Marién Espinosa Garay
Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme…
Garcilaso de la Vega
Calisto y Melibea lo comprobaron mientras el Medioevo transitaba hacia la Modernidad: el amor apasionado, que es más fiebre que anhelo y más deseo que cordura suele terminar mal. Así sucedió —un ejemplo entre muchos—, cuando el ardiente Calisto resbala de la escalera que ha levantado para saltar la tapia del jardín de su amada. Poco después, llorosa, Melibea confiesa a su padre el triste final de sus amores clandestinos, antes de lanzarse ella misma de una torre y seguir al querido más allá de este mundo:
Del qual deleytoso yerro de amor gozamos quasi vn mes é como esta passada noche viniesse, segun era acostumbrado… como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada…, é él baxaua pressuroso á uer vn ruydo que con sus criados sonaua en la calle; con el gran ímpetu que leuaua, no vido bien los passos, puso el pié en vazío é cayó, é de la triste cayda sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras é paredes…<e/m>
Pero esta Tragicomedia acaso sea un antecedente de otra, más conocida y en idioma inglés, pues se sospecha que Shakespeare pudo inspirarse en esta obra para escribir su famosísima Romeo y Julieta, donde la malquerencia de Mostescos y Capuletos traía a la ciudad de Verona patas arriba. Y, sin embargo, la gran lección surge del buenazo Fray Lorenzo, quien llama a los enamorados a la prudencia en frases de innegable sabiduría:
El gozo violento tiene un fin violento y muere en su éxtasis como fuego y pólvora que, al unirse, estallan. II.v
En este mismo tenor, desde la antigüedad se han repetido, en todas las tesituras, historias de amantes en desgracia: Paolo y Francesca, Tristán e Isolda, Arturo y Ginebra, Abelardo y Eloísa, por citar solo algunos famosos nombres. Siglos después, las tierras latinoamericanas son herederas del tema erótico de antaño. Los excesos del romanticismo literario causaron estragos durante el siglo XIX, ¿quién no recuerda los exaltados versos del poeta Manuel Acuña, escritos con el propósito funesto de morir de amor? Pero existe una reciente historia de pasiones malogradas que aparece en tiempos posmodernos y que, sin embargo, revive pretéritas atmósferas coloniales en una feliz mezcla de razas, creencias, manías y paisajes. Es un relato de amores disparejos, claroscuros, tocados de sabiduría y demencia, inmersos tanto en visiones angélicas como en pesadillas demoníacas.
Ubicada en Cartagena de Indias, en la Colombia virreinal, se desenvuelve — como si de sus escandalosamente largos cabellos se tratara—, la historia de aquella chiquilla angelical quien, mordida por un perro rabioso, es sospechosa de posesión diabólica. Y las dialécticas se desencadenan una a una, en ese mosaico de opuestos, tesis y antítesis de la realidad del Virreinato de la Nueva Granada: la niña blanca dormida entre los esclavos negros, el científico ilustrado ante los eclesiásticos tomistas, la vida apergaminada de Cayetano Delaura, aquel religioso toledano más intelectual que santo, inmaculadamente virgen a pesar de pintar canas, quien conoce de la doncella aquellas cosas que mancharán su pureza y lo harán probar el sabor del infierno.
Gabriel García Márquez lo explica en el prólogo: en su labor de periodista y sin noticias mejores, el autor es enviado al antiguo convento de las clarisas, donde están vaciando las criptas de sus huéspedes coloniales. Y así, entre telas podridas, ataúdes rotos y huesos despavoridos, encuentra el milagro de una cabellera cobriza de más de veintidós metros y el nombre arcano: Sierva María de Todos los Ángeles.
Entonces el tejedor de cuentos hilvana los colores más contrastantes bajo el cielo de aquella Colombia pretérita, mardesierto, sombraluz, nochedía, odioamor, eclipse continuo como el que se metiera dentro del ojo del inocente clérigo que se aventuró a mirar de frente lo que no debía.
Porque a Cayetano se le ordena practicar exorcismos para salvar el alma de la joven falsamente endemoniada, pero el diablo del amor se le revertirá sin quererlo y habrá de poseer al pobre incauto hasta los huesos. Sin embargo, a pesar de sus escarceos febriles, Sierva María y el cura morirán lejos el uno de la otra, y apenas un poco menos vírgenes que antes. De esta manera, el narrador teje más contrastes resueltos en extrañas síntesis: purezapasion, placerdolor, memoriaolvido…
A estas alturas, el genio de Garcia Márquez ha echado mano de todas las sutilezas del oficio, pero se prodiga aún más, y dibuja paralelismos inesperados que saltarán como imágenes infinitas en un espejo que se mirara a sí mismo en sutiles encadenamientos, como un luminoso pozo sin fondo hacia el pasado. De esta manera el cuentista, habitante del siglo veinte, pone en boca de Cayetano Delaura en el siglo dieciocho, un verso de Garcilaso de la Vega en el siglo XVI, y este a su vez, menciona sutilmente en los mismos versos los ritmos de Petrarca, dos siglos atrás y más lejos aún, recoge de Horacio, el antiguo poeta romano, resonancias grecolatinas. Entonces, en capas de intertextos, se hilvanan más de dos mil años de asombros y estremecimientos ante el tema inmarcesible del amor perdido en ritmos y modos poéticos de muy antigua memoria.
Pero estas jugarretas maestras apenas pueden descubrirse, de tan discretas, acaso solamente a través de una lectura empecinada y febril también. Así, el autor abre caminos nuevos sobre los ya transitados, y lo hace sin demasiado ruido, poniendo en boca de Cayetano los versos que al fin convencen a Sierva María de enamorarse del bisnieto de una bisabuela cuyo tatarabuelo era soldado, caballero renacentista, hombre de armas y diplomacias al servicio del Rey Carlos I de España, (el mismo Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, en cuyos dominios jamás se posaba el sol). Pero Garcilaso de la Vega, aquél gran batallador, antepasado ilustre, aguerrido y fiel vasallo era, felizmente, también poeta y así, desde algún universo paralelo pudo ayudar a su despistado descendiente a encontrar la llave para todos los cerrojos del corazón, que es, por supuesto, la poesía.
Porque nuestro ratón de biblioteca, inexperto en amores, no sabe qué decir a la joven una vez que al fin la tiene a su lado, solos, en la penumbra de una celda. Entonces, fortuitamente recuerda los versos de su ancestro, el gran Garcilaso:
¡Oh dulces prendas por mi mal halladas, / dulces y alegres cuando Dios quería, / juntas estáis en la memoria mía / y con ella en mi muerte conjuradas!
Y el milagro ocurre. Ambos caen en los desvaríos de todas las parejas literarias que se consumen como libélulas en las llamas del amor. Pero Sierva María y Cayetano lo harán sincronizando sus corazones a los latidos de las rimas y métricas de Garcilaso, recorriendo vericuetos alternos, recursos infinitos para los que desconocen las inmediatas direcciones de la carne, y se perderán encontrándose, en medio de las metáforas y las alegorías.
…por vos nací, por vos tengo la vida, / por vos he de morir, y por vos muero.
El poeta Garcilaso de la Vega, como su chozno, también vivió pasiones sin redención, y escribió versos encendidos que, sorpresivamente, expresan mejor que las propias palabras lo que quisieran decirse aquellos que no saben ni cómo empezar. Como soldado y contino del Rey, Garcilaso cumple misiones militares con sesgos de espionaje. En una de ellas, en Portugal, conoce a la hermosa Isabel Freyre, amor imposible pues, como explica el mismo Cayetano a la niña, la mayoría de las amorosas letras de su ancestro fueron escritas “…a una portuguesa sin mayores gracias que nunca fue suya, primero porque él era casado, y después porque ella se casó con otro y murió antes que él”. De esta manera, el genio de García Márquez funde linajes que verifican en su personaje una misma y tal vez retorcidamente hereditaria vocación a los amores funestos.
Quizá más recordados que sus hechos de armas son los crímenes que comete Garcilaso, según sus críticos y en compañía de su compinche Juan Boscán, contra la versificación en lengua española, al introducir en ella el soneto, métrica italiana que causara escándalo entre los poetas españoles de su tiempo, como Cristóbal de Castillejo, quien versificó sus críticas contra ambos autores, pretendiendo hacer con ellos alguna hoguera expiatoria:
Pues la Santa Inquisición / suele ser tan diligente/ en castigar con razón / cualquier secta y opinión/ levantadla nuevamente / Resucítese Lucero, / a corregir en España / una tan nueva y extraña / como aquella de Lutero / en las partes de Alemaña.
Los culpables de usar endecasílabos en cuartetos y tercetos al estilo de Petrarca eran además unos verdaderos patanes, según consta en estos versos:
…contra todos se mostraban /y claramente burlaban/ de las coplas españolas/ canciones y villancicos…
Garcilaso también cometió el pecado de inspirarse en los ritmos y estrofas del poeta italiano Bernardo Tasso para las composiciones que, a partir de esta imperdonable osadía, se llamarán liras.
Si de mi baja lira / tanto pudiese el son, que en un momento / aplacase la ira/ del animoso viento, / y la furia del mar y el movimiento…
Pero volviendo a nuestros días, García Márquez publicó su obra en 1994, la que no tardó en echar raíces en mentes creativas y corazones alborotados. Para 2008 ya existía una versión operística realizada por Peter Eötvös, llamada: Love and other Demons, presentada en el Festival de Glydebourne, en Inglaterra. El compositor húngaro urgió a su libretista a utilizar el inglés, el latín, el español y el yoruba, mostrando así un poco más aquellos mundos pretéritos, confrontados, aunque paralelos.
En 2010 se estrena Del amor y otros demonios, película realizada gracias a una coproducción Costa Rica-Colombia-México. Esta obra, dirigida por Hilda Hidalgo, quien fuera alumna del mismo García Márquez y recibiera de este total respaldo, presenta un ritmo lento y gran cuidado en la fotografía, donde cada cuadro pareciera una pintura del tenebrismo barroco, con sus contrastes de claroscuros, lo que propició en los críticos tanto alabanzas como denuestos. Pero Pablo Derqui, el actor español que encarna a Cayetano, parece disfrutar cada palabra de los versos de Garcilaso como si de veras recordara a un tatarabuelo, porque deben decirse así, con ese acento ceceante de allende los mares, en contraste con la voz musical de una jovencita que los repite en ritmos dulces, nativos y melodiosos, como las tierras nuevas, que los han unido y los separarán sin remedio.
…hasta que aquella eterna noche oscura/ me cierre aquestos ojos que te vieron, / dejándome con otros que te vean.
Así quedan transfigurados para siempre Cayetano y Sierva María, infelices pero inmortales, como Abelardo y Eloísa, Calixto y Melibea, Dante y Beatriz, Garcilaso e Isabel y tantos más, que persisten en la literatura, en la poesía y en la leyenda.
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Imagen: Sierva María de Todos los Ángeles (tomada de boreal.com.es)
Ensayo publicado en TROPO 8, Nueva Época, 2015.