Al Berto. Cartas de la neblina

Guadalupe Gerónimo Salaya

 

Desde el principio, la memoria de los navegantes se enraizó a la epístola. Ávidos de abandonarse al conocimiento de lo que encontraron al cruzar la costa, varios registros quedaron constatados únicamente en cartas. Apelar a la veracidad de las misivas sería ingenuo si no advertimos la entremezcla de memoria e imaginación de la que provienen.

Lúcidos por la la tinta que derramó más de lo que había sobre esas aguas, algunos escritores reclamaron para la ficción la figura de viajeros, conquistadores y corsarios. En este terreno ficcional —la pradera de la razón y las ideas— se abre un canal de agua del que emana el canto hipnótico de una sirena: es la voz lírica de Tres cartas de la memoria de las Indias (Trad. de Mario Bojórquez, Editorial Valparaíso, México, 2016).

El autor de estas correspondencias creció en Portugal con el nombre de Alberto Raposo Pidwell Tavares y fue bautizado bajo la fe del malditismo rimbaudiano como Al Berto.

El poeta nombra cartas al trio de poemas que agrupan la memoria de las Indias, cada una dirigida a un destinatario distinto: la esposa “mi mujer”, el padre y un amigo idealizado en el deseo. En las tres correspondencias un hombre revela diferentes matices de su condición problemática de náufrago en tierra. El pesar procede de la mentira que vive desde que llegó a la ciudad; luego de que el tiempo acelerado, los indiferentes vecinos que no lo voltean a ver y la irritación de sus oídos ausentes de mar fueran pruebas de la asolada incomprensión de su esposa. El hombre le escribe a su cónyuge para decirle que ya no la ama; que las mudanzas de casa en casa son inútiles comienzos entre los dos:

 

cambiamos de casa siempre que fue necesario recomenzar

vivíamos como nómadas sin habituarnos nunca a la ciudad

pero nada de eso sirvió para entendernos

 

Él no pertenece ahí, tiene visiones que la esposa no comprenderá nunca, argumenta insistentemente que jamás lo visitó durante la sofocante estancia en el psiquiátrico, a pesar de ser idea suya. Las epístolas coinciden en la declaración de la huida, la fatalidad de un viaje que promete realizarse cuando el remitente lea las visiones/acusaciones/confesiones del hombre. El marido anuncia el viaje a las Indias imaginadas, una huida incierta a veces que podría permanecer solo en papel.

Francisco Pyrard de Laval es el preámbulo de todas las cartas, fue el navegante elegido y traído a la poesía por el ingenio de Al Berto. Primeramente tripulante de una embarcación que también anheló llegar a las Indias y naufragó en el océano Índico. Es a través de sus registros ¿imaginarios? de una flora particular (Viaje de Francisco Pyrard de Laval: Traducción y descripción de los animales, árboles y frutos de las Indias Orientales) que los versos epistolares toman sentido:

 

El árbol que se da en las Indias Orientales, y allá llaman triste, es llamado así porque no florece nunca sino de noche, cuando el sol se pone no se ven él flores, y todavía media hora después de puesto el sol, este árbol queda florecido, y apenas el sol lanza nuevamente sus rayos, se le caen las flores, sin quedarle ninguna.

 

No es para menos la presencia de Francisco Pyrard de Laval en el poemario. Julio Verne lo enlista como uno de los viajeros que favoreció la escasa información de países poco frecuentados aun cuando su estancia de siete años en Maldivas haya sido accidental.

Impera la imposibilidad del destino último que no se concretó: las Indias. Contra su propósito original de ir a comerciar, se interpuso el involuntario aprendizaje de una lengua extraña, costumbres impensables y el deseo de escribir sobre la naturaleza que le rodeó.

Pyrard vio frustrado el comercio a las Indias, dejándolo en el olvido. Al Berto explica con sus registros el naufragio terrestre de un hombre exasperado de tanto concreto en la ciudad, se siente vulnerable en el ruido doméstico que resulta del endiosamiento de su esposa por la casa, y en el olor a excremento de los callejones grises. Él se hace fugitivo de la cordura de los citadinos, cuya tregua parece ser la noche.

No en vano la oscuridad va paralela de la escritura de este marido. La redacción de las cartas es nocturna y el augurio es el poema lápida, puerta del ocaso, umbral crepuscular que anuncia nuestra entrada a una conmoción de noches:

 

la continua oscuridad se vuelve claridad

iridiscencia lumbre

que incendia el corazón de aquel cuyo oficio

es escribir y mirar el mundo a partir de la tiniebla

 

¿Cartas? ¿Poemas? ¿Narraciones de la neblina? Al Berto arriesga con el verbo. Las imágenes de la oscuridad y la luz muestran los cambios del hogar al despuntar el día y en las noches, cuando son reabiertas las heridas y reina el sueño de dormir con el amigo mientras se duerme con la mujer, así lo sospechamos en la carta que dirige al padre:

 

pero es cierto obtuve otras compensaciones

la amistad segura de un amigo

tal vez sea mejor no revelar gran cosa sobre este asunto

 

El amigo, a quien conoció durante las noches en que deambulaba huyendo del tedio doméstico, es el mismo amante que sólo las fotografías pueden delatarlo (“acabé por destruir las fotografías las quemé/ para que nadie pueda suponer a través de ellas”), muy a pesar de que la relación jamás se haya consumado (“fue mejor saber cuánto nos queríamos/ sin osar siquiera tocar nuestros cuerpos”).

Poseedora del secreto, la noche es la única capaz de transparentar las palabras dejadas por escrito en las cartas, las mismas que son escondidas cuando  amanece y la ciudad junto a la luz inunda los objetos y muebles de la casa (“devolviéndoles sus pesos, formas y volúmenes/ los despertará para sus cotidianas utilizaciones”).              Pero la noche que leemos, no es la que esconde la carne ansiosa de caricias entre el murmullo de las calles, sino en la que hay un hombre redactando enérgicamente.

Durante la lectura de las tres cartas el hombre estará en alguna ciudad costera, mirando barcos salir y llegar a los puertos:

 

me fascinan sobre todo las ciudades costeras

en ellas podré embarcarme para otras ciudades

o quedarme en el muelle a ver los barcos alejarse

y quedarme en silencio muchas horas al hilo

 

Estará preguntándose si acaso son esos los mares que buscó en gran cantidad de mapas, donde habría de conocerse a sí mismo, esperando que la ruptura del viaje lo lleve a encontrarse con esos horizontes apenas dibujados en las aguas de las Indias Orientales. Porque piensa que, de haber sido marino de otros siglos, sería mejor su entendimiento con la arquitectura de lo real, en la que no encajan en absoluto la casa y la ciudad.

 

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Guadalupe Gerónimo Salaya (Tabasco, 1992). Egresada de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Universidad Autónoma de Yucatán. Es columnista sobre temas de educación y literatura en el periódico Milenio Novedades. Ensayos, entrevistas y artículos suyos han aparecido en las publicaciones de arte y cultura Tropo a la uña, Morbífica y Unicornio, Suplemento Científico y Cultural del periódico PorEsto! Fue becaría en el Encuentro de Literatura “Los Signos en Rotación” del Festival Interfaz-ISSSTE, Mérida 2014.

 

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Reseña publicada en Tropo 13, Nueva Época, 2017.

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