Martin Kohan: la vejez, el último eslabón

Juan Carlos Serrano

 

La elección de un personaje octogenario como protagonista no ha sido al azar en Cuentas pendientes (Anagrama, 2013), la más reciente novela de Martin Kohan (Buenos Aires, 1967). Al contrario, es premeditada. ¿Quién es Giménez el protagonista? ¿Cómo y por qué ha llegado hasta aquí en estas condiciones? Giménez está jubilado, y no es necesario suponer que sus magros ingresos sean insuficientes. Está separado de su ex mujer Elvira, pero con la cual ha llegado a un acuerdo. El amor se deslizó, hace ya mucho tiempo, hacia un punto muerto sin retorno. La convivencia era un caos cotidiano. Pero ambos decidieron no alejarse demasiado, por si alguna vez alguno pudiese necesitar del otro. Ese fue su acuerdo.

En un departamento del barrio de Colegiales, Giménez renta en la planta baja, y le renta a Elvira otro departamento en el tercer piso del mismo edificio. Un departamento que se las ha arreglado para no pagar, y cuya deuda asciende a cuatro meses.

La realidad y el tiempo del protagonista sobre este mundo, le han obligado a mentir, a esconderse. Se ha convertido en un experto de las excusas. Sus prioridades son primarias: comer, comprar el periódico a diario, ampliar la lista de sus deudas en el café de Salazar, que ya lo mira con desprecio pero le sigue anotando en una libreta de fiados una cantidad inconfesable de cafés, que también se las ha arreglado para no pagar.

¿Qué hace entonces Giménez para sobrevivir? Se ha conseguido un trabajito sencillo. Al coronel Vilanova le debe este favor: “Se lo debe a Vilanova, coronel en retiro efectivo, que es a quien le debe además el gran favor de toda su vida: la ayuda decisiva que les prestó, hace más de veinte años, para que a Inesita la tuvieran ellos y no alguna otra familia y el sueño de la hija propia se hiciera realidad.”

Vilanova se dedica sobre todo, ahora que está retirado, a la compra y venta de autos usados. Giménez le da una mano, rastreando en los clasificados del periódico alguna oportunidad. No tiene un sueldo fijo, pero si se concreta alguna operación, Vilanova pasa a verlo, se interesa por sus asuntos, pregunta sin falta por Inesita y sus estudios, y le deja con discreción un sobre blanco con algunos billetes adentro.

Pero Giménez cuando recibe algo más, no paga sus deudas. La nostalgia por la compañía de una mujer, lo arrastra a invertirlo allí. No se arrepiente, no le causa culpa. Recurre entonces a la señora Katy, su amiga prostituta, pero quien lo frustra cada vez que la visita:

por supuesto que alguna vez la señora Katy le resultó suficiente… sus tetas de madre o de abuela, desbarrancadas sin remedio sobre los pliegues sucesivos de un vientre en completa expansión… las piernas o sus colgajos, que a Giménez le recuerdan a menudo el cogote de los gallos o de los pavos… Y las nalgas, mapamundis, nalgas del color de la leche cuajada y de su misma textura… todos estos factores, más una dosis considerable de buena voluntad, dejaban en definitiva un saldo pese a todo favorable…

Cuando Vilanova le recomienda con fervor a Lorena, una prostituta de diez y nueve años: “Una bestia, una potra. Es puta hasta como puta, y su precio en plaza cotiza entre lo selecto”, Giménez pensará que por fin podrá darse ese gusto. Pero la prepotencia de la juventud, su desinhibida liberalidad, su salvaje actitud, harán que el hombre se rinda ante lo desconocido, vuelva a vestirse casi sin palabras y se despida, no sin antes dejar sobre la mesa todos sus ahorros.

Y nosotros los lectores podremos entender que hasta para la vejez más solitaria, existe un límite para las transgresiones.

La voz narrativa que utiliza el autor en esta novela no difiere de alguna de sus novelas anteriores. Está escrita en tercera persona, pero no es un simple narrador omnisciente. Es una voz tan cercana al personaje, que nos relata su historia observando por encima de su hombro y, quizá por eso, le puede ceder la palabra cada tanto sin que nos demos cuenta. Podría pensarse tal vez, que es la verdadera protagonista de esta historia.

De cualquier historia de madurez, sería lo más factible inferir que los retornos al pasado deberían estar diseminados en toda la obra, pero no es así. Transcurre en el presente del protagonista, en su rutina diaria, en sus escasas pero significativas relaciones, en su pequeño mundo.

No es otra la intención, no se juzga, no se critica, no se analiza ni se culpa a nadie, simplemente se muestra, y nos permite a nosotros los lectores elaborar nuestras propias conclusiones.

De los veintisiete capítulos cortos de la novela, el narrador no se alejará de Giménez hasta el catorce. A partir de un encuentro entre Giménez y el “Dueño” en el capítulo quince, el narrador mantendrá un dialogo entre ambos, hasta que, en el capítulo veinticuatro, abandonará a Giménez, y se le aproximará al “Dueño” como una sombra, al que acompañará hasta el final de la historia.

Es en este último aliento donde conoceremos a este individuo (el “Dueño”), profesor de Letras y que acaba de publicar su más reciente novela, un casi ensayo entre la cultura popular y la “alta” cultura; y al cual, mes con mes Giménez, esgrimiendo con maestría sus excusas y su simpatía, lo regresa a su hogar con las manos vacías.

No sé si podría decirse que esta es una historia universal, pero creo que sí podría asegurar que es reconocible en nuestra América Latina, donde la vejez como reflejo de un sistema, en el que hemos sobrevivido a lo largo de toda una vida, es el último eslabón de una cadena plagada de límites y frustraciones.

Una cita de la reseña del diario El País que se reproduce en la contraportada de este libro da cuenta de la importancia de la función de la voz narradora: “es capital para captar todos los matices psicológicos, todas las pulsiones que se refrenan, todas las trabas éticas amenazadas por la transgresión y todas las obligaciones éticas que se pisotean con espeluznante naturalidad”.

Martin Kohan enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Ha publicado tres libros de ensayo, dos libros de cuento y seis novelas. En 2007, ganó el Premio Herralde de Novela con Ciencias Morales.

 

Reseña publicada en Tropo 3, nueva época, 2013.

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