Marcuse y García Ponce: la presencia de Eros

José Castillo Baeza

 

I

 

Fue una búsqueda personal la que me llevó al libro Eros y civilización de Herbert Marcuse. No es el tema de estas notas ahondar en dicha búsqueda, pero sí viene al caso decir que mucho de lo que me llevó a leer al filósofo alemán provenía de la idea de no sentirse a gusto en un mundo en el que absolutamente todas las aristas de la vida se han banalizado: la educación, la economía, las relaciones sociales y personales. Caer en la cuenta de que la hipocresía y la imagen son los móviles de muchísimas acciones tanto a nivel individual como institucional, me llevó a cuestionar qué papel es el que juegan el arte y la literatura, si es que estos se han salvado de la degradación que sufrimos en este inicio de segunda década del siglo XXI. Es decir, más allá de la retórica que señala que la literatura cumple una función social, que nos humaniza, que retrata el mundo y sus matices, ¿realmente tiene algún tipo de participación activa en la construcción de una vida mejor?

Fue tal el pasmo que dejó en mí Eros y civilización, que al cerrar el libro volví a abrirlo en las primeras páginas para revisar la fecha de publicación, y entonces vi, con asombro, que el traductor al castellano de dicha obra es nada menos que Juan García Ponce, quien había traducido, además, El hombre unidimensional y Un ensayo sobre la liberación, ambos en 1968 —hagamos el énfasis que la fecha merece.

El libro de Marcuse es una especie de respuesta o réplica a El malestar en la cultura de Freud. Libro paradigmático donde el psicoanalista afirma, de manera contundente, que la cultura es, por origen, represiva; que no hay manera de construir una civilización donde el hombre se sienta en plenitud. Dice Freud que el principio del placer “ni siquiera es realizable, pues todo el orden del universo se le opone, y aun estaríamos por afirmar que el plan de la “creación” no incluye el propósito de que el hombre sea feliz”. La afirmación no es nimia. Dice Freud: “… los miembros de la comunidad restringen sus posibilidades de satisfacción, mientras que el individuo aislado no reconocía tales restricciones”.

La esperanza de una civilización diferente, es el tema del libro que tradujo García Ponce. Marcuse coincide en muchos aspectos con Freud; de hecho, las primeras partes del libro son un análisis de El malestar en la cultura: “El individuo llega a la traumática comprensión de que la gratificación total y sin dolor de sus necesidades es imposible. Y después de esta experiencia de frustración, un nuevo principio de funcionamiento mental gana ascendencia. El principio de la realidad invalida al principio del placer: el hombre aprende a sustituir el placer momentáneo, incierto y destructivo, por el placer retardado, restringido, pero ‘seguro’”.

Para que exista cultura, el hombre debe reprimir sus instintos y, en consecuencia, el principio del placer: la satisfacción individual debe ser sacrificada en nombre de la comunidad. La ananké (escasez) obliga al hombre al trabajo. Lo que Freud no señala, pero sí lo hace Marcuse es que esta escasez es organizada por nuestro modelo económico. El Eros libre que el filósofo de la Escuela de Frankfurt propone es, también, el Eros implícito en la obra de García Ponce: la libertad del individuo con sentido de colectividad.

Marcuse socializa la explicación de Freud y afirma que el verdadero conflicto no se da entre trabajo y Eros, sino entre trabajo enajenado y Eros: la mecanización del trabajo y la duración de este; el control del tiempo libre a través de una industria de la diversión enajenante.

De ahí también que nuestra educación (entendida en el sentido más amplio del término) sea represiva y no transformadora. De ahí también que la educación sea una especie de entrenamiento para el trabajo, un moldeamiento de acuerdo con los valores de la cultura. Al respecto, Octavi Fullat ha cuestionado: “Educar exclusivamente en vistas a lo útil e inmediato, en vistas a lo que hay, ¿no será, sin esperarlo, elemental doma de elefantes de circo o simple domesticación del perrito hogareño, al que enseñamos a no defecar en casa?”

 

II

 

Hay quien afirma que Después de la cita fue el primer cuento escrito por García Ponce. Es un relato interesante en muchos sentidos. Primero, porque hay muy pocas acciones en él; muy poco se cuenta en el relato. Más bien, todo sucede a nivel de los indicios. Al narrador le interesa más construir una atmósfera que contar propiamente una historia; una especie de mezcla entre el lirismo que alcanzan algunas narraciones de María Luisa Bombal y la tensión dramática que generan los cuentos de Raymond Carver.

Infinidad de veces hemos imaginado qué sucede después del final de una historia. Cuando los finales son abiertos, participamos en la construcción de los posibles desenlaces; cuando los finales son cerrados, más de una vez hemos pensado qué hay más allá del punto final: ¿Qué fue de la vida de tal personaje? ¿Cómo será la vejez de Lolita? ¿Qué habrá pasado con la institutriz de Otra vuelta de tuerca de Henry James? ¿Cómo fue la vida de Odiseo y Penélope después del regreso del héroe? Pues bien, el cuento Después de la cita parece ser el apéndice de otro cuento que no nos contaron; eso que pasa después de que el autor finaliza la historia.

Cuando el texto empieza, lo más importante ya ha pasado. Todo lo que se nos cuenta es la caminata de una mujer a través de la ciudad después de un supuesto encuentro con alguien. La cita apenas nos es referida, el personaje no habla; únicamente camina, observa, cambian sus estados de ánimo. Y es que casi todo en el relato tiene vida. Mediante el recurso de la prosopopeya, García Ponce logra que la atmósfera se convierta en un agente significativo donde la luz, la oscuridad y el aire se personifican. Al principio del relato los árboles tienen “intricados esqueletos” que “resisten” el paso del aire, este, a su vez, hace “murmurar” y “cantar” las pocas hojas que quedan en otras ramas. Es decir, la vida que se otorga a estos elementos connota, paradójicamente ausencia de esta. Graciela Gliemmo ha dicho que son las imágenes las verdaderas protagonistas del autor yucateco: “[…] en la narrativa de Juan García Ponce la historia se circunscribe a lo que acontece en espacios interpersonales e íntimos”.  En este sentido, Armando Pereira ha señalado la importancia de un libro como El arco y la lira de Octavo Paz, un ensayo sobre poesía que los narradores de la generación de medio siglo hicieron suyo mediante el lirismo que recorren muchos de sus relatos.

En la caminata de la mujer podemos distinguir distintos momentos marcados por la presencia alternada de la luz y la oscuridad. “Caminando en diagonal, salió del camellón, atravesó la calle y siguió avanzando por la banqueta. Al llegar a la primera bocacalle una súbita corriente de aire despeinó aún más sus cabellos. Metió las manos hasta el fondo de la gabardina y apresuró un poco el paso”.        Seguidamente de esto, al llegar a la primera zona iluminada, la mujer se quedará viendo a través de una ventana, a una pareja de ancianos que “se sonreían, afectuosa, calurosamente, desde cada uno de los extremos de la mesa”.  Aparentemente aquí la luz tiene un valor positivo, está ligada al afecto, a la convivencia, la familia, sin embargo, el personaje “no quiso ver más. Suspiró inexplicablemente y siguió caminando”. Cuando ella ha vuelto ya a las calles, el narrador nos dice que el viejo se levanta de la mesa y apaga la luz. La escena es sugerente y ambigua.  No se nos dice nada más.

Entonces ella deja la calle y vuelve a la oscuridad del camellón donde ve un bulto oscuro que resulta ser una pareja que se separa cuando ella se aproxima. Se escucha una risa nerviosa. El narrador remata: “Un halo de soledad se desprendía de la débil luz que la interminable fila de faroles proyectaba sobre el piso brillante”. La mujer decide comprar algo de comer en un puesto ambulante, pasa de largo por el cine y entonces viene la única pista que se nos otorga para saber qué sucedió antes:

 

“Durante largas horas había esperado inútilmente, aterida de frío, impaciente, unas cuantas calles atrás. Nada de eso importaba ya. Sólo el cansancio y el sabor incierto de la espera le recordaban esos momentos. Quería caminar y olvidarlo todo; la alegría y la esperanza y después el principio de las dudas y al final la certeza de que no vendría, junto con la necesidad angustiosa de decir a alguien todas las palabras que tenía guardadas para él”.

 

Este párrafo perdido en el bosque atmosférico de insinuaciones y sugerencias que García Ponce construye, nos confirma que la cita a la que alude el título en realidad nunca existió como tal porque él, la persona a la que ella esperaba, nunca llegó.

“Las ventanas iluminadas y el brillo del cine quedaron atrás”, dice el narrador. Es decir, volvemos a la oscuridad de “flores marchitas” donde las hojas “ruidosas” caen. Un niño se le acerca y le pide un cigarro. “El silbato de un tren cubrió de melancolía y tristeza los densos rumores de la noche”. El niño está despeinado, sucio y descalzo. Él le cuenta que duerme en la calle y que no ha comido. Ella entonces siente “una lástima extraña, que la abarcaba a ella misma” y le regala lo que trae en la bolsa.

Sube a un camión y observa a los pasajeros: dos obreros, albañiles seguramente; un señor gordo y canoso, un muchacho flaco con barros y ojos tristes, una mujer, una vieja y una niña, y al fondo, bajo la luz tenue y gastada, una pareja de edad indefinida, compañeros de oficina probablemente. Todo ello “le parecía mortecino y agónico”.

Al bajar del autobús “la calle brillaba como un espejo y la ciudad entera parecía alegrarse de ello”. Y durante su caminata final el personaje “pensó en su casa, en las preguntas y reproches y en las mentiras que tendría que inventar. El recuerdo de la espera le llenó nuevamente la boca, y los aparadores perdieron todo su encanto. Atravesó rápidamente y paró un taxi, tratando de evitar que el nudo en la garganta se convirtiera en lágrimas.

 

III

 

García Ponce presenta entonces, en este relato, la caminata de una mujer por una ciudad indiferente. Mientras ella avanza y observa, el narrador habla del mundo ¿Qué dice? Que afuera hay desolación, o acaso que la desolación está dentro de ella y se refleja en la manera en la que percibe. De cualquier forma, es lo mismo. Lo que ve y le sucede al personaje es una estampa de la cultura que hemos creado: el amor como fracaso y una sociedad represiva que posterga el placer y pone candados para Eros. En este cuento, la oposición luz/oscuridad que marca el camino a casa de la protagonista es engañosa. Eso que parecía un contraste donde la luz simboliza el valor positivo del amor y de nuestras relaciones con el otro; y la oscuridad un lugar donde aparece nuestra podredumbre social es únicamente apariencia. Lo cierto es que, si observamos con detenimiento en cada una de las escenas en las que la luz se convierte en agente significativo, podremos apreciar que se trata, en realidad, de una luz oscurecida.

La luz que emana de los aparadores cuando ella está por llegar a casa, es una luz fría, impersonal, urbana; artificial, puede decirse: “Libros, discos, pieles, vestidos, alhajas, curiosidades…”.

Incluso en la escena de la ventana, cuando pensaríamos que la luz es afirmativa al ser metáfora del amor de pareja, la familia o la vejez acompañada, la nostalgia de la protagonista termina por teñir esa luz con un suspiro inexplicable. Algo similar podemos decir de la flama que ilumina al niño que le pide un cigarro casi al final del relato.

Y, por otro lado, ¿qué es lo que encontramos en la oscuridad?: árboles que son como esqueletos, hojas que caen inevitablemente, una pareja que se tiene que esconder la pasión detrás de las sombras, la pobreza y la marginación social; todo lo que escondemos bajo la alfombra de los callejones y los interiores de los camiones urbanos, ahí donde se guarda el polvo que esconde la normalidad que impone el orden social. El García Ponce ensayista no era ajeno a nada ello. Cuando habla acerca de sus entes

ficcionales dice: “La culpa, la muerte, la destrucción del amor, la locura son el precio que cobran las normas sociales y también el que les impone a los personajes su propia incapacidad para mantenerse fuera de las normas”.

Hoy ya nadie se pregunta por la felicidad. Pareciera que la represión de la sociedad industrial, para decirlo en términos de Marcuse, ha terminado por hacernos dóciles y obedientes, pero, sobre todo, hemos aceptado que esa nebulosa que llamamos sistema es imposible de cambiar, y hay que vivir, entonces, apegados a los pequeños intersticios que nuestra subjetividad tiene para que nuestro espíritu sonría solamente de vez en cuando. En Después de la cita, vemos cómo García Ponce conjuga los dos polos de nuestra caminata por el mundo: las relaciones interpersonales y nuestra vida en sociedad. La mujer que llega a su casa a llorar desconsoladamente proyecta la imagen del amor como fragmentación social, donde el culpable de ello es, en gran medida, no tanto el personaje que nunca llegó, sino nuestra subjetividad atravesada y rota. Quizá por eso los relatos tienen que terminar, porque después de ellos hay desolación y un inquietante silencio. Tal vez por ello, García Ponce, decidió escribir el epílogo de una historia que nunca se contó. A espaldas de la literatura está la vida y, en ella, ni la luz ni Eros brillan realmente.

El llanto final de la protagonista del cuento termina por confirmar que la poderosa arquitectura que sostiene nuestra civilización se empeña en ignorar que los cimientos que la sostienen están hechos de miedo, desolación e indiferencia.

 

José Castillo Baeza (Chetumal, 1987). Es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Modelo, y cuenta con una especialización en Docencia en la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha publicado dos novelas: Hojas recicladas (IQC y Escuela Modelo, 2005) y Garabato (Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2014), y el libro de cuentos A la espera (2008). Actualmente se desempeña como profesor de Literatura e Historia en la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes. Parte de su trabajo literario y periodístico puede leerse en el sitio: www.hojasrecicladas.blogspot.com

 

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Ensayo publicado en Tropo 13, Nueva Época, 2017.

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