Carlos Varela: “El monero vive dentro de mí”

Lizbeth Peña

 

Con diversas publicaciones (entre ellas, cuatro libros y cuatro revistas), colaboraciones en nueve periódicos y aproximadamente 60 mil cartones editoriales, Varela se ha ganado el sobrenombre de “el monero de Cancún”. Él, que no pensaba ser caricaturista y estudió diseño industrial en la Universidad Autónoma de Guadalajara porque era parecido a su sueño de niño: ser inventor. En esta entrevista nos cuenta cómo ha sido su aprendizaje y nos habla de sus proyectos, como el ambicioso “El chipocle, órgano de penetración social”, donde combina sus ideas y monitos con información útil en beneficio de la comunidad.

 

            Reconocí su oficina fácilmente: “es una casa tipo Jurassic Park”, con plantas y una enredadera que cubre la cerca de la entrada. La puerta principal estaba abierta. Varela no necesita timbre ni ver que han llegado visitas para saberlo: sus perros lo llaman. Al entrar, los ladridos se unen a los Red Hot Chili Peppers. “Soy animalero”, dice. Difunde cuando hay animales en adopción y desea (junto con un amigo) promover un refugio de gatos como un lugar de gatoterapia, “con un cuartito muy bonito donde te metas veinte minutos con gatitos encantadores y amorosos para quitarte el estrés. Lo que se paga es para el refugio y, por otro lado, todo el mundo va a querer llevarse un gato”.

            Cambia su voz cuando habla por teléfono con un cliente: ya es el empresario. Durante una llamada fue que comenzó a dibujar en la pared, detrás de él: “Solo será una parte del muro. Voy a continuar con el cielo, donde hay cosas extrañas que salen de una ciudad que aún no dibujo”. Es un alma inquieta el monero de Cancún, quien también publica sus microrrelatos en el Facebook y, como un Arreola, ha tenido los empleos más diversos: como operador de teléfonos, vendedor de seguros de vida, ayudante de herrero, de carpintero, de fibrero, de instalador de antenas de Dish. Siempre que no tenga proyectos propios y que surja algo que represente una capacitación, lo toma.

            “Ahora soy mejor vendedor, pero porque me he capacitado. También fui de los que van de casa en casa, señora, traemos una oferta…, me fue muy mal, no vendí nada, pero conocí cómo funciona, cómo reacciona la gente, cómo te ve con cara de fuchi. Un tiempo me contrató el grupo Daddy para que le decorara dos bares; les hice desde el concepto, personajes, decoración, menús, juegos, todo, pero al poco tiempo se lo llevó el huracán y no lo terminamos. Me enriquece mucho conocer de todo, platicar con mucha gente; donde haya que aprender, que producir, ahí estoy, por supuesto”.

            Hace años, cuando vivía con mi mamá y mis hermanos, uno de esos ritos familiares (que surgen de común acuerdo sin tener que instaurarlos) consistía en buscar los monitos de Varela en las publicaciones que se distribuían en diferentes negocios. De saber que también podíamos encontrar sus caricaturas en el periódico, seguramente nos hubiéramos vuelto consumidores asiduos. El amor imposible de Globito y Nnopalita, la serie de “Mamá, me siguió a casa”, su concierto para sordos por Jhonny “El mudo” o los problemas de la amiba gigante forman parte de nuestro repertorio compartido.

            También, quizá, hubiera buscado antes una entrevista con él de saber que, aunque nació en el D.F. (1969), un año después su familia se lo llevó a Acapulco. Fue un encuentro divertido, poner “risas” cada vez que ocurrieron hubiera sido más que repetitivo. Él habla con humor incluso sobre esos seis meses cuando, después de terminar la universidad en Guadalajara, recorrió varias ciudades porque era difícil encontrar trabajo relacionado con su carrera, “sobre todo en esa época que fue la crisis del 94”. Así, un día (otra vez en Acapulco), viendo el periódico, le comentó a su madre que las caricaturas de ahí estaban feas. Ella lo retó: “Hazlas mejor, a ver si es cierto”, y así nació el monero.

 

            —Comentabas que el director del periódico Novedades de Acapulco te tomó bajo su tutela, ¿qué consejos te dio?

            —Me fue corrigiendo sobre la marcha. Me decía: “tienes que ser muy claro con lo que estás dibujando, que entiendan los de 20 y los de 60 años para que se pueda publicar”. O “eso está muy bien, pero es contrario a lo que habías publicado la semana pasada. No puedes ser veleta. No te voy a prestar mi periódico para que critiques por criticar. Tienes que tener tu ideología y la tienes que defender”.  O “estás poniendo como héroe a fulanito, pero acuérdate que hace dos meses era un desgraciado. ¿O eso ya no importa, ya pasó, a ti ya se te olvidó?”.

            Insistía en no jugar con la dignidad de las personas: “Criticas a alguien porque toma una mala decisión que nos afecta a todos; si no estuviera en ese puesto, quién te iba a publicar una caricatura de él. Búrlate de su incapacidad, de su ineptitud, no de él como persona”. “Ser un editorialista no es hacer dibujitos. Eres un experto que da su opinión y tienes que estar a la altura”. Me dejé guiar, pero me cayó todo de golpe en una ocasión que alguien estaba viendo mis monitos. Sentí orgullo hasta que le dijo a otro “mira, nada más, las estupideces que está diciendo este pendejo”. Está bien que me critiquen por mi ideología o porque no están de acuerdo conmigo, pero no por haber hecho una estupidez, eso sí no es aceptable. Y fui poniendo más intención, más interés y más profesionalismo en todo eso.

            —Llegaste a Cancún por la posibilidad de trabajar en el grupo Anderson (que han desarrollado restaurantes como El Señor Frog’s o Carlos’n Charlie’s), ¿ellos te invitaron?

            —¡No! Mi hermano es hotelero y en ese tiempo vivía aquí. Él me insistió sobre un anuncio que salió en el periódico. Los del grupo Anderson buscaban un diseñador que además hiciera caricaturas. Les gustó la muestra que envié de mi trabajo y me dieron una entrevista, pero sin ninguna garantía. No estaba haciendo nada en Acapulco así que decidí venir, debió ser el 97. Entré al Novedades de aquí como caricaturista y una semana después me aceptaron también en Anderson. Diseñé desde personajes hasta mobiliario, el trabajo que hacía era para las sucursales a nivel nacional e incluso una que abrieron en Orlando.

            Yo no pensaba ser caricaturista, nunca se me hubiera ocurrido. Siempre me gustó hacer caricaturas, pero no era bueno, nada más que fui necio; y leía muchas, de todo tipo. En la universidad era el que peor dibujaba, me pasaban nada más porque le echaba ganas; es irónico porque soy el único de mi grupo que vive del dibujo. Yo soy bueno contando historias, eso sí, y creo que la caricatura es un medio. Trato de que no sea como un cuento infantil donde se ilustra el texto, sino más tipo cómic. Soy más de síntesis, que en un cuadro esté toda la historia, lo que está sucediendo y a quién afecta y de qué manera.

            Decía Picasso que lo peor que le puede pasar a un creador es encontrar su estilo porque entonces dejas de investigar. Por eso siempre estoy haciendo empresas y proyectos nuevos, me cambio de periódico y de repente mi línea es muy básica y a veces muy enmarañada; igual los cartones, a veces son muy complejos o muy sencillos. Apenas desde hace tres o cuatro años es que me considero un artista, los otros veinte fueron de preparación.

            —¿Tus caricaturas reflejan lo que piensas?, ¿son tus opiniones o también reflejan otras voces?

            —Depende mucho dónde esté publicando. Cuando son caricaturas blancas o puros cartones, hago lo que se me pega la gana, total, con tal que no pise demasiados callos. Y hago cosas sobre pedido cuando no vaya en contra de mis creencias o de mi filosofía. Por ejemplo, hice un manual contra el bullying para el ILAT. También me han pedido para campañas políticas, pero no puedo comprometer mi nombre y estar a sueldo de un partido o un político. Los que he hecho o que he apoyado es porque me convencen y sí se dan casos, pero son muy raros.

            Hablando del caso editorial, hay dos vertientes: una, que coincida con lo que creo, con lo que debe de ser —aunque tengo claro que las cosas no son siempre así—; otra, cómo le afecta a la comunidad —a veces no creo mucho en las cosas que están sucediendo o no me acaban de convencer, pero sé que son para el bien común, que tienen una parte buena: si la comunidad se une por algo, es digno de alabanza—.

            En cuanto a la línea política, critico a cualquiera que tenga responsabilidad de apoyarnos y no lo esté haciendo —sean verdes, amarillos, azules, o multicolores—. El político que ya está en un puesto o que contiende para uno, el que maneja un partido, o los empresarios. Como cierto fulano que dijo que para acabar con el problema de los tiburones había que matarlos a todos y es el mismo que dijo que no era posible apoyar el turismo gay porque Cancún iba acabar como Sodoma y Gomorra. A empresarios de ese tipo, los critico, pero muchísimo porque nos afectan sus declaraciones.

            —Has publicado el Manual de la teacher, para aprender a aprender, y tu recopilación de 20 años: La vida más mona. Has realizado programas de radio como “El relleno negro”. Editaste El rapidín y Los monos (publicidad con monitos). Ahora estás haciendo mapas y un libro para que coloreen los adultos (lleva 18 ilustraciones, quiere llegar por lo menos a 25). Y han tenido mucho éxito tus folletos de “El Chipocle, órgano de penetración social” (información útil con el objetivo de mejorar la calidad de vida, por ejemplo, sobre el dengue, la diabetes, etc.). ¿Cómo estuvo eso de que encontraron tus chipocles en una escuela de Sudamérica?

            —El Chipocle tuvo muchos beneficios y a la gente le gustó, fue una de las cosas que me animaron a definir el proyecto de los mapas que estoy haciendo. Un supervisor educativo de Venezuela me contactó para decirme que había encontrado Chipocles en una escuela perdida en la sierra. Un maestro se enteró de que podía bajarlos gratis de internet, fue a donde encontró algo de civilización, los imprimió, les sacó copias y se los repartió a los niños. Me cayó como la piedra del Pípila: ¿ya ves lo que puedes hacer?, ¿vas a dejar de hacerlo? ¡No te puedes rajar!

            Lo de los mapas es negocio y pretendo que sea el motor financiero que mueva los demás proyectos porque el entusiasmo no te sirve cuando llega el momento de pagar. Primero hice uno de 240 espacios, que llené en un año, pero ya no pude volver a repetirlo. Así que pensé que sería más fácil llenar diez mapas cada uno con 24 espacios. Ya salió el de “A comer por la Palenque”, está en imprenta otro, estamos vendiendo uno de servicios y para comer en el centro, luego vamos a hacer uno de deportes, uno de lugares nocturnos, creo que uno de doctores y vamos a sacar en diciembre el de la zona hotelera.

            Desde hace mucho quería hacer el mapa, pero estaba relativamente fresco que Escudero de Sybaris había dejado de sacar los suyos, él los sacó durante quince años y yo quería esperar otros quince para sacar el mío porque no quería que dijeran que era competencia o retomar la idea, él es un maravilloso y genial ilustrador, su mapa es increíblemente precioso. Espero que el nuestro ni siquiera se compare porque no va a tener su nivel. Como dice aquí (nos muestra una de sus revistas), “no somos los primeros, somos los más monos”. Igual el mapa, no va ser el más bonito, pero pretendo que sea más divertido.

            Otro proyecto es “Cuadernos para los cuadernos”, las tapas son sobrantes o desperdicio de cualquier imprenta o lugar. No requiere nada más que la mano de obra, voluntarios de servicio social. Los hemos regalado a una maestra de un centro comunitario infantil y a una que le enseñaba a escribir y a leer a los presos.

            55 Alcatraces (revista digital que publicaba ilustraciones y textos solo de cancunenses), ya va volver a salir. Y le ayudé como editor a varios autores a sacar su libro, para que lo pudieran llevar a editoriales y decirles “mira, tengo esto, me interesa que lo hagas”. Bueno, están plagados de errores, pero existen. Siempre he creído que es mejor 70% de algo que el 100% de nada.

            En 2015 hice Las tres reglas de la pareja, consejos y reflexiones para sobrevivir con éxito una relación. Los principios que ahí están me llevaron mucho. Quince años de probarlos e ir enriqueciéndolos, de pláticas con otras personas. Ya con ese texto asentado, convertirlo a libro de caricaturas me llevó como dos semanas. También el dibujo que manejo es muy sencillo, trato de que sea amigable, que le resulte accesible a cualquiera que lo vea.

            —Dice El Fisgón que las obras de un cartonista no están obligadas a hacer reír, pero que siempre conviene que tengan algo de sentido del humor. ¿Tú siempre buscas que tengan humor?

            —El Fisgón tiene como cuarenta años haciendo cartones; al principio eran muy simpáticos, pero se le ha ido acabando el humor. Es común en humoristas y cartonistas. Llega un momento en que se cansan y empiezan a hacer cosas casi por resentimiento y dejan de ser brillantes, creativos, simpáticos y empiezan a ser muy corrosivos, ácidos, en el caso de los caricaturistas, o muy vulgares, en el caso de los humoristas. Es una manera de justificar su situación, yo no estoy de acuerdo. En la escuela a los chavos les enseñan mil cosas que no recordarán, pero sí, hasta veinte años después, el chiste que les contaron en el recreo. Si quieres que penetre tu mensaje, debes de tocar el humor. Si no te interesa que tu mensaje sea contundente, no lo uses.

            —Algunos caricaturistas mencionan que se han inspirado en escritores como Steinbeck, Kazantzakis, Marx e incluso Hemingway. ¿Qué autores han influido en tus ideas?

            —Muchos en diferentes épocas. Te puedo decir, por ejemplo (y hace como un redoble de tambores en su escritorio) que Kundera me gusta mucho. De hecho, La insoportable levedad del ser lo releo cada siete u ocho años, desde los veintitantos, y cada vez le encuentro algo nuevo. Es interesante cómo utiliza la historia —y en eso me identifico mucho con él—, como un método o un medio para dar a conocer sus reflexiones de esas cosas bizarras que suceden.

            Jorodowsky; me encanta todo lo absurdo que hace. Sé que para los grandes literatos es casi como ponerme al nivel de pornografía, “metafísica para incultos”, pero tiene lo suyo y es muy muy divertido. Además, era monero, creo que aún no lo deja de ser. Tiene unas “Fábulas pánicas” increíbles, que además eran muy vaciadas. Son bizarras y extrañas como él. Salían hace como cuarenta años (en El Heraldo de México). Esta (muestra una en la pantalla) es un fotomontaje, no existía el Photoshop y usa una foto de él. Buscaba y buscaba y buscaba. Tiene su mérito, que yo le reconozco y admiro mucho. Que ahora sea vendedor de ilusiones es otra cosa.

            El primer libro que leí fue de Rius. Por supuesto, me encanta en algunas cosas. Le reconozco muchísimo el medio, el cómo hizo las cosas, aunque lo único que comunicaba eran sus creencias y sus ideologías. No es lo que yo hago. Yo trato de comunicar lo que al común de la gente le beneficie y en ese aspecto es un poco diferente.

            —La Poniatowska dijo que un dibujo inteligente nos revela de golpe lo que antes era oscuro y nos hace llegar a la conclusión de que el mundo sería mejor si lo dirigieran los caricaturistas. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?

            —No, para nada, pero seríamos muy buenos asesores porque tenemos mucha capacidad de síntesis y análisis. Para decisiones somos muy drásticos porque en una caricatura no puedes dilucidar toda una idea y dar un criterio, tienes que dar una opinión concreta: sí o no. Estadistas, no, seríamos como la reina (de Alicia en el país de las maravillas): ¡que le corten la cabeza! Para nosotros es bueno o malo, porque no tienes manera de dar más opinión, no es que no la tengamos, sino que así nos hemos formado.

            —Decías que eras el monero en la vida real, ¿no te cuesta problemas serlo?

            —(Risas). Era muy problemático porque además yo era el que siempre salía con chistes hasta que decía uno que a nadie le gustaba. Iba a los velorios y contaba chistes hasta que se me pasaba la mano. Ahora lo controlo, ya no soy tan bruto. Cuando conozco gente nueva estoy calladito, para ver qué opinan, qué puedo decir, mientras no agarre confianza. Ya que la riegas lo suficiente, empiezas a medirte; y en lo que no te mides, no te importa. Es muy divertido. Ese, el que vive dentro de mí, Carlos, es el monero; pero no el que administra ni el que toma decisiones porque aquél toma decisiones muy locas. Pero me divierto mucho con él, me cuenta chistes que no me sé.

 

Lizbeth Peña (Acapulco, Guerrero, 1987) es coordinadora de la Sala de Lectura La Tlacuila. Fue becaria por el género de narrativa en el Encuentro de Literatura “Los Signos en Rotación” del Festival Interfaz-ISSSTE, 2014. Ha impartido talleres de lectura en escuelas, bibliotecas y en un programa de la SEDESOL. Facebook.com/latlacuila

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Entrevista publicada en TROPO 11, Nueva Época, 2017.

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