Martín Ramos
Mirando al puerto de Payo Obispo (edición del Instituto Quintanarroense de la Cultura, 2002) se compone de doce historias autónomas que, vistas como un todo, articulan el mundo complejo y principalmente humano de un Payo Obispo rodeado de selva. Los distintos narradores de las historias afirman reiteradamente que Payo Obispo es una población naciente, remota, un sitio al que llegan colonos de los más diversos confines. De hecho, las doce breves narraciones exploran varios niveles de vida humana (distintas edades, profesiones y clases sociales) y hurgan en la profundidad de sentimientos, miedos, apetitos, pecados e hipocresías.
Cada uno de los cuentos de Elvira Aguilar ilumina un aspecto del mundo ficticio que la autora ha creado. Primero aparece el relato titulado “El camino del chicle”, el cuento que mejor retrata el ámbito físico de la selva y delinea un importante número de personajes asociados a la explotación de esa resina. Además, proporciona información vital de la economía que empuja al naciente Payo Obispo; es el cuento que dramatiza con mayor viveza la disparidad entre los valores morales opuestos de un mundo rudo y hostil. Al igual que el cuento siguiente, “Luces de Trípoli”, el relato que abre el libro gira en torno a la búsqueda del destino de Marcos, su protagonista, un destino tan fatal como injusto. Marcos es un inocente joven con inclinaciones religiosas y conducta generosa que sucumbe bajo la rudeza de un capataz de chicleros en medio de la selva.
En el segundo relato, “Luces de Trípoli”, un libanés llega a Payo Obispo y, con mejor suerte, encuentra un destino feliz en esta frontera de México. El último viaje de Salomón, que así se llama el libanés del cuento, es más espiritual que físico, ya no es el cansado viaje que en su juventud hizo desde el puerto de Trípoli a Yucatán. Es un viaje más breve, pero igualmente intenso: de su amado Payo Obispo al fondo de las aguas de la mismísima bahía de Chetumal.
El tercer cuento, “Las huellas de Olga”, tiene la singular misión de introducir a un personaje que aparece una y otra vez en este nuevo libro de Elvira. Me refiero al almirante Otón Pompeyo Blanco. En los relatos de la autora, don Othón ya no es la figura histórica; es, sobre todo, el retrato del ser humano. Introducido como personaje, las acciones de aquel marino fundador de Chetumal ya no son un asunto de verdad histórica. Don Othón está elevado a otro plano, más palpable, menos distante, más fiel al de la vida cotidiana.
A partir de este cuento, Elvira reiteradamente introduce a don Otón Pompeyo Blanco en las sucesivas historias. Pero es el cuento número doce, el que cierra el libro y el que le da título, “Mirando al puerto de Payo Obispo”, el verdadero homenaje al fundador de Chetumal. En varias ocasiones la autora pone en boca de sus personajes palabras que hablan de Payo Obispo como de una fatalidad, como de un pedacito de infierno. Pero en realidad las historias son un homenaje cálido y emocionado a ese imaginario lugar.
Aparte de esos personajes que destacan en las diversas ficciones (el estafador y contrabandista de armas que se hace pasar por noble en “El príncipe inglés”, o la mujer de peculiar pie que al final resulta hombre en “Del número 12”), figuran en el libro aquellos otros seres salidos de la fauna de la región, como en “Los cocodrilos de Payo Obispo” y en “La encantadora Carmelita”, donde una amplia gama de culebras se apropia del relato. Hay también actantes inanimados o geográficos, lo cual da al lector la sensación de estar experimentando no sólo fragmentos de un mundo literario, sino de una lejana realidad del pasado histórico reciente que progresivamente adquirió el sentido de la comunidad, donde todos los ciudadanos y clases sociales diferentes interactuaron para fundar una nueva región de México.
Cuando llegamos al cuento “Las siamesas”, da la impresión de que la autora nos ha llevado especialmente al epicentro de su mundo imaginario. Los seis primeros relatos ocurren en Payo Obispo y sus alrededores y dicen mucho acerca de la economía que rige la vida del lugar, pero en la historia de “Las siamesas” y en la de Adela Sterling, personaje de “Las dotes adivinatorias”, el lector es conducido a un lúdico espacio imaginario en pleno centro de Payo Obispo. En contraste, el único cuento político en todo el libro es “El tío Antonio Ancona”. Se trata de la rememoración de aquel periodista yucateco que fue gobernador del Territorio de Quintana Roo en los años veinte bajo el apadrinamiento de Plutarco Elías Calles. La buena estrella de Ancona Albertos se apagó cuando se vio atrapado en una intriga política que lo enfrentó con el jefe máximo de la revolución y que terminó con el exilio de Ancona a Nueva York.
Igualmente anclado en una realidad verosímil, el cuento nueve, “La noche de los gritos”, es una pieza con tintes policíacos. Paulatinamente se va descubriendo el motivo de la desaparición de un hombre, desaparición que sabemos fue en realidad un asesinato hábilmente ocultado. Por último, el lector encontrará el cuento que da título al libro “Mirando a Payo Obispo, relato memorable y homenaje vibrante a la dimensión humana del fundador de Payo Obispo.
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RESEÑA PUBLICADA EN TROPO 28, PRIMERA ÉPOCA, 2003.