Juan Castro Palacios
Al cumplirse 15 años (1) de la publicación de Los años del exilio (Quintana Roo, 1944-1959) —exhaustivo ensayo histórico de Juan Castro Palacios que reconstruye la figura de Margarito Ramírez y su periodo como gobernador de Quintana Roo (en el entonces Territorio)—, su autor, abogado y periodista, recrea en el siguiente escrito (2) la historia de ese libro y nos hace reflexionar sobre aquel fenómeno político llamado ramirismo, esa “inmensa y lamentable laguna dentro de nuestra historia local”, que todavía incomoda a muchos políticos actuales.
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La experiencia de escribir Los años del exilio (Conaculta, 1998) fue maravillosa, pero desconcertante. Me dejó el sentimiento de que el rescate de un trozo de la historia de Quintana Roo no solo no interesa al Gobierno sino que éste incluso trata de impedir su difusión. Y al hacerlo, parece que no se percatara de que está cometiendo los mismos errores del pasado, aunque en el discurso público se hable de modernidad y cambio.
Los años del exilio refiere precisamente cómo se manejaban los hilos de la política en los años en que gobernaba un solo partido político emanado de la Revolución. Su lenguaje pareciera ser cosa de un pasado distante. Sin embargo, al profundizar en su lectura nos damos cuenta de que los moldes, las actitudes de los hombres del poder, las decisiones centrales e inclusive el sistema político en sí mismo no han cambiado mucho. Mario Villanueva bien podría representar el segundo Margarito Ramírez de Quintana Roo, con sus propios y personales claroscuros. Joaquín Hendricks Díaz sería otro más…
A los políticos actuales les incomoda el tema del “ramirismo”
El ramirismo es como un salto dentro de las hojas de un libro. O como escribí en alguna ocasión: “una inmensa y lamentable laguna dentro de nuestra historia local”. Todavía hay quienes no quieren oír más el nombre de Margarito Ramírez porque les trae recuerdos lamentables. Otros, muy pocos, tienen un interés real por desmitificarlo y entender su largo mandato al frente del Territorio Federal. El libro pretende precisamente eso; pero mientras no haya un interés real de las instituciones educativas y de cultura de este Estado, seguiremos con la venda en los ojos, caminando a ciegas, a ver en qué momento volvemos a caer.
Margarito Ramírez mandó construir la segunda planta del Palacio de Gobierno de Chetumal, y durante muchos años su único recuerdo visible lo fue una placa de granito que se encontraba en uno de los muros de ese edificio, en el que se hacía alusión a su nombre y la fecha en que fue inaugurada la obra. Pero hace un par de años la placa desapareció para dar paso a un colorido mural de mosaicos. Posiblemente se guardó en alguna oscura bodega o quizá simplemente se fue a la basura. Con la historia no podemos hacer lo mismo pues sería como negarnos a nosotros mismos, desconocer nuestra identidad y perdernos en el largo derrotero histórico.
Las dificultades de la investigación
Lo más difícil de la investigación fue vencer el temor de no poder con la encomienda de reconstruir literariamente un pasaje de casi quince largos años de historia local, enfrentarme al reto de rescatar un trozo de la historia todavía palpitante de este Estado que traía malos recuerdos a mucha gente —sobre todo de Chetumal— y de no saber cómo reaccionarían cuando la obra estuviera terminada. Además, tenía en contra dos circunstancias: no era cronista ni había nacido en Quintana Roo.
Pero en mi primera visita al Archivo General del Estado, tuve la enorme fortuna de encontrarme con una mujer de origen yucateco que se sorprendió gratamente de mi intención de escribir un libro sobre Margarito Ramírez como gobernador del Territorio. María Teresa Gamboa (hoy finada), la encargada de ese archivo público —quien me confesó que su sueño había sido siempre escribir ese mismo libro— puso de inmediato a mi disposición, sin reticencias de ninguna índole, las cajas de papeles amarillentos del periodo 1944-1959 y me dijo: “revisa con calma y todo lo que necesites te lo puedo fotocopiar para que te lo lleves”.
Otro personaje que me ayudó especialmente fue Raúl Villanueva Jiménez (también finado). Él me refirió por primera vez —en los años 80 del siglo pasado— el nombre de Margarito Ramírez y del desencuentro que éste tuvo con su padre, don Abel Villanueva, quien se vio obligado a salir huyendo del Territorio ante el acoso y las amenazas de los allegados al régimen ramirista. De esa plática nació primero un artículo periodístico que se publicaría en el suplemento cultural del Novedades de Quintana Roo y, más tarde, la idea de escribir un libro sobre ese personaje tan odiado y a la vez tan desconocido en Quintana Roo.
Sobre la respuesta de los lectores
El libro tuvo una muy buena aceptación, sobre todo entre los lectores que vivieron esa época y quienes, desde luego, más me preocupaban por su condición de cronistas naturales de ese episodio histórico. Al día de hoy, me llaman por teléfono periódicamente dos lectores de edad avanzada. Uno es don Jorge Polanco, padre del político Jorge Polanco Bueno, quien debe tener algo así como setenta y tantos años y quien es muy amigo de un hijo de Pedro Pérez Garrido, quien vive en Coatzacoalcos, Veracruz. A través de él mi libro ha llegado a una serie de personajes, casi históricos, que por lo regular me llaman para intercambiar algún punto de vista conmigo y en general para felicitarme por lo que ellos consideran la proeza de haber reconstruido el rompecabezas de lo que fue el ramirismo en este estado.
De boca de don Jorge supe que año tras año un grupo cada vez más reducido de amigos y familiares de Pedro Pérez Garrido continúa asistiendo a su tumba en el panteón de Chetumal, cada 23 de octubre (aniversario de su fallecimiento) para honrar su memoria. El hombre fue considerado un mártir del autoritarismo y un héroe por haber tenido el valor suficiente para denunciar los atropellos y las corruptelas del régimen. Ya transcurrieron ¡sesenta y un años del artero crimen y todavía hay quienes no olvidan la afrenta!
Otra lectora es la viuda de don Antonio Miselem Asfura, personaje central en el derrocamiento de Margarito Ramírez: la profesora Carmita García, quien a sus cerca de noventa años radica ahora en la ciudad de México. Se ha quejado siempre de que los gobernantes contemporáneos no les han hecho justicia a los hombres y mujeres que resistieron al ramirismo, entre ellos su esposo; Pedro Pérez y don Abel Villanueva, por decir algunos de los muchos nombres que se van perdiendo irremediablemente entre el polvo del olvido.
El prolífico escritor chetumaleño Gilberto Valencia tuvo la deferencia de invitarme en 1999 para ser el presentador de su libro más reciente, en Isla Mujeres. Durante el periodo de Margarito Ramírez tuvo que emigrar a la capital del país, tras la publicación de algunas notas en periódicos locales, las cuales desde luego no fueron del agrado del jalisciense.
No obstante, el libro no ha llegado a la juventud de Quintana Roo. Observo con tristeza que los jóvenes de ahora sufren de una transculturación terminal, más preocupados por conocer los avances tecnológicos del momento que por descubrir su pasado. Pero la culpa no es de ellos. Son parte de un sistema educativo deficiente cuyos cimientos defectuosos construyó y mantuvo la lideresa sindical más influyente de este país, Elba Esther Gordillo, caída en desgracia política en complicidad con todos los presidentes de la República que la trataron, con excepción de Enrique Peña Nieto.
Recrear novelísticamente al personaje
El tema da todavía para más. En algún momento —espero— alguien, escritor, periodista o cineasta volteará los ojos hacia este episodio histórico y lo transformará en una novela o un filme de corte histórico. Entonces quizá se le otorgue el reconocimiento que se merecen los quintanarronses que se opusieron al largo mandato de Margarito Ramírez y que alentó el anhelado sueño de un gobernante nativo, lo que se logró finalmente con la conversión del Territorio a Estado, en 1974.
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(1) Entrevista publicada en Tropo 3, nueva época, 2013.
(2) La revista TROPO entrevistó a Juan Castro Palacios para que hablara de su ensayo histórico Los años del exilio a propósito de los quince años de haberse publicado la obra. Las respuestas del entrevistado, certeras y precisas, hicieron innecesarias las preguntas. Ligeramente editado para su adecuación al espacio, dejamos pues que el discurso del autor fluyera libremente.
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Juan Castro Palacios (Oaxaca). Abogado por la Universidad autónoma Metropolitana en ciencias penales y criminológicas. Radica en Cancún desde 1978. Servidor público de carrera, se ha desarrollado entre la administración pública local y el poder judicial. Es autor de los libros Los años del exilio (Conaculta, 1998) y Justicia alternativa (Gobierno del Estado de Quintana Roo, 1999). Ha sido colaborador en Novedades de Quintana Roo (edición en línea).