Norma Quintana
He aquí un libro misionero. Viene abriendo camino en la conciencia con las armas de la belleza y la memoria. Alguien lo ha enviado para que tengamos la revelación de nuestra ruina. Tiene el arte caminos misteriosos para llegar al fondo de la verdad, porque el pensamiento por imágenes —que es el que sustenta su lenguaje— tiene el poder único de revelarnos lo general, esencia de las leyes, a través de lo concreto, y nunca aprendemos mejor, ni aprehendemos mejor que cuando vemos materializado el mundo en esos asombrosos universos que nos ofrecen las obras artísticas.
Por esos medios, en este libro está dibujada la silueta de una ciudad nacida de la codicia, no es la misma que sus habitantes recorren diariamente con el afán de atrapar sus sueños; la ciudad de este libro está en la fantasía de unos pocos, y en el recuerdo de los fantasmas que sobrevuelan sus orígenes. Es por eso que a los “gentiles” que pasean displicentes cada día sobre el alma —aplastada, tapiada, fundida con el cemento y el ruido— de uno de los sitios más bellos que se hayan visto, estas páginas les disparan a bocajarro, los confrontan sin misericordia para enseñarles la ruta hacia la verdadera fe: el pasado no tiene remedio, pero en él podemos leer las claves para cuidar el presente.
Memoria de Gabuch está bordado sobre un concepto inteligente. A medio camino entre la épica y la lírica, viene a demostrar una vez más cuán esquemáticas e inútiles son las clasificaciones cuando enfrentamos el fenómeno creativo limpio del polvo y la paja de la “taxidermia” crítica.
En la mejor tradición de la novela (¿novela? ¡Sí!) moderna, toma el modelo de “la historia que me encontré” (recuérdese El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y El nombre de la rosa, entre otras), ese recurso de la “superchería literaria” que desde el siglo XVIII enriquece la perspectiva del narrador para reforzar la ilusión de realidad en el discurso, y con la mayor libertad arma un relato con personajes, dimensiones espacial y temporal, y trama, solo que cruzada como por un latigazo por una corriente de lirismo, sustentada en un discurso paralelo que se basa en el empleo casi exclusivo de la imagen como fundamento de su búsqueda expresiva.
A la manera en que lo hicieron entre las décadas de 1960 y 1970 los poetas nicaragüenses que postularon la poética del “exteriorismo” (Ernesto Cardenal, José Coronel Urtecho), con un lenguaje cercano a la palabra de todos los días que da forma a una poesía despojada de retórica, ascética, despliega el cuerpo del poema a través de una sucesión de imágenes en las que el lector reconoce hechos y fenómenos del vivir cotidiano.
Hay líneas discursivas que se entrecruzan a lo largo de todo el libro: la del relato en forma de diario, supuestamente escrito por Gabuch, el guardián de un rancho coprero; la del sujeto lírico que recobra el mundo en que vivió el personaje, sus emociones y experiencias a través de imágenes poéticas; y, finalmente, la línea de lo que podría denominarse “fatalidad”, en su sentido de fatum, en la que habitan otros personajes involucrados en la historia, los que van a definir el destino de Koppara y de Kaan Kun, la “isla de arena en forma de siete”, el “enorme caracol a punto de incrustarse en la piedra caliza del continente”.
Con una idea muy clara de a dónde quiere ir a parar, va trenzando la crónica de una invasión desde la triple perspectiva de los invadidos (la naturaleza encarnada en Gabuch y sus amigos), los invasores, y los que ocuparon después el paraíso, quienes a veces inocentemente y otras no tanto llevan sobre sí la culpa del pecado original.
Memoria de Gabuch es también la recreación muy personal del mito del Paraíso perdido y la historia de un ecocidio perpetrado en aras del “progreso”, ese parásito de dos caras que se alimenta y se hipertrofia en el corazón del poder, disfrazado de buenas intenciones dentro del discurso político.
La literatura que lentamente ha ido naciendo en torno a ese fenómeno económico y social llamado Cancún es tal vez la que más flechas lanza a la tradición literaria afincada en la representación del mundo urbano, en sus personajes y aconteceres. Esa multitud cosmopolita que se afana en las amplias avenidas del centro de la ciudad, en el universo irreal de la zona hotelera, en los barrios periféricos, ha cargado con sus raíces desde los cuatro puntos cardinales del mundo y amanece día tras día con la voluntad de sortear las zancadillas que les pone la vida en la urbe. Sobre eso han escrito con mayor o menor fortuna narradores y poetas, volviendo una y otra vez sobre los temas de la soledad, el desarraigo, la alienación, la siempre detestada presencia de la corrupción, el crimen, la miseria material y humana.
Este libro de clasificación complicada se viene a sumar a esa corriente, de innegable carácter crítico y comprometido, a la cual aporta la originalidad de su concepción y la excelencia del resultado.
A pesar de lo que puedan argumentar los teóricos del hecho literario, el arte de la palabra no necesita alejarse de lo contingente para cumplir con su cometido estético: todo arte es social y su utilidad es directamente proporcional a la eficacia de sus recursos: el libro que van a leer a continuación es una prueba de ello.
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Reseña publicada en Tropo 11, Nueva Época, 2016.