Zygmunt Bauman (1925-2017): La vida líquida

Marién Espinosa Garay

 

Su imagen comenzaba a ser familiar en la web: un rostro enjuto de cabellos rebeldes —que aparecían en su cabeza como dos alas blancas—, los ojos oscuros, tenaces, tras el humo espeso de la pipa indispensable. Sus artículos, sus reflexiones, las críticas certeras a la misma web, la cual viralizaba sus objeciones como si se escuchara los regaños del abuelo, parecían un condimento insustituible y un asidero de frescura en medio de la catarata de información anodina, frívola, insustancial. Por eso, la noticia de la muerte del sociólogo Zygmunt Bauman nos tomó por sorpresa, a pesar de sus 91 años, el 9 de enero. Y la web le rindió el merecido tributo, viralizando sus frases –descontextualizadas en la revoltura de la sobreinformación, asépticas de tanto recortarlas, pasadas ya por el tamiz de la indiferencia— antes de dejar deslizar su recuerdo en la liquidez de la desmemoria.

 

Nacido en Polonia hace casi un siglo y de origen judío, Zygmunt Bauman combatió desde el extranjero en contra de los nazis y al término de la Segunda Guerra Mundial militó en el Partido Comunista de su país. Más tarde buscó rumbos independientes para sus meditaciones, criticando al mismo tiempo a la diestra y la siniestra. Catedrático en diversas universidades, le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias 2010 en compañía del también sociólogo Alain Touraine. Pero aquello que causaba curiosidad en algunos internautas atónitos era la extraña manera de referirse a nuestros tiempos globalizados como la sociedad líquida, imagen desconcertante a la que siguieron la vida líquida, el amor líquido y otras tantas referencias a una supuesta licuefacción de la realidad que compartimos, apenas sin darnos cuenta de ello, los habitantes del siglo XXI.

Para explicar este concepto, señala: “La sociedad ´moderna líquida´ es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinadas. (Por lo tanto) La vida líquida, como la sociedad moderna líquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”.[1]  Entonces tal vez caigamos en la cuenta de dónde procede ese extraño regusto a precariedad que todos llevamos como una golosina agridulce en la boca. Pero si  Bauman nos habla de una sociedad líquida, ¿es que en algún momento existieron sociedades sólidas?

Este asunto de la solidez y el eventual derretimiento —quizá hasta la evaporación— de las sociedades nos trae a la mente aquella famosa frase de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: “Todo lo sólido se desvanece en el aire…”,[2] que fuera empleada por otro sociólogo brillante, el norteamericano Marshall Berman, para titular el minucioso análisis de la realidad y sus complejidades que escribió en un alarde de erudición mientras se acercaba el ocaso del siglo pasado[3]. Tal vez podamos afirmar que las obras de Zygmunt Bauman, el padre de la modernidad líquida, son de alguna manera una continuidad de la reflexión sobre las mareas y contracorrientes que anticipaba Marshall Berman en sus vivisecciones de nuestra contemporaneidad. Son, además, un itinerario puntual de cómo las estructuras sólidas —en las que la modernidad pretendía cimentarse—, se reblandecieron, se derritieron y comenzaron a escurrir… ¿Llegarán a la ebullición, a la sublimación, a la volatilización, como anunciaron Marx y Engels? Y lo más importante para nosotros: ¿De qué manera transcurren —aquí y ahora— las sociedades líquidas? ¿Son en realidad tan precarias nuestras vidas resbaladizas, que rebosan los filos abiertos de las antes sólidas estructuras donde se cimentaban las familias, las sociedades, las culturas, las religiones, los gobiernos? Porque en pocas cosas los filósofos parecen estar de acuerdo, y en estos tiempos hay algunas coincidencias en algo: la modernidad sufre violentos estertores, y algunos la han llamado posmodernidad o hipermodernidad.

Pero… ¿cuándo comenzó este proceso? La Edad Moderna se abrió paso entre las carabelas españolas —guiadas por un genovés—, que atracaron en unas tierras hasta entonces apenas soñadas, también se plasmó en murales y mármoles en un arte renacentista que recuperó las dimensiones humanas y las hermosas proporciones grecolatinas, se lanzó al mundo en panfletos e incunables con la  imprenta, dejó atrás el feudalismo y se multiplicó en monedas y bancos mercantilistas, fue testigo de las atrocidades cometidas en la caída de Constantinopla, tomó dimensiones antropomórficas con el nuevo humanismo e insufló todos aquellos vientos de renovación que soplaron en el siglo XV después de los hedores de las epidemias de los años apenas pasados. Entonces los primeros habitantes de la modernidad rompieron paradigmas, escrutaron los cielos, cartografiaron los interiores de los seres vivos, descubrieron  las leyes que rigen los entresijos de la realidad y aún más, durante el siglo XVIII, la historia se aceleró con velocidades de maquinarias inéditas, con ideas ilustradas y revoluciones violentas, cabezas guillotinadas y así, apoyados en la razón y la duda metódica, en el empirismo y el escepticismo, con las ciencias exactas rompiendo horizontes y las tecnologías ocupando sus lugares predominantes en el mercado, los modernos buscaban construir nuevas estructuras sólidas y confiables para apoyar en ellas el futuro.

Y siguiendo el impulso de la inercia, algunos pretendieron profetizar los devenires de la historia. Smith, Owen, Comte, Hegel, Marx, Engels, Nietzsche y otros, dibujaron estructuras colosales donde las sociedades devendrían en utopías perfectas. Sin embargo, las guerras mundiales estremecieron a los incautos, la era atómica y la guerra fría indicaban el fin del sueño moderno: los cimientos donde se apoyaban las grandes utopías, aquellas narrativas épicas, esas doctrinas seculares que recitaban los modernos de izquierda y derecha, cayeron en el estrépito del Muro, de los misiles, del dolor omnipresente.

Los tremendistas hablaron del fin de la historia, y es entonces cuando en medio de las ruinas de una modernidad que no llegó a cumplir sus quimeras, comenzaron a derretirse las estructuras sociales para dejar en la soledad a individuos que se deslumbraron con el advenimiento de un mundo cortado a la medida de sus necesidades, las que siempre —como invariable recurso mercadotécnico— deberán quedar incumplidas, para que no se detenga la rotación inefable del hiperconsumismo. Y es así como Bauman nos enfrenta —en medio de la cacofonía de las redes virtuales— con el nuevo paradigma desestructurado, multivalente y precario que predomina en nuestras vidas líquidas. El inconmovible abuelo nos regalaba lúcidos discursos, donde pasó revista a todos los problemas contemporáneos, desde las mareas de refugiados a las identidades volátiles de Facebook, desde los horrores de las guerras interminables hasta las veleidades de la moda. Nada escapaba al escrutinio de sus ojos inquisidores y, después de las meditaciones obnubiladas de tabaco, prodigaba cátedras magistrales a quien quisiera escucharlo, y disparaba certeros aforismos, como el demoledor: “En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda”[4]  Porque acaso uno de los más elocuentes signos de la incertidumbre del momento sea este afán de consumismo feroz, siempre insatisfecho, donde los productos, deslumbrantes y seductores en los escaparates, han perdido su capacidad de calmar nuestros apetitos y engrosan, en un ciclo sin fin, los grandes basureros que crecen exponencialmente en todos los paisajes y horizontes del planeta. Porque en realidad las cosas no están fabricadas para el uso del consumidor, sino para la pronta obsolescencia. Insiste: “La cultura moderna líquida ya no se concibe a sí misma como una cultura de aprendizaje y acumulación… Ahora se percibe como una cultura de desvinculación, discontinuidad y olvido”.[5]

Pero ¿acaso este inclemente crítico puso en nuestras manos alguna perspectiva esperanzadora en medio de tanta incertidumbre?  En entrevista con el periodista argentino Jorge Lanata, en la interesante serie documental 26 personas para salvar al mundo, Zygmunt Bauman confiesa tener esperanza, ya que ha visto, en tantos años como ha recorrido su azarosa vida, que no es posible atreverse a hacer predicciones del futuro, ni pretender adivinar los vericuetos de la historia, ni siquiera aventurar el aleteo de ninguna mariposa. Pero aun así, él conserva una recóndita esperanza, porque la humanidad ha sabido sobrevivir de las grandes crisis del pasado, y entonces no es impertinente pensar que los retos actuales serán superados. Sin embargo, es indispensable descubrir medios inéditos para tomar decisiones globales a pesar de la fragmentación exponencial de la realidad. “Estoy preparado para sorprenderme”, anuncia. Y agrega: “Sé que yo no llegaré a verlo, pues soy un hombre viejo, pero sé que los jóvenes cerrarán la brecha entre el poder y las políticas, y elevarán los medios de acción hasta el nivel de las tareas que nos confrontan. Lo harán, pues esto es una cuestión de vida o muerte.”.[6]

Todo lo sólido se desvanece en el aire, señalaron Marx y Engels, poniendo el dedo en una llaga que recogería un siglo después Marshall Berman y ya en nuestros días, Zygmunt Bauman, quien usó una persuasiva alegoría para advertirnos sobre la liquidez de nuestro entorno… ¿Habremos de esperar hasta su completa ebullición? El abuelo de los ojos perspicaces nos alienta a poner mensajes de esperanza en una botella, que habrá de lanzarse al mar, flotando sobre las aguas, en búsqueda de nuevos horizontes: “El recurso del ´mensaje en la botella´ sólo tiene sentido si  (y sólo si) la persona que lo utiliza confía en que los valores son eternos, cree que las verdades son universales y sospecha que las mismas inquietudes que motivan actualmente una búsqueda de la verdad y una concentración de fuerzas en defensa de esos valores pervivirán en el tiempo.”.[7]

 

[1] BAUMAN, ZIGMUNT, Vida líquida, México, Ediciones Paidós, 2015, p.9

[2] MARX, K., ENGELS, F., Manifiesto comunista, https://sociologia1unpsjb.files.wordpress.com/2008/03/marx-manifiesto-comunista.pdf

[3] BERMAN, MARSHALL, Todo lo sólido se desvanece en el aire, México, siglo XXI editores, 2011

[4] http://www.elmundo.es/papel/lideres/2016/11/07/58205c8ae5fdeaed768b45d0.html

[5] BAUMAN, Op. cit. p. 85

[6] https://www.youtube.com/watch?v=XKIDSSBySZ4

[7] BAUMAN, Op. Cit., p. 188

 

Marién Espinosa Garay (Monterrey, NL, 1953). Maestra en Estudios Humanísticos y Licenciada en Ciencias Humanas. Primer Lugar Premio FIMPES 2012 a la Innovación Educativa. 1er. lugar concurso de cuento Como el mar que regresa (2000), Casa de la Cultura de Cancún. 2do. lugar Premio FIMPES 1996 a la investigación educativa. Finalista en la XXVIII edición “Cuentos Lena”, Pola de Lena, Asturias, España (1991), Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1990. Docente y responsable de la Coordinación de Humanidades en la Universidad La Salle Cancún. Correo: marien46@hotmail.com

______________________

Ensayo publicado en Tropo 12, Nueva Época, 2017.

PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com