Patrick Süskind: vigencia de un “best seller”

Miguel Ángel Meza

 

En 1985, el libro El perfume, de Patrick Süskind, se convirtió vertiginosamente en el éxito editorial del año. Su extravagante tema y su límpida exposición estilística —que permiten una agilísima lectura pese a ciertos momentos barrocos— hicieron que esta deslumbrante obra adquiriera niveles de aceptación inusitados, pero también que se le incluyera en la dudosa categoría de los best sellers: éxito de público, de crítica, de venta.

A varias décadas de este acontecimiento editorial, y apagados los reflectores de la fama y la hipérbole, es sorprendente constatar la vigencia de la aceptación y el éxito de la principal obra del escritor alemán nacido en 1949, en la pequeña aldea bávara de Ambach.

En una época en que se insiste en presentarnos la concepción posmoderna de lo pasajero y lo efímero como la esencia de lo contemporáneo, es interesante observar cómo, con el paso del tiempo, adquieren gravedad y dejan sedimento obras como El perfume. El alarde imaginativo del autor y el insólito enfoque de su tema evitan que esta novela corra la suerte de los best seller.

Süskind plantea un tema por demás original. La exaltación del sentido del olfato en el contexto contemporáneo de una época que rinde culto exacerbado a lo visual puede parecer, por decir lo menos, descabellada. Y aunque algunos críticos han advertido que Süskind no es el primero en hacer del olor un motivo inspirador de situaciones en la literatura, debe reconocerse que el narrador alemán sí es el primero que asume este tema como asunto central de su libro y desarrolla con él una historia apasionante que hace difícil que el lector abandone la lectura de estas casi 250 páginas.

Pese a que no es una novela negra al uso ni mucho menos una novela policiaca clásica, El perfume narra la historia de un asesino —como el subtítulo de la obra indica— y los desvaríos criminales a que lo conducen su pasión secreta por conseguir el sumunn del olor humano. Jean-Baptiste Grenouille, el personaje, nace en medio de fétidos olores, en el lugar más nauseabundo del París del siglo XVIII, entre sanguinolentas vísceras y restos de putrefactos pescados, entre excrementos y suciedad.

Rescatado de tan infame lugar, conforme crece, Grenouille va advirtiendo que posee el olfato más refinado, sensible y agudo que pudiera imaginarse: es capaz de identificar los objetos y a las personas en la oscuridad tan sólo por su olor, puede clasificar el mundo sensible en función de las fragancias que despide cada uno de los fragmentos que lo componen, y se mueve en el seno de un universo exclusivamente odorífero como pez en el agua.

Pero a la par del prodigio de su facultad olfativa, Grenouille tiene una particularidad que lo hace aún más extraordinario: él mismo carece de olor. Él, que puede diseccionar las partículas odoríferas de un mundo abigarrado de hedores; que puede distinguir la más finísima y sutil fragancia a kilómetros de distancia, no despide ningún olor, no tiene el más mínimo átomo de aroma.

Hasta el momento ha pasado desapercibido para los demás y ha causado sentimientos adversos a causa de no poseer olor propio. De ahí que, a partir del momento en que se da cuenta de esta segunda característica, emprenda la empresa de elaborarse un aroma propio que logre por fin atraer la atención hacia su persona. En la búsqueda de la fragancia ideal que le permita ser amado por los demás, nuestro personaje acabará asesinando a veinticinco de las más hermosas doncellas de su tiempo.

Esta singular y cruenta historia se ubica en el París del siglo XVIII, un París con las mismas calles de hoy —según afirman los historiadores— pero particularmente hediondo, cuando no existían sino los perfumes para hacer respirable un mundo podrido e irrespirable. A decir de los conocedores, Süskind revela un saber erudito no sólo acerca de esa época, sino de la herbolaria y del universo perfumístico. Las descripciones al respecto hacen que el lector termine prácticamente mareado con tanto aroma y ante tal profusión de olores.

Este es el mundo en donde el monstruoso personaje encuentra los aromas que hacen que los demás seres humanos en un inicio lo acepten, después lo amen y luego, incluso, lo idolatren. Este deseo desesperado por conseguir el afecto de los demás lo lleva a la idea de dominar, de lograr que los otros se postren ante él como ante Dios. Él, el ser proscrito, será idolatrado al fin por quienes siempre lo despreciaron. Así, leemos casi al final de la novela:

“A fuerza de porfiar y con un refinamiento infinito, había conquistado la chispa divina que los demás reciben gratis en la cuna y que sólo a él le había sido negada. ¡Más aún!, la había prendido él mismo, sin ayuda, en su interior. Era aún más grande que Prometeo. Se había creado un aura propia, más deslumbrante y efectiva que la poseída por cualquier otro hombre. Y no la debía a nadie (…) sino sólo a sí mismo. De hecho, era su propio Dios, un Dios más magnífico que aquel que apestaba a incienso (…). A una señal suya, todos renegarían de su Dios y le adorarían a él, el Gran Grenouille”.

Las últimas escenas de El perfume son realmente vertiginosas y fascinantes. La prosa llana del autor permite una lectura ágil que hace de esta historia algo muy atractivo. No es posible no sentir cierta fascinación repulsiva por este ser monstruoso, tenebroso en su altanería, admirable “por su desprecio por los hombres, por su genio y su ambición, en una palabra, por su impiedad”.

Todos los seres humanos compartimos la animalidad de Grenouille. El afán desmedido por conseguir el amor de nuestros semejantes hasta deformarlo en anhelo enfermizo de poder, es sólo el lado oscuro que se agazapa en el fondo de nuestras almas. La metáfora final por el cual es sometido Grenouille, tiene inquietantes implicaciones. El perfume habla “de la sujeción del hombre a Estados totalitarios, de la inseguridad que crea a la criatura humana el atisbo de libertad, la relación íntima que se establece entre lo animal que (también) contiene el hombre como posibilidad totalitaria”.

La novela de Süskind no ha corrido la efímera suerte de los best sellers. Su propuesta y denuncia —la búsqueda del amor a toda costa y su deformación en poder totalitario que al dominar a los demás aniquila al propio ser— son parte inherente de la condición humana, fuerzas contradictorias que luchan en el corazón del hombre.

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