Josefina Vicens. Reedición de un díptico necesario.

 

Fernanda Montiel

 

Al sostener en tus manos la reciente edición (agosto 2020) del díptico literario de Josefina Vicens, al tener contacto con el cuerpo y el contenido (no precisamente con el diseño de la portada), las hojas internas y su característico olor a papel nuevo, podrías tener de inmediato esa sensación del México de los años 50, cuando los logros femeninos eran poco incluidos en las áreas de la sociedad patriarcal y paternal. Las mujeres entre 1950 y 1960 tomando “pala y pico” abren brecha a las nuevas generaciones de chicas liberándose del juicio social por ser ellas mismas y demostrar su fuerza.

Así se mira a Josefina Vicens, una activista consagrada, guionista, indexada en los anales de nuestra historia nacional como una de las escritoras más importantes de la literatura del siglo XX. La escritora tabasqueña (1911), junto con todo un movimiento de mujeres “poderosas”, es decir, a la vanguardia del cambio, rompe los paradigmas antiguos, esos que repiten hasta el cansancio los sistemas de control social y la visión de una sociedad en constante cambio; y para romper esas creencias había que disfrazarse, enmascararse para participar en un mundo moderno ideado para y por hombres.

Entonces, ella no era Josefina Vicens, era José García, Pepe Faroles o Diógenes García, seudónimos que le dieron renombre a su obra. José García también es el protagonista de su novela El libro vacío (1958) que le otorgara el premio Xavier Villaurrutia y que hoy comentamos en esta edición reciente del Fondo de Cultura económica que incluye su obra Los años Falsos (1982), escrita décadas después, ambas consideradas joyas de nuestra literatura.

La lectura de El libro vacío es una especie de desesperación constante: tener en tus manos un libro vacío solo lo pudo haber hecho posible y de manera magistral esta autora. José García es el típico homo, cuyo sapiens está en la burocracia de la vida. Relata la vida cotidiana de una cultura profundamente fantasiosa, y ese diario acontecer nos lleva a un ocio y a un empezar y terminar y empezar y terminar porque el libro no puede ser escrito ni llevado a un clímax ni a una conclusión. Hay que imaginar un libro que contiene nada, así, nada. Sin principio, sin fin, ¿cómo lograrlo?

José García es el personaje ideal para expresar esta necesidad de querer hacer un libro y que termine v a c í o. Su personalidad como una especie de patrón de comportamiento, cuyo rondar termina siempre en el mismo lugar de desidia, de enojo, de intolerancia, de lujuria y desparpajo, y al mismo tiempo de reconocimiento de sus acciones que lo conectan con el amor, la ternura, el agradecimiento y la magia.

No hay libro, porque al escribir la vida se delata la distracción, el salirse por la tangente, en letras que salen como una especie de cascada de pensamientos desordenados y al mismo tiempo van teniendo orden al exaltar las características de este personaje que se ve a sí mismo todo el tiempo; como un autoanálisis de su propio yo en un estado de incertidumbre, porque sus emociones e instintos básicos lo conectan con un desorden para llegar a nada, al vacío, a la inutilidad, a la pérdida del tiempo, y en esa polaridad se va llenando el libro de nada.

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Reseña publicada en Tropo 26, Nueva Época, 2021.

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