Carlos Torres
Virgilio López Lemus compiló, seleccionó, prologó e hizo las notas del libro Entrevistas / Alejo Carpentier, publicado en 1985 por la editorial Letras Cubanas, volumen de más de quinientas páginas que ofrecen, tal como se acota en el prólogo, material suficiente para una biografía sustancial de este raro escritor que, hijo de francés y rusa inmigrados a La Habana justo en el año de la consolidación de la remisa independencia de Cuba (1902) y nacido en 1904, decidió hacer de América Latina el objeto de sus estudios más sistemáticos y el tópico de sus novelas más significativas y famosas. Pero lo curioso de tal decisión es que fue tomada en París justo cuando los surrealistas ejercían una influencia que ya era digamos que planetaria (1928-1939) y precisamente junto a ellos, con quienes Carpentier departía en el café Les Deux Magots y colaboraba en sus publicaciones, puestas en escena, programas de radio, etcétera, porque —afirma Carpentier:
“A menudo me preguntan: ¿Cómo es que, habiendo vivido los años más brillantes del surrealismo, en compañía de Robert Desnos, Eluard, Leiris, Queneau, Ribemont-Dessaignes, Bemjamín Péret, Masson, Giacometti, Tanguy, etcétera, no te dejaste tentar por la oportunidad de ‘hacer surrealismo’? ¿Cómo es que, habiendo sido invitado por Breton a colaborar en la Revolution Surrealiste, no le mandaste ningún texto?… La respuesta es sencilla: al no haberme contado entre los formadores del grupo, no quería ser un surrealista más. No negaré que el surrealismo me enseñó muchas cosas; que aún le agradezco ciertas iluminaciones que han tenido una considerable influencia en mis libros. Pero siempre pensé que el escritor latinoamericano —sin dejar de ser universal por ello— debía tratar de expresar su mundo, mundo tanto más interesante por cuanto es nuevo, se encuentra poblado de sorpresas, ofrece elementos difíciles de tratar porque aún no han sido tratados por la literatura. Pensé desde que empecé a tener una conciencia cabal de lo que quería hacer, que el escritor latinoamericano tenía el deber de revelar realidades aún inéditas. Y, sobre todo, salir del nativismo, del tipicismo, de la estampa pintoresca, para desprovincializar su literatura, elevándola a la categoría de los valores universales.”
Aparte de esta precisión que por supuesto confirmaría después como acertada la obra de Carpentier, debo anotar, en plan de mero chismoso, que esa negativa de Carpentier a colaborar en la referida revista de André Breton obedeció más bien a una pugna interna de los surrealistas y que el grupo que se reunía en el café Les Deux Magots se había distanciado de Breton porque éste se entrometía en la vida privada o sentimental de sus compañeros, queriendo gobernarla, y que durante esos once años que Carpentier estuvo en París en estrecha colaboración con los surrealistas, llegó a firmar un manifiesto del grupo disidente en contra de Breton.
Por otro lado, también chismosamente pero más “serio”, puedo afirmar que un personaje no aludido por Carpentier en el párrafo citado pero abundantemente nombrado en otras entrevistas, Antonin Artaud, con quien Carpentier colaboró en sus emisiones radiales y uno de los más notables opositores de Breton, aparece tácitamente en La consagración de la primavera, la novela más ambiciosa de Carpentier, cuando éste narra su visión de México, que es un homenaje y una especie de recreación de Viaje a la Tarahumara de Artaud; pasaje que confirma espléndidamente la expresa influencia del surrealismo en la obra de Carpentier.
Así pues, bajo esta truculenta premisa, debo advertir que luego de leer ese libro de entrevistas a Carpentier (en cuyo final se incluyen tres hechas por éste a Amadeo Vives, Sergei Eisenstein y Jean¬-Paul Sartre), releí La consagración de la primavera, llevado por esos impulsos del subconsciente que mucho ayudan a quienes, como yo, no disfrutan de una memoria excepcional, y encontré una novela extraordinariamente enriquecida por los datos biográficos de esas entrevistas y algo más: que Carpentier, quizá involuntariamente, tal vez obligado por los meros imperativos literarios de La consagración…, despliega aquí su autobiografía espiritual, política, artística, ideológica, académica, itinerante, con algunos elementos de carácter íntimo o sentimental que no tiene sentido tomar mucho en cuenta por dos razones principales: porque los otros factores (espiritual, política, artística, etc.) son los más destacados por el propio autor y son los decisivos en la trama de la novela; y porque el contenido sentimental se ajusta a un papel complementario, ineludible pero al fin complementario, a diferencia de las novelas de Stendhal, en las que el factor sentimental es digamos que el personaje principal.
Pero la carne es débil y, ante una leyenda que corre por ahí y que incluso llegó a figurar en las páginas de la revista Vuelta, firmada por un envidioso escritor cubano de nombre inmemorable, en la que se dice que Carpentier incursionaba en países nórdicos para seducir a platinadas adolescentes, debo consignar que en La consagración… Carpentier se sincera y, al personaje que lo representa inequívocamente, le atribuye una sola infidelidad conyugal; una sola que, como sabemos, en la mecánica moral implica todas las posibles (la famosa potencia ene).
En fin, el caso es que de por sí la biografía de Carpentier es harto interesante, pero más por su trayectoria cívica, intelectual, militante y artística que por devaneos de alcoba; y en La consagración… esta vida, como ocurrió en la realidad, se pone al servicio, finalmente, de la Revolución Cubana y constituye un ejemplo claro (fuera de la discusión política que Cuba provoca actualmente) de cómo en una existencia se conjugan circunstancias propicias y voluntad personal para “desempeñar cabalmente su oficio de hombre”… y por supuesto también el oficio de mujer, ya que en La consagración… la figura de Vera, una bailarina de ballet rusa que es una sublimación de la propia madre de Carpentier, resulta quizás la verdadera heroína.
Veamos entonces, a grandes rasgos, los paralelismos biográficos entre Enrique, el protagonista de La consagración..., y Carpentier.
Habaneros ambos, los dos estudiantes de arquitectura, sufren sendos destierros a causa de su oposición a la tiranía de Gerardo Machado. Se van a París en la primera juventud. Desde ahí, se integran a la Guerra Civil de España (cabe apuntar que, por lo que respecta a Carpentier, este dato es difuso —siempre atenidos al citado libro de entrevistas—, ya que no hace mayores referencias al hecho que una vaga afirmación: “yo estuve en la guerra, año 1938”). Conocen México, Nueva York, lugares que suscitan en ellos reflexiones agudas sobre sus particulares características, con el añadido de que la visión de Nueva York está influida por la consignada en el Diario de Anaïs Nin, quien aparece en la novela como amiga de Enrique y que es uno de los muy conspicuos personajes que fueron amigos de Carpentier, cuya lista sería fatigosa.
También la añosa estancia de Carpentier en Venezuela es atribuida a Enrique como una fuga más del régimen dictatorial cubano, en ese momento encabezado por Fulgencio Batista y, aunque Carpentier no fue acosado por este tirano sí buscó en Venezuela espacios más propicios a su labor cultural en radio y periódicos. Finalmente, ambos se incorporan a la Revolución Cubana procedentes de Caracas, apenas unos meses después de su triunfo en el primer día de 1959. Y aunque Carpentier no participó en la batalla de Playa Girón, donde Enrique es herido, el ya famoso y laureado escritor sí desarrolló una vital labor revolucionaria editando millones de libros como director de la Imprenta Nacional de Cuba y fungiendo simultáneamente en dos o tres cargos más de carácter cultural, incluida una cátedra de Historia del Arte en la universidad, hasta su final adscripción a la embajada de Cuba en Francia.
Muchos de los entrevistadores de Carpentier supieron de inmediato, a raíz de ser editada La consagración de la primavera, que esta obra tiene un fuerte contenido autobiográfico y así lo manifiestan entre pregunta y pregunta. Reitero el detalle porque esta novela resultó ser el testamento ideológico de Carpentier, en el sentido de trazar una línea de acontecimientos históricos que se inicia en 1915 en una provincia de Rusia, continúa en 1917 en San Petersburgo, se demora en la Guerra Civil de España y en el ascenso de Castro, para terminar en la primera batalla que un pueblo latinoamericano le gana al imperio del Norte, en Playa Girón.
En otras palabras, La consagración de la primavera es la expresión de un compromiso político del artista, Carpentier, con una ideología específica: el marxismo (pues hay una breve pero inequívoca apologética de esta doctrina en la novela), y con un régimen que para Carpentier no es distinto que el pueblo cubano; quiero decir, con ese pueblo de mestizos y negros largamente explotado por la Colonia y la primera República.
A pesar que se le ha reprochado a Carpentier esta afiliación, atribuyéndole al escritor una especie de sometimiento indigno ante la personalidad de Fidel Castro, lo cierto es que cuando Carpentier se adhiere a la Revolución Cubana ya era un autor célebre, ya había firmado con Tyrone Power el contrato para que se filmara su novela Los pasos perdidos, misma que ya era un best seller en las dos Europas; ya era, pues, en Caracas, un personaje independiente en lo económico y lo político y por lo tanto no necesitaba de padrinazgos oficiales para continuar escribiendo y disfrutando de una vida cosmopolita, por cuanto a sus relaciones con las figuras más notables de la intelectualidad y el arte de su época. (Además, sus múltiples compromisos laborales en la Cuba de Castro le restaron, antes que le aumentaron, tiempo para su propia obra.)
Pero también, al unísono, La consagración de la primavera es una obra cuyo tema y ambiente principales son el mundo del arte: tanto las exigencias que el arte impone a sus amanuenses como la parafernalia de obras y creadores, teoría y praxis artísticas, corrientes de pensamiento, circunstancias propicias, adversas o indiferentes para el arte y, en fin, toda esa fastuosa y subyugante escenografía de arte vanguardista que Carpentier conoció y en la que participó destacadamente porque su carácter se hizo destino y porque, sin duda, sus atributos intelectuales y cordiales lo favorecieron.
Independientemente de la opinión que tengamos sobre las actuales circunstancias de Cuba, agravadas en fechas recientes por un despliegue persecutorio contra supuestos contrarrevolucionarios cubanos, La consagración de la primavera es, aparte de sus indudables virtudes literarias, el testimonio de un criollo itinerante, hijo de emigrantes, que encontró por fin, en su propio país, la atmósfera propicia para desarrollar lo más ambicioso de su producción literaria (El recurso del método y La consagración…, principalmente, pues arribó en 1959 a La Habana ya con el manuscrito caraqueño de El siglo de las luces) y lo más utópico de su gestión civil: la culturización idónea de su pueblo, a través de libros de texto y obras de literatura de alta calidad, previa alfabetización integral —palabra ésta ni tantito vana en la Cuba de Castro.
Independientemente de la opinión que tengamos sobre las actuales circunstancias de Cuba, agravadas en fechas recientes por un despliegue persecutorio contra supuestos contrarrevolucionarios cubanos, La consagración de la primavera es, aparte de sus indudables virtudes literarias, el testimonio de un criollo itinerante, hijo de emigrantes, que encontró por fin, en su propio país, la atmósfera propicia para desarrollar lo más ambicioso de su producción literaria (El recurso del método y La consagración…, principalmente, pues arribó en 1959 a La Habana ya con el manuscrito caraqueño de El siglo de las luces) y lo más utópico de su gestión civil: la culturización idónea de su pueblo, a través de libros de texto y obras de literatura de alta calidad, previa alfabetización integral —palabra ésta ni tantito vana en la Cuba de Castro.
Como ya habrá advertido el lector, el tema es tan delicado que me obliga a ser inusualmente cauteloso, aunque mi verdadera pretensión sea la objetividad. El tema es tan delicado que impone más silencio que polémica, puesto que otra vez se plantea el viejo dilema presentado por el demonio a Cristo en el desierto: pan (pero también salud y educación) o libertad. Pero ello no es más que una reducción absurda de la problemática cubana de hoy y sólo el tiempo o una estudiosa clarividencia que no poseo al respecto, podrá ofrecernos una perspectiva certera del fenómeno cubano, que, por supuesto nos atañe a todos, más allá de la dinámica globalizadora que presenciamos. Sin embargo, La consagración de la primavera se sostiene, para mi gusto, como una obra literaria de espléndida factura, cuyo deleite puede ser entorpecido precisamente por su deliberadísimo contenido político e ideológico. Así, mientras son peras o manzanas, sugiero contemplarla justo en su aspecto autobiográfico: como la barroquísima mascarada de un personaje vertical, elocuente y talentoso, comprometido hasta la médula ya no digamos que con su pueblo cubano sino con esa fenomenal vastedad merecedora de mejor hado que suele llamarse América Latina…
ENSAYO PUBLICADO EN TROPO 30, PRIMERA ÉPOCA, 2003.