La feminidad subversiva

Miguel Ángel Meza

Los feministas —“cualquier persona partidaria de la igualdad de derechos y deberes para los dos sexos” 1— se han abocado desde hace décadas al rescate de la historia de lo femenino desde el punto de vista de la mujer. Es decir, se han dedicado a sacar a la luz el trabajo de las figuras femeninas fundamentales para el desarrollo del arte y la cultura universal. Han hurgado acuciosamente en los cajones de la historia de la cultura y han extraído valiosos fragmentos de una visión de la mujer definida por la propia mujer, con lo cual han logrado contrarrestar la imagen femenina proyectada hasta ahora sólo por los hombres en el arte y la cultura.

Aunque es natural estar de acuerdo con esta investigación de la historia femenina, que busca reivindicar lo positivo de una historia planteada —afirman los feministas— tan sólo en negativo, la premisa de la que parte me parece innecesariamente beligerante. Esta premisa plantea de antemano que la imagen de lo femenino proyectada por el hombre es fundamentalmente negativa, degradante y opresiva porque reproduce un sistema de relaciones basadas en el dominio del hombre, en su machismo, y en el sojuzgamiento de la mujer.

El filósofo alemán Herbert Marcuse —entre otros pensadores— se han preguntado si realmente esta imagen ha sido tan degradante y tan violenta contra las mujeres. Si bien debemos aceptar que en la historia de la cultura no abundan las literatas y las filósofas, porque el acceso a la cultura ha estado vedado para las mujeres, también reconozcamos que la imagen de la mujer —proyectada por los escritores, por ejemplo— muestra el germen revolucionario contenido en cualidades consideradas específicamente femeninas —sensualidad, receptividad, resistencia, por ejemplo— y pone en discurso el conflicto entre estas cualidades y la sociedad patriarcal opresiva.

Es decir, esta imagen proyectada desde la mente masculina constituye un principio de liberación o, en palabras de Marcuse, “están lo suficientemente saturadas de realidad como para convertirse, en la sociedad patriarcal, en el punto de cristalización de una negación potencialmente liberadora, de un proyecto de libertad.” 2

La Nora de Ibsen, la Emma Bovary de Flaubert, las heroínas de Tennessee Williams —y tantas otras figuras femeninas entrañables por su fuerza interior y su voluntad para atreverse a vivir una vida auténtica con plenos derechos— son ejemplos de una imagen literaria liberadora, esencialmente contradictoria de la realidad, no importa si esa imagen ha sido proyectada por los hombres o no. En esa realidad literaria, en esa imagen de una mujer con actitudes, conductas y reclamos que niegan su entorno y lo contradicen, se hallan las cualidades más subversivas, más revolucionarias de las mujeres: son el elemento que corroe el mundo hiperactivo y agresivo del macho del cual surgen como una protesta.

Incluso no sólo eso. La feminidad subversiva, contenida en estas imágenes, es un factor decisivo para cimbrar los cimientos de una estructura social no sólo injusta para la mujer, sino tremendamente opresiva también para el mismo hombre, en la medida en que éste se halla —la mayoría a despecho propio— sometido a cumplir principios de rendimiento hiperproductivos, no elegidos por él, impuestos por una máquina ciega, ahora ya globalizada.

¿Cómo han logrado las mujeres —con todo ese potencial liberador— transitar del mundo de estas imágenes proyectadas por el hombre al mundo de una praxis efectiva y transformadora? Al salir del limitante reducto en que se hallaban en su toma de conciencia —inicialmente necesario en su esencialismo, luego paralizante—, al renunciar a su inicial y natural encono contra el mundo del macho —que dio pie a una ideología mujerista cerrada, basada en la diferencia sexual—, al decidirse a incluir en movimientos feministas la diversidad y el trabajo en conjunto con el hombre, las mujeres dieron un paso gigantesco hacia el papel protagónico que les corresponde en los cambios sociales. Es decir, cuando las mujeres decidieron politizarse se volvieron vanguardia de estos cambios.

Esta politización de la mujer es en realidad una toma de poder —empoderamiento, lo llaman los feministas— que va más allá de la simple emancipación de la mujer. “La sociedad patriarcal ha alcanzado, en su desarrollo, un punto que impone destrucción, deformación y explotación innecesariamente repetidas y renovadas. Por consiguiente, de lo que se trata no es ya de mejorar las condiciones en el interior del sistema de producción existente, o de sustituirlo por uno nuevo (…), sino que se trata de transformar radicalmente la subjetividad de las relaciones humanas, tanto en el caso del hombre como en el de la mujer”. 3

En este deseo de transformación de las subjetividades existentes, en este cambio de las relaciones sociales, hacia una equidad en los derechos y deberes, hacia una respetuosa diversidad, el papel actual de la mujer ha cobrado un relevancia y efectividad mayores que en décadas pasadas, cuando imperaban en el feminismo principios identitarios basados en la diferencia y no en la diversidad.

En este sentido, Marta Lamas afirma que para armar este posicionamiento “es necesario comprender cómo el proceso de socialización y de introyección psíquica de lo cultural es determinante en la constitución de algunas identidades políticas. Tal vez una praxis colectiva distinta, que produzca otras subjetividades, menos egoístas y autocentradas, más solidarias y altruistas, podrá aspirar a una ciudadanía distinta.” 4

Al politizar sus demandas y extenderse hacia un enfoque ciudadano, que incluye no sólo la defensa de los derechos de las mujeres sino el respeto a una diversidad democrática, se ha empezado a capitalizar a favor de una nueva realidad aquella imagen femenina proyectada por los hombres en la historia de la cultura, una imagen con un germen subversivo, de resistencia y revulsiva sensualidad. Se habrá capitalizado en lo político, en lo social, en la realidad de pareja, un nuevo poder ciudadano —de hombres y mujeres libres—, con relaciones equitativas, con igualdad de derechos.

NOTAS

1. Irigoyen, Ramón. Clases de feminismo…, en “Esta boca es mía”, octubre 2001, Núm. 1, p.25
2. Marcuse, Herbert. Conversaciones con Marcuse, Taurus, 1978.
3. Ibid.
4. Lamas Marta. Transformaciones en el imaginario político feminista. En suplemento Masiosare del periódico “La jornada”, enero del 2000.

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ENSAYO PUBLICADO EN TROPO 23, PRIMERA ÉPOCA, 2002.

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