Rodrigo Quijano. La belleza de la fatalidad

Cristian Poot

 

Aún no sale el sol en el desierto. Es la Alborada de los días en La sal enferma (Sedeculta, 2015, 50pp), en que Rodrigo Quijano nos hace partícipes de un viaje lleno de presencias extrañas que aguardan en la arena. Fantasmas, quizás recuerdos y penas acompañan al poeta. El sujeto lírico que plantea Rodrigo en este poemario, nos va guiando en una búsqueda introspectiva. El poeta presiente compañías que se yerguen de la sal. Su visión se nubla. Nada es claro, pues praderas se mezclan con el cielo. En su viaje es testigo de la caída de gigantes, de fenómenos cíclicos que comienzan y terminan. El autor del libro se pregunta:

 

¿Qué podría sostenerse de los huesos

consumidos de un cobarde?

 

¿Qué podría levantarse de la arena?

 

(Quijano, 2015: 20)

 

Por otro lado, el fuego es un elemento persistente en la poesía de Quijano. Algo en el ambiente le dice que arder es el destino de todos los seres en el mundo, un inevitable incendiarse. El constante arder está presente en estos versos. La destrucción de lo que parecía invulnerable, también.  El clímax de la crisis metafísica que libra el poeta en la nada del desierto tiene como destino arder, volverse polvo:

 

sobre el polvo de las vigas

derrumbadas,

 

nadie se imagina que las torres

-y su orgullo-

fueron tierra:

sal amarga, sinsentido,

triste arena…

 

(Quijano, 2015: 25)

 

Y es que el poeta en su catarsis, ante la destrucción y la desolación en que se ve inmerso, no abandona la esperanza de la comunión consigo mismo y con el ambiente natural del que se sabe es una extensión. Parte de la contemplación a la acción. Busca en la belleza de las flores, y aun en la sal y los destrozos, su última esperanza:

 

En los íntimos destrozos, una sombra

crece y dulcifica

las cenizas…

 

(Quijano, 2015: 41)

 

Tal es el optimismo del poeta, que de pronto, de manera similar a Octavio Paz en Árbol adentro, se sabe partícipe en la reconstrucción de su universo, y del reverdecer, en que participa de manera activa con su cuerpo:

 

Dices que en mi pecho late un árbol,

 

y sus frondas

cubren los fragmentos de la Tierra.

 

¡Cuánto más quisiera que esta lluvia

 

levantara un nuevo mundo

de mis grietas…

 

(Quijano, 2015: 45)

 

Pero además del optimismo llevado a la materialización de elementos como el árbol, consciente del poder de la palabra, Rodrigo funda su esperanza también en el lenguaje y se descubre capaz de recrear el mundo con tan solo nombrarlo:

 

Voy a nombrar el amor,

 

voy a decirlo

 

con el verbo de los bosques,

con el llanto de la arena.

 

 (Quijano, 2015: 50)

 

Se podría decir, en síntesis, que la Sal enferma de Rodrigo, no obstante, el título poco alentador —por el constante arder, la destrucción, los escombros, la sal, el polvo del que venimos todos—, es ante todo un poemario optimista en el que puedo leer a un Rodrigo franco en su decir. A un poeta joven que es consciente de su tradición literaria. A un Rodrigo que en cada poema nos entrega la posibilidad de rehacer el mundo con la sola música de sus versos, con el solo hecho de nombrarlo.

 

______________________

 

Reseña publicada en Tropo 11, Nueva Época, 2016.

PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com