Jorge Ruiz Dueñas: la novela de un poeta

Miguel Ángel Meza

En mi experiencia como lector, he descubierto que la trascendencia de una novela también se mide en razón de la persistencia de ciertos personajes en el recuerdo y de ciertas historias en un imaginario propio formado a lo largo del tiempo con la materia sutil de la ficción. Cada tanto, este universo crece y se puebla de habitantes selectos que se cuentan entre sí sus anécdotas y, al hacerlo —en este diálogo silencioso y fructífero—, sedimentan algo así como una enseñanza de vida, aquello que finalmente hemos dado en llamar educación sentimental, fortalecimiento ético, cosmovisión personal.

Sebastián Lombardo, el protagonista de El reino de las islas (Plaza & Janés, 2001), la primera novela de Jorge Ruiz Dueñas (México, 1946), ha ingresado con fuerza entrañable en este habitáculo y —con su personalidad contradictoria, con sus virtudes y sus defectos, con su drama personal, con sus amores, con sus tragedias— se ha vuelto un personaje memorable, agigantado poco a poco conforme transcurría su historia a lo largo de este libro sorprendente, de este libro atravesado de verdades de vida que orillan a uno a la honda reflexión, a la cavilación inquietante, como sólo pueden hacerlo las grandes verdades de esa mentira genial: la ficción convertida en obra de arte.

El reino de las islas propone desde el inicio pactos narrativos audaces y formula ante el lector varios retos. En primer término, hay un pacto relacionado con la resolución formal de la alternancia del tiempo en que se nos darán a conocer distintos momentos del pasado de los personajes. Ruiz Dueñas elige cambios de voz en el discurso del narrador omnisciente de tal modo que podamos conocer esos pasados desde el punto de vista de los propios individuos, quienes en la recuperación pretérita encuentran explicación insólita a su presente, con lo cual el autor consigue una extraordinaria concentración poética de instantes cruciales que hacen única y sorprendente cada vida humana.

En segundo término, el dibujo del espacio geográfico adquiere dimensiones épicas debido a la portentosa recreación descriptiva del narrador y al puntilloso aporte de información acerca de los diversos temas que discurren en la obra: medicina, herbolaria, astronomía, cinegética, navegación y geografía del lugar, principalmente de dos elementos peculiares que vuelven entrañable este ámbito: las salinas de Baja California Sur y las ballenas del Mar de Cortés, estas últimas como una presencia de resonancias míticas que aluden a la grandeza y a la intemporalidad de la naturaleza, en contraste con la insignificancia y caducidad del ser humano.

A estas cualidades estilísticas agrego una sobre la cual llamaría especialmente la atención: el tono de la novela, un tono que marca el ritmo pausado de la obra y la dota de una personalidad íntima, casi confesional. Este tono, diríamos casi afectivo, pauta cadencias armónicas desde el momento mismo en que inicia la historia, cuando el doctor Sebastián Lombardo —de setenta años— arriba a la costa de Baja California Sur en compañía de su joven esposa de veintiséis, en el arranque de lo que constituye prácticamente un retiro a un sitio casi desierto y una búsqueda de sentido a una vida que hasta ese momento se ha considerado vacía, estéril. A partir de aquí, el lector acompañará al personaje a lo largo de un itinerario en principio apacible, pero que pronto se descubre como un viaje inquietante hacia mundos internos, hacia el ajuste de cuentas con el pasado, hacia el exilio interior en una tierra desconocida como sólo puede serlo en determinados momentos uno mismo, hacia el cumplimiento del propio destino, en este caso, en medio de una existencia sencilla dedicada al servicio social y al goce pleno de las bondades sensuales que regala una vida así elegida.

Un acierto formal, de los muchos de esta novela, radica entonces en la experiencia viva del lenguaje para recrear esas realidades, para hacer reales ante nosotros a esos personajes, para hacernos vívidas esas historias. Debe destacarse así la manipulación de la materia verbal por parte del autor para imbuir a su mundo narrativo de una fuerza estilística distintiva. La capacidad alusiva del lenguaje literario de Ruiz Dueñas trasciende de tal manera porque detrás de cada frase pulsa la voz de un poeta. He disfrutado todas y cada una de las descripciones de paisajes exteriores e interiores de esta maravillosa obra; pero de entre varios momentos, señalaré a manera de ejemplo, el inicio del capítulo catorce, que leí como un poema en prosa, gozoso en sí por la cadencia rítmica del fraseo, y sin duda estremecedor porque transmite, a manera de confesión, la intimidad dolorosa del personaje, y lo hace revelador como sólo puede ser reveladora la gran poesía.

Alrededor del hilo anecdótico de la novela no faltan las circunstancias que arman una trama compleja ni los incidentes cotidianos que van dificultando al personaje la consecución de sus metas, el logro de sus deseos. No obstante, omitiré referencia alguna al argumento, y sólo mencionaré someramente a tres personajes secundarios que acompañan al protagonista y cobran un peso específico sustancial debido a la autonomía psicológica con que están perfilados. Inicialmente, la joven cónyuge, Mariana, una mujer en pleno uso de sus facultades afectivas y sensuales, consciente del efecto surtidor de vida que su compañía opera sobre su septuagenario esposo, consciente del difícil equilibrio de los afectos y los pactos de pareja en tales condiciones, radical en su independencia signada por un pasado de orfandad, abandono y soledad convertida en refugio y fortaleza.

Luego, Pipino Canela, empleado y amigo de Sebastián, quien cobra paulatinamente una extraordinaria fuerza dentro de la trama y quien determina de manera sorpresiva las vueltas de tuerca de la intriga. Con la sola historia de Canela podría armarse una novela de acción con tintes policíacos, en la tradición incluso de la novela picaresca, pues las aventuras de este personaje van de Baja California a Creta, pasando por los astilleros de Oslo, en Noruega.

El escritor Luis Gaditano, el otro personaje, pese a su interacción tardía en la trama, adquiere de pronto dimensiones casi simbólicas dentro de ésta, como si fuese un catalizador de la conciencia atormentada del protagonista, quien sólo a través de él parece revelar el sentido oculto de la dudosa cordura de sus actos, sobre todo de aquellos relacionados con un misterioso documento, el diario del moro salentino —obtenido por intermediación de aquél cuando ambos, veintitrés años atrás, coincidieron en la cárcel—. El diario del salentino acompañará desde entonces al doctor Lombardo y adquirirá cualidades balsámicas “en momentos de desesperación, abandono, soledad, agonía cotidiana y encuentro con la muerte”.

Percibo detrás de este libro el peso de una obra madurada lentamente, la fuerza de una historia incubada en el espíritu del autor de acuerdo a los tiempos que la propia obra le ha exigido. Aprecio en la construcción de la estructura de El reino de las islas, un trabajo de relojero, minucioso, paciente, el hálito de un demiurgo que ha colocado cada pieza formal, cada vocablo, cada dato, en el lugar preciso de tal forma que de pronto el mecanismo secreto de la ficción parece funcionar de manera autónoma ante nosotros, de acuerdo con sus propias leyes.

Varias lecciones, arroja esta lectura. Una podría ser la de la elección del propio destino en pleno uso de nuestro libre albedrío con todas las consecuencias que esto acarrea. Otra, tal vez la de la soledad esencial paliada excepcionalmente por la amistad y la presencia del amor. Una más, la lección del amor mismo, entendido éste “como revelación, como verdad, como dicha precaria, como pasión y placer, como abrumante dolor, como insuficiencia y plenitud”, según palabras del propio Sebastián en el recuerdo de Canela en un momento crucial de la historia.

Por sus temas, por su tratamiento, por su resolución formal, El reino de las islas es sin duda una de las novelas más interesantes de la literatura mexicana actual. Lo es —más allá de su historia de por sí atractiva y de su intriga plena de incidentes— por la profunda meditación acerca del verdadero sentido de la vida a partir de la experiencia que va en pos de auténticos propósitos y por la reflexión que se hace en torno al envejecimiento y la muerte, al aprendizaje vital aun en medio de la caducidad corporal.

Yo le recomendaría al lector atento que se procurara para esta lectura un espacio, un tiempo y un silencio casi perfectos. Le pediría que se permitiera inmersiones prolongadas en este libro, lecturas continuadas, de tal manera que pudiera apreciar las tonalidades secretas, los flujos verbales, las intuiciones esenciales de la obra. Así se daría la oportunidad de acceder a la compresión de las varias verdades que se destilan aquí, una, entre tantas, la que el propio Sebastián Lombardo expresa en un momento determinante de su historia personal: “el conocimiento es la fuerza verdadera, la ignorancia es el dolor profundo. Quién entonces es el conocimiento verdadero. Acaso tú, Señor de las tinieblas y el poder. Acaso tú”.

Un proverbio, citado en la obra, afirma: “la vida puede ser apenas un cuarto de hora de momentos exquisitos”. Invito al lector a hacer de esta lectura un momento especial y a agregar un segundo exquisito a ese cuarto de hora que la vida nos regala.

* Texto de presentación del libroEl reino de las islas en la Universidad del Caribe en octubre de 2002.

———————————

RESEÑA PUBLICADA EN TROPO 28, PRIMERA ÉPOCA, 2003.

PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com