Vanesa González-Rizzo Krasniansky
Dirigida por Paul Verhoeven y basada en la novela Oh del francés Philippe Djian, “Elle” (2016) nos cautiva desde la primera escena e invita al pensamiento múltiple. La fascinación que produce este filme en el espectador se explica tal vez porque moviliza nuestro lado oscuro y explora lo que hay en nosotros de perversión y locura.
Como bien dijo Freud, los seres humanos nos caracterizamos no tanto por esa aspiración al bien y a la virtud, sino también por la búsqueda de un permanente goce del mal: pulsión de muerte, deseo de crueldad, amor al odio y búsqueda de la desdicha. Parecería que las fibras del sufrimiento se activaran al ver la película, como hormigas que salen disparadas sin un rumbo claro. Y sentimos ese recorrido por nuestro cuerpo al verlas representadas en “Elle”.
Con una magistral actuación de Isabelle Huppert (“La pianista”), la cinta presenta la historia de Michèle, una guapa ejecutiva que sufre una violación brutal en la primera escena, y que, en vez de buscar justicia, intenta seguir con su vida como si no hubiera pasado nada. El espectador huele entonces desde ese momento la perversión, percibe el desarraigo existencial de la mujer y más adelante “comparte” el deleite tortuoso con el que vive.
Claro, Michèle ha tenido una historia de vida complicadísima. Hija de un asesino en serie (que al momento de la trama parece que podría salir libre de su encierro tras una próxima audiencia), y de una madre cercana a la vejez, políticamente incorrecta (que se relaciona con muchachos al menos treinta años menores que ella), Michelle es una sobreviviente. A la locura de su origen y al desprecio por su madre, contrapone una vida profesional exitosa.
Amante del marido de Anna, su mejor amiga y socia, nuestra protagonista no muestra ningún escrúpulo en confesárselo el día del festejo de uno de los mayores logros de ambas, ni le interesa el dolor que causa en la otra. Pues Michèle vive sin culpa, y opera como si pudiera tenerlo todo, controlarlo todo: no conoce límites.
A partir de entonces creemos entender lo que el director intenta mostrarnos: un vaivén inquietante en la estructura psíquica del personaje: el “éxito” en su vida y en su carrera (donde dirige una empresa que crea juegos virtuales extremadamente violentos) es posible gracias a que la perversión se ha apoderado de su ser. Si no hubiera sido así, estaría desvalida, perdida en la desconexión y la alucinación. La perversión la sostiene, le da un lugar.
En “Estados sexuales de la mente”, Donald Meltzer describe la perversión como la alteración de lo bueno para convertirlo en malo con apariencia de bueno. Las condiciones predominantes son la mentira, el robo, la violencia; la maldad, el cinismo y la destructividad, todo ello presentado como lo bueno. La confusión entre el bien y el mal lleva a la inversión, aquello que las brujas de Macbeth anuncian como su divisa: “Lo malo es bueno y lo bueno es malo”.
¿Qué es lo que arma Michèle con Patrick, el vecino, una vez que se revela la identidad de este? ¿Cuán honesto es el diálogo en el que dice que el vínculo creado “no es normal, no está bien” y cuánto hay de deseo de engancharlo, mantenerlo allí y potenciarlo? La expresión sadomasoquista presentada por nuestra protagonista desde muchos acontecimientos previos, ahora explota y la recibimos con esa mezcla de horror y placer con el que la película nos ha cubierto. Ella ahora lo disfruta, desde el sótano aúlla su goce, es una maldita y lo sabe, no tiene intenciones de ocultarlo.
Un nuevo y sorpresivo giro nos espera en el último acto entre los amantes. Es el que muestra el placer del dolor, el que encarna en un instante la conjunción de sus encuentros: la muerte. Y ante este desenlace, una vez más asistimos al espectáculo de la negación. Michèle deja que lo sucedido se viva como un ataque sexual, la policía llega a la escena y se conduce como sucede normalmente; interrogatorios, fotos, investigación…
El mensaje magistral nos es dado en las escenas finales, cuando la esposa de Patrick a punto de mudarse de casa y luego de recibir el pésame, le agradece a Michèle: ¡Pues ella le ha podido dar a su esposo lo que él necesitaba…! ¿Qué ha pasado? Cae una nueva máscara, la de la simulación, la del secreto bien sabido. Cae la doble moral presente en todo el filme y nos encontramos con un personaje que nos parecía un poco simple, muy apegado a la convención, ultra católico y que, sin embargo, nos tenía escondida la última carta: la de la verdad.
La película, de tonos grises, sucede de noche. Sus colores no son brillantes y así parece su discurso. Elizabeth Roudinesco (en su obra “Nuestro lado oscuro. Historia de los perversos”) afirma que la perversión se designó como un “discurso nocturno dónde se enunciaría siempre, en el odio a uno mismo y la fascinación por la muerte, la gran maldición del goce ilimitado”. El goce ilimitado se propone en la trama de “Elle” cuando conocemos al autor de las violaciones y el juego que inicia una vez que la máscara ha sido retirada. Grandiosa metáfora: retirar un rostro para ver otro, ese que se muestra solo en la oscuridad, ese que es nuestro espejo, aunque nos cueste reconocerlo.
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Resaña publicada en TROPO 13, Nueva Época, 2017.