Eduardo Huchín Sosa
Samuel Thuz, Las ideas como orgasmo, Taurus, 2002, 456 p. Definido por el mismo Thuz como una “autobiografía intelectual”, este libro busca revisar de manera poco ortodoxa la Historia, el arte y la cultura, “conceptos manoseados excesivamente por todas las épocas y que representan de cierto modo nuestra versión bibliómana del eterno retorno” según comenta el autor en su “Nota aclaratoria”. Después de Lujuria de la filosofía (respuesta implacable a Historia de la sensualidad de Alphonse Dupont), muchos esperábamos esta nueva obra que Thuz había anunciado en una entrevista concedida a Time, en octubre del año pasado.
“Un libro totalmente revelador” manifestó no hace mucho Carlos Fuentes. Su juicio, dudas aparte, resulta mesurado para un trabajo de estas magnitudes. Sin embargo, pese a nuestra admiración por el autor, no podemos admitir que un crítico como Marcos Bleinmann diga que le pareció “un auténtico hallazgo dentro del pensamiento contemporáneo”, porque pecaríamos de desinformados. Quienes hemos seguido de cerca la producción ensayística de Samuel Thuz, sabemos mejor que nadie lo mucho que su obra tiene que agradecerles a libros como el Pequeño diccionario de perversiones de Heitor Ma. Laveira.
Numerosos fundamentos íntimos, debiera yo decir “confesionales”, forman la columna vertebral de este libro. El filósofo Thuz habla de su vida personal con la misma congruencia con la que ha explicado su pensamiento a lo largo de los años. Por lo tanto, la presencia constante del erotismo en estas páginas no debe tomarse como una artificialidad sino, al contrario, como una evidencia de que la práctica no está reñida con la teoría. El epígrafe que abre la lectura, concentra estupendamente el tono provocador y la atmósfera de todo el libro:
¿Qué es la vida sino el lapso de tedio que existe entre un orgasmo y otro?
Desde el principio, Thuz admite las particularidades de “su caso” y denomina a una de las etapas más importantes de su vida —“aquel misterioso impulso por leer completamente 15 ó 20 libros por semana”— como “lactancia intelectual”; periodo aquel, altamente aprehensivo donde la preferencia de Thuz por los ejemplares voluminosos lo condujeron a determinar condicionantes sexuales para aquello que generalmente se considera exclusivo del campo intelectual: la lectura. Esta observación, aplicada a experiencias pasadas, ocupa todo su primer capítulo y representa el punto de partida para sus argumentos teóricos más consistentes1.
A través de una notable prosa analítica, el maestro Thuz reconstruye aquella infancia donde su madre le contaba historias cargadas de una extraña fascinación2. “En los cuentos de Hadas todo era excitante, lo era el sentido irreal y también la feminidad de las heroínas, lo era la fálica nariz de Pinocho y la falsa inocencia de Caperucita”. Su niñez resultó ser una época que siempre se resistiría al olvido. “Aún en la actualidad, al comenzar una lectura cualquiera, los sonidos que resuenan en mi cabeza junto a las palabras escritas provienen indudablemente de mi madre”.
En su pubertad, se obsesiona por leer revistas y catálogos de libros. Esta lujuriosa contemplación (“a escondidas, en el desván de la casa”) distinguía dos tipos de revistas: las que únicamente mostraban libros (Thuz elogia a la prestigiosa Playbook®) y otras, más explícitas, que enseñaban a “verdadera gente en el acto de la lectura” (No menciona a ninguna, pero suponemos que se refiere a los anuncios de la Reader’s Digest).
Sin embargo, la eclosión de esa concupiscencia la descubre cuando se enamora de una maestra de la Preparatoria. Eso no tendría nada de extraordinario si no fuera porque Thuz sólo se excitaba cuando ella daba clase; el motor de su libido (líbrido en la nueva terminología) era la clase, el acto de enseñanza como sometimiento sexual y la subversión del sometido como producto de la rebeldía del ello3. “La profesora llegaba y nos ponía a leer capítulo tras capítulo un enorme libro que nunca se dignó en explicar. Yo me acercaba a su escritorio y la cuestionaba en voz baja. Nunca respondía. Ése era nuestro pacto.”
Aunque ya Marcuse ha expuesto brillantemente la relación entre las represiones social y sexual (Eros y Civilización), Samuel Thuz amplía ese hallazgo a su propia vida y deduce los mensajes cifrados de su cotidiana lubricidad. Cuando define la desinhibición sexual como antecedente a la libertad creativa parece retomar su clásica reflexión: “El principal obstáculo para que el hombre sea libre es su concepto de libertad” (Aforismos) y que coincide con aquella frase que Petterson le atribuye y cuya paternidad nuestro filósofo ha negado hasta el cansancio: “La literatura sólo puede ser real a través de una doble perversión: el autor esencialmente como exhibicionista y el lector consecuentemente como voyeur”4.
Inspirado inicialmente por Henri Duvarrier (autor de La posmodernidad post-mortem), quien considera que “la Humanidad no evoluciona al galope de la escritura sino con las transformaciones que han hecho de la lectura un placer”, Samuel Thuz asegura:
Hay una contradicción esencial entre la perpetuidad de la creación y la efimeridad de la contemplación. Los que han nacido para el sufrimiento, escriben. Los que lo han hecho para el placer, leen. […] El leer no puede (ni debe) simplificarse a la sencillez de esta palabra: es necesario mantener auténticas relaciones textuales; experimentar desde zoofilia literaria (gusto por las fábulas) hasta la más desquiciada preferencia por la “literatura juvenil”5.
Dado el carácter improductivo de la auténtica lectura6, Samuel Thuz detesta los trabajos de tesis y otros “laboriosos instrumentos para sublimar la lujuria”:
Cuando recuerdo aquella frase de Hanna Berg (“De qué sirve leer tantos libros si no puedo citarlos”) me sobreviene un escozor en la piel. Justificar la lectura produciendo hojarasca (tesis, tesinas, reseñas, artículos) es como seguir creyendo que el coito sólo sirve para la procreación7.
Paradójica afirmación para quien ha publicado diez libros. Y ante la pregunta formulada por Silvia Beristáin “¿Es su grafomanía una especie de ninfomanía?”, el filósofo responde algo que bien podría utilizarse para concluir este artículo:
—En definitiva, no. Soy un sexual demócrata, un masoquista, un voyeur. La ninfomanía se la dejo a mis lectores, porque la ninfomanía no admite la fidelidad: y en ese sentido, te digo que mis libros sólo alcanzan su auténtica validez cuando establecen un contacto textual con la literatura de los otros.
—Y entonces, ¿por qué escribe?
—No lo sé. Quizás porque escribir sea el único remedio que conozco contra la decencia8.
No se encuentran fácilmente palabras para rebatir tal consideración.
Apéndice A
Para no hacer más extensa la aproximación al libro de Samuel Thuz, nos bastará enumerar algunas de las perversiones que él exhaustivamente explica en su capítulo iii y que son extraídas de su experiencia personal:
Apéndice B
Samuel Thuz: Erotografía literaria. Filósofo y pensador nacido en Líbano (1956) pero naturalizado mexicano. Su nombre empezó a ser notable cuando publicó Economía y sociedad: consideraciones intempestivas. Pero sin duda el libro que lo catapultó a la fama fue Carroña para Zopilotes, una inteligente diatriba contra la modernidad que establecía por primera vez los cuatro elementos de la dialéctica posmoderna: tesis, antítesis, síntesis y prótesis. Fue discípulo de Chevrier hasta 1983 cuando rompieron por diferencias ideológicas. Otras obras suyas son: Aforismos, Ética para Savater, Pubis y Praxis, Seducción y revolución, Inventario de obscenidades imaginarias y Lujuria de la filosofía.
Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979). Músico de rock, lector indisciplinado, editor de una revista cultural, voyeur ambulante, desempleado por vocación, poeta, narrador y ensayista. Próximamente publicará su primer libro. Correo-e: jehuchin@hotmail.com
Notas:
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Imagen de la página Yolanda Jiménez Terapeuta (yolandajimenezterapeuta.com)
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Reseña publicada en Tropo 32, primera época, 2004.