Vicente Quirarte. Belleza de una ciudad a orillas de otra

Marco Antonio Murillo

 

Encontrarás tierra distinta de tu tierra, pero
tu alma es una sola y no encontrarás otra.

Simbad el marino.

Leer una ciudad, particularmente aquella en
que nacimos, es acto de amor y conocimiento.

Vicente Quirarte.

 

En las primeras páginas de “El agua y los sueños” de Gastón Bachelard, atendemos a la siguiente tesis: Las imágenes encontradas en los hombres evolucionan lenta, difícilmente (…) “Una imagen le cuesta tanto trabajo a la humanidad como un carácter nuevo a la planta”. Muchas imágenes intentadas no pueden vivir porque son simples juegos formales, porque no están verdaderamente adaptadas a la materia que deben adornar [1]. Entre otras cosas, en estas líneas podemos partir junto con Bachelard hacia la discusión en torno a una de las tareas del poeta en la modernidad: nombrar los nuevos elementos de la vida, esto es, darle una historia de signos a lo que todavía no tiene, otorgarle ese valor de permanencia a lo que se encuentra envuelto por el halo de lo pasajero y efímero. A eso le podemos llamar transformar, al menos poéticamente, el no-lugar en lugar. En un poema de su libro “El peatón es asunto de la lluvia” escribe Vicente Quirarte:

 

Armada invencible de mi infancia,

grandes galeones reales, atalayas

para soñar el mundo, que es vivirlo.

 

Al elemento moderno, los cines en este caso, se le asigna por transferencia valores de otro elemento cuya historia sígnica es vastísima: el barco, el cual se emparenta con el naufragio, el viaje, etc.

En el panorama literario reciente de México, esta tarea de nombrar mediante la poesía las cosas diarias de la ciudad, al mismo tiempo que inventarla, construirla, tratar de explicarla, la ha llevado a cabo Vicente Quirarte no sólo en su poesía, sino también en sus trabajos ensayísticos. La lista es larga: “La ciudad como cuerpo”, “Elogio de la calle”, “Amor de ciudad grande”, entre muchos otros. En estos libros la ciudad mexicana es reconstruida (en tiempo y espacio) a través de su literatura y sus metáforas. Dice Vicente en “La ciudad como cuerpo”: Caída la gran Tenochtitlan (…) Desde entonces, los escritores no han dejado de ser los cartógrafos emotivos de la sensibilidad colectiva. Son ellos, quienes, con sus textos, reconstruyen una ciudad donde la imaginación llega a ser más poderosa que la realidad. La escritura construye la ciudad [2] (…)

            En el libro que hoy vengo a comentarles, “Republicanos en otro imperio: viajeros mexicanos a Nueva York [3]”, publicado por la UNAM en el año 2009, asistimos a la construcción de esta ciudad estadounidense a lo largo del siglo XIX, no desde la mirada de sus habitantes, sino desde el asombro de algunos viajeros mexicanos, muchos de ellos políticos y escritores reconocidos como fundamentales para entender los procesos sociales que dieron origen al México contemporáneo. De esta manera, el libro resulta una suerte de antología que abarca el lapso histórico que va del año de 1830 a 1895, y circulan entre sus páginas personajes como Lorenzo de Zavala, José Rivera y Río, Francisco Zarco, Francisco Bulnes, Sebastián Lerdo de Tejada, Guillermo Prieto, Alberto Lombardo, Justo Sierra, entre otros. La ciudad neoyorkina se ve desde varios ángulos, todos ellos enriquecidos por el momento histórico, la razón del viaje y las diferentes visiones de mundo. Además de ello, dentro del asombro que existe en las descripciones de los viajeros, yace configurada en elipsis la Ciudad de México, así como algunos indicios de su historia, que es debidamente ilustrada en los respectivos estudios introductorios que anteceden cada texto.

En la belleza del viajero que mira asombrado una ciudad más vasta, más moderna, cosmopolita y diversa, acaso más prometedora que la de México subyace el plano arquitectónico de lo que se buscaba para un país que poco a poco iba configurándose. Si los autores del siglo XX se encargaron de ponerle nombre a cada una de las calles mexicanas, los del siglo XIX tuvieron en sus manos una tarea más noble y romántica: forjar los principios de patria e identidad, tal y como hoy los conocemos. El modelo de Estados Unidos, nuestro país vecino, fue uno de los ejemplos a seguir, pues, a partir de su Independencia había demostrado su capacidad de crecimiento y progreso. En ese sentido, José Rivera y Río, al hablarnos de una de las calles más importantes de Nueva York, Broadway, se refiere a ella como la Babel moderna, y que no se le encuentra punto de semejanza con ninguna de las capitales del globo (p. 106). Pero más ilustradora resulta la descripción que hace Guillermo Prieto sobre esta misma calle. En sus palabras no deja de llamar la atención el asombro que se desborda de su pluma de cronista, asombro que en realidad es entusiasmo y admiración por la modernidad:

 

Veíanse en alto bombillas de cristal, reverberando con la luz del gas y formando esplendorosa faja sobre las banquetas amplísimas, trazando en la sombra un carril que se prolongaba por más de dos leguas: sobre aquella faja estallaban los globos de cristal apagado, de gigantescos candelabros, arcos con globos también suspendidos a la entrada de cantinas y fondas, y surgían en promontorios y cascadas, grandes luces escarlatas, azules y rojas, reverberos de ráfagas de fuego, con todos los matices y tintes de la luz, en aquel inmenso festín de perspectivas y primores (p. 268)

 

Y la prosa del Romancero se vuelve materia de poesía para la mirada, y no hay más salida que corresponder las cosas del mundo nuevo con la belleza de elementos más poéticos y cercanos al autor: Son como dos raudales de rayos de sol que chocan y se desbaratan en estrellas, en rieles de oro, en cascadas de esmeralda, en rocas de ópalo y rubí (p. 268).  Tal es la descripción que Prieto nos ofrece de una pequeña parte de la multiforme ciudad de Nueva York. Algunas décadas después Justo Sierra compartirá similar entusiasmo al preguntarse ¿New York terminará en alguna parte? (p. 489). En su respuesta, que incluye un visto bueno al régimen republicano, aparece en elegante esperanza una meditación sobre el caso mexicano: entonces nosotros, que habremos crecido más lenta, ¡oh sí!, más lenta, pero más sanamente (…), veremos qué partido tomamos. (P. 489). Páginas atrás, en la sección de Alberto Lombardo, no podemos dejar de leer el capítulo X referente a los “Tribunales americanos”, allí, para ejemplo del lector se hace un bosquejo general del aparato legislativo de Nueva York. Más atrás, en su capítulo VII que versa sobre “La ciudad imperial”, escribe: Dejé a Nueva York, en aquella época, con una población de 800, 000 habitantes; la encontré con 1 250 000, que agregados a los 530 000 de Brooklyn y a los de las otras poblaciones que circundan la bahía, forman un total de cerca de dos millones. Remata diciendo: Todo había sufrido grandes transformaciones (p. 373), porque, como nos dice Quirarte recordando a Baudelaire, una ciudad cambia más rápidamente que el corazón.

            Muy diferente el nacimiento de una ciudad mexicana, cualquiera que ésta sea, al nacimiento de una ciudad estadounidense como Nueva York. En el primer caso podemos hablar de una historia mezclada por lo prehispánico y lo español, que, a pesar de imprecisa, ahí se encuentra. Tal vez ello explique momentáneamente la siguiente cita de Quirarte: Para nuestros viajeros, el lugar común partir es morir un poco se convierte en dogma hiperbólico. La herida tiene lugar desde que el viajero pone un pie fuera de su domesticidad y se aventura en tierra ignota [4]. Prueba de ello “Simbad el Varado” de Gilberto Owen, poema en el cual el autor, que pasó los últimos años de su vida en Estados Unidos, navega en círculos en torno al desarraigo y al desamor, que es otro tipo de desarraigo. Dice el poeta:

 

y acaso estás aquí, de pronto inmóvil,

tierra que me acogió de noche náufrago

y que al alba descubro isla desierta y árida;

y me voy por tu orilla, pensativo, y no encuentro

el litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta.

 

En el segundo caso, el de las ciudades como Nueva York, no existe una historia precisa, sino muchas, demasiadas, ya que el grueso de su población se formó a partir de cientos de inmigrantes y viajeros de varios puntos del globo. Ya lo dice Francisco Bulnes dentro de sus relatos de viaje: No hay allí responsabilidad por el pasado, puesto que no hay tradición. (p. 239).  Sólo una ciudad en pleno crecimiento como ésta, cosmopolita, pudo haber forjado una poesía tan universal y optimista respecto a la modernidad como la de Walt Whitman, y al mismo tiempo contagiar ese optimismo a nuestros viajeros mexicanos. Sin duda alguna es el pueblo que más ama la civilización. (p. 241). Agrega Bulnes.

La inmigración, las muchas historias, las múltiples perspectivas, el viaje, y otros conceptos similares, hermanan a la ciudad que se nos dibuja en “Republicanos en otro imperio”, con la idea de hotel, pero más precisamente a la de no-lugar, la cual hace referencia a los espacios transitorios: De las escaleras de los trenes, refiere Guillermo Prieto, descendían raudales de viajeros, extendiéndose y corriendo en varias direcciones (…) El viajero expedito, con su saco en la mano, cayendo y perdiéndose en la multitud; la familia formando plaza con maletas y gorros, paraguas y bastones, el botiquín de los señores grandes, la maceta y la jaula del canario. Centenares de agentes de hoteles, carreros y cocheros, esperan en la puerta a las familias. (p. 266). Los sitios históricos y los vitales, son considerados lugares, así como aquellos otros espacios en los que nos relacionamos. En contraste, un no-lugar es completamente circunstancial, casi exclusivamente es definido por el pasar de individuos. No personaliza ni aporta a la identidad, en ellos la relación o comunicación es más artificial. Por otra parte, con las anteriores reflexiones, se concluye que los lugares están relacionados con la permanencia, mientras que los no-lugares con las cosas efímeras de la vida moderna. En todo esto que vengo comentando puede haber una seria contradicción: si, como se sabe, el arte se encuentra vinculado a lo perenne, ¿cómo es que desde el siglo XIX hasta nuestros días Nueva York ha sido cuna de artistas, o bien, materia para ellos? Contestar la pregunta sería muy aventurado. Tras ella se encuentra una serie de fenómenos sociales y económicos barajeándose entre sí, pero al menos por esta noche podría decirles que el Nueva York de finales del siglo XIX y principios del XX era el sitio perfecto para ensayar una de las tareas del poeta, la cual al inicio ya había mencionado: darle nombre y valor verdadero a los elementos efímeros que rodean nuestra vida cotidiana. Al respecto, José Juan Tablada, viajero incansable, tiene un bellísimo poema titulado “Nocturno alterno”, el cual dice así:

 

Neoyorquina noche dorada

Fríos muros de cal moruna

 

Rector’s champaña foxtrot

Casas mudas y fuertes rejas

Y volviendo la mirada

Sobre las silenciosas tejas

El alma petrificada

Los gatos blancos de la luna

Como la mujer de Lot

¡Y, sin embargo

es una

misma

en New York

y en Bogotá

La Luna…!

 

En la poesía y los ensayos de Vicente Quirarte la ciudad siempre aparece configurada como un cuerpo femenino, el libro “Republicanos en otro imperio” no es la excepción, pues en ningún momento los viajeros antologados dejan de recalcar con un discurso que bien podría ser amoroso la belleza y la vitalidad de la ciudad neoyorkina. Además de ello, y esto lo podemos constatar a partir de los estudios introductorios que anteceden la antología, Nueva York es abordada como si de un cuerpo literario se tratase: una ciudad que es un organismo vivo, que a cada paso tiene una historia qué contarnos. Para Gastón Bachelard La verdadera poesía es una función de despertar [5]por eso en otro de los libros de Quirarte “La ciudad como cuerpo”, que ya he citado con anterioridad, se comienza a trazar la capital mexicana a partir de un amanecer en el piso 37 de la Torre Latinoamericana. Continúa Bachelard: Adán se encontró con Eva al salir de un sueño: por ello la mujer es tan hermosa [6]. Así nosotros en “Republicanos en otro imperio” nos encontramos con la Ciudad de Nueva York, y en la orilla del discurso viajero que la describe, a la Ciudad de México.  Sin embargo, no sólo al amanecer, al salir del sueño de la noche, las cosas son más bellas, más precisas, sino también al anochecer cuando la oscuridad sugiere y erotiza las formas que podemos palpar con la mirada:

                                                    Mujer:

fuente en la noche

                             yo me fío a su fluir sosegado.

 

Canta Octavio Paz al final del recorrido callejero propuesto en “Nocturno de San Idelfonso”. Y es que la ciudad es más plena en esta parte del día, se le puede amar con una mayor intensidad. Más de un siglo después de que Prieto se asombrara por la luminosidad de Broadway, y en ella reconociera la luz de la modernidad, somos ahora nosotros los que miramos, los que descubrimos el amor en nuestra propia ciudad, por la noche. Dice Quirarte en “Amor de ciudad grande”: El viajero que en este siglo XXI vuelve de noche a la Ciudad de México y desde la ventanilla del avión comienza a reintegrarse con la mirada a esa red profusa y luminosa, no puede dejar de asombrarse ante la fecundidad de luces en una concentración urbana cuyos límites no alcanza a abarcar la vista. Más asombroso le resultaría pensar que esta ciudad, la más grande del planeta, es también la más iluminada [7]. A partir de aquí es necesario reflexionar si el sueño de estos viajeros, o más bien su despertar (a la modernidad), se concretó no sólo en la luminosidad de los rascacielos y la grandeza de una ciudad fundada hace varios siglos, sino también en la luz del pensamiento, que esa sería la verdadera forma de estar a la par con las grandes naciones del mundo.

 

Bibliografía:

 

Bachelard, Gastón. El agua y los sueños. Ida Vitae (trad.). FCE, México, 2011.

Quirarte, Vicente. “Usos de la noche”, en Amor de ciudad grande. FCE, México, 2011.

… “Estudio preliminar”, en Republicanos en otro imperio: viajeros mexicanos a Nueva York. UNAM, México, 2009.

La ciudad como cuerpo. ISSSTE, México, 1999.

 

[1]    Gastón Bachelard. El agua y los sueños. Ida Vitae (trad.). FCE, México, 2011, p. 10.

[2]    Vicente Quirarte. La ciudad como cuerpo. ISSSTE, México, 1999, p. 11.

[3]    Para efectos prácticos de este ensayo, cualquier fragmento de libro de viaje citado irá acompañado por un paréntesis, en el cual se hace referencia a la página que ocupa en la presente antología.

[4]    Vicente Quirarte. “Estudio preliminar”, en Republicanos en otro imperio: viajeros mexicanos a Nueva York. UNAM, México, 2009, p. 23.

[5]    Bachelard, 2011 Ob. cit., p. 32.

[6]    Ídem.

[7]    Vicente Quirarte. “Usos de la noche”, en Amor de ciudad grande. FCE, México, 2011, p. 92.

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