Whatsappeo, luego existo*

Jorge Jufresa

 

Un análisis de la historia de la tecnología muestra que

el cambio tecnológico es exponencial…. Así que en el siglo XXI

no experimentaremos cien años de progreso, sino que serán más,

como 20.000 años de progreso (al ritmo de hoy).

 

Raymond Kurzweil

La ley de Rendimientos acelerados

 

Días atrás, el destino me alcanzó. De pronto comencé a sentirme excluido de las conversaciones, acuerdos, e incluso de algunas reuniones, que ocurrían entre una docena de cancunenses adict@s a leer y escribir cuentos, con l@s que comparto una entrañable tertulia semanal. Durante más de diez años nos comunicamos por correo electrónico o por teléfono. En cuestión de dos o tres semanas, tod@s habían dado el salto a Whatsapp, mientras yo seguía con mi No-kiero-ablardemás (“Nokia”, en maorí oriental). Reaccionando en cadena, otros grupos de rescate, como mis condiscípulos de solfeo y de tambores, mi familia y mi compañera, se dieron a la tarea de bombardear mi burbuja de sana distancia. La presión se hizo insoportable. No paró hasta que un alma caritativa me regaló su versión anterior de iPhone. Entonces experimenté lo que era vivir conectado. Pasé directamente de sentirme ignorado a sentirme desnudo, fiscalizado y condenado a la obsolescencia por el resto de mis días. [1]**

¿Dónde estás, qué estás haciendo, por qué no atiendes mi llamada, por qué tardas tanto en corregir el mensaje que estás escribiendo…? ¿Ya bajaste el Twilight para evitar que te desvele el brillo de tu celular durante la noche; o tu Clue para conocer tus días fértiles? ¡Cómo, ¿todavía no instalaste: https://play.google. com/store/apps/details?id=josedlujan.unicaribe.app.com.miunicaribe?!

¡Agrégale el constante martilleo de miles de bytes de información y aplicaciones que todavía no sabes que tienes, o para qué, pero que igual compiten por tu atención! ¿Se trata de poner a prueba las capacidades de detección de relevancia de nuestro cerebro? En el trasfondo, escucho a la Biónica cantar su tema emblemático: “Quítate tú, pa’ ponerme yo.”

Por lo pronto, tengo la sensación de estar atravesando un umbral. Los grados de disponibilidad, renuncia de intimidad, ubicabilidad, transparencia y actualización a que se somete la persona en el contexto de esta sinergia de TICs (Tecnologías de Información y Comunicación) que no pierden oportunidad de confabularse, hacen saltar por los aires las viejas separaciones entre lo privado y lo público, y acabarán, una hora u otra, con el discreto bálsamo del anonimato. No digo que esté bien o mal. Tal vez se trata de la realización de un anhelado avance de la humanidad, si es que nos aceptamos como la especie más gregaria y cooperativa que existe sobre la Tierra (véanse los trabajos de Michael Tomasello).

Al fin y al cabo, si, como he leído, las ballenas se comunican a 5 mil kilómetros simplemente por acompañarse y decirse que no están solas en el universo (ya que no se me ocurre un fin utilitarista para tales intercambios), no veo por qué el resto de seres hablantes no debamos tener urgencias similares. Pero lo que sí digo es que, para quienes hemos rebasado la mitad de nuestra vida bajo otros parámetros, este ultra-metichismo equivale a someternos al estruendo de una discoteque, full time.

Con todo, mi verdadera alarma actual es que sólo he dado el primer paso. Aún no he aproximado mi cursor, ni remotamente, al botón del Twitter. Porque me doy cuenta de que uno no puede permanecer “medio modernizado”. Cuando las circunstancias te obligan a poner un pie fuera de tu esfera romántica, te percatas de que la gente normal te lleva años luz y de que acabas de comprar un paquete que no alcanzas a abarcar de una sola mirada. Efectivamente, en los pocos días que llevo tímidamente “actualizado”, las novedades tecnológicas acumuladas me han caído encima como cascada. No hay día en que no tope con un neologismo que todavía no existe en los diccionarios vulgares, ni siquiera en los digitales.

Recientemente, dieron a conocer el cambio de una carrera en la Universidad del Caribe. La lectura del texto de justificación para sustituir el Programa Educativo de Ingeniería en Telemática por el de Ingeniería en Datos e Inteligencia Organizacional (IDeIO) me obligó a googlear no menos de 10 conceptos para entender de qué iba la propuesta: cloud computing, Internet of things (Iot), wearable computing, ubiquitous computing, acompañados por una inacabable lista de siglas que se creen elocuentes, como: WPAN (Wireless Personal Area Network= Redes Inalámbricas de área personal), por ejemplo: Bluetooth o NFC (Near Field Communication); más otros vocablos que se supone que ya están en español: biónica, domótica, aviónica. Aprendí, de paso, que ahora contamos con una flamante ciencia surgida de las sorpresas que arroja la simple acumulación inédita de datos cuando se ven alumbrados por lecturas azarosas: big data. Tuve que echarle una mirada a la Ley de Moore, a la Ley de Rendimientos acelerados de Kurzweil, y a las visiones de otros futuristas como G.S, Hawkins (Mind Steps, Cultural Evolution and Accelerating Change). (Vaya mi eterno agradecimiento a la descalificada Wiki y a todo el trabajo colaborativo de la Web por hacer menos bochornoso mi analfabetismo funcional).

Al término de esta extenuante indagatoria, me vino a la mente aquella expresión del buen Blas Pascal: He ahí todo lo que los hombres han podido inventar para ponerse contentos.) [2]

Sin duda, no soy el mismo que antes de whatsapp y del montón de atisbos a los que he tenido acceso desde entonces. Ya me había permitido cruzar algunas líneas rojas con una computadora. No tuve tantos escrúpulos para convertirme en un ávido internauta, explorador de muchos de los tesoros colgados en la Red. Pero a partir de mi incipiente incursión redsocialista, me doy cuenta de que no soy el único que tiene reservas respecto a lo que nos depara el futuro.

Cuando expreso tales reservas se me echa en cara que a todos los timoratos les sucedió algo parecido cuando Gutemberg conectó su knockout mediático. Aceptando el reproche, no voy hablar por mí mismo, sino que le voy a ceder la palabra a alguien de quien no se puede sospechar que padezca en absoluto esta especie de ludismo reciclado que parece atacarme a mí.

La Universidad de Gothenburg, en Suecia, organizó en 2015 un Simposio con el título: Reconsidering Humanity: Big Data, the Scientific Method, and the Images of Humans. Los propósitos de la convocatoria parecen bastante angelicales: “explorar las promesas, visiones y esperanzas que se encuentran actualmente en las discusiones sobre la tecnología de big data”. Pero cada uno de los temas de la agenda intentaba aplacar temores que por lo visto no son sólo míos. Una de las conferencias, “Salvar a la humanidad del nihilismo de la big data”, aunque expresa la confianza de su autor (Paul Verschure)[3] de saber cómo hacerlo no deja de advertir cuánto depende dicha salvación de ciertos pasos previos:

Nos hemos movido de un ciclo empírico tradicional, en el que las hipótesis guiaban la recolección de datos, a un modelo en el que primero capturamos datos y posponemos su interpretación para un análisis post hoc (búsqueda de patrones no previstos)*, a menudo (dictado) por máquinas. Esta transición se ha acompañado por un nihilismo científico en el estudio de la mente y el cerebro […]  Voy a alegar (en el Simposio)* que este desarrollo conlleva una gran responsabilidad para nuestra ciencia y para la humanidad. Primero, necesitamos ponernos de acuerdo en la manera de entender la facultad fundamental de la humanidad: la experiencia consciente. En segundo lugar, necesitamos un camino claro para transformar los (enormes volúmenes de datos)* (big data), en comprensión y significado: los datos por sí mismos no son suficientes, necesitamos incorporarlos en estructuras conceptuales significativas (que siguen siendo)* dependientes del pensamiento humano. Mi propia investigación apunta a ambas metas. (* Mis intercalaciones)

Nuestro autor confía en que esto es posible. Yo también creo que una comunidad científica podría salir bien librada de estos desafíos para bien de nuestra especie. En lo que no confío es en que estén dadas las condiciones políticas y sociales para contar con verdaderas comunidades científicas, es decir, comunidades de discusión arropadas por sociedades civiles capaces de debatir esos temas y co-construir los saberes junto con sus investigadores. A la vista de lo que sucede actualmente con los regímenes supuestamente democráticos, y particularmente en la esfera de la educación, mi imaginario catastrofista ya no abreva en las famosas distopías suaves de Aldous Huxley (Un mundo feliz), George Orwel (1984) o Ray Bradbury (Farenheit 451); se nutre directamente del postmodernismo sin retorno visualizado por Paul Auster en El País de las Últimas Cosas.

Temo que, al cabo de esta precipitada e intensiva inmersión en la marea tecnológica, me he pasado de plano al otro lado. El briefing (instrucción cursiva) que recibí para utilizar las funciones más básicas de mi Iphone, me convenció de que no hay vuelta atrás: nos encontramos en caída libre hacia el viejo sueño de la “Información Completa”, aspiración de la Economía clásica y la Teoría de los Juegos, con miras a extenderse a todos los ámbitos de la humana existencia. En unos pocos años, nadie va a poder vivir sin su ingeniero de cabecera. ¡Enhorabuena a los que opten por graduarse como IDeIOistas! Yo, me regreso pa’ retrolandia, bien lejos de las tentaciones de Coursera y sus MOOCs. Si se vale pedirlo, en tales condiciones, por favor no me borren de su whatsapp.

 

NOTA

Para documentar mi optimismo, esta mañana recibí por unotv.com la siguiente noticia: “Vende a su bebé para comprar Iphone”

 

 

[1]*El “pienso, por lo tanto, existo” de Descartes debe interpretarse como: “puesto que no puedo dudar de que pienso, no puedo dudar de que existo”. Me pregunto si le funcionaría al filósofo su famosa “duda metódica” en un mundo en el que, si no apareces en whatsapp, todo te indica que no existes por mucho que pienses.

**Uso la arroba (@) por adhesión a la lucha contra el sexismo. Prefiero pecar por quebrar reglas gramaticales y lógicas que por permanecer indiferente ante el persistente abuso machista.

 

[2] Cuenta Pascal que cuando azuzado por ciertas reflexiones de Montaigne, se puso a pensar sobre el ardor con que los seres humanos se entregan a la guerra, la caza, las fiestas, la plática, a toda clase de correrías y pasiones, juegos y diversiones, generándose así una inacabable cauda de penas, peligros, querellas, sinsabores, enemistades, quebrantos de salud, etc…, primero se dijo que “todo ese malestar se derivaba de una sola cosa, que es no saber quedarse tranquilamente en casa”. Pero, luego, como buen precursor del racionalismo, tuvo que preguntarse por la “razón del efecto”. ¿Por qué los hombres no encuentran placer en quedarse solos y en paz en su casa?” Porque no soportamos vernos obligados a pensar en nuestra condición de mortales, en nuestra fragilidad y nuestras miserias existenciales. Intensidad ficticia-mata-intensidad real. Al menos, por un rato.

[3] Paul Verschure es Maestro y Doctor en Psicología. Trabaja en la unificación de las teorías de la mente y el cerebro para encontrar aplicaciones técnicas a la neurorehabilitación y mejora de la calidad de vida. Es profesor de Investigación del ICREA (Instituto Catalán de Investigación Avanzada); profesor del Departamento de Tecnología de la Universidad Pompeu Fabra; director del Centro de Sistemas Autónomos y Neurorobótica (NRAS); director científico de la Maestría en Sistemas Cognitivos y Medios Interactivos (CSIM). Es fundador del grupo SPECS (Synthetic, Perceptive, Emotive, Cognitive), un colectivo multidisciplinario de doctores y post doctorados. Ha sido conferenciante TED. Ver Consciousness and the Machine. Representa a Suiza ante la OCDE.

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Ensayo publicado en Tropo 11, Nueva Época, 2016.

 

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