La Guerra de Castas y el Estado mexicano

Lorena Careaga Viliesid

 

El siglo XIX está marcado y enmarcado por la guerra. Inicia con la lucha por la independencia (1810-1821) y termina con la Revolución (1910-1928). Su transcurso está cuajado de asonadas, golpes de Estado, rebeliones indígenas, guerras civiles, enfrentamientos políticos, ruina económica y caos social, así como intentos separatistas de varias regiones, uno de los cuales, Texas, se logró con éxito. A las dudas sobre cuál podría ser el mejor sistema político para la nueva nación que estaba emergiendo después de tres siglos de Colonia, se sumaron las distintas facciones políticas en pugna: monárquicos vs republicanos, federalistas vs centralistas, liberales vs conservadores.

En medio de ello, dos intervenciones francesas y una invasión norteamericana coronan las amenazas y presiones extranjeras, y revelan la falta de identidad nacional. Los habitantes de la otrora Nueva España eran católicos, antes que mexicanos; sustentaban el origen de su terruño, antes que una conciencia nacional. Cada región veía por sus intereses, como lo demuestran, por ejemplo, las distintas respuestas ante la presencia del ejército estadunidense entre 1846 y 1848: en Puebla y Cuernavaca, fueron recibidos con júbilo y arcos triunfales, mientras que los habitantes de la Ciudad de México trataron de defenderla hasta con piedras y palos. Yucatán, por su parte, se declaró neutral. Es decir, estamos frente a una nación en formación, un Estado apenas consolidándose, un recién estrenado país con el que pocos se identificaban.

Yucatán, cual espejo de esta experiencia, vivió su siglo XIX entre tres guerras: la primera de ellas, con México, como lo demuestran las dos ocasiones en que se separó de él y se alió con Texas en contra de Santa Anna para defender sus privilegios coloniales. La segunda es una guerra interna, emprendida por décadas entre las ciudades de Mérida y Campeche por el control político y la superioridad económica; y sin imaginar las consecuencias que ello acarrearía, armaron e involucraron a los mayas en la lucha. La tercera es, por supuesto, la Guerra de Castas, o la Gran Guerra, como la denominan los mayas, que estalló oficialmente el 30 de julio de 1847 en Tepich, como respuesta no solo a las condiciones de explotación, inequidad y represión brutal de la que eran objeto los mayas, sino, sobre todo, a la pérdida de tierras y del acceso al agua. Recordemos que no fueron los siervos o peones acasillados de las haciendas ni los sirvientes y artesanos de las ciudades quienes se levantaron en armas, sino los campesinos libres y con tierras, de la región de Tekax y sus alrededores, en su lucha contra el avance de las plantaciones azucareras.

La Guerra de Castas es, sin duda, el acontecimiento regional más importante de la segunda mitad del siglo XIX, ya que contribuyó a configurar política y territorialmente la península de Yucatán en los tres estados que la conforman hoy en día. Es la única rebelión indígena de nuestro continente que perduró por más de 50 años y que planteó desde sus inicios verdaderas reformas económicas y sociales. Giró, además, en torno al culto a una Cruz que se comunicaba con sus fieles a través de la palabra hablada y escrita, generando una cultura nueva, distinta de la colonial y de la decimonónica; una forma de vida basada en dicho culto y en un estado de guerra constante.

Por otra parte, dio pie a la intervención directa e indirecta de las grandes potencias mundiales de la época: Estados Unidos, Inglaterra, España y Francia, que aprovecharon el momento histórico para intentar modificar las líneas fronterizas, colonizar, comprar tierras continentales e insulares, intervenir por las armas y/o anexarse el territorio peninsular, todo ello propiciado por el mismo gobierno yucateco. En relación con la vecina colonia inglesa, la contienda también preservó y reforzó los lazos socioculturales y comerciales con Belice, y facilitó la cercana presencia, para unos como una aliada, para otros como una amenaza, de la Gran Bretaña, al tiempo que los propios mayas rebeldes frenaban el avance de esta potencia sobre territorio mexicano.

Quizá lo más importante a destacar sea que, bajo el dominio de la Santísima, los mayas rebeldes se aliaron, negociaron, acordaron y comerciaron de manera independiente con grupos extranjeros, creando de facto un estado dentro de otro estado, y con tanto éxito que la zona oriental de la península permaneció por décadas fuera del control del Estado Mexicano y fue la última región del territorio nacional en ser integrada.

De ahí que la coyuntura que pondría fin a la contienda no partiera de las condiciones propias o locales de la guerra, sino de tres circunstancias externas: la necesidad a la que llegó el país de hacer la paz con Inglaterra y definir la frontera con Honduras Británica, le intención del gobierno porfirista de favorecer las inversiones y empresas inglesas en México, y la necesidad del Estado mexicano de controlar, de una vez por todas, la zona oriental de la península y aprovechar sus valiosos recursos.

Así, desde 1880, el gobierno federal puso en marcha varias medidas para poner fin a la contienda y someter efectivamente una región por tantos años sustraída de la autoridad tanto de Yucatán como de México. Comenzó otorgando concesiones agrícolas y forestales en la zona nororiental de la península, y apoyó la construcción de una línea de ferrocarril. Por otra parte, renunció a los derechos de México sobre el territorio beliceño, con la firma, en 1897, del tratado Mariscal-Spencer, que hasta el día de hoy define al río Hondo como la frontera entre ambas naciones. Una bien planeada campaña militar comenzó desde 1898, con el avance del ejército por tierra y mar, el establecimiento del Pontón “Chetumal” como aduana y prevención de contrabando en la desembocadura del río Hondo, y la fundación de Payo Obispo, hoy Chetumal. Finalmente, estos esfuerzos culminaron con la fundación del Territorio Federal de Quintana Roo en 1902.

 
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Marcelo Jiménez Santos. La gesta heroica de 1847. Museo de la Guerra de Castas de Tihosuco, Quintana Roo 1993. Acrílico sobre manta 2.50 x 1.80 m (detalle).
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Lorena Careaga Viliesid es antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente se desempeña como directora general de Cooperación Académica de la Universidad de Quintana Roo. Ha escrito numerosos libros, ensayos y artículos en revistas especializadas, tanto de México como del extranjero. Su más reciente obra es Invasores, exploradores y viajeros: la vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906 (Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, Col. Libro Abierto, 2016).

 

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Ensayo publicado en TROPO 18, nueva época, 2018.

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