Gustavo Íñiguez
Las antologías personales pudieran encerrar un procedimiento más o menos perverso. La conformación de un libro con una selección de textos propios se parece mucho a la escena doméstica donde los padres evidencian la predilección por uno de los hijos, y sus conocidas consecuencias. Por otro lado, es una ardua labor de reconocimiento y autocrítica: un recorrido por la escritura hacia una consciencia espiritual y justa del trabajo particular.
Luis Armenta Malpica nos entrega Götterdämmerung (El Ángel Editor, Quito, 2015, 168 pp.) una antología personal, contundente, en la que cada uno de los textos cumple con el objetivo de representar un momento específico de su escritura en estos más de veinte años de trabajo a partir de la primera edición de Voluntad de la luz.
Para establecer los puntos cardinales en el trabajo de Armenta Malpica, comienzo por fijar al centro: el pez, que en su escritura es el emblema de tres elementos importantes: el otro, el amor y Dios. Es decir, el eje central que indica el arriba y abajo, es el “Amor a Dios a través del otro”. La reunión de las iniciales en griego de las palabras que en español equivalen a Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador se leen como Pez es una de las razones por las que este se ha vuelto un signo para identificar a Cristo. Y no es casual que al centro de este libro se coloque el texto: “Stabat Mater”, del que cito tres fragmentos:
Desciendo de la gran cruz oscura de la luna
con las manos abiertas, francas, sacrificiales
por los clavos del hombre
que esta noche rasgaron mis costillas.
Caigo a la luz del alba
a la pátina en bronce que el viento ha cincelado
luego de tanto tiempo de venir a mirarse
por mis ojos.
[…]
Yo creo en un Dios eterno, inmaculado, vivo.
A él le rezo en usted, mis manos en su boca
con mi aliento de parra.
[…]
Usted: la viva imagen de un dios crucificado
en el cuerpo de otro hombre.
Luis Armenta Malpica es un poeta católico. No se apega a los dogmas, pero asimila con fervor el imaginario y lo exuberante de esas variaciones que van modelando los textos para perfilarlo así. Desde aquí se yergue, en el sentido ontológico, para proyectar los cuatro puntos cardinales. Al norte están los ángeles que representan la fragilidad. En algunos poemas aparece ligado al naufragio, como si los seres en los que Armenta Malpica coloca las alas fueran criaturas indefensas que requieren de la protección del poeta, esa protección que otorga la palabra cuando se reúne para formar, en el conjuro, la fraternidad. Cito tres fragmentos del poema “Sanctus / Benedictus”:
El ángel es exacto
cuando la luz escurre, humedece su cuerpo.
Quien lo ama no está solo. Sonríe
a los otros ángeles.
[…]
Es el desconocido, el
vulnerado.
Ángel ebrio de Dios, caído –un par de veces; el ángel
amoroso
cuyo vuelo cayó sobre la nuca –le decían
«contrahecho»
nomás por jorobarlo.
[…]
Mírame, Dios, cómo me vuelvo un ángel
semejanza e imagen de tus pájaros.
Desde casa mis padres me custodian.
Zarabanda: retumba su mirar sobre mis ojos.
Mirando al sur veremos pasar los dragones, el revés de los ángeles: imagen de una fuerza intelectual. Signo de quien se ha nutrido de las artes con cierta predilección por la ópera. Aunque con alto acierto aparecen también los Caravaggio. Y con naturalidad lo cuenta, con gracia los dragones aparecen en los textos para dejar clara la potencia creativa. Cito un fragmento del poema “El huevo de la serpiente”:
Al compás de la rosa de los vientos, la bestia del océano
se convirtió en un hombre
y le cantó a su amante.
Las huestes de Serafín bajaron de las nubes.
Entonces salió el huevo: el corazón del monstruo.
Por el levante, la ciudad: Mi corazón es la ciudad más grande que conozco, dice, y ahí el sol naciente del libro es un ocaso, no el de los dioses sino el de la vista que puebla de manchas y sombras la ciudad del poeta. Aquí está el padre y un tono emotivo que conmueve hasta las lágrimas. Hay un extraño fenómeno en que el poeta y el padre parecen tener la misma edad, o es la obsesión del poeta por la ceguera lo que los vuelve, más hermanos:
Él entra en la penumbra
guiado por las migajas que he dejado al azar
siguiéndolo en la muerte.
Al poniente está el mar, con un oleaje altísimo que alcanza a bañar la obra completa y lo recogido en este libro. Bien lo dice Eduardo Moga, autor del estudio introductorio de la antología El agua recobrada (Vaso Roto, España, 2012) preparada por el poeta Luis Aguilar: “El agua es el principal eje metafórico en la poesía de Luis Armenta”. Estamos de acuerdo los que nos acercamos a los textos de Luis como a los textos sagrados, si entendemos lo sagrado como lo explica Mircea Eliade: es sagrado porque está impregnado de ser. Entonces, por el agua y la luz que recorren este territorio, podríamos decir que hemos asistido a la lectura de un evangelio líquido:
Hay/ un lugar en el cielo en donde el agua también es nuestra
tierra// es
decir
la palabra con/junta.
Gustavo Íñiguez (Jalisco, 1984). Licenciado en Turismo por la Universidad de Guadalajara, formó parte del taller literario El Tintero, en Puerto Vallarta. Dirigió la revista literaria Quiescencia. Es autor del poemario Espantapáramos (CECA Jalisco, 2013).
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Reseña publicada en Tropo 11, Nueva Época, 2016.