo natural y de lo contemplativo, que muchas veces desemboca en un cuestionamiento de la realidad, de lo aparente, ahí su dimensión filosófica, como en el siguiente haiku:

 

Sobre el estanque

nada una hoja reseca,

¿o surca el cielo?

 

“Solares” es el título del segundo apartado y cuenta también con 15 haikus. En éste predominan los elementos vinculados al fuego, que se aprecia en vocablos como aceite, flores o sol; y al aire, como en cielo, árbol, aves, colibrí, canto, tiempo… En estos haikus comienzan a aparecer tímidamente elementos urbanos o modernos, como el viaje en camión que abre el primer poema de la sección o los obreros que aparecen en el último haiku del conjunto. José Antonio Íñiguez nos ofrece diversas impresiones sensibles que florecen en forma de iluminaciones o revelaciones, como en el siguiente haiku, testimonio del asombro ante el mundo y, al mismo tiempo, alegre lamento del sujeto poético:

 

Flores silvestres,

¡si las viera crecer

qué sabio fuera!

 

“Nueva tierra”, última sección del libro, propone una innovadora aproximación a este género poético, que a veces se ha dado en llamar haiku urbano y haiku existencial. El hilo conductor de este apartado está ligado al mundo moderno de la ciudad, como en el primer poema, donde aparece la armonía del televisor; pero sobre todo a la acción transformadora del ser humano sobre el mundo, en particular el natural, como se deja sentir en el siguiente haiku:

 

Por pura estética,

un hombre corta un árbol

en la avenida.

 

Vistos en conjunto, “Tiempo de lluvias” y “Solares” se encuentran más cercanos al haiku clásico o tradicional, donde predomina la naturaleza y el instante contemplativo. En cambio, en la última sección, José Antonio Íñiguez, ganándose a pulso el título de haijin, nos invita a explorar nuevos senderos del haiku en el mundo contemporáneo, moderno y occidental. En cierta forma, celebro este libro como una especie de homenaje a la historia del haiku y, como buen poeta, Íñiguez pareciera insinuar que toda innovación poética está indisolublemente ligada a la tradición, pues ésta siempre —aun siendo negada, aun siendo polvo— permanece viva en el corazón de la novedad:

 

Ni hojas ni lluvia,

la brisa sólo trae

polvo de ayer.

 

[1] Una sintética introducción a la tradición nipona del haiku se puede encontrar en Los 7 poetas del haiku (2005), de Juan Manuel Cuartas Restrepo. Otra interesante aproximación introductoria a la tradición del haiku, aunque con un enfoque hacia Occidente, se encuentra en La influencia del haiku japonés en escritores occidentales (2016), de Cristina Zaera Plaza.

 

Bibliografía

—Kerouac, Jack (1996), Los vagabundos del Dharma, Barcelona: Anagrama.

—Íñiguez, José Antonio (2017), Nueva tierra, Puebla: Sikore.

—Cuartas Restrepo, Juan Manuel (2005), Los 7 poetas del haiku, Cali: Universidad del Valle.

—Zaera Plaza, Cristina (2016), La influencia del haiku japonés en escritores occidentales, tesis de grado en Traducción e Interpretación, Soria: Universidad de Valladolid.

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David Anuar González Vázquez (Cancún, 1989). Licenciado en Literatura Latinoamericana por la UADY. Autor de la plaquette de poesía Erogramas (Catarsis Literaria – El drenaje, 2011). Radica en Mérida.

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Reseña publicada en Tropo 14, Nueva Época, 2017.

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