Agustín Cadena
Rosado, Juan Antonio. Las dulzuras del limbo. Editorial Praxis. Colección El Puro Cuento. Portada de José Luis Cuevas. México, 2003. 105 pp. A lo largo de la historia literaria se han distinguido dos clases de escritores: los que trabajan instintivamente, guiados desde una zona muy profunda de su mundo interior, de manera inevitable, a tientas, angustiosamente, como Dostoiewsky y Kafka; y los que trabajan con plena conciencia de sus materiales, sus recursos y sus objetivos, desde la claridad de su conocimiento de la tradición literaria, hermanados al ensayo y al documento filosófico, como Joyce y Sartre.
Juan Antonio Rosado, como lo anuncia el título de su libro, es un escritor del limbo. Por su formación académica, es alguien que de manera necesaria escribe desde la altura intelectual del erudito; cualquier imputación de inocencia que se le hiciera sería falsa. Un hombre como él no puede no ser absolutamente consciente de todo lo que hay en cada palabra que escribe. No tiene derecho a afirmar que ignora las implicaciones simbólicas, estéticas, éticas, estilísticas, sociológicas y hasta generacionales de sus relatos. No puede mostrarse sorprendido por lo que algún exégeta sagaz llegue a decir de él. Y, sin embargo, para fortuna suya y nuestra, hay una parte de su obra que se rebela al creador, que se resiste a ser controlada, manipulada, conducida. Esta parte, molesto apéndice evocador de la barbarie, que normalmente es amputada por la Academia en todo erudito (como lo fue en Alfonso Reyes y lo ha sido en muchos otros) es el lado indecoroso de la personalidad del creador. Es aquello que a Rosado lo hace lascivo, mórbido, sujeto de las pasiones, impúdico. Y es gracias a lo cual se genera en su obra esa magnífica tensión que lo ha arrojado al limbo de los escritores.
En efecto, las piezas que ahora tiene el lector en sus manos son producto de un conflicto entre la conciencia y el impulso. No se vaya a entender mal lo que digo: no se trata de la diferencia nietzscheana entre Apolo y Dionisio. No es un asunto de técnica o de procedimiento, sino de perspectiva. Todo escritor es al mismo tiempo su primer lector y su primer crítico. Esta simultaneidad esquizoide de las funciones comunicativas, en una persona sana, en un escritor vital, da lugar al combate entre la piedra y el cincel, que lleva a la obra maestra. En un académico, la intoxicación teórica inducida en las aulas hace que otras funciones contaminen a aquéllas. De modo que el autor resulta ser no sólo su primer lector y su primer crítico, sino también su primer hermeneuta, su primer ensayista, su primer historiador literario y, en los casos más graves de narcisismo (y vaya que los hay) su primer biógrafo y su primer antologador. En el caso de Juan Antonio Rosado, estas funciones se ven constantemente saboteadas por una narrativa que reclama su autonomía. Quizá por eso el tema más recurrente del libro sea el de la incertidumbre.
Ciertamente, desde la pieza que abre el volumen, “Las luces opacas”, puede el lector constatar la presencia perturbadora de lo liminal. Nada hay claro en esta historia y eso es quizá lo que hace de ella la más intensa, la más concentrada del libro. Nunca se sabe dónde se encuentran las protagonistas, de dónde vienen, adónde quieren llegar. Es de noche y no se ven bien muchas cosas. Hay luz y no hay luz. Ellas acaban por comprender, como lo harán los personajes de los otros cuentos, que en medio de la incertidumbre lo menos incierto es la acción.
Algo semejante le sucede al protagonista de “Prótesis”, que, ante los impredecibles cambios de ánimo de una mujer, declara: “Es una chava bien rara; no sé cómo tratarla”. Y a Roberto, el de “Las dulzuras del limbo”, que acaba envuelto en una situación amorosa ambigua y ciertamente liminal. Y hasta en el texto que irónicamente se llama “Revelación”, nunca queda claro qué clase de talento es el que tiene el supuesto adivino. En “Higiénica entrega”, el tema de la incertidumbre adquiere implicaciones más amplias y más angustiosas al darle una vuelta de tuerca al discurso de Romeo en el balcón de Julieta: “What’s in a name?”.
La incertidumbre es parte de la vida y de lo vital. No corresponde a la claridad platónica de las formas inertes, sino a la corruptibilidad de las estructuras celulares. Aceptar la presencia de la incertidumbre es reconciliarse con la experiencia de lo orgánico. Y aquí es donde se forma la bisagra axial de la obra de Juan Antonio Rosado: por un lado, la incertidumbre; por el otro, el tema del cuerpo como objeto en sí. ¿No es cierto que toda la gran literatura erótica se forma, de manera semejante, a partir de estos dos elementos: la incertidumbre y la experiencia fenoménica del cuerpo?
Una de las dos conciencias que forman al protagonista de “Prótesis” declara su completo desinterés sobre cualquier parte de la amada que no sea su cuerpo. El ser de ella se reduce para él a dos elementos: nalgas y pechos. Cerca del final, él mismo lo explica: su cuerpo es “la representación más palpable de lo espiritual. Sin la belleza, el supuesto espíritu no podría mostrarse, quedaría reducido a un concepto, a meras palabras”. En efecto, para los personajes de Rosado, como para William Blake, el cuerpo es la parte visible del alma. Es un cuerpo lo que las muchachas de “Luces opacas” van siguiendo; es sólo a través del cuerpo como el burócrata de “Vuelta de paseo” se experimenta vivo. Es el cuerpo la única respuesta posible a la pregunta de Romeo: ¿Qué hay en un nombre? Un cuerpo, tan sencillo como eso.
Esta espiritualización integradora de la carne, que tiene lugar en la incertidumbre y genera a su vez incertidumbre, se lleva hasta sus últimas consecuencias en tanto retorno a lo orgánico, al humus, cuando uno de los personajes designa el excusado como “el lugar más filosófico del hogar”.
En conclusión, Las dulzuras del limbo es un libro complejo y perfectamente consecuente con sus propios postulados. Es un libro muy consciente de sí y a la vez lleno de profundidades; es, en primer lugar, el documento de un escritor.
Agustín Cadena (Hidalgo, 1963). Novelista y poeta. Ha publicado los libros de poesía Orgía de palomas (UNAM, 1993), Para enterrar la memoria (Ediciones 69, 1994), el libro de cuentos Ritos de inocencia (Tierra Adentro, 1994) y las novelas La lepra de San Job (Planeta, 1994) y Tan oscura (Joaquín Mortiz 1999). Correo-e: agustincadena@yahoo.com
Reseña publicada en Tropo 33, primera época, 2004.