Vanesa González-Rizzo Krasniansky
Cada vez que una mujer intenta
un movimiento, siente las cadenas.
Rosa Luxemburgo
El cuerpo ha sido trabajado desde distintos discursos, cada uno de los cuales se ubica en lugares específicos, y ha sido abordado por todas las artes y las ciencias. Cada aproximación se distingue por los valores que le atribuye, por los puntos de vista que destaca. Es así que la medicina pone el acento en la biología, la sociología ha hablado del cuerpo social, la economía del cuerpo productivo, el psicoanálisis del cuerpo erógeno, del conflicto colocado en el cuerpo…
Asimismo, cada quien transita por procesos históricos y procesos personales en la conformación del cuerpo, y en ese cruce se encierra un punto posible de quiebre: en la constante necesidad de que otro ayude en el pasaje del trozo de carne al cuerpo deseante, un pasaje que, si no es acompañado, no se puede realizar. Pues la otredad nos da existencia, nos nombra y, en el mejor de los casos, nos vehiculiza para decir “yo soy…” El cuerpo psíquico acompaña al cuerpo físico y viceversa, hay una danza que teje un porvenir.
Esto que se describe apunta a lo micro, a una persona en algún tipo de familia, pero ¿podrá una mujer en un contexto social, en un espacio público, portar su cuerpo con libertad? ¿Cuánto peligro encierra el cuerpo de mujer para la cultura dominante? Voy a afirmar sin temor a equivocarme que en este orden establecido una mujer que desee, una mujer deseante, resulta peligrosa. Es amenazante encontrarse con una mujer sujeta deseante y no solo objeto de deseo.
Violencias simbólicas
En México, como en muchos otros países, las mujeres se reconocen desde distintos niveles. Muchas veces resulta sencillo pensar que todas somos iguales por el simple hecho de ser mujeres; nada de eso. Compartimos problemáticas, nos atraviesan historias parecidas, tenemos mucho en común, pero una mujer del campo no es igual que una de ciudad, una mujer joven tiene otras necesidades, distintas a la de una mujer anciana.
Estas diferencias resultan terribles en el terreno de los derechos sexuales y reproductivos, así como en el de la salud sexual y reproductiva. Allí donde todas merecemos tener cabida, las diferencias se hacen abismos, los cuerpos se cosifican y se transforman en estadísticas. Ese es el terreno de las acciones efectivas y el lugar en el que mayores estrategias de control se han desarrollado.
Los poderes fácticos se sienten amenazados por el movimiento que producen los cuerpos de mujeres, quieren dominar a su descendencia y han desarrollado distintas estructuras para lograrlo. Las mujeres que resultan con más perjuicios son aquellas en condiciones precarias, con menores apoyos sociales y políticos.
Conocemos la historia, sabemos el lugar en el que se le ha puesto a las mujeres y sobre todo esta reverencia agresiva al concepto de maternidad: para ser mujer hay que ser madre. Socialmente no resulta “natural” negarse a ese “instinto” y cualquier mujer que lo intente será señalada. Incluso, nos dan dos opciones fundamentales: o madre, o una “cualquiera” que solo anda de coscolina.
Creo que hacer una reflexión sobre los lugares a los que históricamente hemos pertenecido es un ejercicio de crecimiento. Nos daremos cuenta de cómo opera no solamente la violencia más brutal, esa que golpea y deja marcas permanentes en los cuerpos, sino, y con mucha fuerza, la violencia que el filósofo francés Pierre Bourdieu plantea. Es la violencia simbólica, esa que ya nos resulta normal, de manera invisible e insidiosa, a través de la familiarización insensible con un mundo físico simbólicamente estructurado y de la experiencia precoz y prolongada de interacciones penetradas por estructuras de dominación.
Está normalizado para nosotras pensar en qué recorrido tenemos que hacer en el día para decidir si podemos o no ponernos la falda que tanto nos gusta; también está normalizado pensar que, aunque la estemos pasando maravillosamente en la comida, es mejor irnos porque, si se hace de noche, corremos riesgo si usamos transporte público… Hay miles de ejemplos, incluso de alcoba: “no le voy a decir que no quiero porque se va a enojar”, o “ya me dijo que no le gusta usar condón porque no siente igual, mejor no le insisto…”
Mi propuesta no es solamente educar a los hombres e ir incidiendo en la sociedad para lograr los cambios estructurales. También es que nosotras podamos permitirnos la reflexión para hacer un recorrido que nos descoloque del lugar en el que nos ponen, nos ponemos, nos quedamos (como lo quieran ver o pensar). La idea es lograr un cambio interno.
El inconsciente nos domina. No pensamos en ello todo el tiempo, pero es allí donde cobra significado la experiencia de decidir, decidir sobre nuestro cuerpo. Ese es el lugar de la significación, donde se comienza a gestar una transformación que impacta en la vida. En la medida en que cada una de nosotras porte un cuerpo deseante, dejará de operar parte de esa violencia silenciosa que se lleva en lo profundo.
El deseo implica una acción, es contrario al reposo; y una mujer que quiera tomar decisiones sobre su cuerpo, aunque tendría que ser lo más natural, resulta revolucionaria. Nos lleva a la idea de libertad. ¿Cuán libres somos las mujeres? Revisar conceptos y creencias es muy importante.
Aborto: tema que polariza a la sociedad
Un tema crucial en relación con el cuerpo es el del aborto; no me refiero al aborto espontáneo o accidental, sino al aborto por una decisión; interrumpir un embarazo porque así lo decide la mujer. Es un tema polémico y quizá uno de los que más polariza a la sociedad.
Marta Lamas —una mujer con más de 35 años trabajando el tema con mucha seriedad— nos dice: aunque en el fenómeno actual del aborto hay un manojo de cuestiones imbricadas, para desentrañarlas hay que responder una pregunta fundamental: ¿por qué hay abortos? La respuesta es sencilla: el aborto es la manera ancestral que tienen las mujeres para resolver el conflicto de un embarazo no deseado.
Pero entonces ¿por qué en pleno siglo XXI hay embarazos no deseados? Hasta donde se ve, hay tres tipos de causas: a) las que tienen que ver con la condición humana: olvidos, irresponsabilidad, violencia y deseos inconscientes. Aquí desempeñan un papel protagónico las violaciones sexuales y los “descuidos” o errores individuales; b) las que se relacionan con carencias sociales, en especial, la ausencia de amplios programas de educación sexual —lo que se traduce en una ignorancia reproductiva generalizada y en acceso restringido (por motivos económicos y sociales) a los métodos anticonceptivos modernos—; c) las fallas de los métodos anticonceptivos.
Tal vez el primer conjunto sea el más complicado de enfrentar. Pues, aunque se pudieran erradicar las fallas técnicas o educar totalmente a la población, difícilmente se podría transformar la condición humana: los seres humanos no somos perfectos, y los olvidos, descuidos y errores son parte constitutiva de nuestra naturaleza. Además, como cualquier esfuerzo por controlar el inconsciente de las personas está destinado al fracaso, todo intento de reglamentar la vida psíquica es, al menos hoy en día, imposible. Por eso no solo la ignorancia o la violencia sexual propician la realización de los abortos, sino que también el peso de la subjetividad en los procesos sexuales y reproductivos es un elemento inapelablemente definitorio.
En Quintana Roo pocas mujeres (y personas) saben que hay cuatro situaciones en las cuales el aborto es posible:
I. Cuando sea resultado de una conducta involuntaria o accidental (a ello le dicen culposa) de la mujer embarazada.
II. Cuando el embarazo sea resultado de una violación, que haya sido denunciada ante el Ministerio Público, y siempre que el aborto se practique antes de los 90 días de la gestación.
III. Cuando a juicio de cuando menos dos médicos, exista razón suficiente para suponer que el producto padece alteraciones genéticas o congénitas, que den por resultado el nacimiento de un ser con trastornos físicos o mentales graves, o
IV. Cuando a juicio del médico que atienda a la mujer embarazada, sea necesario el aborto para evitar un grave peligro para su vida.
Es muy importante que conozcamos lo que está en nuestras leyes, ya que nos permite exigir y hacer valer nuestro derecho, además favorece la cultura de la denuncia frente a actos terribles como la violación. Cabe recordar que en nuestra entidad también contamos con una tasa de violencia familiar por encima del promedio nacional en todos los grupos de edad (incluida la infancia), de acuerdo con datos del Sistema Nacional de Salud (SINAIS 2013).
Animarnos a hablar del tema, compartir nuestro sentir y pensar con las y los demás, nos ayuda. Movemos las cadenas, portamos deseos, y los hacemos valer con menos miedo porque somos mujeres que se renuevan. Nuestro cuerpo como la primera posesión. Esa que nos sostiene, la que nos permite decir yo soy y esto es lo que quiero para mí. Con libertad, conocimiento y con el apoyo de otras y otros para construir en colectivo.
Vanesa González-Rizzo Krasniansky. Psicoanalista con más de 15 años de experiencia clínica en el tratamiento de bebés, niños, adolescentes y adultos. Fundadora en el 2005 del Espacio de Desarrollo Infantil e Intervención Temprana (EDIIT) en la Ciudad de México. Miembro activo de la Asociación Mexicana para el Estudio del Retardo y la Psicosis Infantil (AMERPI), integrante de la Asociación Mundial para la Observación de Lactantes. Ha sido docente en el Círculo Psicoanalítico Mexicano, la Universidad la Salle Cancún, entre otras instituciones.
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Imagen tomada de lavanguardia.com Chantal Joffe, Autorretrato embarazada 2.
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Ensayo publicado en Tropo 11, Nueva Época, 2016.