La poesía de Juan Domingo Argüelles

Norma Quintana

 

Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958), poeta, crítico y ensayista egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también se formó intelectualmente lejos de Quintana Roo, ha hecho su carrera profesional y literatura en México, D. F., pero nunca perdió los vínculos con su tierra de origen.

Su obra poética ha transitado desde el lirismo asido a la intimidad, la nostalgia y evocación hasta una imagen del mundo basada en la ironía, a veces el sarcasmo, pero sin perder en el fondo el tono sentimental.

Argüelles se interesó por la poesía desde la adolescencia; sus primeras lecturas, como las de muchos otros, lo condujeron al orbe de los románticos y modernistas latinoamericanos: Urbina, Nervo, Darío, Díaz Mirón, etcétera, asiduos visitantes de los textos escolares y de antologías elaboradas pensando en los declamadores. Luego, su curiosidad lo encaminó hacia otros poetas y otras formas de expresión; conoció así la obra de César Vallejo, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Antonio Machado; y después vinieron Octavio Paz, Efraín Huerta y Ernesto Mejía, entre otros. A todos ellos debe su sensibilidad. Él mismo ha comentado en entrevistas que sus textos iniciales revelan por momentos de manera muy clara esas huellas; no obstante, su modo de decir alcanzó una fisonomía propia desde sus primeros libros, al margen de las posibles, y naturales, influencias; algo en el tono, el ritmo, la textura lexical, el modo de construir la imagen, los motivos poéticos y las líneas temáticas eran ya muy suyos en Yo no creo en la muerte (1982), Vuelta al camino. Poemas de invierno sobre los huesos de un poeta (1983), Merecimiento del alba (1987) y Como el mar que regresa (1990), sus cuatro primeros libros.

Esos poemarios representan el momento inevitable del despegue y la búsqueda, sobre todo los dos primeros, publicados apenas con un año de separación. Hay en ellos momentos felices y otros no tanto, pero sin lugar a dudas revelan la existencia de un poeta con voz propia. El modo de recuperar las vivencias a partir de un elemento externo, punto de apoyo desde el cual se expande la onda subjetiva, la emoción, es uno de los rasgos que lo caracterizan desde entonces:

 

(…) Mientras el río cambia

de aguas, y de nubes el cielo

pongo a crecer mi amor

sobre las palabras ya dichas.

Digo entonces “ayer”

y el mundo ido

vuelve como las aguas al regresar.

Mientras yo poco a poco

me voy haciendo viejo

y caen de los árboles

los frutos ya maduros

mis hijos se entretienen

con la lluvia y el viento.

Ayer es ya jamás

pero en los puertos

donde aspiré la sal

y el sol y las gaviotas

ayer es “todavía”.

 

(“Merecimiento del alba”)

 

Ese buscar de correspondencias —de raíz tan romántica— entre el movimiento del universo y el movimiento del espíritu; el gusto por la metáfora sensorial o la imagen con referentes en la naturaleza y el paisaje, de gran plasticidad pero no descriptivista, pues lo plástico en Argüelles no es adorno ni afán de captar solo lo externo, la belleza por sí misma despojada de sentido, sino el modo de expresar los procesos íntimos, traer momentos del pasado, de atrapar el instante entrañable y fugaz y decir, como Fausto, “eres bello, permanece”:

 

(…) Aquí llené mi alma

de este sol y estas nubes

y olvidé las palabras,

Mientras el mundo pasa

y yo y todos mis días

nos vamos olvidando,

pongo mis viejos pies,

mis manos sin pasado

a hablar de Dios

lo mismo que mis mayores (…)

 

(“Merecimiento del alba”)

 

Recortada en el cielo

que aquí es mar

y es eterno

como una llamarada

emerge sobre el río

la ceiba de Tabasco.

Desnuda,

pura,

incólume,

magno coral

a orillas del Grijalva,

explosión silenciosa

ante un vuelo de pájaros.

 

(“Ceiba”)

 

el modo de sugerir oblicuamente, en construcciones simbólicas bisémicas, donde es posible una lectura sobre otra:

 

(…) A veces una flor entre el musgo negruzco se entreabre

con su color violeta

húmeda con un soplo de tibieza

cuando la vara del manzano le acaricia los pétalos (…)

 

(“Epitafio para Anäis Nin”)

 

Hay también una tendencia al texto concentrado, breve, donde la idea se resuelve sin circunloquios. Argüelles no malgasta las palabras, ni se agota en alardes verbales: su palabra es tersa, precisa y clara; prefiere el verso libre e irregular, más bien corto; sin embargo, no desdeña el versículo cuando el tema pide largo aliento y su ritmo respira con la cadencia de los motivos que van llegando al poema; en sus últimos libros ha llegado incluso a utilizar formas métricas cerradas por exigencias del contenido. Por lo general sus textos breves son pinceladas que reviven momentos y sensaciones a partir de una imagen plástica, o comentarios acerca de una experiencia que vincula al sujeto lírico con su espacio, sus circunstancias o sus semejantes —o con todo a la vez—. El poema más extenso y de verso largo corporiza, por su parte, sucesos entrañables, como en el poema “Vuelta” de Merecimiento del alba; los claroscuros del amor y los recuerdos familiares, como en “Cuaderno de bitácora” de su libro Canciones de la luz y la tiniebla.

Es precisamente en este poemario donde comienzan a aparecer señales del vuelco que dará el tono de su poesía. A partir de A la salud de los enfermos (1995), el guiño de la ironía, el pinchazo de la sátira y el sarcasmo hacen su entrada por vez primera en textos como “Los desenamorados” y “Parque en domingo”; hay un modo más doloroso y áspero de decir algunas cosas que tienen que ver con la naturaleza del ser humano, los sentimientos y la manera de encarar la vida. La crudeza y la amargura, ausentes hasta ahora de sus textos, presiden un determinado ángulo de sus preocupaciones:

 

Por corazón tienen un sapo

que les brinca en el pecho

con ansias de salirse.

Tienen por venas una raíz amarga,

larga

y lenta.

Por sangre Dios les puso el agua presurosa

de las alcantarillas. (…)

 

(“Los desenamorados”)

 

mas aún predomina el acento emotivo, una emotividad contenida, suave, con algo de reflexión y algo de sentencia.

De alguna manera Cruz y ficciones (1992) y Agua bajo los puentes (1993) participan de estas características. Siguen siendo importantes —como temas— el amor, la infancia de Chetumal de sus recuerdos y añoranzas, la relación entre el hombre y el paisaje, los recuerdos familiares, la intimidad, el comportamiento humano, las encrucijadas enfrentadas por el hombre en el ciclo que va de la vida a la muerte y la propia creación literaria. Es una poesía donde la nostalgia vuela tras la memoria de los tiempos idos y el mar —símbolo del movimiento eterno, de lo que no puede ser encerrado, abarcado en una definición— y campea como motivo recurrente cuando su mirada se vuelve a los orígenes o cuando intenta definir el trance creativo:

 

Allá al fondo está el mar.

Y más al fondo de mi alma está su recuerdo.

El libro de la infancia abro

y me adormece el ruido de las olas.

Al fondo está el mar y más al fondo la nostalgia,

que es en verdad nuestra primera patria

cuando solos vagamos por el mundo

y hallamos tierra o mar, adentro, muy adentro,

de nuestro pensamiento.

 

(“Retorno al mar natal (IV)”)

 

Esto que miro

—el mar—

sobre la página

y trato de abarcar

con las palabras,

huye de mí, resbala,

se me escapa

cual fragmento de nada

entre las manos

 

(“Poética”)

 

A la salud de los enfermos, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1995, instala en el verso de Argüelles el dolor, y con él la tristeza, el enojo, la amargura, la angustia y la desdicha. Es, en cierto modo, un viaje al lado oscuro de la psique y una catarsis, con todo lo que el término implica acerca de purga y purificación por el acceso a las planicies del horror:

 

Allá en el fondo de los sueños

el infeliz remordimiento

con sus alas de pájaro

lanza una brisa en el infierno (…)

 

(“Remordimientos”)

 

Sobre el brocal del pozo de la infancia,

asomado al abismo,

golpeo el agua oscura

que apenas se estremece

con la injuria precoz de la saliva;

su espejo no se quiebra;

allá en el fondo luchan los demonios

y un rostro que no es mío me contempla.

 

(“El pozo”)

 

El poeta increpa, denuesta, coloca al lector ante sus absurdos, miserias y debilidades. Nadie escapa a su provocación, ni los prestigios literarios, ni los pseudo escritores:

 

Afánase el plagiario en transcribir

exactamente lo que leyó para firmarlo.

Más, como copia mal, conste en el acta

que lo que enrevesó tiene su firma

incluso si pudiera no firmarlo.

La lección de esta historia solípeda confirma

que si es asnal la mano que redacta

mostrará el hurto incluso al ocultarlo:

dejará la pezuña como una firma exacta

y es un doble pleonasmo el rubricarlo.

 

(“Plagiario”)

 

Juan Domingo desciende a los abismos de sus propias fobias y sale del trance con el amor y los recuerdos de la infancia limpios y circundados de nueva luz, como quedan los campos después del aguacero.

 

Lanza el niño su anzuelo

en la bahía;

entre el agua y el cielo

lo que atrapa es el sol

del mediodía.

 

(“Postal”)

 

Respecto a la concepción general del que considera su mejor libro, Argüelles ha comentado:

“En términos cristianos, las tres primeras partes de A la salud de los enfermos son el Infierno, los textos sobre la niñez son el Purgatorio y los de amor el Paraíso. Al principio hay sólo ironía, también existe una mordacidad; mi intención era mostrar desnudo y dolido al sujeto lírico, con toda su desgracia, para luego pasar a una especie de reconciliación con la existencia” (Labrada, 1998: 14-15)

En términos formales, la palabra sigue su vocación de transparencia, en un afán de establecer el puente comunicativo entre los lectores y el texto. Se incorpora, sin embargo, la métrica y la rima a manera de un juego con los procedimientos retóricos, tal es el caso de los sonetos de versos alejandrinos divididos en hemistiquios de la sección Los viejos bardos.

En general, el empleo de formas métricas cerradas obedece, tanto en este libro como en Animales sin fábula (1996), a una necesidad expresiva. Nacido junto a su predecesor, Animales… es en realidad una suerte de consecuencia de aquél y está conformado por textos que, por alterar el tono general del libro, precisaron independizarse. La mordacidad y el sarcasmo son la tónica de esta colección en la cual las formas estróficas empleadas tradicionalmente por la poesía popular, como la redondilla, y otras más cultas y elaboradas como el soneto, tratadas con suma libertad por el autor, son el marco adecuado para la intención satírica e insertan su trabajo en una tradición poética que viene de la literatura grecolatina y tiene en nuestra lengua representantes tan ilustres como Francisco de Quevedo.

 

Entre mi grey de admiradores

hay una horda de holgazanes,

cuya virtud de aduladores

hace que tuerza mis afanes:

Por darles gusto, lo que escribo

busca el aplauso y la lisonja,

y hacen que yo me sienta el Divo

(redondo y gordo cual toronja);

Pero, por más, nunca consiguen

borrar en mí la cruel certeza

de que en verdad lo que persiguen

es que los sienten yo a mi mesa, (…)

 

En Piedra maestra (1996), reaparecen elementos ideoestéticos de sus dos libros anteriores, en el sentido de buscar en la experiencia humana el lado menos amable y llevarlo al verso a manera de expiación. De cualquier modo, la poesía nos salva y se salva porque pertenece, cuando es auténtica, a la margen luminosa del espíritu. Argüelles no hace sino colocarnos frente al espejo para enseñarnos a ser mejores.

La Universidad de Quintana Roo, en coordinación con el Instituto Quintanarroense de la Cultura editó, con motivo del centenario de Chetumal, Las aguas del relámpago. Poemas del mar natal 1982-1997 (1997), una colección de textos tomados de sus libros precedentes y algunos inéditos donde el autor reúne:

(…) los poemas que, a lo largo de tres lustros y una decena de libros publicados, nombran enfáticamente los reinos de la infancia en donde se dan todos los sueños y algunas de las más grandes felicidades, aunque también una que otra desdicha. (…) (Argüelles, 1997:11)

La producción literaria de este autor incluye también su trabajo como crítico, en los medios masivos de comunicación, y como ensayista. Ha publicado, además, Quintana Roo, una literatura sin pasado (1990) —ensayo y compilación antológica—, Escribir cansa: brevísimo diccionario del hastío cultural (1996) y Diálogo con Efraín Bartolomé (1997). Ha sido galardonado en repetidas ocasiones con importantes premios de poesía a nivel nacional.

 
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Imagen tomada de Lasaiblog.WordPress.com
 

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Ensayo publicado en Tropo 12, primera época, 2000.

 

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