Norma Quintana
Ever Canul está rodeado de un aura bondadosa; su mirada tranquila y su mesura revelan que es un hombre paciente. Con paciencia fue acercándose a las palabras, durante años las fue rondando como un amante tímido, sin saber a ciencia cierta qué esperaba de ellas.
Más seguro estaba de su interés por el hombre y su lugar en el universo. Aprendió a leer en el rostro impasible de los mayas una pasión que siempre estuvo más allá del código lingüístico. Hay cosas que se comprenden por instinto. Porque Ever es antropólogo. Cuando se le pregunta cuál es el lugar de las confluencias, el lazo entre la condición de poeta y su profesión, responde que no hay diferencias más que en lo aparente, porque al final se trata de lo mismo: la esencia de lo humano.
Ever es un hombre curioso, y esa curiosidad ese espíritu indagatorio lo definen como creador. Es en la poesía en donde encuentra las respuestas que siempre estuvo buscando. Como su avance sobre la palabra poética ha sido extenso en el tiempo, es un escritor de pasos medidos, la poesía en él es un proceso que se cuece a fuego lento. Por eso solo ha publicado cuatro libros; del primero al último hay todo un camino de decantación y maduración expresiva. También hay un profundo cambio en el concepto y en la búsqueda de la verdad literaria. Su personal verdad.
Yabilaj (Plumas Negras Editorial, 2017), es una celebración de la imagen, sin cuya existencia no podría hablarse de ese fenómeno espiritual llamado poesía. El autor se adentra esta vez en los códigos de la tradición poética japonesa, un ejercicio complejo por el esfuerzo que implica trasladar el espíritu de una concepción del mundo y una expresión surgidas de una cultura y una lengua raigalmente distintas a las nuestras.
La forma escogida es la composición conocida como tanka, una canción corta formada por dos estrofas desiguales; la primera, llamada hokku, sigue un patrón característico: tres versos sin rima de 5-7-5 moras, la unidad de medida que al trasladarse al español entendemos como sílabas métricas, mientras que la segunda está formada por dos versos de 7 moras, o silabas.
El tanka japonés está relacionado con el haikú, poema breve formado por tres versos de 5, 7 y 5 sílabas y cuya esencia es la yuxtaposición de dos imágenes separadas por un término que oficia como elemento cortante, y que establece el punto de flexión que a la vez las contrasta y las relaciona. De manera que al escribir tankas el poeta agrega dos versos de 7 sílabas procurando que no se diluya el espíritu original de la composición, cuya poética se basa en la emoción provocada por el asombro ante la naturaleza.
En la base de esta poesía, especialmente el haiku, hay una percepción directa del mundo circundante, apegada a lo que puede ser captado por los sentidos y desnuda de abstracciones. Es por eso que en ellos la naturaleza no es, como en el Romanticismo, un pretexto para desbordarse en palabras y mimetizar en ellas los sentimientos humanos; antes bien, es un objeto poético en sí mismo que atrapa con extrema sencillez una conmoción del espíritu que es a la vez estética y sentimental, de ahí su contundente eficacia.
Esta breve y hermosa colección de textos nos brinda la personal combustión (y elijo este término porque la poesía no es otra cosa que arder) de nuestro autor frente a las asombrosas posibilidades de la imagen pura como vehículo para desgranar la magia del descubrimiento, la profunda empatía del ser con las cosas que conforman su universo:
Al mar regreso
Mi alma también regresa
Como un pájaro
Mi infancia es un eco
De olas y relámpagos
En la comunión
Fervorosa del día
Solo silencio
Un arcoíris pleno
La niña que lo mira
Verde mi casa
Pasan y pasan loros
Pasa una moto
El camión de la basura
Y en el cielo una garza
Así, el paisaje cotidiano adquiere una dimensión que rebasa lo puramente descriptivo, cumpliéndose así el proverbio japonés que reza: cuando dibujas una rama, debes escuchar el suspiro del aire.
Lo que veo como logro personal de Ever en el empleo de una forma poética que tiene en México numerosos cultivadores, algunos de altura mítica como Octavio Paz, es que estas breves composiciones, más que trazos que bailan en una dimensión icónica, al menos a mí me cuentan historias, historias en la cuales se traza el singular relato de una vida respirada, olida, vista y bebida a sorbos pequeños con la serenidad de un espíritu bondadoso, atento y pleno, con la plenitud de quien sabe que la felicidad es vibrar con las cosas bellas y con las no tan bellas de la vida.
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Norma Quintana (Pinar del Río, Cuba) es poeta, crítica literaria y profesora en la UQROO en Chetumal. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana. Ha publicado los poemarios Éxodos (1991) y De pólvora y jazmines (2014), y el libro de ensayos La muerte en la poesía de Nicolás Guillén.
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Reseña publicada en Tropo 13, Nueva Época, 2013.