Felipe Reyes Miranda
Ser inmortal, resguardarse de la muerte, vencer a la vejez o al menos postergarla, ser joven ante el paso del tiempo, búsquedas incesantes en el pensamiento occidental, odiseas y cruzadas. La teología, la literatura, las exploraciones, proveen de argumentos suficientes para definir a Occidente como una cultura anhelante de perpetuidad. El conde Drácula, el Frankenstein, el elixir de la vida, la resurección, el botox, las cirugías renovadoras, las cremas rejuvenecedoras, las vitaminas, la fama, se avocan a atrasar el paso del tiempo y a prolongar la juventud. Desde otra perspectiva se puede decir que, en Occidente, el miedo a envejecer y morir es el peso en la existencia.
Explicaciones del por qué de estos temores han sido múltiples y desde diversos lugares. Elías Canetti en su portentosa obra Masa y poder, publicada en 1960, sostiene que el miedo estriba en ser tomados por lo desconocido y nos muestra ejemplos de poderosos paranoicos que ejercen su poder intentando alejar a la muerte. Nietzsche, en la Genealogía de la moral (1887), señala el miedo al vacío, el no saber qué hay después de la vida y, con ello, no encontrar sentido a la existencia. El judeocristianismo ha elaborado para Occidente uno de los soportes más sólidos ante el miedo al vacío con la idea de trascendencia y reencarnación. Nietzsche subraya este hecho como un engaño inmanente y una complicidad ciega entre religión y seguidores quienes, ante el miedo al vacío, buscan creer en cualquier cosa antes que no creer en algo. La teología sería entonces una suerte de asidero ante lo desconocido, al que uno se amarra, entregando la libertad de pensamiento y del ser.
Vejez y muerte. Jinetes apocalípticos de Occidente. La muerte como sinsentido de la vida, y la vejez como negadora de la fortaleza y la vitalidad, aspectos negativos para la existencia plena, costos de la vida difíciles de aceptar. Quien envejece y quien muere pierden los atributos de la existencia; por eso preservar, por eso sobrevivir, por eso trascender, por eso ser inmortales.
Sin duda este temor deriva de mirar a la vida como carencia y a la muerte como inoportuna. Los cínicos, desde tiempos de la Grecia clásica, ya ponían en evidencia la vacuidad de la existencia y, por ende, de los valores que sobre la eternidad se acuñan.
Como todo en la vida, si se cambia el sitio desde donde se mira el mundo, cambia la perspectiva y las conclusiones a las que se pueden llegar. ¿Y si la vida no fuera carencia sino realización? ¿Y si la muerte no fuera tragedia sino condición?, entonces las preguntas sobre la existencia cambiarían. Vivir resultaría una oportunidad y morir un reto de la existencia.
Dos visiones en favor de la existencia
Este trastocamiento de las ideas lo podemos ver en dos pensadores alejados, temporal y geográficamente, pero que comparten puntos comunes en cuanto a la valoración de la existencia: Omar Khayyam y Nezahualcóyotl.
Omar Ibn Ibrahim Khayyam nace en Naishapur, Persia, hacia el año de 1048 de la era cristiana. Nezahualcóyotl nace en Texcoco, Anáhuac, en 1402. Un océano, casi medio milenio, una cultura les separan. Les acerca la mirada descarnada de la existencia finita y su apuesta por proveer a la vida de argumentos y no de sufrimientos. Ambos prefieren lo tangible, la vida terrenal, al hipotético paraíso prometido, y convocan en su pensamiento a asumir el reto de existir la vida como un reto. Que sea tragedia, drama o pesar, eso corresponde al camino que cada quien asuma. Desde una perspectiva pragmática, la vida es un dato, es, como Heidegger definiera, un ser ahí, un ser arrojado al mundo. La voluntad shopenhaueriana definirá si es como voluntad o representación.
Sus pensamientos proveen de puntos de vista que, sin renunciar a la muerte no le otorgan la carga de temor, sino una frontera para las posibilidades de la existencia. Pensamientos que no se quedan pasmados ante el hecho ineludible de la muerte, sino que observan a la vida como reto de existencia. El temor a la muerte se traslada a la demanda de existir. Escépticos, cínicos, realistas extremos, antipesimistas, o, simplemente poetas comprometidos con la tarea de existir.
Tanto Khayam como Netzahualcóyotl elaboran su poesía partiendo de un punto fijo. La vida es un momento; la muerte es eterna. La tarea del poeta es pasar entre esos dos momentos, vida y muerte, con entereza. El esteta Khayyam ve en el disfrute de la existencia, la advocación a los placeres, el disfrute del vino, la exaltación de los sentidos, la manera más placentera de vivir la vida. Netzahualcóyotl, el poeta guerrero, mira en el regocijo de la existencia, en la apertura de los sentidos a la magnificencia de la creación, la forma más honrosa de asumir la existencia. Placer y honor tienen atributos de trascendencia en la medida en que al vivir el instante se alcanza a percibir la profundidad finita de la vida. No es pensando en ser eternos como se alcanza la perpetuidad sino asumiendo la finitud como se puede lograr la realización. La eternidad es un instante y en ese instante está el sentido pleno de la vida propia; reconocer en dónde se está y cómo se está, resulta mucho más duradero que los paraísos postreros.
Khayam escribe sus Rubaiyat (cuartetas) donde elogia los placeres terrenales y se rebela contra el fatal destino que lleva lo bueno y lo hermoso a la muerte, también ironiza a los que no saben disfrutar de los dones de la vida pensando que después de la muerte alcanzaran el paraíso, y pierden la oportunidad de lo que tienen por una promesa de algo que no poseen. Netzahualcóyotl en sus Cantos censura a los que viven atemorizados de vivir, temiendo a la muere y olvidando que su única posesión es la vida. Ambos poetas nos recuerdan que la vida es finita y nos habremos de ir a la muerte, y que al hacerlo todas nuestras grandezas como nuestras bajezas serán polvo, que lo único que tenemos es el vivir.
En un mundo donde vemos la acumulación de riquezas y el goce por el poder, que se refleja en la miseria del mundo y en el sometimiento de los otros como medio de realización, no está de más mirar las enseñanzas de estos poetas que nos dicen “no vivirás para siempre”, “unos hombres vienen otros se van”.
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Felipe Reyes Miranda. Doctor en ciencias políticas y sociales con especialidad en sociología por la FCPyS de la UNAM. Es autor del ensayo La idea de modernidad y la construcción del Estado nación en México. Cambio, crisis y utopía (Promep, editorial Itaca y Universidad del Caribe, 2013) y de la novela Al final, solo el abismo (editorial Praxis, 2011). Actualmente es profesor e investigador en la Universidad del Caribe. Radica en Cancún desde 2006.
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Ensayo publicado en Tropo 4, nueva época, 2014.