Franz Kafka: El gran teatro integral de Oklahoma

Carlos Torres

Anticipo que esta interpretación de la parte final o inconexa de la novela América, “El gran teatro integral de Oklahoma”, es en extremo arbitraria, como me parece que son todas las opiniones, pero también digo que me guía un cierto instinto de ensayista, que me hace creer en lo que voy a plantear.

En primer término, esta nota es paradójica, dado que se aparta de la mayoría, si no de todas, las interpretaciones que he leído sobre el sentido profundo de esa parte de América.

Es decir, que muchos comentadores coinciden al apuntar que América es muy distinta en el fondo, de las otras novelas de Kafka, porque en aquélla, no hay el tono escéptico y pesimista, como de pesadilla, que distingue a La metamorfosis, El proceso, El castillo.

Borges subraya esa condición de pesadilla de la obra de Kafka, y cita algunos pasajes elocuentes al respecto, de El proceso. Borges también se refiere al detalle de que muchas, muchas veces, Kafka alude a procesos infinitos, inacabables, que asfixian al lector, justo como en una pesadilla. Además, Borges menciona, como rasgos típicos de la literatura kafkiana, la recurrencia del laberinto, y de la empresa imposible.

Todo esto es sumamente conocido, por quienes han leído a Kafka con la debida atención, y el consecuente terror. Sin embargo, yo afirmo que América es, de principio a fin —un fin que no existe, que se queda para siempre en limbo—, una novela absolutamente kafkiana; o sea, desesperanzada, irónica, acusadora de una civilización cruel, insana, mortífera.

De tal manera, tanto el tío providencial que el héroe encuentra en esa ciudad, además de un par de pillos, una joven heredera, los directivos de un hotel donde el protagonista trabaja, los policías que éste encuentra en su estadía en la gran urbe, todos ellos son o devienen, de una manera o de otra, enemigos del infortunado Karl Rossmann. No hay, pues, según mi óptica, ese espacio de oportunidades que el país América (Estados Unidos) ofrece a Karl, como asientan algunos comentaristas de la novela América.

En este marco, aparece en las ediciones de América una especie de separata, que es justamente “El gran teatro integral de Oklahoma”, en el que súbitamente y sin ilación con el relato previo, una misteriosa compañía convoca a todos quienes quieran trabajar en dicho teatro, para que se inscriban, pasando por un proceso de admisión sumamente sencillo y hasta tolerante, pues a Karl le dan trabajo, a pesar de que no tiene papeles de inmigrante, y a pesar de que no puede acreditar estudios técnicos, que el protagonista afirma haber cursado en Europa.

Bajo las apuntadas premisas referidas, sobre las principales características de las novelas de Kafka, y asimismo tomando en cuenta los agravios que sufre Karl Rossmann en Estados Unidos, no veo por qué deba admitirse que de pronto, mágicamente, el mundo se vuelve sumamente benigno, y Karl encuentre un trabajo digno en el nuevo mundo.

Bajo la sospecha, la malicia de lector que nos ha proporcionado la propia literatura kafkiana, lo más lógico resultaría esperar que ese teatro integral devenga en otro horror para Karl, pero eso nunca lo sabremos, porque América tampoco tiene final.

No obstante, me es necesario añadir que esa lectura llena de sospechosismo, de “El gran teatro…”, me dio a cada instante la impresión de que Karl ha muerto, y lo que “vive” o experimenta es nada menos que su ingreso a los ámbitos de ultratumba.

Baso esta suposición en el hecho de que, luego de un largo viaje en tren, de Nueva York a Oklahoma, un inusitado grupo de personas vestidas de ángeles recibe a los reclutados, la mayoría jóvenes mujeres, que tocan trompetas desafinadas y sin concierto. A este grupo, luego de algunas horas de estar tocando, lo va a sustituir otro grupo, pero ahora de diablos. Esto ocurre en un campo deportivo, cuyas instalaciones se han adecuado para inscribir a todos los que quieran trabajar en “El gran teatro integral”, y se insiste varias veces, en que todos tienen cabida en dicha empresa.

Por otra parte, en la descripción de ese espacio deportivo, así como en los sucesos que ahí leemos, hay el mismo ambiente nebuloso, de pesadilla, a veces absurdo, que Borges nos hizo observar en El Proceso, como cuando los espectadores del juicio famoso tienen que estar agachados porque el techo del recinto donde están sentados, es demasiado bajo.

Pero más allá de estas conjeturas mías sobre esa parte final de América, quiero decir para el gran público —porque para quienes admiran a Kafka lo que voy a decir no tiene mayor importancia, por obvio— que en esta su primera novela Kafka ya es Kafka. En otras palabras, más civilizadas, menos arrabaleras, lo que me interesa subrayar es que ya en América, el autor despliega ese talento narrativo innato que lo caracteriza, que nos hace pensar ingenuamente, ¿de dónde saca tantas ideas?, ¿cómo inventa tantas situaciones?

En ello está el encanto que tiene Kafka: en la manera de presentarnos un mundo caído, con escritura veteada de humor, ternura, y una religiosidad indudable, aunque la gracia teológica lo haya evadido siempre, como le acontece al agrimensor de El castillo.

Quizá Kafka pudo haber dicho, como el bibliotecario perseguidor del absoluto que vemos en La biblioteca de Babel, de Borges:

“No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre —¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! — lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que, en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.”

 

Carlos Torres. Veracruz. 1949. Autodidacto. Periodista cultual, ensayista y poeta. Ha publicado los libros Canción para la luz de tus ojos (poesía), Los arrebatados cuentos mutuos (relatos) y Nueve Voces (ensayos).  Figura en las antologías Voces de ciudad joven y Cancún, poesía selecta. Actualmente colabora en la revista político-cultural El Vigilante, editada en Chetumal.

 

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Obra: Multitudes y escaleras 3 (detalle). Técnica: acrílico sobre tela. Autor: Ignacio Hábrika. Imagen tomada de artistasdelatierra.com

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Ensayo publicado en Tropo 11, Nueva Época, 2016.

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