Premio Nobel de Literatura 2020

Poemas de Louise Glück

Sutileza, ironía, fervor. Pero también autobiografía y vida cotidiana austera y humana tocada por una tensión lírica casi narrativa, sin invención de lenguaje, sin búsquedas verbales, casi conversacional. Así es la poesía llana y sabia de Louise Glück (1943), Premio Nobel de Literatura 2020. Y esa voz, singular y colectiva a la vez, cuenta una historia siempre: la narración del ser que se cuestiona sobre el amor, sobre la vida y la muerte. Así de simple, así de inmenso. Y el tiempo, detrás, como una presencia atroz, absorbente y enigmática, marcando el latido y la luz, el misterio y la oscuridad. Los poemas —para la poeta norteamericana— “no perduran como objetos, sino como presencias”. “Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”. Escuchemos, pues, la voz humana de una poeta discreta y excepcional. (Miguel Ángel Meza)

Fantasía

Les voy a contar algo: la gente muere
a diario. Y eso es sólo el principio.
Cada día las funerarias están dando a luz
nuevas viudas, nuevos huérfanos.
Sentados con las manos juntas,
tratan de dilucidar esta nueva vida.

Luego están en el cementerio, algunos
por primera vez. Tienen miedo de llorar,
algunas veces de no llorar. Alguien se aproxima,
les explica lo que deben hacer ahora,
que podría ser dar un breve discurso
o arrojar tierra a la tumba abierta.

Y tras esto, cada uno retorna a la casa
que está de repente llena de visitantes.
Imponente, la viuda se sienta en el sillón,
por lo que la gente se le va acercando en fila,
en ocasiones toman su mano, en ocasiones la abrazan.
Ella tiene palabras para todos,
les agradece, les agradece su presencia.

Aunque en su fuero interno quiere que se larguen.
Quiere estar de vuelta en el cementerio,
de vuelta en el lecho del enfermo, en el hospital.
Ella sabe que es imposible. Pero su deseo de retroceder,
es su única esperanza. Y sólo un poquito,
no hasta llegar al matrimonio o al primer beso.

El vestido

Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.

El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?

Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.

Del libro Vita nova (1999)
Pre-Textos, 2014

Lago en el cráter

Entre el bien y el mal hubo una guerra
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.

Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.

Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.

Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.

De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice

y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.

Del libro Averno (2006)
Pre-Textos, 2011

Confesión

Mentiría si digo que no tengo miedo.
Le temo a la enfermedad, a la humillación.
Como todo el mundo tengo mis sueños.
Pero he aprendido a esconderlos,
a cuidarme a mí misma
de la plenitud: cualquier felicidad
atrae a las Furias del Destino.
Son hermanas, salvajes.
No poseen ningún tipo de emoción,

sólo envidia.

Madre e hijo

Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.

Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.

Soñamos; no recordamos.

La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.

Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.

Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.

Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.

Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:

¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?

Del poemario Las siete edades (2011)

 

 

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