Miguel Ángel Meza
Compuesto por tres piezas teatrales cortas —“Inmigrantes”, “Isla Mujeres” y “Sonidos de viento nuevo”—, el libro de Óscar Reyes, Estación Sureste (Secretaría de Cultura, 2008), es la dramatización casi tópica de los dilemas que enfrentan quienes han elegido vivir en el Cancún actual. Ilustra, asimismo, el tipo de decisiones y renuncias vitales a que se ven obligados quienes desean sobrevivir en una ciudad no solo “superficial y llena de contrastes” sino también hostil bajo su leyenda de riqueza y seducción.
Estructuradas casi todas bajo el precepto clásico de unidad de acción, tiempo y lugar (con acotaciones escénicas interesantes que deberán ser puestas a prueba en una representación), las piezas de Reyes presentan situaciones de diversa gradación dramática que atacan desde varios frentes la problemática de la inmigración (sueño-esperanza-desilusión-huida) como si fuera una ecuación ineludible cuyo resultado arroja en todo caso un principio de incertidumbre, raras veces la felicidad, siempre la resignación:
“Uno siempre se acostumbra a lo irremediable. Pero dejar tu ciudad es como sufrir una amputación, es como una mudanza en la que no llegan todas las cosas que embarcaste al inicio del viaje, algo de pronto se queda allá y po´s ya no sabes cómo recuperarlo… o dejarlo partir, por lo menos.” (Inmigrantes, p. 24)
La caracterización de personajes en Estación Sureste alcanza a veces logros notables (especialmente en las dos primeras piezas), sobre todo, cuando los sujetos de la acción se erigen como símbolos de la temática abordada y concentran tics conductuales propios de los grupos y clases sociales que cohabitan en distintos ámbitos de nuestra ciudad.
Por ejemplo, el ex político y empresario, cínico y corrupto (de “Inmigrantes”), y la mujer pragmática y exitosa (de “Isla Mujeres”), que han sobrevivido a costa de la ambición y la explotación de los otros (si bien en el caso de la mujer hay un gesto final que la redime). O la joven bartender, personaje independiente y arrojado, que vive la vida entre el optimismo ligero y la irresponsabilidad gozosa, aunque marcada por la impronta de soledad que define a la mayoría: “La vida se toma con unas gotas de valor y de entusiasmo —dice—, mucha, pero mucha fe y un caballito desbocado de alegría. La muerte no es agonía, es un paso para afrontar una nueva forma de vida.”
O los nativos de la zona: un joven de origen maya, trabajador en un parque temático, y una adolescente nacida en Isla Mujeres, que viven una especie de enajenación cultural: el primero sintiéndose extraño en su propia región (“No logro acomodarme, ni aquí ni en mi propia casa; ahí donde están mis tradiciones igualmente me siento ajeno, un desconocido.”); la segunda, renunciando a su pretendida misión (según la abuela bruja, como portadora de la “ofrenda de su raza y la palabra del espíritu”) en pos de una independencia incierta pero que enarbola visos de libertad.
Vale anotar aquí un apunte referido a los diálogos, que afecta la caracterización mencionada antes. Como columna vertebral del teatro escrito —aunque éste se haya pensado para ser representado y, por tanto, para ser adaptado a condiciones escénicas, actorales y de dirección— algunos diálogos resultan en la lectura poco naturales, inestables a veces en el difícil equilibrio entre lo que se sugiere para entender un conflicto interior y lo que se explica para conocer un contexto. Hay que justipreciar, sin embargo, que esto no atañe a todos los interlocutores ni define el nivel de todos los parlamentos, por lo cual podemos afirmar que, en general, este valor fluye eficientemente.
El título del libro, Estación Sureste, no solo alude a la región en donde la acción se desarrolla, específicamente Cancún. Se refiere, asimismo, a ese punto de llegada de un largo viaje (quizá definitivo), o el regreso al punto de origen, cuando la ciudad expulsa a sus recién llegados debido a los fenómenos naturales o sociales (como el caso de la pareja de Sonidos de viento nuevo). O implica esa parada temporal, de paso, antes de continuar camino hacia otros derroteros, hacia el sur, dice la turista solitaria de “Inmigrantes”: “La soledad es un paso, un camino que se abre y que te llevará un poco más hacia el sur; si no, será necesario fundar un nuevo mundo, una nueva forma de vida.”
En suma, si bien los conflictos internos y externos presentados en estas obras cortas no ofrecen una gran intensidad dramática (a excepción quizá de “Isla Mujeres”, la mejor pieza del libro), todos resuelven su nudo con un movimiento crucial en los sujetos de la acción que define el tipo de migración correspondiente: el joven que decide traer a su familia a pesar de sus precaria forma de vida y quizá engañado por la experiencia lúdica vivida en el bar; la joven isleña que renuncia a su sueño de inocencia para sumirse en la vorágine devoradora de la urbe cancunense que la espera; la pareja que decide regresar a su lugar de origen, desengañada por la realidad huracanada que destruye su ilusión de paraíso fácil y publicitario.
Habrá que esperar a ver una posible puesta en escena de estas interesantes piezas cortas para establecer una valoración definitiva, pues en el libreto —o sea, en el libro en sí— se ha apostado a la creación de atmósferas a partir de recursos escenográficos señalados en las acotaciones, lo que sin duda potenciará el valor de este trabajo.
Con Estación Sureste, Óscar Reyes (Veracruz, 1966) fue uno de los ganadores del Primer Concurso de Publicación de Libros Juan Domingo Argüelles convocado por el Programa de Estímulos a la Creación Artística en 2007. En el ámbito académico se ha desempeñado como profesor investigador del Departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe. Y como artista se ha interesado acuciosamente por el fenómeno del arte multimedia en video y fotografía. Su poemario Costa urbana (publicado en 2011) continúa la preocupación temática de sus piezas cortas alrededor del fenómeno social de la inmigración en Cancún y el choque cultural que esto representa.
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Reseña publicada en Tropo 4, nueva época, 2014.